6. Zafiros, locura azul (1997), de Manuel Herrera, y El Benny (2006), de Jorge Luis Sánchez (biópic y cine histórico)

El primero fue uno de los pocos largometrajes de ficción no producidos por el ICAIC en esa época. Se estrenó durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en una sala de cine habanera con un enorme éxito de público, repercusión explicable a través de la auténtica explosión de nostalgia que provocó un filme capaz de poner a cantar a todo un país al son de canciones que parecían olvidadas y circunscritas a los programas radiales del recuerdo. Con guion coescrito por Raúl Macías y el ex-Zafiro Miguel Cancio, y con música de Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galván (hija de Manuel Galván, director artístico de Los Zafiros durante muchos años), el filme representaba un acto de justicia para los miles, millones de cubanos que recordaban con cariño al célebre cuarteto.
De súbito, sin demasiado trámite, Zafiros, locura azul se convirtió en el filme más popular de aquel festival, y de los años finales del siglo XX, porque el público salía cantando del cine, repitiendo en un eco sin cesar aquellos estribillos («Ofelia, tú no comprendes, no…», «Habana, hermosa Habana…», y varios más) que parecían extraviados en la memoria y que habían sido devueltos por la puesta en escena correcta, discreta e intencionada de Manuel Herrera, la fotografía de Raúl Rodríguez y la edición de Manuel Iglesias. A los actores les tocó la recompensa que reciben los mejores histriones cuando se atreven a reinterpretar un mito, y lo hacen desde el respeto y la profesionalidad, porque Los Zafiros habitaban en ese espacio de la memoria colectiva donde se aposentan solo los artistas legendarios, míticos, y así lo entendieron Luis Alberto García, Néstor Jiménez, Bárbaro Marín y Sirio Soto.

El Benny recrea sobre todo los diez o quince años finales de la vida del músico cubano Benny Moré, apodado el bárbaro del ritmo, y así el director y guionista se acoge al mismo principio que la inmensa mayoría del cine histórico biográfico: recrear la época y concentrarse en exaltar los valores, y en dignificar convenientemente, la figura retratada. Además, Jorge Luis Sánchez (debutante en el largometraje de ficción, aunque con larga experiencia como autor de documentales; vale recordar los específicamente biográficos y musicales, como Atrapando espacios, de 1994, sobre Raúl Torres, o Y me gasto la vida, de 1997, sobre Elena Burke) diseñó el personaje principal en el registro trágico, con destino inexorable.
Otro de los presupuestos conceptuales básicos del filme consiste en permitirle al espectador una mayor comprensión de la personalidad de este cantante mítico, asentado en la memoria colectiva del cubano como algo más que un hombre, más que un artista. Además de recrear el mito, El Benny provocó el deslumbramiento colectivo por la poca costumbre de que el cine cubano ofrezca piezas concebidas desde los presupuestos del cine histórico biográfico, asumido cual entretenimiento puro y total, con pantalla ancha, excelente sonido, un grupo de estrellas de la actuación, locaciones y vestuarios elegantes, glamorosos. Con escasos recursos, pero mucha inventiva, imaginación y elegancia, El Benny destaca por la ambientación y dirección de arte verdaderamente sorprendentes, sobre todo en cuanto a los años cincuenta, últimamente tan de moda en la cinematografía cubana, pues se recorre La Habana nocturna y glamorosa, los bares y cabarés, muchos de ellos desaparecidos, pero también el campo, la noche y el día, ambientes muy humildes y hasta opulentos, con autenticidad y verosimilitud. Aunque siga siendo una de las pocas películas musicales de ficción, en su momento abundaron los documentales de tipo biográfico histórico[1].
7. Habana Blues (2005), de Benito Zambrano (revista antológica o monográfica)

Coproducción hispano-cubana concebida cual paneo abarcador sobre la música contemporánea cubana, casi desconocida internacionalmente en este momento, se cuenta la historia de dos jóvenes músicos, Ruy y Tito, cuya música es una mezcla de lo tradicional cubano con el rock y el blues. Ambos consiguen la posibilidad de saltar a la escena internacional gracias a una empresa española de grabación, pero solo se trata de un contrato muy enfocado en lo comercial y que apenas representa sus anhelos artísticos. Ruy considera el contrato una traición, y Tito solo anhela vivir mejor, ganar fama y prestigio fuera de Cuba. Finalmente, ambos se preparan para ofrecer juntos un último concierto —y en ese sentido el filme puede verse como un musical teatral o backstage y concierto documental, puesto que Tito emigrará de Cuba en busca de mejores oportunidades, mientras que Ruy intentará permanecer, a pesar de que tuvo que despedir a toda su familia.
Ruy, Tito y sus amigos intérpretes «tocan» y «cantan» la música compuesta para el filme por Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galván, quienes se ocuparon de toda la música de fondo, mientras Equis Alfonso aportó el tema principal «Habana Blues», además de «Cansado», «Amanecer», «Lágrimas tatuadas» y «Habaneando». Descemer Bueno inició una enorme popularidad internacional con la preciosa «Sé feliz», que da comienzo al desfile de grandes canciones, y luego se incluyen «Arenas de soledad» (que Descemer coescribió con Equis Alfonso), y también aparecen creaciones de Kelvis Ochoa («En todas partes», «Sedúceme», «Algarabía»), entre muchas otras canciones y varios músicos cubanos contemporáneos que marcaron el mood antológico y revisteril de un filme que trata, como rezaban ciertos eslóganes, sobre el tema de «el arte contra el comercio, el nacionalismo contra el globalismo y el comunismo contra el capitalismo».
Poco antes de estrenarse Habana Blues, el cine cubano intentaba realizar dos musicales integrados y al mismo tiempo históricos, Bailando chachachá (2003), que dirigió Manuel Herrera, y «Lila», dirigido por Lester Hamlet como segundo cuento de Tres veces dos (2003). El primero de ellos estaba dirigido por el hacedor de aquel clásico musical biográfico que fue Zafiros, locura azul y contaba con una banda sonora que incluía la antología del chachachá, además de una notable dirección de arte que conseguía rescatar el encanto medio ingenuo de los primeros años de la década del cincuenta (sobre todo a nivel del vestuario y de la precisa selección de las locaciones), y varios toques posmodernos, casi videocliperos, incluidos los referentes al melodrama familiar (madre estoica que guarda secreto durante décadas), las ligerezas inherentes al musical clásico hollywoodense, el filme de restauración epocal (con el consiguiente señalamiento de factores sociales, políticos, psicológicos, culturales) y la inclinación a trasmitir una tesis reflexiva, un mensaje: el derecho a ser diferente y a que cada quien elija libremente su destino. En «Lila», Caleb Casas y Olivia Manrufo protagonizan una historia de amor y desilusión en el contexto de las guerrillas revolucionarias de los años cincuenta, en la sierra Maestra. En lugar del despliegue épico, el cuento se anuda a partir de los sentimientos y las canciones tristes de la protagonista.
8. Patakín (quiere decir fábula) (1982), de Manuel Octavio Gómez (musical integrado y fantástico)

Después de casi veinte años (el último largometraje musical con música integrada al argumento era Un día en el solar, de 1965) en que el cine cubano careció de musicales, o más exactamente, brillaron por su ausencia los largometrajes de ficción con música integrada, Patakín (quiere decir fábula) incursionaba en la farsa musical y fantástica, de viso teatral, pues se inspiraba en una obra de Eugenio Hernández Espinosa, el autor de María Antonia, desde una visión folclorista y camp que se extiende a la música de Rembert Egües, las coreografías de Víctor Cuéllar y a una historia que intenta trasladar a la contemporaneidad los mitos yorubas. El protagonista es Changó, mujeriego, fanfarrón y machista, que se enfrenta a Oggún por el amor de Oshún. Miguel Benavides, Enrique Arredondo y Alina Sánchez interpretan a estos personajes. Mención aparte merece el número de Ruperta La Caimana, una encarnación de Candelaria (brillantemente interpretada por Asenneh Rodríguez), la esposa sacrificada de Changó, en el momento en que asume su emancipación.
La carnavalesca y posmoderna Patakín (quiere decir fábula) se suma a la menguada tradición del musical integrado cubano, pues tampoco es el único filme de ese tipo, ya que existieron varias películas poco apreciadas en general por el público, como la brechtiana y autorreferencial Son como son (1980), de Julio García Espinosa, que se filmó en Tropicana con un ecléctico elenco que incluye a Enrique Arredondo, Leonor Borrero, Centurión, Daisy Granados, Carlos Moctezuma, Eslinda Núñez, Carlos Ruiz de la Tejera, Alberto Alonso y Sonia Calero, así como Leo Brouwer, José Antonio González, Bobby Carcassés, el Conjunto Chapotín y Miguelito Cuní, entre otros. En clave humorística se habla sobre los inconvenientes de toda índole que rodean la producción de un espectáculo musical, especialmente cinematográfico, y además se cuestionan todos los medios relacionados con la cultura de masas, espectáculos, cine, radio, teatro, televisión, cómics, en su fase de banalización y deformación de las culturas nacionales.
Treinta años después de Patakín (quiere decir fábula) el musical cubano intentó nuevamente que brotaran las canciones dentro de la lógica realista de una trama contemporánea en Irremediablemente juntos (2012), de Jorge Luis Sánchez, y ese mismo año se estrena una fantasía musical, Y, sin embargo…, dirigida por Rudy Mora, basada en la puesta en escena homónima de Carlos Alberto Cremata, con música de Silvio Rodríguez y los niños del grupo teatral La Colmenita. Un sesgo musical también fantástico e infantil tuvo el animado Meñique (Ernesto Padrón, 2014), a partir del cuento «Pulgarcito», adaptado por José Martí para la revista La Edad de Oro.
9. Yo soy del son a la salsa (1996), de Rigoberto López (revista antológica o monográfica)

Representó un lujo musical de cien minutos documentales, coproducido entre Cuba y Estados Unidos, para explicar los orígenes del son cubano, y también de la llamada música salsa, a través de entrevistas y actuaciones de Isaac Delgado, anfitrión del documental, además de intérprete de «No me mires a los ojos». Por supuesto, brilla la participación de Celia Cruz, cuya presencia con «Quimbara», junto a Johnny Pacheco, y también cantando «Me voy a Pinar del Río» con la Sonora Ponceña, constituyó una revelación luego de muchísimos años ausente de las pantallas cubanas. También aportan matices para comprender el tema del documental Oscar D’León, interpretando «Qué bueno baila usted», Marc Anthony y «Aguanile», Eddie Palmieri («Vámonos pa’l monte»), Rubén Blades y Willie Colón («Siembra»), Juan Formell («Soy todo»), Adalberto Álvarez y su Son («Somos latinos»), Israel López «Cachao» y Chucho Valdés, entre otros. A pesar de su propósito a veces didáctico, el documental brilla por la agilidad del montaje y de un guion concebido por el director junto con el escritor Leonardo Padura, todo un especialista en el tema de la cubanía musical y en las entrevistas a grandes músicos cubanos.
Yo soy del son a la salsa demuestra la capacidad y eficacia del cine musical cubano, sobre todo en el subgénero de la revista musical antológica o monográfica, que abarca títulos paradigmáticos del documental, como los mencionados Nosotros, la música o Y tenemos sabor, además de El romance del palmar o Habana Blues, en tanto todos seleccionan y representan lo mejor de las diversas facetas de la música cubana de acuerdo con sus respectivos temas y épocas. En 2000 se estrena con apreciable éxito un documental continuador de Yo soy del son a la salsa, titulado Calle 54. Coproducido entre España, Francia e Italia, fue dirigido por Fernando Trueba, y su mayor y mejor parte consistía en ver a los grandes exponentes del jazz latino tocando con sus bandas. Entre otros, estaban los cubanos Paquito D’Rivera, Bebo Valdés y Chucho Valdés. En 2008 se produjeron cuatro documentales de antología que intentaron capitalizar los mejores aportes de los filmes mencionados: ¡Manteca, mondongo y bacalao con pan! (2008), de Pavel Giroud, una mirada a la historia del jazz cubano; Lo mismo se escribe igual (2008), de Arturo Sotto, sobre la transformación de la contradanza en el danzón y el son; Decir con feeling (2008), de Rebeca Chávez, y Ampárame (2008), de Patricia Ramos, sobre la poco estudiada relación entre música y religiosidad.
10. Buena Vista Social Club (1998), de Wim Wenders (musical teatral o backstage y concierto documental

Largometraje documental, coproducido entre Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Cuba, fue filmado casi integralmente en la isla, con guion y dirección del cineasta alemán Wim Wenders, producción del compositor y guitarrista norteamericano Ry Cooder y protagonismo de los músicos cubanos Francisco Repilado (Compay Segundo), Eliades Ochoa, Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, Rubén González, Orlando Cachaíto López, Manuel Guajiro Mirabal, Barbarito Torres, Pío Leyva, Manuel Puntillita Licea y Juan de Marcos González, entre otros. Se inicia prácticamente con el viaje de Ry Cooder y su reunión con Ibrahim Ferrer y el resto de los músicos para grabar Buena Vista Social Club, álbum ganador de un Grammy y aclamado internacionalmente.
Buena Vista Social Club es el nombre con que se conoció a este grupo de integrantes de la vieja trova cubana, y el documental recicla y propulsa sus carreras, a partir del hecho de que Ry Cooder los estaba redescubriendo, porque en Cuba supuestamente todo el mundo los había olvidado. En el documental se observa a los músicos en el estudio y se muestra el modo en que viven en La Habana. También se registra su viaje desde Cuba hasta Ámsterdam y Nueva York, con una presentación final en el Carnegie Hall.
El proyecto Wenders-Cooder, además del filme (e incluso antes), incluyó sesiones que se convirtieron en exitosísimos discos, algunos de los cuales se vendieron por millones, porque a través del fonograma o de la pantalla se exaltaba el increíble talento interpretativo de artistas con más de ochenta años.
Después de Buena Vista Social Club aparecieron otros documentales donde se ven los músicos protagonistas preparando o realizando alguna presentación o concierto, como Van Van, empezó la fiesta (codirigido por Aaron Vega y Liliana Mazure, 2000); Habana Abierta (de Arturo Sotto y Jorge Perugorría, 2003); Aquí el que baila gana (Ian Padrón, 2008), filmación del concierto homónimo de los Van Van; y Alejandro Ramírez acompañó a Silvio Rodríguez en la evocativa Hombres sobre cubierta (en codirección con Ernesto Pérez, 2008) y luego en Canción de barrio (2014), una larga gira de conciertos del cantautor por los barrios más desfavorecidos de La Habana y otras provincias del país. The Poet of Havana (2017), dirigido por el realizador canadiense Ron Chapman, reveló detalles de los más de treinta años de la carrera artística de Carlos Varela, a partir de dos conciertos que el trovador ofreció a principios de 2014 en el Teatro Nacional.
[1] Entre las muy numerosas producción de este tipo, casi siempre propulsadas por firmas extranjeras, o de coproducción entre el ICAIC y otras instituciones culturales como el ICRT o las casas discográficas, destacan, además de Zafiros, locura azul y El Benny, los dos empeños por presentar momentos de la vida de la bailarina Rosario Suárez, antes y después de salir de Cuba; Mujer ante el espejo (1983), dirigido por Marisol Trujillo, y el largometraje La reina de los jueves (2017), de Orlando Rojas, además de He vuelto para andar (Mayra Vilasís, 1990), dedicado a Xiomara Laugart; Yo soy el punto cubano (Sergio Núñez, 1990), sobre la vida y el arte de Celina González, o Fajao con los leones (Ian Padrón, 1999), sobre Carlos Varela. Para abrir el siglo XXI aparece Las manos y el ángel (Esteban García Insausti, 2002), tributo a Emiliano Salvador,seguido por los tres monográficos titulados Sin esconder el alma (2001), Diálogo con un ave (2003) y La razón no valía (2019), dirigidos por Felipe Morfa, y dedicados respectivamente a Miriam Ramos, Beatriz Márquez y Moraima Secada; Machín, toda una vida (2002), dirigido por la española Nuria Villazán; Daniel Santos: para gozar La Habana (José Galiño y Lourdes Prieto, 2004); Eso que anda (Ian Padrón, 2010), sobre los Van Van; Revolution (2010), de Mayckell Pedrero, acerca del mundo musical y crítico del dúo los Aldeanos; Digna Guerra (Marcel Beltrán, 2013), que se adentra en la intimidad y la biografía de la reconocida directora de coros; Hay un grupo que dice (Lourdes Prieto, 2013), historia del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC; Omara: Cuba (2015), de Lester Hamlet; o Así como soy (2003), Donde habita el corazón (2007) y Soñar a toda costa (2017), emotivos homenajes de Carlos León al legado de Noel Nicola, Vicente Feliú y Augusto Blanca, respectivamente. También estuvo trabajando en el musical biográfico asiduamente, y con éxito, Pavel Giroud, quien realizó primero Frank Emilio, amor y piano (2005) y Esther Borja: Rapsodia de Cuba (2005), y en 2019 se enfrentó a un gran proyecto internacional, Playing Lecuona, codigirido con el español Juan Manuel Villar, donde se registran algunos de los momentos claves en la existencia de Ernesto Lecuona, acompañado por su música inmortal.