Entre Cuba y España gira el universo de creación de Vanessa Batista. Ella, habanera de nacimiento, barcelonesa por adopción… y artista por necesidad vital desde niña, vio germinar la semilla del cine lejos del lugar que le inspiró —y aun le inspiran— las imágenes en movimiento. Atlántico de por medio, cargó consigo, sin embargo, el sentimiento de pertenencia y arraigo por esta tierra. Tan así que desde su primer trabajo como cineasta, cada filme bajo su dirección lleva implícita la realidad de la nación caribeña. Siempre regresa…
«Cuando era muy pequeña soñaba con ser bailarina. A los ocho años, mis padres transcribían en la máquina de escribir mis “poemas”. Antes de cumplir los catorce estaba estudiando actuación, y después del preuniversitario entré en Dramaturgia, en el ISA. La certeza de que era el cine el camino que realmente quería transitar llegó en esos años, y se definió aún más cuando ya había llegado a España. Allí fue donde lo estudié», cuenta Batista, quien asume el séptimo arte desde entonces como «una cuestión de amor, de necesidad espiritual e intelectual, un camino de compromiso y paciencia, lleno de grandes recompensas a nivel humano, pero más difícil de lo que la mayoría de la gente cree».
Tu cine inicial se decanta más por el documental que por la ficción… ¿Lo prefieres? ¿Fue complejo acercarte a este tipo de producciones?
El cine documental es complejo y difícil de financiar —y por lo tanto de producir— porque hay muy pocas ventanas de exhibición, pero ciertamente te permite una aproximación a lo que quieres explicar sin tener que contar con un equipo extenso. El predominio del documental en mi obra ha sucedido de manera orgánica, pero no hay preferencia. Levantar una película de ficción es más difícil porque son mucho más caras y por lo tanto el proceso es más largo (llevo cuatro años en una producción de este tipo). Mientras eso llega, lo que no se puede hacer es parar.
¿Cuánto te aportó la formación en la Escuela de Medios Audiovisuales (EMAV) de Barcelona? ¿Qué similitudes y diferencias encuentras con la escuela cubana?
Cuando empecé a estudiar en la EMAV traía conmigo la formación que adquirí en los años que estudié Dramaturgia en el ISA. Esa formación, profunda y teórica, me permitió tener un background que valoré mucho. La enseñanza en la EMAV fue mucho más práctica, y entonces obtuve un balance que para mí fue muy fructífero. No he pasado escuela de cine en Cuba, no puedo hacer comparación, porque no sería justa si no se basa en mi propia experiencia. Cuando entré en el ISA, la FAMCA aún era solo para trabajadores. Mi plan entonces era, al terminar cuarto año, hacer las pruebas para la EICTV de San Antonio. Antes de que eso sucediera, me fui a vivir a España, así que hubo ese punto de giro y la vida cambió.
Ella fue tu primera obra como realizadora, cortometraje con el cual fuiste seleccionada en una veintena de festivales internacionales y por el cual mereciste premios como mejor documental en el 4 Young Values Short Film Festival de Barcelona y mención especial del jurado en el 8 Pasto Internacional Film Festival. ¿Qué recuerdos tienes de aquella experiencia y qué vino después?
Prácticamente desde que terminé de estudiar cine tenía la idea de hacer un documental sobre mujeres artistas emigrantes. Muchas de mis amigas lo eran y me fascinaban las historias que había detrás, sus vidas, la constancia de ir sobrepasando obstáculos, muchos de ellos derivados de una triple condición que era —y sigue siendo, diez años después— compleja para poder crecer. La idea inicial era hacer un largometraje, empecé la investigación y eso me permitió ahondar en ese universo, darme cuenta de que mis luchas eran muy parecidas a las de esas mujeres que quería que fueran mis personajes, y con las cuales aún conservo una relación de amistad.
En ese momento no tenía acceso a la industria y entonces supe del Notodofilmfest, que es un festival de cine online importante, con mucho reconocimiento y muy buenos premios, que admite obras de hasta tres minutos y medio (que fue lo que marcó la duración del cortometraje). Eso me sirvió de objetivo para crear la pieza, con la certeza de que, aunque no ganara, me serviría de teaser para levantar el proyecto. Efectivamente, no ganó nada ahí, pero luego se empezó a distribuir y le fue muy bien en festivales, gané un premio y tuvo varias nominaciones, lo pusieron en Televisión Española y hasta me lo pidieron en una universidad francesa como parte de sus estudios de género. Le tengo mucho cariño a ese trabajo; a menudo pienso que en algún momento haré de ese un largometraje.
Después vino Lula, que es un cortometraje de ficción, hecho en gran parte con micromecenazgo (crowdfunding) y la colaboración de muchos amigos. Es un trabajo más poético que surge de un texto que había escrito cuando estudiaba en el ISA, y que también me dio muchas alegrías en festivales.
Probablemente el documental Los que se quedaron sea el referente por el que la mayor parte del público cubano e incluso internacional te conoce. ¿De dónde te vino el interés por la emigración catalana a Cuba? ¿Cómo asumiste la historia al haber vivido la experiencia a la inversa?
Realmente ese proyecto nació en un balcón de Barcelona, hablando con mi padre, que es periodista de oficio e historiador de formación, y terminó siendo coguionista. El interés vino dado porque Cataluña se había convertido en mi otra casa, y con el nacimiento de mi primer sobrino los vínculos se estrechaban. Nos pusimos a fantasear sobre cómo habría sido esa emigración, y cuando empezamos a investigar se puso cada vez más interesante. Para nada éramos conscientes de todo lo que nos une y de la presencia de esa huella. Pero más allá, la experiencia del emigrante tiene siempre un amplio denominador común, no importa de dónde venga o a dónde vaya, eso es lo universal.
Siempre recalcas la carga emotiva de esta obra, más que la historiográfica, y la licencia de recrear ciertos pasajes…
Efectivamente, aunque hay un rigor histórico en lo que se cuenta, siempre me interesó más conectar con el espectador desde la emoción. La aparición de un archivo fílmico inédito que databa de 1928 y que la familia Carulla nos confió permitió aunar gran parte de esa emigración catalana en un nombre propio, en el único viaje de regreso de Ernesto Carulla a Cataluña. Con el permiso de la familia y teniendo como base la correspondencia que guardaban, me permití escribir esas cartas que son el off de las imágenes de archivo, y que representan, junto a mi propia búsqueda como personaje, la columna vertebral del documental, narrativamente hablando.
274, tu ópera prima de ficción, es uno de tus proyectos más recientes, que ganó financiación en la primera convocatoria del Fondo de Fomento del Cine Cubano. Otra vez la emigración, ahora desde una perspectiva más contemporánea. ¿Crees que tu condición de emigrante ha determinado la temática de tus películas?
Siempre digo que no haré nada más sobre emigración, pero es algo que viene a mí de una manera u otra y he aprendido con el tiempo que si así pasa es por algo. No conozco a nadie que haya emigrado, temporal o definitivamente, al que ese hecho no le haya marcado profundamente. Es inevitable, por mucho que te adaptes, por mucho que te reciban bien o que mantengas vínculos con tu país de origen.
274 es una novela juvenil, por definirla de algún modo, de Andrés Pi Andreu, y fue él quien me propuso convertirla en película, muy sutilmente, enviándomela para que la leyera. Yo lo hice y me encantó, precisamente porque hablaba de la emigración, pero desde un ángulo inexplorado para mí, a través de un adolescente excepcional en muchos sentidos. Escribimos juntos una primera versión del guion en Miami, ciudad que sirve de escenario, junto a los flashback en La Habana, de la novela. Esa primera versión fue la que le mostré a Claudia Olivera, quien se convirtió en la productora del proyecto. Empezamos a trabajar juntas, y el proyecto a crecer, yo estuve trabajando en otra versión que fue la que presentamos al Fondo de Fomento en la categoría de desarrollo, y que fue una muy grata e inesperada sorpresa ganar. Actualmente estamos trabajando en una nueva versión junto a Isidora Marras, guionista y directora chilena, pues estamos cambiando Miami por Santiago de Chile.
¿Qué es lo más te atrae de uno y otro formato?
En realidad me atraen todos los formatos y tengo curiosidad por incursionar en otros que aún no he explorado, como es el videoarte. De la ficción me apasiona el trabajo con los actores, poder construir junto a ellos personajes creíbles, humanos y que sean capaces de explicar cosas y de generar empatía. En la ficción, como ya sabemos, está todo controlado (o debería estarlo), y el reto, después de tener un buen guion, es lograr una puesta en escena que combine todos los elementos y que es el resultado del trabajo en equipo. Del documental lo que me apasiona es que te suceden cosas imprevistas, locas, tienes que estar siempre con la mente abierta, la mirada y el oído atentos. Anticiparse, pero al mismo tiempo tener la paciencia de esperar que la magia suceda. Y otra vez el factor humano, la gente que te permite conocer y que se convierte en amigos, familia, parte de tu vida. Cada formato tiene lo suyo y a mí me fascina todo lo que sea explicar una historia, no importa mucho como.
Además de este tipo de producciones, ¿mantienes otro vínculo con el cine cubano, digamos, con la EICTV, FAMCA?
Sinceramente, el único vínculo que tengo con esas instituciones es que la mayoría de los amigos cubanos del medio audiovisual, y con los cuales tengo la suerte de trabajar, han estudiado ahí. Cuando estoy fuera de Cuba, y la gente se entera de que soy cineasta, todo el mundo presupone que estudié en la escuela de cine de San Antonio, porque es la que más fama internacional tiene. A veces vislumbro cierta decepción cuando aclaro que he estudiado cine en Barcelona y que mi formación en Cuba fue teatral, pero así es. Entonces el vínculo con el cine cubano tiene más que ver con apoyar proyectos de amigos, intentar ayudarlos en la distribución, que es un punto flaco, de muy difícil acceso desde Cuba.
También del Fondo de Fomento recibiste financiación para el documental Calle Cuba entre Sol y Amargura. Una película sobre cuatro generaciones de mujeres que conviven en un barrio de La Habana Vieja. ¿Qué te motivó a adentrarte en el universo femenino? ¿Cuán difícil resulta contar esta historia?
Actualmente estamos filmando el documental. Hablo en plural, porque este proyecto Calle Cuba entre Sol y Amargura es codirigido con Guillermo Barberá, que es, además de director de fotografía y realizador, mi pareja desde hace muchos años. De hecho, fue el director de fotografía y productor de Los que se quedaron, también lo coeditamos y consideramos que es también «nuestro». Ciertamente, hacemos un buen equipo creativo, nos complementamos muy bien.
Fue inicialmente él quien tuvo la idea de este documental, en un momento en que yo estaba inmersa en otro proyecto que también se centraba en la fortaleza del universo femenino. Cuando él ya había desandado la calle Cuba y encontrado personajes interesantes, me propuso hacerlo juntos y sinceramente el haber aceptado fue una muy buena decisión. Le hablamos del documental a Claudia Olivera (Dsafía Producciones), con quien yo ya estaba trabajando en 274, y más tarde le enseñamos el teaser que habíamos hecho.
A partir de ahí escribimos el proyecto que presentamos a la categoría de producción en la segunda convocatoria del Fondo de Fomento y que ganamos para nuestra inmensa alegría. Pandemia mediante, estuvimos esperando si la situación mundial mejoraba y particularmente en Cuba. Estábamos renuentes en un inicio a filmar en las condiciones de aislamiento social, mascarilla y medidas restrictivas, porque no queríamos que el documental estuviera tan enmarcado en esta época. Pero nos dimos cuenta de que nadie sabe cuándo realmente acabará todo esto.
Por otra parte, la desaparición del CUC, la enorme inflación que sufrimos y el encarecimiento de todo ha provocado que, aunque el Fondo nos otorgó el cien por ciento de lo que pedimos, que era el cincuenta por ciento del presupuesto de la película, el poder adquisitivo de la producción disminuyó casi a una quinta parte. Decidimos emplear entonces el Fondo para el rodaje, esperando encontrar más financiación para los procesos restantes que nos permitan terminar la película. Estamos seguros de que lo lograremos, porque ciertamente los personajes, las historias que cuentan, la fortaleza y la lucha de la mujer cubana en general, y de estas cinco en particular, se lo merecen.
Está siendo un rodaje hermoso, aunque no exento de problemas, imprevistos, bajas temporales por enfermedades y retrasos ocasionados por la COVID y por la situación que vive el país: por adentrarnos en esos universos a los cuales tenemos acceso gracias a la generosidad de esas mujeres, sus familias y vecinos, y sentir que lo que estamos contando tiene un valor inspiracional y de reconocimiento a ellas, pero también porque es como una especie de instantánea antropológica de este momento tan concreto y complejo de la realidad cubana.