Una persona sin crédito es una persona de dudosa reputación en casi todos los aspectos de la vida. Pero para la gente de cine, es escandalosamente frustrante que un cineasta que trabajó y aportó en la realización artística de un filme no aparezca luego en la relación de nombres con que suelen comenzar y terminar los filmes.
El crédito informa, nutre, enseña. Después de leerlo el espectador sabe más. Desde quiénes son los artistas y técnicos que crearon el filme, la ubicación geográfica de los escenarios naturales donde se hicieron los rodajes hasta los nombres de las casas productoras que financiaron el proyecto. Y si hay un rostro actoral desconocido, pero lleno de futuro, sabemos el nombre de esa promesa a la que habrá que seguir su desarrollo.
Desafortunadamente, la mayoría de los espectadores tienen la costumbre de abandonar la sala de cine apenas aparecen los créditos finales. ¿No suponen que se pierden el disfrute de los innumerables códigos que, en el orden estético, y ético, subyacen en ese apacible y a veces casi interminable listado?
Atrás quedaron los tiempos en que para el espectador el filme comenzaba después del último título y terminaba con tres letras: «Fin». O como en las películas de los años treinta y cuarenta, cuando eran simples rótulos con cualquier cantidad de nombres amontonados.
Una lubricada polisemia anima el diseño de los créditos en la actualidad. Sin dejar de informar, la modernidad en el cine le confiere cierta capacidad expresiva, donde la tipografía, el color, la animación, etcétera, no se conciben únicamente para ser leídos, sino disfrutados. El concepto que sustenta el diseño de los créditos ha evolucionado tanto que ya es parte imprescindible del lenguaje cinematográfico, por lo que casi siempre cuando van al principio anuncian ya eltono y la atmósfera del filme. Otro tanto cuando van al final.
Un director sabe tomar en cuenta las posibilidades de decir, de comunicar, de expresarse, incluso, también, a través de los créditos. Un espectador que se precie de culto lee, interpreta y descifra los créditos, como los sueños un psicoanalista.
Casi siempre desde el guion, los directores sueñan sus filmes con un diseño de créditos adecuado, pues la tecnología ya posibilita la realización de casi cualquier desafío. El espectador los habrá visto, pues son de general uso los sobreimpresos. Esos que se leen contra un fondo donde hay imágenes. Es un recurso convencional que permite integrar los créditos al argumento del filme, sea en la primera fase dramatúrgica, que es la introducción, o hacia el final, después del desenlace. Generalmente se colocan de manera que no dificulten la visualización de las imágenes.
También convencional es la sobriedad de las letras blancas o grises sobre fondo negro. Me gustan, porque crean complicidad. Son puntos luminosos a los que, desde la oscuridad, el espectador se entrega, mientras lee, intuye, la fascinación de las imágenes por venir.
Si el espectador es paciente, y observador, habrá visto diferencias entre los créditos de cabecera y los finales. Casi siempre nombres y cargos de mayor responsabilidad van al principio, como actores, productores, sonidistas, compositores, guionistas, diseñadores de vestuario y de escenografía, editores, hasta el fotógrafo y el director. Fuera de este grupo de notables, que tienen la mayor responsabilidad en la creación del filme, se pueden leer otros cargos que se incluyen, o no, según el género de la película. Si es una comedia musical no puede faltar el coreógrafo; si es ciencia ficción, el diseñador de efectos visuales, entre otros. De no estar algunos de estos cargos principales en los créditos iniciales, el lector debe sospechar que el resultado del trabajo no fue como lo esperaba el director o que las relaciones laborales fueron tensas. Por ello, no pocos cineastas quieren saber antes de la filmación el lugar que ocupará su nombre dentro de los créditos. Hay hasta quien exige que aparezca en el contrato.
Casi siempre, el orden jerárquico búsquelo según donde esté el director, quien en dependencia de cada cinematografía será o no el responsable de dar el crédito. En no pocos filmes de ficción se coloca su crédito delante del equipo con la frase «un filme de», para luego cerrar con «dirección de». En cambio, en otras cinematografías puede leerse; «una producción de»y el crédito del director se reduce a«dirección». Esto indica que el que cortó el bacalao fue el productor.
Como la vida, las posiciones filosóficas no escapan al diseño de los créditos. Cuando el lector pueda volver a ver una película de la época soviética, observe sus créditos. De una austeridad rayana en el aburrimiento y carentes de atractivos diseños. Fríos e impersonales, pienso. Una letra inicia el nombre. Un punto. Y luego el apellido. Algo así como «L. Shepitko». Detrás de esa hipersobriedad había una voluntad radical contraria al cine comercial, en el que lo más importante, se sabe, es vender bien, y a toda pantalla, el nombre rutilante de la estrella.
Quién sabe si inspirados por parecida filosofía, más acá, en nuestro querido cine cubano documental de los años setenta, existió la tendencia en los directores de diluir las responsabilidades individuales en créditos colectivizadores, y el espectador debía poseer un conocimiento superespecializado para saber quién hizo la cámara, la edición o el sonido. Se leía: «Realizadores». Y debajo, en columnas; «Fulano», «Zutano», «Mengano», «Esperancejo». Para alivio de la posteridad, esa corriente, émula de Fuente Ovejuna, no tuvo muchos epígonos. Los cineastas sabemos que el cine no lo hace una persona, pero las responsabilidades artísticas son estrictamente individuales.
Dentro de la mixtura contemporánea existe una tendencia que comparto: todos los créditos van para el final, incluido el título del filme. También la eliminación de «Presenta», antecedido por el nombre de la casa productora.
El autobombo se deja ver en los créditos. ¿No ha visto el lector insignificantes cortos, donde no es visible diseño alguno de iluminación y al que ha obturado la cámara le han regalado el crédito de director de fotografía, cuando el resultado visual ha sido alumbrado, nunca iluminado? O lo mismo con la edición, porque no es igual pegar planos que montarlos. O un director de producción que un productor ejecutivo. Nada, que para otorgar un crédito ha de saberse bien cómo se hace el cine.
El otro extremo lo absorben los créditos otorgados como estímulo laboral y no como necesidad de información artística o técnica. Me incineraré, y me he visto obligado aceptarlos, y reconozco que hacen un trabajo importante, vital, pero ¿qué aporta a la comprensión del filme leer los nombres de los encargados de la transportación?
Las superproducciones baten récords por el enorme presupuesto, lo que supone una mayor participación de cineastas y recursos, que llevados a créditos pueden durar en pantalla muchos minutos. Los he medido y los hay que duran quince minutos.
Hace unos años terminaba de ver un filme de largos créditos, en uno de los tantos cines hoy marchitos de La Habana, y que acaso ya no existirá jamás. Al aparecer los créditos, y como suele suceder —está en su derecho—, el público comenzó a retirarse. De repente aparece un ejército simétrico de acomodadoras de sala, que avanzan simultáneamente cerrando butacas bajo la precaria luz de la pantalla. Ante tal estruendo, inconscientemente me echo hacia delante para concentrarme más en la lectura de los créditos, y la presencia atronadora del pelotón de acomodadoras se detuvo. Una de ellas, viendo que aún yo permanecía sentado a las once de la noche tras la última tanda, me miró a mí primero y a su reloj después. En radical cubano le expliqué que la película no había terminado. Pero ella se limitó a mirar a la pantalla y con un desenfado cruel, regresó para decirme: «¡Qué tanto lío, si tú no sabe “inglé”!». Las demás afirmaron al unísono con cabeza y bostezos. Tuve que disimular la risa. Y todas reiniciaron con furia el combate contra las ruidosas butacas, quedando ahogada mi protesta.
Cuando se fue de la pantalla el último crédito, soñolientas, con las chaquetas sobre los hombros —llevaban uniformes—, me miraron con odio y mi butaca fue cerrada como quien recibe un golpe contundente.
Y opté por caminar despacio hacia la salida como una forma de protesta, también para memorizar un nombre que había leído por primera vez: Whopi Golberg.