Daney no es solo el gran cartógrafo del
David Oubiña
cine, sino también su más apasionado
sismógrafo: aquel que puede captar los
acontecimientos en el momento en que ocurren
y darles una notación sobre el papel.
Entre mis libros predilectos figurarán siempre unos cuantos releídos. Para algunos, la relectura responde a una obsesión gustativa, cuando no a un alejamiento premeditado. Por esto último, evitas o te pierdes otros volúmenes necesarios o siquiera interesantes. De todas maneras, el lector constante pediría muchas vidas o al menos más de una. Aun así, tiempo y silencio, a la larga, terminan imponiéndose.
Muchas vidas para leer más o releer. Un nuevo ejemplar, sin embargo, pudiera sorprenderte y colarse entonces en tu lista de libros preferidos. Textos leídos de un tirón o con la voluntad y el placer que le dedicamos para hacer nuestros apuntes. Esos apuntes que opto por hacer fuera del libro, en una libreta aparte. Me incomoda marcar, doblar una hoja o en el peor de los casos escribir sobre la letra impresa. Basta con colocarle mi nombre o firma en la primera página. Así lo hago mío, en el anhelo improbable de la recíproca correspondencia. Vana es esa pretensión.
El libro que ha entrado en mi lista no es nuevo, pero puedo apreciarlo tal cual, pues ahora es que me llega. Se llama Perseverancia. Reflexiones sobre el cine, del francés Serge Daney, el crítico que a un tiempo fundaba la publicación Trafic y continuaba con la hechura de revistas tan influyentes como Cahiers du Cinéma. Pero Daney, curioso y ávido de compartir sus criterios sobre las películas y el cine, escribió para numerosos medios como la radio. De ahí que puedan localizarse en la actualidad compilaciones que en vida pudo ver publicadas. En 1992, moría a los 48 años de sida.
No llegó a ver impreso Perseverancia, libro resumen de su concepción de la crítica de cine, donde se cuidó de no fijar una fórmula para hacerlo. Eso sí, toda su escritura, conformada aquí por el ensayo «El travelling de Kapò» y la extensa entrevista con Serge Toubiana, exterioriza el talante de Daney, que en lo biográfico penetra libremente esa vida que es el cine, otra casa-espejo del ser. Al comenzar el ensayo de marras, Daney es valiente cuando confiesa:
«En la lista de películas que nunca vi, no solo figuran Octubre, Amanece, Bambi, sino también la oscura Kapò. Filme sobre los campos de concentración rodado en 1960 por el italiano Gillo Pontecorvo, Kapò no marcó un hito en la historia del cine. ¿Seré yo el único que, sin haberla visto, no la olvidaría jamás? En realidad no vi Kapò y al mismo tiempo sí la vi, porque alguien —con palabras— me la mostró. Esta película, cuyo título, como una palabra clave, acompañó mi vida cinéfila, solo la conozco a través de un breve texto: la crítica que hizo Jacques Rivette en junio de 1961 en Cahiers du Cinéma. Era el número 120 y el artículo se llamaba “De la abyección”. Rivette tenía 33 años, yo 17. Seguramente era la primera vez en mi vida que pronunciaba la palabra “abyección”»[1].
¿Qué es en rigor «El travelling de Kapò»? Parece ensayo, y de hecho lo es. Pero es asimismo relato personal, donde las evocaciones de su vida se cruzan con su comprensión de la cultura. Centrado en esta película documental, Daney consigue generalizar una prueba de análisis que pareciera cobijarse en esta pregunta: «¿Sobre qué trasfondo de ausencia en el mundo se requerirá más tarde la presencia de las imágenes del mundo?»[2]. El crítico, que cuestiona a Pontecorvo, quiere y alcanza a entender qué hay detrás de ciertas representaciones del pasado resueltas de forma estética y en principio cinematográfica. Por eso es que contrapone la distancia justa a la inocencia. Pero alude a una inocencia próxima o igualada al descubrimiento o sorpresa, distante de la simpleza del que llega. No lo hizo George Stevens, quien registra en color campos de concentración mucho antes de Pontecorvo. Justamente, el argumento explícito de Daney es:
«Ahora entiendo que la belleza del documental de Stevens no se debe tanto a la distancia justa con la que se filmó, sino a la inocencia con que miró todo aquello. La distancia justa es el fardo que tiene que cargar el que viene después; la inocencia es la gracia terrible otorgada al primero que llega, al primero que ejecuta, simplemente, los gestos del cine».
Inocencia como gracia terrible. El planteamiento es magnífico.
La llamada «cinebiografía» recorre todo un volumen en que la conversación-despedida es, sin embargo, tributo al hecho de vivir y ver películas. Toubiana —hay que decirlo— no necesita siempre hacer las mejores preguntas. Basta a ratos con asentar un criterio, cuando no inquirir directamente para que el cinéfilo profesional teorice sobre su forma de interactuar con el cine: arte de mostrar imágenes en consonancia con el gesto de mirar recortes a veces dolorosos de la realidad. «Pero también tiene la capacidad de rescatar lo que fue encuadrado, extraído, sacado a la luz»[3]. Sus juicios acerca de la fotografía y las postales resultan bien ilustrativos. No deberían entenderse sin la connotación cinematográfica, clave para comprender las asimilaciones antropológicas del autor. Sus defensas de la cinefilia son maravillosas.
Un asunto aparte sería analizar a Serge Daney desde sus críticas. Pues soslayaba la extensión impuesta para expresar lo necesario sobre alguien o un fenómeno del cine como el star system. Así, por ejemplo, cuando se aproximó a Marilyn Monroe, en un texto breve pero muy sutil, escribe algo tan elegante y categórico a la vez que aún es meritorio. Dice:
«¿Qué es una estrella? Un momento en la historia del cine. El momento en que el séptimo arte sabe que padece un cáncer fundamental: simula la profundidad, pero su imagen es chata. Una pampa de bajorrelieves para siempre chata. Pero, desde siempre también, las estrellas fueron actores con (más) relieve, un peso de la carne, un espacio propio, una profundidad-enigma. Cuerpos cerrados al placer, entregados a su imitación, al goce de defraudar siempre y de seguir prometiendo»[4].
A partir de una disciplina de la mirada y la reflexión, repárese en la aptitud de formarse sus propios conceptos de cuanto tiene aprendido.
Perseverancia merece leerse además por esas especificaciones de Daney en relación con algunos directores: George Stevens, Georges Franju, Alain Resnais, Alfred Hitchcock, Jean-Luc Godard y Roberto Rossellini, Kenji Mizoguchi, Charles Chaplin… Es muy distinto cómo va introduciendo estos nombres en sus respuestas-análisis. Y, contra la incredulidad de los Lumière de cara al porvenir de su invento y espectáculo de feria, se encuentra en Perseverancia una de sus más sobresalientes opiniones. ¿Qué es el cine para Daney? Responde en distintas líneas. No obstante, quedémonos con esta: «Es un arte del presente que tiene una forma particular de transcurrir… Su futuro es su pasado —la fotografía—, y tal vez haya en eso un extraño giro y una involución: todo es posible. Lo que ya no creo es que, cuando una cosa parece desaparecer, pueda ser irremediablemente remplazada por otra»[5].
Serge Daney tenía razón, como en tantas otras materias.
[1] Serge Daney: Perseverancia. Reflexiones sobre el cine, Ediciones El Amante-Tatanka SA, Buenos Aires, 1998, p. 21.
[2] Ibidem, p. 26.
[3] Ibidem, p. 87.
[4] Serge Daney: Cine, arte del presente, antología al cuidado de Emilio Bernini y Domin Choip, Argentina, 2004, p. 149.
[5] Serge Daney: Perseverancia, op. cit., p. 160.