Me apropio de un título ya empleado por el autor del libro Cuando el beisbol se parece al cine[1], Norberto Codina, porque me parece idóneo para evaluar toda la pasión que el lector puede encontrar en sus páginas sobre ese juego-deporte que es el beisbol.
El título está muy bien pensado, porque ya nos está proponiendo que consideremos los puntos concomitantes de un arte y un deporte marcados ambos por su carácter de espectáculo y la pasión que provoca en sus fieles seguidores, nombrados por Jorge Luis Borges (citado por Codina) como «incorregibles», epíteto útil —según el poeta argentino— tanto para los amantes del fútbol como de la pelota. Calificativo que me atrevo extender a los cinéfilos. Incluso me atrevería a más y aseguraría que si existen cinéfilos, también podemos hablar de «beisbófilos». Para Codina funcionan ambos perfectamente.
Pues bien, el libro se aprovecha de esa debilidad humana que es la pasión, para discursar sobre el juego de las bolas y los strikes, y he aquí su primer encanto: es un ensayo sobre ese deporte como componente imprescindible de nuestra cultura, conformador de nuestra identidad; pero no vista esta última hacia dentro de nuestras fronteras, sino como componente imprescindible de las que integran nuestra América, y va más allá, porque ratifica (aunque a menudo se silencia) el fuerte vínculo cultural con Estados Unidos.
Y aquí me detengo a apuntar que —gústenos o no— tanto el beisbol como el cine fueron productos importados desde países imperialistas. El séptimo arte, desde Europa, específicamente, Francia. El juego-deporte, desde «el norte revuelto y brutal», cuya cinematografía —por cierto— desplazó a Francia y otros países europeos de nuestras pantallas en las primeras décadas del siglo XX y nos modeló fácilmente el gusto a sus maneras de contar.
Cuando el beisbol se parece al cine discurre sin distinciones nacionalistas ni chovinistas. Codina da al César lo que le pertenece, pero también reparte panes, peces y hasta pescozones entre figuras mitológicas de la pelota de cualquier país, con especial atención en el bigshow norteamericano, sin olvidar sus dos patrias: Venezuela, donde nació, y Cuba, que lo ha tenido aquí hasta el día de hoy.
El cine, en este libro, no es tema primordial, su tratamiento «se desliza en cada base». El autor no lo emplea para legitimar el valor cultural del juego-deporte, sino desde su utilidad como testimoniante documental o ficcionado de su transcurrir histórico, ya sea recordando eventos específicos o como recreación de sus figuras descollantes. Pero debo escribir que son pocas las cintas que abordan o incluyen el beisbol en sus argumentos que no son citadas en estas páginas, lo cual ratifica a Norberto Codina como un «beisbófilo» y cinéfilo. A esta compilación, es decir, a la presencia del beisbol como argumento en el cinematógrafo, e incluso en seriales de televisión, dedica una buena parte del último capítulo.
No obstante, en el primer capítulo establece imponderables similitudes entre la pelota como deporte y el cinematógrafo, extensibles a la literatura, centrado en tres aspectos: la ley de las probabilidades en el manejo de los enigmas y su desarrollo imprevisto; su carácter de espectáculo generador de un producto muy entretenido o muy aburrido, condición aplicable, de igual forma, a un juego, un filme o un libro; y la imposibilidad de controlar el tiempo en un partido de beisbol, lo cual lo asemeja con un buen cuento y en el audiovisual con las tendencias actuales de las franquicias interminables o los seriales y sus más o menos expectantes temporadas.
Sobre esos vasos comunicantes establecidos por Codina entre el deporte de su devoción y el séptimo arte, recuerdo que en 2015 Francis Ford Coppola visitó Cuba, o para ser más específico, la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) en San Antonio de los Baños. Allí afirmó que estaba explorando una nueva forma de narración en sus obras, la cual denominó live cinema, basada en su convencimiento de que el único espectáculo no encasillado todavía, no predecible en su desarrollo, era el deporte en cualquiera de sus manifestaciones, pues nunca se sabía qué iba a ocurrir en el minuto siguiente, a pesar de ser uno de los más mediatizados en la actualidad[2].
Con un sentido narrativo similar, lleno de sorpresas, transcurren las páginas de Cuando el beisbol se parece al cine. Dentro de ellas, Codina demuestra que es un pelotero ambidiestro en esto de contar la historia del beisbol y sus protagonistas, ya que —de pronto— se para ante home a la derecha y nos ofrece su enjundioso conocimiento sobre todo lo acontecido en su historia, apoyado en una excelente bibliografía. De pronto, se nos vira a la zurda, y nos deleita con las más increíbles anécdotas, en las que vincula a grandes personalidades del arte, la ciencia e incluso la política con este entretenimiento-pasión de multitudes, comprendido su uso —en más de una ocasión— como herramienta diplomática.
A lo anterior agréguese, como «toques de bola bien colocados», el tono autobiográfico constantemente presente en su relato. Unas veces recreando su propia experiencia como fanático, otras, vinculado a muchas de las personalidades de la literatura y la cultura cubana y extranjera con las que ha podido compartir o diferir en esta pasión.
Tuve que llegar al capítulo quinto para comprender por qué no podía hallar un hilo conductor en cada división propuesta por Codina para su texto. Allí, en el segundo párrafo inicial, confiesa, y cito en extenso:
«… reclamo la necesidad del estudio sobre el enlace del deporte nacional, que no es el dominó, ni la bulla, ni la santería (aunque se asocie con los tres), con la cultura y la condición de cubano. Algo que mucho antes comentaron, entre otros, Víctor Muñoz y Eladio Secades. Por aquello que sabiamente dijo un para mí desconocido Lawrence Ritter: “La cosa más fuerte que posee el beisbol de hoy son sus ayeres”, hechos que solo sobreviven porque alguien como uno es capaz de redimirlos y restituirles su mañana. Se trata de un universo de récords, atletas, juegos, lances, encuentros y desencuentros engarzados como un tejido de una red densa a lo largo de vidas de empecinada y sostenida memoria en ese espacio infinito, pero a su vez dramáticamente perecedero, que llamamos recuerdos»[3].
Ese recordar constante que, en alguna que otra parte del texto, él mismo llama «divagaciones»[4], es lo que se oculta y —al mismo tiempo— aparece en los capítulos solo distinguidos por números romanos. Una estructura que el propio autor confesó que debía funcionar como un homenaje a Rayuela (Julio Cortázar, 1963), es decir, un corpus literario abordable desde cualquiera de sus partes integrantes.
Por lo tanto, Cuando el beisbol se parece al cine es un acto de fe de un hombre en cuya vida como poeta y revistero (por décadas, al frente de La Gaceta de Cuba) ha mantenido y cultivado su amor, su conocimiento acerca de este juego-deporte que forma parte de la cultura cubana y de nuestra identidad como pueblo, demostrado en sus páginas en casi todas las manifestaciones artísticas, y por lo cual merece —como reclamo del autor unido a un coro de «incorregibles»— que fuera declarado como patrimonio cultural intangible de la nación, hecho ocurrido en octubre de 2021 en uno de los lugares sagrados para los fanáticos de la pelota: el estadio Palmar de Junco.
[1] «Mi pasión por el juego de los hits y los outs —la pelota vivida hasta el júbilo y la angustia— hizo que titulara un poema dedicado a Rimbaud en su centenario, “Gracias, señor, por el beisbol”, y que hace treinta años, cual una verdad religiosa, bautizara con el título “El beisbol, o el centro del universo”, el prólogo que escribí para El beisbol en los 60. El alma en el terreno…». (Norberto Codina: Cuando el beisbol se parece al cine, Ediciones ICAIC, La Habana, 2019, p. 201.
[2] Pedro Noa Romero: «Coppola en la EICTV y su ensayo de cine en vivo». Revista Cine Cubano, nro. 197, julio-diciembre de 2015, pp. 59-63.
[3] Norberto Codina: Cuando el beisbol se parece al cine, Ediciones ICAIC, La Habana, 2019, p. 201.
[4] «Una divagación más, de las varias que “sufre” este libro». (Norberto Codina: Cuando el beisbol se parece al cine, Ediciones ICAIC, La Habana, 2019, p. 165).