En enero de 1978, el escritor argentino Julio Cortázar recorrió por enésima vez La Habana, ciudad que, según sus palabras, tenía «entre pecho y espalda», para acompañar a un equipo francés que rodó un documental en Cuba con la colaboración del ICAIC. Cortázar declaró entonces a su coterránea Basilia Papastamatíu: «El cine me está interesando cada vez más, porque creo que es un medio de comunicación masiva capital en nuestro tiempo, y tanto el que se proyecta en la pantalla como el de la televisión».
Para esa fecha, el creador de la mítica Rayuela había sido objeto de atención por el cine no solo de su país —ese país del cual confesó haberse «enfermado incurablemente»—. Recorremos en un movimiento de travelling, con una imaginaria cámara, algunas versiones fílmicas de los relatos de Cortázar, y dos que inspiró, aunque finalmente no aparezca acreditado. Al cineasta argentino Manuel Antín corresponden las tres primeras aproximaciones a su prosa: La cifra impar (1962), versión del cuento «Cartas a mamá»; Circe (1964), adaptación del relato homónimo laureada con el Premio Nacional del Instituto de Cinematografía, y que representó a su país en el Festival de Berlín; e Intimidad de los parques (1965), coproducción con Perú que aúna situaciones y personajes de los cuentos «El ídolo de las Cícladas» y «Continuidad de los parques», pertenecientes al libro Final del juego. El primer título de la trilogía lo protagoniza Lautaro Murúa, el segundo, Graciela Borges, y el tercero, el notorio actor español Francisco Rabal.

Pero es innegable que la mayor contribución del autor de Historias de cronopios y de famas al séptimo arte es el modo en que su cuento «Las babas del diablo» sugestionó al gran cineasta italiano Michelangelo Antonioni. Luego de concluir la llamada «Tetralogía de la incomunicación» (La aventura, La noche, El eclipse, Desierto rojo) y del filme, la lectura de ese relato lo animó a localizar a Cortázar. «Antonioni me visitó y me dijo que quería realizar una película con la idea de uno de mis cuentos: un fotógrafo que hace su trabajo y toma una foto que cuando la revela comienza a influir sobre diferentes destinos —explicó al periodista Ciro Bianchi en una entrevista—. No le interesaba nada más, porque, según expresó, lo fantástico no le llamaba la atención. Le contesté que, si quería utilizar la idea, que lo hiciera, y me olvidé del asunto, pese a que él me pidió que lo acompañara a Londres y escribiera los diálogos de su filme. Cuando lo acusaron de plagiario, yo lo defendí; pero no creo que él se enterara del incidente». El resultado fue Blow Up (1966), primera incursión del realizador en el cine de habla inglesa, que se alzó con la Palma de Oro en el 29 Festival de Cannes, el premio al mejor director otorgado por los críticos norteamericanos y una nominación al Óscar al mejor director.

La atmósfera de otro relato cortazariano, «La autopista del sur», incitó la desbordante imaginación del francés Jean-Luc Godard y originó Week End (1967), fábula apocalíptica en la cual, sin aparecer el nombre de Cortázar en los créditos, se respira el aliento del original en función de las intenciones del inquietante director, que la definió en estos términos: «Se trata de la forma de histeria colectiva que se apodera de los habitantes de París provistos de automóviles desde el viernes por la tarde hasta el lunes por la mañana. Todo humanismo es sacrificado a la tiranía del “dios ocio”. A través del símbolo de una pareja de jóvenes burgueses, he mostrado todas las perversiones y todos los disparates que resultan de este estado de cosas».

El mismo cuento fue objeto de otra versión tampoco acreditada, Los embotellados (L’ingorgo, 1979), coproducción entre Italia, Francia, España y Alemania rodada por el experimentado director italiano Luigi Comencini. Se sitúa la trama en una autopista que conduce de Roma a Nápoles, donde cientos de vehículos quedan atrapados en un atasco provocador de la forzosa convivencia de sus ocupantes a lo largo de horas y horas… En esta ocasión se consiguió congregar a un enorme reparto de prestigiosísimas figuras: Fernando Rey, Annie Girardot, Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Alberto Sordi, Gérard Depardieu y una jovencísima Ángela Molina.

«Manuscrito hallado en un bolsillo» generó la cinta brasileña Juego subterráneo (Jogo subterrâneo, 2005), de Roberto Gervitz, con el protagonismo del pianista de un club nocturno, obsesionado con el juego que inventó para hallar a la mujer de su vida. El argentino Diego Sabanés, basándose en «La salud de los enfermos», reunió en Mentiras piadosas (2008) un conjunto de personajes en una casa, que es poco a poco desmantelada para afrontar los supuestos envíos desde París por el hijo preferido a su madre, aquejada por un frágil estado de salud agravado por una incertidumbre que sus hermanos intentan atenuar con cartas falsas.

Tristán Bauer aportó a esta filmografía los documentales Cortázar(1994) y Los libros y la noche (1999), acercamientos a la vida y el universo del escritor del Libro de Manuel (acusado injustamente de haber plagiado una escena de El último tango de París, de Bertolucci, filmada después de la publicación de esa novela). El segundo cuenta con el concurso de los actores Walter Santa Ana, Lorenzo Quinteros, Héctor Alterio y Leonardo Sbaraglia. Percibimos a través de estos títulos cómo el cine ha tratado de aprehender a un escritor cuyos relatos contienen un fuerte espíritu cinematográfico, pues poseen una visualidad y una intensidad que recuerdan el ímpetu y el vigor de las imágenes en movimiento.