Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques.
Todo lo demás son relaciones públicas.
George Orwell
Cuando se descubrió que la información era un negocio,
la verdad dejó de ser importante.
Ryszard Kapuściński
Un siglo entre la épica y la felonía
Hubo una vez en que el periodismo destronó a un presidente en el país más rico y poderoso del planeta, y por eso no hay suceso más sonado que el caso Watergate, ni imagen sobre periodistas que acuda más rápido a la cabeza que la del carismático dúo de Dustin Hoffman y Robert Redford en los roles de Carl Bernstein y Bob Woodward, respectivamente, los reporteros del Washington Post que resolvieron un misterioso robo en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata y, con la ayuda de Garganta Profunda (un informante anónimo), sacaron a la luz las fraudulentas acciones de Richard Nixon para asegurarse la reelección.
Todos los hombres del presidente (1976), la película de Alan J. Pakula, bebió de las memorias del caso vertidas en un libro para ganar cuatro Óscar y poner por los cielos la reputación de una profesión que, sin embargo, ni en la realidad ni en el cine ha tenido siempre la misma dimensión épica y pulcritud ética.
Para una estudiosa del tema, Pepa Llausás, hay un filme señalado a menudo por sus numerosas excelencias en el arte cinematográfico (estructura narrativa, fotografía, montaje), que además cambió para siempre la visión gloriosa de aquello que Gabriel García Márquez —acaso en un arrebato romántico— llamó «el mejor oficio del mundo». Dejando atrás los apuestos galanes de conducta idílica de Sucedió una noche (Frank Capra, 1934) o Historias de Filadelfia (George Cukor, 1940), llegó El ciudadano Kane en 1941 para romper el velo de la inocencia y hacer más complejas las relaciones entre el llamado cuarto poder y el séptimo arte, en un vaivén de amor-odio que dura hasta la actualidad.
A la cinta de Orson Welles, este dilema le incumbe por partida doble, puesto que, vista de un lado, aborda la investigación concienzuda del periodista Jerry Thompson para desentrañar el significado de Rosebud, la última palabra del magnate muerto. Y desde otro ángulo, con el retrato que este reportero hace emerger a través de las entrevistas a amigos y familiares del ficticio personaje Charles Foster Kane, se desnuda disimuladamente la biografía de William Randolph Hearst, el hombre real que descubrió que to run a newspaper puede volverte rico, poderoso y temido, por la posibilidad de manipular la opinión pública y trastornar la vida económica y política. Las dos caras del periodismo, la que hurga y revela las tramas oscuras de la realidad, y la de intereses espurios que construye verdades convenientes, aparecen en una misma película.
Por esa época, otra cinta, Foreign Correspondant (1940), va a estampar el aprovechamiento de la aureola intrépida de la profesión periodística para nutrir el imaginario del cine, y dará pie a todo un subgénero en donde la figura del periodista es el centro de películas de acción y suspenso. Alfred Hitchcock arrima a su brasa conocida el rol del «corresponsal extranjero» y lo envuelve en un drama de conspiración y espionaje, ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Con el tiempo, también este personaje del enviado especial de las agencias de prensa y grandes medios devendrá arquetipo muy beneficioso para que el cine se asome a los escenarios de conflicto más disímiles, y de paso el periodismo se redima mostrando su utilidad para sensibilizar a los públicos.
Llega 1951 y El gran carnaval de Billy Wilder enseña otra faz ominosa, la del sensacionalismo y el manejo inescrupuloso de las noticias para ampliar las audiencias. Ganadora en el Festival de Venecia y con un Kirk Douglas en su mejor forma para interpretar a un periodista en mal momento, narra las argucias de este para levantar su carrera a costa de un obrero atrapado en una mina y convertir en big show su rescate.
Cuando Truman Capote presumiblemente inventa la non-fiction novel en 1965 con A sangre fría, y dos años después Richard Brooks la adapta para la gran pantalla con notable fidelidad y eficiencia artística, nace otro hito significativo, al propiciarse que la llamada «crónica roja» y su estela de asesinatos verdaderos y mentes criminales pasen a engrosar la lista de temas selectos para la industria del cine.
Con estas cinco películas sirviendo de guía se pueden enmarcar los principales derroteros con los que el cine fue engordando su catálogo a partir del periodismo en las últimas décadas del siglo XX. La ola de concientización social tras la guerra de Vietnam propició biografías de periodistas ejemplares como el legendario John Reed (Rojos, Warren Beatty, 1982) y las historias de corresponsales comprometidos y en ejercicio por los cuatro confines del mundo (El año que vivimos peligrosamente, Peter Weir, 1981; Los gritos del silencio, Roland Joffé, 1984; Salvador, Oliver Stone, 1986).
El temor a los accidentes nucleares arrimó el periodismo al cine de catastrofismo en El síndrome de China (James Bridges, 1979) y el filón comercial del thriller con reporteros en plan de detectives generó El informe Pelícano (Alan J. Pakula, 1993). La capacidad de involucrar a periodistas en el cine de género alcanzó hasta el terror en Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994).
Y aunque la industria cinematográfica estadounidense parezca la más obsesionada con el periodismo, otras filmografías nacionales también han incursionado en la temática con calidad, como lo demuestra la versión cinematográfica de una célebre novela de Antonio Tabucchi, Sostiene Pereira, dirigida por el italiano Roberto Faenza (1995), y Territorio comanche (1997), del español Gerardo Herrero, inspirada en un libro de Arturo Pérez-Reverte.
Con la ruta crítica anterior podemos adentrarnos en el nuevo milenio y apuntar la siguiente lista de títulos, que atiende particularmente a la intención de reflejar la diversidad más que una jerarquía de calidades, y por ello se listan según su orden de aparición.
Siglo XXI: heroínas, asesinos y un soplo de grandeza
1. Harrison’s Flowers (Elie Chouraqui, Francia, 2000)
El desmembramiento de la Yugoslavia socialista y la tragedia de un conflicto civil que atrajo oleadas de periodistas a esa región en la década del noventa inspiró numerosos libros testimoniales. Entre ellos, el de Isabel Ellsen, que el director Elie Chouraqui convirtió en una película respaldada en el Festival Internacional de San Sebastián con el premio a la mejor fotografía.
Además del escalofriante realismo de las escenas bélicas, la historia de la mujer periodista (Andie MacDowell) que corre a los Balcanes para averiguar el destino de su esposo (David Strathairn), un fotógrafo enviado a cubrir el campo de batalla y del que no se tienen noticias, posee el atractivo que rodea desde siempre los relatos de amor en tiempos de guerra. El ambiente de solidaridad entre colegas y las muestras de coraje, en contraste con el horrendo espectáculo bélico, ofrece un mensaje humanista y una visión edificante del oficio.
2. Tinta roja (Francisco Lombardi, Perú-España, 2000)
Como una suerte de Training day (película estadounidense de 2001, de Antoine Fuqua), con una pareja de periodistas en vez de policías, podría describirse esta historia, donde al joven idealista Alfonso (Giovanni Ciccia) le toca hacer las prácticas de recién llegado a un periódico y curtirse en la sección de sucesos policiales al lado de Faúndez, el veterano que va de vuelta, cínico y dispuesto a todo con tal de conseguir la historia truculenta que alimente su columna y atraiga a los lectores.
Sin embargo, a diferencia del corrupto definitivo que encarna Denzel Washington en el filme de Fuqua, todavía quedan restos de humanidad en el fondo afectivo del periodista más experimentado (interpretado por un Gianfranco Brero que levantó los premios de mejor actor en los festivales de La Habana y San Sebastián), y saldrán a flote en la relación pedagógica con el novato.
Con esta adaptación de una novela del chileno Alberto Fuguet, e inspirada en el universo de Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, el director peruano Francisco Lombardi logró continuar en su momento el prolongado ciclo de éxitos que le habían garantizado en las décadas anteriores películas como La ciudad y los perros, La boca del lobo, Sin compasión, Bajo la piel o Pantaleón y las visitadoras.
En el universo de la noticia sobre crímenes, donde una inmersión puede llevar hacia la total desintegración moral, insistirá años después, en 2014, la película de Dan Gilroy, Nightcrawler,brillantemente protagonizada porJake Gyllenhaal.
3. No Man’s Land (Danis Tanović, Bosnia y Herzegovina, 2001)
Arrasó (Óscar y Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa, mejor guion en Cannes, César a la mejor ópera prima, premio del público en San Sebastián), a pesar de la escasa suerte que suelen tener las comedias en los grandes premios y festivales. Pero la carta de triunfo de Danis Tanović fue precisamente esa, apartarse del tono de gravedad presumible para una cinta que abordara el peliagudo asunto de los Balcanes y devolver una historia en clave de aguda sátira.
Dos rivales, el bosnio Čiki y el serbio Nino, quedan atrapados en una trinchera en tierra de nadie, con los bandos enemigos cruzando las balas sobre ellos. En la búsqueda de una solución al problema van a intervenir los cascos azules de las Naciones Unidas y, faltaba más, los periodistas, que harán de este suceso humano, aunque trivial, un «gran carnaval» para el festín mediático del público internacional.
Con un reparto de renombre (Colin Farrell, Paz Vega, Christopher Lee) y amplio presupuesto europeo, el propio Danis Tanović regresó al tema periodístico en Triage (2009), un filme ambientado entre Kurdistán y Dublín, que supuso, sin embargo, un notorio traspiés en la carrera del bosnio.
4. El americano impasible (Phillip Noyce, Estados Unidos, 2002)
Esta cinta no solo demostró que Brendan Fraser puede ofrecer algo más serio que La momia, que Michael Caine es baza segura (recibió por esta actuación nominaciones al Óscar, al Globo de Oro y al BAFTA), que el guionista Christopher Hampton (el de Las amistades peligrosas y Expiación) acierta cuando adapta novelas y que el australiano Phillip Noyce es el rey del altibajo (director de un buen thriller como El coleccionista de huesos y otro tan pésimo como Acosada), sino que finalmente hizo justicia a la obra del inglés Graham Greene, traicionada en la versión anterior de 1958.
En esta historia ambientada en territorio vietnamita durante la ocupación francesa le había birlado Joseph L. Mankiewicz al supuesto agente comercial Alden Pyle su verdadero rol de espía, enviado para frenar «la amenaza roja» que suponía el triunfo de los independentistas locales, centrando su drama en el triángulo amoroso que este conforma con el periodista Thomas Fowler y la bailarina Phuong.
Pero la pretensión injerencista de Pyle es restituida en la trama de 2002 (camuflado de médico en misión humanitaria), donde se deja bien parado al corresponsal británico que frena los macabros planes del estadounidense. Aunque quepa preguntarse siempre si fue un efectivo arranque de conciencia social o todo fue solo por amor.
5. El precio de la verdad (Billy Ray, Estados Unidos, 2003)
Stephen Glass, el hombre que se inventó 27 de los 41 artículos que escribió para The New Republic, confesó sentirse avergonzado cuando se vio con el rostro de Hayden Christensen en la gran pantalla. El fraude tan mayúsculo que lucía increíble había saltado a la luz en 1998 por una investigación de H. G. Bissinger, publicada en Vanity Fair, de donde abrevó el guion de la película de Billy Ray.
La carita inocente del actor vino de maravillas para interpretar a un personaje que logra ocultar unas ansias desmedidas de reconocimiento y ascenso profesional, que le hacen olvidar cualquier recato y las reglas éticas del periodismo. Mientras el filme sigue sus pasos en la construcción de una falsa noticia y las sospechas del jefe que termina «destrozando el vidrio» de su mentira (el título original de la película es Shattered Glass), dura el engaño al equipo de su revista el tiempo suficiente como para poner en entredicho la limpieza de su oficio y la metodología del fact checker de la que tanto se ufanan los medios estadounidenses.
6. El diablo viste de Prada (David Frankel, Estados Unidos, 2006)
En el periodismo no todo es alta política y compromiso social, y se guarda un resquicio para la frivolidad y las emociones mundanas. Se encargó de mostrarlo Woody Allen en Celebrity (1998), una aproximación a la llamada «prensa del corazón»; y también Almost famous (Cameron Crowe, 2000), que sigue a un novel reportero en el trance de acompañar la gira de una banda de rock; antes de que el mundo de las revistas de moda fuera retratado en clave de comedia por el director David Frankel, basándose en las vivencias de Laura Weisberger cuando trabajó para Vogue.
Con la siempre descomunal Meryl Streep siendo capaz de hacernos simpática a la despótica jefa Miranda Priestly; otro monstruo, Stanley Tucci, bordando con gracia al gay arquetípico y mano derecha de la anterior; y una Anne Hathaway mejor que nunca, en el papel de la periodista primeriza y de intereses elevados, que al principio subestima las lentejuelas y termina cogiéndoles el gusto, esta película alcanza a moverse ingeniosamente entre la amabilidad y la sátira para hacernos compadecer al pomposo que todos llevamos dentro.