Un día de diciembre, Luciano Castillo me preguntó qué cosa es para mí el cine. Con cara de incertidumbre, probablemente le habré dicho, «¿Qué es para mí el cine? ¡Pal’ carajo!». Me aclaró que debía responder su pregunta por escrito, en forma superbreve, como esos horribles logline que suelen pedir los concursos de guiones.
No sé si es un hijo o un padre, pero el cine para mí es un hecho de raíz sagrada. Tal vez ha mutado y lo que empezó como padre puede que ya sea un hijo, porque eso de reinventar la realidad, de representarla en los tres tiempos, aunque me incline más por el pasado, es un absoluto de fascinación.
Imaginar conflictos, escribirlos hasta sentirlos, moviéndolos en tu cabeza, en ese espacio cerebral donde nadie puede asomarse ni entrometerse (de ahí la libertad del guionista), debe ser un asunto enigmático para quien no escriba guiones. Hay más; porque no sabes cuándo lograrás filmarlos, tienes que acaparar paciencia y guardarlos dentro de una neurona que estará en vigilia indestructible hasta el día en que el guion, aparentemente, muera en la pantalla, que es donde alcanza su libertad.
De acuerdo al párrafo anterior hacer cine, vivir del cine, sencillamente, es vivir en agonía, porque ya nunca dejarás de trabajar, porque en todo lo que observas, probablemente verás una película, que cuando eres jovencito crees que la vas a filmar, pero cuando caminas varios kilómetros sobre los años de la existencia descubres que hay historias que no filmarás jamás, porque ya no piensas como cuando las escribiste. Envejeciste tú, o envejecieron ellas.
El cine es un tipo de crueldad de eterno aprendizaje, genéticamente diseñado para que, a la vez que te introduces en él, quedes a merced de tu individual soledad, que puede ser un faro sin luces en una playa nocturna, de nudismo.
Entonces es cuando crees que el cine es una inseguridad bajo el aspecto de una piedra enorme en el camino del cineasta, que se interpone para probarte a ti mismo que puedes moverla con la imaginación, o triturarla para convertirla en pasto de las historias que querrás filmar. Su misma esencia colectiva, la de la creación cinematográfica, no va con la aspiración de que tú solo vas a mover o derribar la enorme piedra, porque las responsabilidades fueron tan bien diseñadas que la función del guionista necesita la del director y este, la del fotógrafo y el otro, del editor, y así. Por tanto, o con inteligencia dominas la piedra, o te sales del camino. Muchos se han salido y ya no quieren regresar, aprendieron a vivir sin la creación de filmes, en una alcaldía europea, en una agencia de turismo o en un matrimonio con una marquesa que gusta de viajar en yates privados por ahí. Nunca he dejado de preguntarme cómo se puede vivir sin la agonía de hacer cine.
Terminar tu primera película no es un mérito, sino que hagas la segunda y que te quede mejor, lo que es un misterio, porque casi siempre la segunda no va a generar las mismas expectativas de la primera. Prepárate, porque te comparan y estéticamente te van a lapidar. Entonces el cine es un tipo de crueldad de eterno aprendizaje, genéticamente diseñado para que, a la vez que te introduces en él, quedes a merced de tu individual soledad, que puede ser un faro sin luces en una playa nocturna, de nudismo.
Esa u otra imagen te dirá que todavía tienes algo que decir, por lo que te lanzas a comerte concursos, festivales, o a enamorar productores y sacar ese otro proyecto donde todos ven la oscuridad, pero no el faro ni el nudismo del alma. Insistes, porque en la acera de enfrente todavía no crees haber visto a la decadencia artística mandarte saludos.
No me imagino el cine sin la sorpresa. Estás filmando una escena que escribiste y no dejas de asombrarte cuando años atrás, muchos años, esa idea la concebiste, esos diálogos los escuchaste y hasta los nombres de los personajes tú bien sabes de dónde los copiaste. Pero en el presente tienes frente a ti a un par de esforzados actores diciendo y actuando. ¿Sabrán esos actores de la recóndita realidad de donde sacaste y reinventaste esa situación dramática? Nunca. Aunque la viste a los diez años en casa, o la sentiste en un poscoito, o la resumió la discordia con el policía que te ha puesto una multa que crees indebida.
¿Qué cosa es el cine? ¿Caminar por una alfombra roja y posar para cámaras cuando te invitaron a un festival clase A, o en festivales menores, donde no hay alfombras, pero se te acercan gentes de otras idiosincrasias a decodificar tu película y te suben tanto la estima; les ha dicho tanto tu historia, que llegas a preguntarte si de verdad vieron la película que hiciste?
Mientras no se toque ni se huela, el cine no es más que puro artificio que le encandila los ojos a quien esté dispuesto a mirarlo. A menos que sientas lo que los productores dicen, que si a los diez minutos de estar sentado viendo la película te duele el culo, es que la película es una porquería. Entonces, como ningún director siente tales dolores con su propia película, acaso su hijo o su padre, sufrirá cuando los espectadores se levantan a orinar, o a irse de la sala, presumes, que por los mismos dolores que los productores, y hasta cuentas los espectadores para ver la proporción entre los que resisten y los que se quedan. No bastan tales sufrimientos para hacer cine; súmale la calidad de la proyección, con ese fuera de foco que no planeaste o el sonido con demasiado grave. Hasta que un día lees que quienes mueren primero entre los cineastas son los directores, y después los productores.
En el viaje para definir qué cosa es el cine falta el recuerdo de alguien que en nombre de la inteligencia humana se erige en fiscal de tu obra y dictamina con frases ininteligibles que tu película nunca debió hacerse, que eres un epígono de tal tendencia abominable, que eres aquí, que eres allá. Por suerte aprendiste de otros directores que se hace mejor cine mientras más se ignoren a tales interventores de la estética.
¿Cuántas cositas pide Luciano a través de una pregunta aparentemente cándida? Él no sabe que te has pasado semanas rumiando una respuesta contundente, capaz de sintetizar emociones y que hable por ti, de tu capacidad de ser un cineasta original a estas alturas donde todo está inventado, pero todo dispuesto para ser inventado.
Uno: El cine es para mí el mar, y un joven que lo lanza dentro de una botella con esta modesta nota: «¿Quepo ahí?».
Dos: El cine es para mí el mar, y un joven que lo lanza dentro de una botella con esta desmesurada nota: «¿Quepo ahí?».
Luego de revolverme en la nieve, magramente pude construir una idea con dos palabras contrapuestas; «desmesurada» versus «modesta». Ya no recuerdo cuál le envié, porque ante tan extraña pregunta no me preocupé por saber dónde y cuándo se publicó mi respuesta.
Quince años después prefiero la desmesura, porque implica pasión, combustible, que en definitiva es el mejor estado de ánimo que necesito para creer que todavía puedo seguir haciendo cine.
Excelente!!!!
Por eso se merece la nominación al Oscar por su película Buscando a Casals, Dios lo permita!!!
Muy buena la reflexión porque te invita a continuar con la tuya…