El joven cineasta cubano Luis Alejandro Yero fue noticia en los medios luego de sucesivas presentaciones de sus obras en festivales internacionales, como aconteció tras su participación en la sección de Jóvenes Talentos del prestigioso Festival Internacional de Cine de Berlín. Gracias a un revelador manejo de la imagen audiovisual, su documentalística se ha exhibido en más de 35 países, y ha resultado de interés por sus enfoques antropológicos de personas que viven en condiciones de penuria existencial y material. Como permanente recurrencia temática, se aprecia en su obra la capacidad por modelar su tiempo, convulso, inestable, de múltiples confrontaciones. En la actualidad, es profesor y coordinador de la Cátedra de Documentales de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, donde, sin abandonar sus tareas cotidianas, labora en nuevos proyectos que perfilan su poética personal hacia la exploración de la condición humana maltratada por las circunstancias.
Porque, precisamente, sus probabilidades de reconocimiento en el ámbito de los parias descansan en un conjunto de cualidades que bucea en la condición humana desde el novedoso tratamiento ideoestético audiovisual, a partir de límites inadvertidos con sutiles propuestas sociopolíticas. Sus obras esculpen estructuras radiografiadas sobre personas que sobreviven en situaciones adversas con una tenacidad inusual. No son los clásicos personajes de dimensión heroica los que retrata con encomiable economía de medios expresivos, aunque poseen en grado sumo la excepcionalidad de sus vidas cotidianas. Diríase que, al alejarse de la retórica del melodrama, al excluir, digamos, la banda sonora edulcorada, sus historias se avienen más al distanciamiento brechtiano que conmina a la reflexión, aunque también podría pensarse en los influjos de los presupuestos del free cinema inglés al relatar girones de existencia de contorno descarnado.
Graduado de la EICTV en 2018, sus cortometrajes han sido galardonados en una docena de festivales internacionales, entre ellos, Mar del Plata (Argentina), FICUNAM (México) y el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, además de participar en varias de las citas del documental más importantes del mundo, como IDFA (Países Bajos), Ji.hlava (República Checa), Sheffield DocFest (Reino Unido) y Tesalónica (Grecia), o presentarse en centros culturales como el Lincoln Center de Nueva York y en numerosas sedes del Instituto Cervantes alrededor del planeta.
La filmografía de Luis Alejandro Yero, realizada en apenas tres años de labor, ha incorporado a la historia del cine cubano sustanciales obras. Sus inicios comienzan a partir de su tesis de graduación en la escuela de Periodismo, donde presentó el documental Natalia Nikolaevna. La presidenta del tribunal afirmaría en la defensa de la tesis que se estaba en presencia de un documentalista en ciernes con futuro promisorio. Luego filmaría, siendo estudiante de la EICTV, Años de entrega (2017), resultado de su experiencia estudiantil en la Televisión Serrana; Apuntes en la orilla (2018), estremecedora historia de personajes a la deriva; El cementerio se alumbra (2018), exploración de un poblado como si al otro día fuera a desaparecer; y su tesis de graduación, Los viejos heraldos (2018), historia conmovedora de dos ancianos en pleno tránsito del poder político en Cuba. Las cinco propuestas documentales se hilvanan bajo un tema recurrente: la capacidad de adaptación a las circunstancias adversas desde zonas periféricas, tal como pretendo abordar a continuación.
La soledad
Cuando la joven azerbaiyana Natalia Nikolaevna decidió embarcar con su pequeño hijo hacia Cuba en busca del esposo en lo que fuera la ciudad nuclear de Cienfuegos, no previó que llegaba en los momentos en que el gran proyecto de producir energía nuclear estaba en proceso de desmantelamiento. Fueron días inciertos que se agravaron cuando el cubano al que fue a buscar le planteó el divorcio y abandonó el lugar. Quedaba como náufraga, sin futuro previsible, en un territorio desconocido. Ella solo poseía una hermosa voz de soprano, por lo que decidió darse a conocer en la ciudad de Cienfuegos como cantante lírica. Vino la crisis económica y quedó nuevamente desamparada: los médicos le habían dictaminado que padecía de esquizofrenia paranoica. Sin dejarse vencer ante las adversidades, comenzó a atravesar diariamente la bahía que separa la ciudad nuclear de la ciudad de Cienfuegos. Al principio llevaba consigo una pesa portátil y cobraba a aquellas personas que deseaban saber su peso en el parque Central; posteriormente optó por brindarle a los transeúntes piezas operísticas a cambio de algunas monedas de agradecimiento. De modo que el documental Natalia Nikolaevna está dedicado a esta mujer marginada por las circunstancias.
Resalta en la obra la música original de Laurent Beaptiste y la fotografía de Laurentia Genske y Adrián Silvestre, que refuerzan el dramatismo de la historia. Filmada en dos locaciones: la ciudad cienfueguera y la eufemística ciudad nuclear, las tomas exteriores de planos generales en picada a gran altura revelan un conglomerado de edificios, la mayoría corroídos y con apenas personas que se ven minúsculas, como sus propias vidas, que se desplazan por las calles casi desiertas. Y como testigo del tiempo se avizora, apenas perceptible por el lejano horizonte, como una esperanza de vida, la que hubiese sido la protagónica termonuclear productora de energía eléctrica. Tales imágenes contrastan con la toma interior íntima, claustrofóbica, que, al escudriñar en cada rincón del apartamento donde vive la protagonista, se siente su estado de soledad, solo interrumpido transitoriamente por otro personaje que dialoga con ella sin hacer sustanciales tributos al discurso narrativo. Como primera experiencia profesional de Luis Alejandro Yero, Natalia Nikolaevna constituyó un vigoroso ejercicio audiovisual que le permitió a su realizador ir consolidando una estética personal que lo definiría en las posteriores obras por el carácter antropológico y la visión desinhibida de la realidad cubana.
El sacrificio
José, un jubilado sesentón, lleva una rutina como cuidador de su madre con demencia senil. Las montañas del oriente cubano donde vive apenas se perciben como lejanos paisajes a través de las ventanas de su endeble bohío. Sin posibilidades de alejarse del hogar, José ya evidencia un prolongado cansancio, a veces interrumpido, cuando, sentado a la entrada de su hogar, contempla las matas de cafeto sembradas en el patio. Este corto documental, Años de entrega, estremece por la historia que narra. La vida familiar de la madre y su hijo, que lucha por mantenerla viva, es escudriñada por la cámara, en planos cerrados. Son días de una heroicidad sin límites, movida por el amor filial y la compasión.
Resalta en este corto la tragedia de quienes sobreviven a las carencias humanas y materiales del exterior. Como contrapunto, irrumpen dentro de la casa los mensajes televisivos del principal conductor de la Mesa Redonda, quien hace referencia a los ímpetus de la juventud cubana, creando un sutil contraste de juventud-vejez. Parecería un manejo irónico de la escena si no fuera por el grado de imprevisión con que ambos personajes reciben las imágenes audiovisuales de la pequeña pantalla.
Aunque Días de entrega no ha tenido igual repercusión que sus posteriores cortos, estimo que el modo de contar la historia posee un revelador grado de perfección visual mediante el leitmotiv de la compasión humana. Con un sostenido poder de síntesis, la trama se concentra en la capacidad de sacrificio de un hijo. Ese poder evocador se refuerza con una edición impecable, al seleccionar los planos necesarios a escala mínima. Las tomas en semipenumbra refuerzan los valores semánticos de quien desea subrayar las tenebrosas penurias de dos personajes desvalidos. El inicio resulta elocuente: una cortina que se balancea suavemente recibe la luz exterior en sordina, que abruptamente da paso a la anciana que yace en el lecho solicitando ayuda. En primer plano, la silla de ruedas se recorta con protagonismo para anunciar el tema de la invalidez. Y es que los objetos que rodean a los dos personajes poseen atributos sígnicos, como el par de botas solitarias abandonadas en un rincón recuerdan a las pintadas por Vincent van Gogh, muestra de su agobiada existencia. El relato pudo enrumbar hacia el tono melodramático, pero su autor prefirió neutralizarlo con escasos parlamentos y una cámara incisiva en permanente silencio expositivo, que registra con objetividad descarnada el acontecer cotidiano del hijo y la madre vulnerable.
Los excluidos
Tres alcohólicos inmigrantes orientales radicados en predios habaneros diluyen sus vidas al lado de un río donde habitan en total indigencia. Allí cantan y discuten de política bajo los efectos etílicos. El rechazo y la exclusión han convertido su mutua compañía en un último refugio. Esta nueva microhistoria presentada por el cineasta bajo el nombre de Apuntes en la orilla bucea de nuevo en la condición humana de quienes viven al margen de la sociedad. Son parias sin futuro que sobreviven el presente sin poseer conciencia de sus actos. Cada uno de ellos transita por la desesperanza y el accionar diario que les permita un día más de existencia.
El documental comienza con un primer plano de pies y rostros adormilados entremezclados, anunciador de una historia de vivencias maldecidas por las circunstancias. Pareciera como si la cámara se adentrara en la intimidad de quienes sucumben ante el caos de su precario existir. Tal prolegómeno visual subraya los rasgos psicológicos disolutos de quienes transitan por un hacer cotidiano sin grandes sobresaltos, pero sin dejar de registrar su permanencia en el reino de este mundo. No son héroes, aunque la proeza de cada uno de ellos radica en el aliento de continuar viviendo en condiciones de total desarraigo. Cuando entonan canciones no dejan de mencionar su lugar de origen, en la lejana provincia oriental, que posiblemente tuvieron que abandonar en busca de nuevas perspectivas de vida. Apenas leen, y al hacerlo, se sorprenden con las nuevas propuestas que dimanan del líder de la revolución.
Apuntes en la orilla, como lo indica su nombre, es apenas un esbozo audiovisual que registra el drama de personajes sin historia. Con un mínimo de recursos expresivos, el realizador ha armado una historia patética que conmueve por la veracidad con que se abordan los pequeños conflictos humanos que suceden a diario. Dos de ellos, hermanos, Isbel (Lento) e Ismel (Buti), ya fallecido —por lo que el cineasta no pudo darle continuidad a la historia con otro documental, como deseaba— se enfrentan entre sí por la búsqueda informal de sustento económico. No existe otra posibilidad, están condenados por una sociedad que los margina y les exige mejor conducta ciudadana.
El desamparo
El cementerio se alumbra es el cuarto documental del realizador. Expone una noche de encuentro inusual entre habitantes de un poblado envuelto en el misterio y el desamparo. Esta vez la calidoscópica narración se afinca en la bruma nocturna, creando una atmósfera de extrañeza y suspense que recuerda los lejanos ecos del estilo del cineasta ruso Andréi Tarkovski, con determinados guiños hacia el cine del mexicano Carlos Reygadas. Como obra coral, la cámara se desliza por diversos espacios, registrando el acontecer nocturnal de diversos personajes sometidos a un tempo lento que desemboca en un enloquecedor baile colectivo. Refuerza la trama la cuidadosa banda sonora de Daniela Fung Macchi y Bianca Martins.
Mucho le debe al filme la fotografía de sobrios colores de Natalia Medina Leiva, quien ha logrado diseñar la atmósfera necesaria para construir una historia sumergida en la noche. Con precisión, la cámara registra el pulso del acontecer utilizando estrategias comunicativas que derivan en el extrañamiento de las acciones, con ayuda de la banda sonora, que contribuye a experimentar diversas sensaciones que oscilan entre la sobrevida y la muerte. La escena concluyente del baile desenfrenado anuncia el fin de un proceso que ha venido modelándose paulatinamente: el misterio del vigor colectivo ante la muerte inminente. Las décimas del anciano, al final de la historia, así lo atestiguan cuando anuncia que el cementerio se alumbra.
El tiempo
Con Los viejos heraldos, su quinto documental, Luis Alejandro Yero quizás haya cerrado un ciclo de búsquedas y tanteos destinados a revelar aspectos de la condición humana de quienes han llevado una vida invisible para la sociedad acostumbrada a los grandes sucesos y heroicidades colectivas. Esta vez la historia descansa en dos ancianos, Esperanza y Tata, quienes viven en la penuria cotidiana sin doblegarse ante las adversas circunstancias, dejando la vida pasar sin asombros ni lamentos. Son observadores existenciales que tienen la posibilidad de juzgar, con el accionar cotidiano, el tiempo que les tocó vivir.
Esta vez nos encontramos de nuevo con una fotografía enaltecedora, gracias a la pericia de Natalia Medina Leiva. Aquí se explaya con el uso de las tomas en blanco y negro de alta sensibilidad, lo cual permite la atmósfera de intemporalidad, la perfecta combinación de los primeros planos de los ancianos que observan los acontecimientos a través del viejo televisor. Toda una vida de laboreo sin tregua, haciendo carbón, destrenzando la existencia misma sin los sobresaltos del cambio social que se anuncia. Y en el interior del hogar, como testigos del tiempo, se aprecia la exacerbada acumulación barroca de objetos que ubican a ambos ancianos lejos del buen vivir y el lujo.
Ante todo, resalta en Los viejos heraldos la capacidad de sugerencias sobre el cambio de gubernatura y los efectos que puedan surgir dentro de la sociedad, anclada en décadas de conducción política exacerbada por el liderazgo. Se trata entonces de interrogantes que solo el tiempo irá despejando en la medida en que se desarrollen los acontecimientos por venir. Hay una visión elocuente manifestada por una sociedad posiblemente fracturada por la diferencia más que por la igualdad civilizatoria. En esa dirección habría que preguntarse si el cineasta mantiene su poética desde una postura de captar la realidad desde la existencia humana al esculpir en tiempos de beligerancias historias de personajes que se niegan a ser vencidos. Me viene a la memoria entonces las reflexiones del gran cineasta Tarkosvki vertidas en su ensayo Esculpir el tiempo, quien afirma que «el director de cine es como un escultor, que en lugar de arrancar trozos de materia a un pedazo de roca o de madera o de metal, arranca o corta o deshecha trozos de tiempo».