La producción cinematográfica, y audiovisual en general, ha transitado en Cuba por varias etapas a través de las últimas tres décadas. El período trascurrido permite mirar atrás y hacer un recuento de la dialéctica que ha ido empujando esa evolución a la par de las transformaciones que ha ido viviendo el país, su desenvolvimiento económico y sus relaciones sociales.
El sector audiovisual, de entre todas las artes, probablemente sea el que más haya cambiado su escenario de trabajo en los últimos años, y dentro de este, el rol del productor se ha expandido en proporciones vertiginosas en los últimos años.
Para comprender esta expansión, lo primero es tener claro que no se parte de cero. Venimos de una tradición muy sólida de producción cinematográfica, realizada por el ICAIC y otras entidades productoras. Para no intentar abarcar etapas que necesitarían una mirada de mayor profundidad historiográfica, es preferible partir de la década del ochenta, lo que nos permite también mantenernos dentro del rango histórico que influye directamente en la formación de los principales realizadores del audiovisual cubano de hoy.
Los ochenta: Un cine tecnológicamente dominado por el celuloide, con alguna utilización del video —especialmente para cortometrajes y documentales—, con una fuerte identidad industrial e institucional, principalmente del ICAIC, en las que el productor y el equipo de realización en general pertenecen a plantillas fijas y de trabajo continuo, con producciones de financiamiento totalmente estatal, y uso de stocks tecnológicos y de operación logística pertenecientes a la institución: vehículos, cámaras, almacenes de iluminación, de ambientación y escenografía. El productor es por excelencia un administrador de esas fuerzas productivas pertenecientes al sistema estatal de producción cultural.
Los noventa: El período especial golpeó a la modesta industria cinematográfica cubana tanto como al resto del país, pero esta no dejó de hacer películas, que comenzaron a convivir con coproducciones realizadas con diversos países, principalmente España. Junto a las coproducciones llega la prestación de servicios, una manera de aprovechar las capacidades técnicas y profesionales creadas durante las décadas anteriores. Cuba ofrece un escenario conveniente para producciones cuya trama se desarrolla en playas, ciudades coloniales, ambientes tropicales, rápidamente descubiertos por productores franceses, italianos, ingleses, canadienses y más tarde rusos. A diferencia de otros países de Centroamérica y el Caribe, Cuba podía ofrecer además las capacidades de un sector profesional con experiencia que incluía luminotécnicos, directores de arte, ambientadores, escenógrafos, asistentes de dirección, productores de campo, diseñadores de vestuario, maquillistas o especialistas en efectos especiales y pirotecnia. El poder adquisitivo del dólar, que comenzó a circular en la economía nacional, como dualidad monetaria junto al peso cubano, favorecía la adquisición de fuerza de trabajo nacional calificada. Se comienza a tener una visión más empresarial de la producción desde las instituciones. Se eliminan las plantillas, y los equipos de rodaje comienzan a trabajar por contrato.
Los 2000: Con la digitalización se inicia un proceso acelerado de acceso a la tecnología. Las cámaras de video comienzan a dar una calidad de imagen cada vez mayor, con el uso desde de soportes en cinta como los casetes Mini-DV hasta la grabación en tarjetas de memoria. Lo mismo ocurre con los dispositivos de grabación de sonido, mientras softwares de edición sustituyen a las moviolas o las costosas máquinas de edición lineal en video, y cada vez más personas logran instalarlos en su casa al poseer computadoras con prestaciones suficientes. La producción de cine se hace más íntima, personal, doméstica, y puede ser asumida por grupos de trabajo más pequeños. Surge el concepto de realizador independiente, respecto a las formas industriales e institucionales del ICAIC y el ICRT. Esto permite el aumento de la producción de videoclips musicales, generando un microsector industrial que por su dinámica de producción creó un mercado propio e influyó en el resto del sector audiovisual, tanto en lo estético como en la mentalidad productiva.
De 2009 a 2019: Para este momento ya podía observarse una mixtura en las fórmulas de producción, en la cual un largometraje de ficción era gerenciado por el ICAIC, pero financiado por RTV Comercial —una empresa estatal principalmente televisiva—, para el que se contrataba personal freelance, se usaba el transporte combinado de autos y camiones del ICAIC con vehículos privados,se rentaba equipamiento y utilizaban los servicios de estudios de posproducción igualmente privados, aunque sin reconocimiento, más allá de la posibilidad de contratación personal, y se consumía el catering de un restaurante con licencia de trabajador por cuenta propia. Esta etapa se caracteriza principalmente por los intensos debates en torno a la necesidad de una legalidad para el cine realizado de forma independiente, que para entonces se había expandido de manera considerable, incluyendo capacidades de servicios a productoras extranjeras y a entidades nacionales. La fórmula hasta entonces utilizada de las agencias de representación, iniciada en los primeros años de los 2000, ya era insuficiente, y se imponía la necesidad de buscar soluciones a aspectos como la importación y renta de equipamiento, la solicitud de permisos de rodaje, el manejo de cuentas bancarias para pagos de servicios y financiamientos. Luego de varios años de búsqueda de soluciones se generó en 2019 el Decreto Ley 373 del Creador Audiovisual y Cinematográfico Independiente, del que nacen el Registro del Creador Audiovisual y Cinematográfico, la Oficina de Atención a la Producción Audiovisual y el Fondo de Fomento del Cine Cubano.
2020 y futuro: Nuevas prácticas producen nuevas necesidades. El momento actual está dominado por la necesidad de adquisición de conocimiento entre los productores para el mayor aprovechamiento de las posibilidades que brinda el estatus legal del Registro del Creador. Comienzan a estar sobre la mesa temas inevitables como la exhibición de las obras financiadas cada año con el apoyo del Fondo, buscar soluciones ante mecanismos demasiado lentos para la entrega de permisos de rodaje, regularizar de forma conveniente el uso de drones para grabaciones aéreas, afrontar el impacto de la crisis económica generada por la COVID-19 y la poca disponibilidad de divisas en Cuba, avanzar en el know-how para la venta y distribución de las obras, brindar y adquirir cultura jurídica y conocimiento sobre derecho de autor, encontrar fórmulas de apoyo a los realizadores para costear la participación en eventos internacionales, ya sean mercados o festivales, y lograr un manejo económico de las salas de cine que no vaya contra el acceso social al arte que producimos.
Para todo esto será necesario seguir expandiendo y haciendo más sólida la visión que tenemos en Cuba de los productores, superando la idea superficial de que su función está limitada a la gestión logística, para verlos en toda su dimensión como lo que deben ser: la columna vertebral de cualquier sistema de creación de contenidos.