Al británico Alfred Hitchcock (1899-1980) no le bastó con imprimir un inconfundible estilo propio a sus películas. Como un pintor se autorretrata desde el Renacimiento o firma un cuadro, y un escritor un texto, a él se le ocurrió un sello personalísimo: realizar apariciones incidentales.
Tras un par de modestas escaramuzas detrás de las cámaras —The Pleasure Garden (1925) y The Mountain Eagle—, su auténtico debut se considera The Lodger: a Story of the London Fog (1926). En esta cinta se las ingenió por vez primera no solo para estar presente en un plano situado en la redacción de un periódico, sino que formó parte de la turba perseguidora del supuesto asesino. Es el único título de su etapa silente en el cual podemos apreciarlo, pero esos cameos que inició como una broma devinieron una costumbre que alguna vez llegó a lamentar. El cineasta no podía prescindir de lo que unos calificaron de capricho y otros de exhibicionismo o rito supersticioso. Al difundirse este hábito del director, los espectadores lo aguardaban impacientes. Este motivo lo obligó a imaginar diversas tretas con el fin de insertar su fugaz aparición lo más pronto posible en el metraje para no perturbar la atención.

La figura regordeta apareció —generalmente como un transeúnte— en 34 de sus 53 películas. Descubrirlos es un apasionante ejercicio «cinefílico» a partir de su primer filme sonoro, Blackmail (1929), en un pasajero del metro a quien un niño interrumpe la lectura. Cruza frente a la cámara hablando con una mujer (Murder!); tira la envoltura de un chicle (The Thirty Nine Steps); compra un boleto en la taquilla (Sabotaje); es un grueso reportero con una ridícula camarita a la salida de un juicio (Young and Innocent); y un extra más en el andén de The Lady Vanishes, última obra del período británico en la cual se le ve fugazmente.

Rebeca (1940), en la cual espera junto a la cabina telefónica desde la que habla George Sanders, marca su iniciación en Hollywood y la regularidad de sus cameos. Se cruza con Joel McCrea mientras lee un periódico (Foreign Correspondent); pide una bebida al protagonista (Mr. and Mrs. Smith); transita cerca de Joan Fontaine cuando ella va hacia el pueblo (Suspicion); es el bigotudo cowboy que entrega el correo en el rancho (Saboteur); y juega cartas en el tren (Shadow of a Doubt). Una de las más originales es como modelo en un anuncio para adelgazar impreso en un periódico (Lifeboat), ante la imposibilidad de hallarse en un bote entre los pocos sobrevivientes del hundimiento de un barco por los submarinos nazis.

Hitchcock sale con un portafolios del ascensor en un hotel mientras fuma un tabaco (Spellbound); en la fiesta bebe la champaña causante del suspenso (Notorious); fuma otro habano con un violonchelo a cuestas (The Paradine Case); camina del brazo de una mujer en los créditos del único plano en exteriores (Rope); viste atuendos del siglo XIX en dos oportunidades (Undern Capricorn); mira extrañado a Jane Wyman que habla consigo misma (Stage Fright); intenta subir al tren con un contrabajo (Strangers in a Train); camina de un lado a otro de la pantalla en lo más alto de una escalera (I Confess); figura en una fotografía de grupo que Ray Milland muestra (Dial M for Murder); da cuerda a un reloj en el apartamento del compositor (Rear Window); está sentado en un vehículo cerca de Cary Grant (To Catch a Thief); camina por detrás del auto del millonario coleccionista (The Trouble With Harry); y mira el espectáculo de unos acróbatas árabes en el mercado (The Man Who Knew Too Much).

Incapaz de prescindir de este rasgo, Hitchcock decidió aparecer en The Wrong Man (1956) como la silueta del narrador del prólogo antes de los créditos iniciales; transitar por una calle con un cornetín en su magistral Vértigo; pretende subir a un autobús que cierra las puertas en sus narices al final de los créditos (North by Northwest); camina con un sombrero tejano (Psycho); lleva con una correa a sus dos perritos reales a la entrada de la tienda de mascotas (The Birds) y sale de la habitación de un hotel (Marnie).

En el tríptico previo al cierre de su filmografía, un bebé le orinó los pantalones (Torn Curtain); se levantó de una silla de ruedas (Topaz); y fue uno de los presentes en el descubrimiento del primer cadáver durante un mitin ecologista (Frenzy). Su idea original era aparecer flotando a lo lejos en el Támesis, y ordenó confeccionar un maniquí, pero finalmente lo desechó porque constituiría demasiada distracción; el maniquí lo utilizó solo en el trailer. La reconocible silueta de Hitchcock a través de un cristal nevado fue su última aparición en Family Plot (1975), el delicioso postre en la brillante trayectoria del mago del suspenso.
Un analisis excepcional sobre una de las figuras míticas del cine. Don Luciano Castino es todo un profecional,os felicito.