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Soy un hombre que duda

Jorge Luis SánchezPorJorge Luis Sánchez
abril 23, 2021
En Columnas, Digitalmente revueltos
Tiempo de Lectura: 4 minutos
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Julio García Espinosa
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Andaba yo saliendo de la adolescencia cuando en 1980 compré un pequeño gran libro llamado Por un cine imperfecto. Extrañamente me fascinó, aunque no lo entendiera en su totalidad, porque sus conceptos eran imágenes para mí, como la de una agónica respiración que tiene que provocar algo demoliendo falsos muros aceptados como verdades. Estoy seguro de que, en medio de mis afanes aficionados, fue el libro que éticamente marcó mi aspiración de hacer cine en el lugar donde el autor trabajaba: el ICAIC.

Pasados los años, heme aquí hablando de un Julio al que recomiendo pensar, y no llorar, porque el valor de su inteligencia es una inmensa columna de la cultura cubana, la artística incluida. Hablo de un Julio incisivo, siempre contemporáneo, capaz de rasgar velos aparentemente inmutables para devolver verdades como estas:

«Mostrar un proceso no es precisamente analizarlo. Analizar, en el sentido tradicional de la palabra, implica siempre un juicio previo, cerrado. Analizar un problema es mostrar el problema. Analizar es bloquear de antemano las posibilidades de análisis del interlocutor. Mostrar el proceso de un problema es someterlo a juicio sin emitir el fallo.

»En general, el cine se esfuerza siempre —el comercial con menos pudor— en reflejar la vida como momento excepcional. Este es uno de sus grandes y poderosos incentivos. Pero no hay que echarle la culpa al cine. El cine lo único que hace es ratificar un concepto, una actitud que existe ya en la realidad».

De manera que entre nosotros habitó un ángel que, como nadie, vio lejos, y a profundidad, la problemática del cine, el nuestro en primer lugar. No se podría entender la grandeza de Alfredo Guevara sin la de Julio. Tan diferentes y tan complementarios. Tan unidos y tan diversos.

La cuota de gracia que sobrevive en el ICAIC, construida también por el grupo que hace El Mégano, Titón, su amigo entrañable, en primer orden, Julio ayudó a diseñarla trabajando en una zona sensible e ingrata como es la formación del recurso más preciado de una industria de cine: los cineastas, particularmente los directores. Sobre ellos ejerció como autoridad artística, liderazgo que hoy echamos de menos. Por eso su nombre está presente, además de en sus películas, en Lucía, La primera carga al machete, Ustedes tienen la palabra, Nosotros, la música, entre otras.

¿Ha muerto un sabio? Sí. Lo puedo demostrar con el siguiente recuerdo. Luego de debatir varias películas entre cineastas le oí arremeter contra el sentido común como procedimiento opuesto a la búsqueda de la verdad en la creación cinematográfica. No fue entendido, más bien, ignorado. Era artísticamente suicida asumir la inconformidad de alguien que quería provocar atajos nuevos de participación en el espectador, destruyendo la dramaturgia tradicional. Coherente fue este cineasta cuando escribió que «El riesgo es la incomprensión y la soledad, pero que lo asumía, aunque no le gusten ni la una ni la otra». O que «La búsqueda es descubrir lo que existe en lo que todavía no existe».

Hoy, reconociéndonos en un nuevo escenario, el de la sutil guerra de símbolos, hay que ir a Julio, pues nadie como él entendió que plenitud y revolución pasan por la descolonización de las pantallas para liberar al espectador cautivo de la tontería audiovisual. En tiempos digitalmente revueltos hay que volver a su pensamiento sobre el concepto de cine popular:

«El arte popular no tiene nada que ver con el llamado “arte de masas”. El arte popular necesita, y por lo tanto tiende a desarrollar, el gusto personal, individual, del pueblo. El arte de masas o para las masas, por el contrario, necesita que el pueblo no tenga gusto.

»Un cine para el pueblo no es aquel que solo devuelve la propia imagen, sino aquel que, sobre todo, ofrece la posibilidad de superarla.

»Creo que estamos cada vez más viviendo en un mundo que trata de ofertar belleza al precio de silenciar la verdad.

»No acepto que se nos imponga el lenguaje alcanzado por los norteamericanos —la dictadura estética norteamericana, como lo llamara Godard— como un lenguaje que ha alcanzado la perfección y a partir del cual solo nos cabe imitarlo».

Por mi parte me faltó decirte, Julio, ahora que nada puede hacerte regresar que no sea disfrutarte en pantalla y leerte en tus libros: este escrito tiene dos finales a propósito, como si fuera un guion convertido en película y tú estuvieras sentado ahí, en el cuarto de edición. Lo más probable es que me tentaras a experimentar, pero no estoy seguro de por cuál de los dos te irías.

Primer final: Nuestro cine, tu cine, al que tanta bomba y energías le pusiste, siempre sacúdelo con esta idea estremecedora por atrevida, lapidaria y absoluta, punto de partida al fin, aunque no esté de acuerdo con ella al cien por ciento:«Hoy en día, un cine perfecto —técnica y artísticamente logrado— es casi siempre un cine reaccionario».

Segundo final: No hay consuelo, Julio querido. Lo sabe tu viuda, tus hijos, tus hermanos y tus otros afectos más íntimos. La muerte es un hecho doloroso, pero irrefutable. Entonces, no voy a repetir la beata y socorrida frase de que no te has ido y que seguirás viviendo en nuestros corazones, precisamente porque dijiste: «Soy un hombre que duda, por tanto, no me es fácil alcanzar la paz».

Palabras leídas en el acto por el fallecimiento de Julio García Espinosa.

Etiquetas: Cine CubanoICAICJulio García EspinosaPor un cine imperfecto
Jorge Luis Sánchez

Jorge Luis Sánchez

Cineasta y ensayista cubano. Reconocido por su vasta obra documental, su vínculo como subdirector artístico del Noticiero ICAIC Latinoamericano y por su trabajo en la Muestra de Joven del ICAIC, que presidió durante ocho años. Dirigió los largometrajes de ficción «El Benny«, Irremediablemente juntos», «Cuba Libre« y «Buscando a Casal».

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