¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
Federico García Lorca
Empiezo una película creyendo que será divertida,
y en el camino me doy cuenta de que solo la tristeza puede salvarla.
François Truffaut
La tarea de elucidar el amor en cualquiera de sus formas humanas o artísticas genera de inmediato una vacilación de orden ético: ¿estaremos haciendo el ridículo? Esa tendencia a reprimir en público los sentimientos, determinada por un sistema de valores, bastante generalizado, desde el cual «enamorarse» —concepto intrincado y subjetivo— es considerado un momento de desequilibrio, una perturbación del alma, una mueca de vulnerabilidad que nos lleva directo al matadero, en tanto las expectativas puestas en ese afecto «ideal» y «recíproco» se ven frustradas por la inestabilidad del ser humano, la arbitrariedad del tiempo, la diferencia de clases, eventos desafortunados como la muerte y un sinfín de obstáculos que pondrá en crisis la mentira perraultiana de «y vivieron felices para siempre».
Sin embargo, el cine nos ha regalado incontables fábulas románticas —promesas de dicha y eternidad, acaso poco creíbles—, convertidas en paradigmas de bienestar, emboscada ideológica que enfrenta nuestros más caros anhelos a las necesidades más sórdidas. Ahí están todas las películas dominicales de Jennifer López y Julia Roberts o el testimonio vivo de Meghan Markle (Duquesa de Sussex) para hacerle creer a las amas de casa que los cuentos de hadas existen.
Por eso, ante la hipocresía de las feel-good movies, con su sospechoso happy ending, yo elijo películas de amour fou, amor difícil, trágico, prohibido, imposible, trunco. En esos relatos encuentro mayor verosimilitud y apropiación crítica de la realidad, pues la tiranía de las emociones no es un lugar sereno en la psiquis de nadie. Los amantes verdaderos sufren, gritan, lloran, patalean y mueren. La vida se parece más a eso. En la conciencia desgarrada del espejismo amoroso, de su naturaleza voluble y finita, en ese dolor inacabable, radica la belleza de lo patético, su aspecto sublime. Aquí les dejo catorce historias posibles, devastadoras, en fin, películas de amor imperfecto y humano.
1. Desviado (Bent, Sean Mathias, 1997)
Cuando la celebración de Night of the Long Knives, un festejo queer en Berlín en los años treinta, termina con la persecución de homosexuales por las fuerzas represivas nazis, intuimos el calvario que vivirá Max (Clive Owen), obligado a golpear de muerte a su pareja sentimental durante el viaje en tren que lo llevará al campo de concentración en Dachau. Basada en la obra teatral homónima de 1979, la película nos acerca al romance silencioso entre dos hombres prisioneros de la Gestapo, mientras son obligados a trasladar piedras de un lado a otro, bajo estricta vigilancia y todo tipo de humillaciones.
Lo conmovedor de este relato es ver cómo la creatividad humana materializa la pasión aun en la adversidad —nada hay más cruel y horroroso en la historia de la civilización que los desmanes del holocausto. Max y su nuevo compañero Horst (Lothaire Bluteau), ante la imposibilidad de expresar su deseo de forma natural y espontánea, recurren a un sistema de códigos lingüísticos y gestos corporales, invisibles a los ojos del poder. Hacen el amor de forma imaginaria, sin tocarse, como expresión de rebeldía y de entrega absoluta, final, poética. Su diálogo «—Te amo / —No me ames», más que un desacuerdo romántico, deviene canto de sacrificio y renunciación, pues quererse no los salvará del exterminio. Película tristísima donde las hubo. ¡Ah, esa maldita certeza de que todo acaba!
2. La novia (The Bride, Paula Ortiz, 2015)
Esta cinta española es una adaptación libre de la pieza teatral Bodas de sangre, de Federico García Lorca, hito de la literatura hispana que abraza la tragedia en su estirpe clásica. La novia (Inma Cuesta) ha estado enamorada de Leonardo (Alex García) desde que eran niños, de ahí que al casarse ambos con parejas diferentes se desate una tormenta de emociones y deseos, el mismo día de la boda de ella. Ambos huyen de la fiesta y de sus familias para amarse en la intimidad del bosque hasta que el novio (Asier Etxeandía) los alcanza. En aquellas tierras el honor de un hombre se defiende a cuchillazos. La muerte trágica y sangrienta será el destino de ambos pretendientes.
Lo que hace trascendente a esta película es el punto de vista femenino de su directora Paula Ortiz, el adecuado manejo del lenguaje teatral, enunciado de manera orgánica por el elenco de actores, dentro del cual destaca la actriz de sólida carrera Luisa Gavasa como la madre —quien obtuvo el premio Goya ese año—, sin contar la visualidad excepcional de la cinta, gracias no solo a la fotografía por su continuo y expresivo uso del slow motion en los momentos más dramáticos, sino también a los escenarios naturales escogidos, como el valle de Göreme, en Turquía. A todo lo cual se suma la música de Shigeru Umebayashi. Para mí, es una película hermosa y desgarrada, honda y poética, hipnótica y letal.
3. Amor (Love, Gaspar Noé, 2015)
Solo a un director como a Gaspar Noé se le podía ocurrir estrenar en tercera dimensión su filme más escandaloso en el Festival de Cannes, digo «escandaloso» por sus benditas escenas de sexo real y explícito, ya que en esa misma plaza hubo desmayos y estampidas durante la première del Anticristo de Von Trier por razones bastante similares.
El director de Irreversible (2002) llega más lejos esta vez cuando hace coincidir, primero en una fiesta y luego en la cama, a Murphy (estudiante americano en París, interpretado soberbiamente por Karl Glusman), Electra (su novia francesa con tendencias suicidas, con quien tuvo una relación por dos años) y Omi (una vecina danesa con la que ambos se dieron un revolcón casual, de sorpresivas e inocultables consecuencias: el embarazo que puso fin al noviazgo de la pareja).
Cuando Murphy recibe un mensaje telefónico de su exsuegra, quien le dice que no ha sabido de Electra en varios meses, el protagonista se angustia y recuerda aquella relación tormentosa, discusiones histéricas del tipo «Te amo, te odio», momentos de sexo colérico y orgiástico, rupturas y crisis emocionales, todo eso mediante el uso del flashback y espacios claustrofóbicos con filtros rojos y azules, que acentúan el drama. Perder al amor más grande por una infidelidad pasajera y un hijo es una situación de la que no se sale tan fácilmente. Al menos, no sin perder el control, la cordura, el amor propio.
Esta peculiar historia de amor trigonométrico borda una afectación digna de la ópera, en tanto sublima sentimientos como la culpa, la rabia, los celos, la pérdida y la locura, para los cuales el sexo parecía una droga, un antídoto, un atajo. Nunca vi a un hombre convulsionar de amor de manera tan fulminante y paroxística. El amor duele.
4. Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name, Luca Guadagnino, 2017)
Esta cinta franco-italiana, inspirada en la novela de mismo título de André Aciman, narra la relación homoerótica entre un adolescente italiano y el académico estadounidense que visita a la familia del chico durante una pasantía de verano. El romance —demorado por la confusión de Elio (Timothée Chalamet), en pleno descubrimiento de su sexualidad y el fingido desinterés de Oliver (Armie Hammer), en una estrategia fulminante de seducción, que acaba atrayendo al joven con su ambiguo y prometedor «más tarde» (later) al cierre de cada charla— es una bomba de tiempo, atizada por una mano en el hombro, clases de piano, lecturas interminables, saltos de agua y paseos en bicicleta por la campiña italiana.
Se trata de un paisaje bucólico y cultural demasiado propicio para que cualquier ser humano se acerque a otro, más allá del temor a la entrega, dispuesto a intercambiar incluso su nombre, sabiendo que el verano se acaba, pero los sentimientos perduran, entre ellos, el sufrimiento. En medio de esta historia triste sobre cómo superar el primer amor, si es que eso se puede, emerge una inesperada lección de vida que retumbará en la historia del cine. Aquella en la que el padre le confiesa a su hijo: «Lo que ustedes dos tuvieron es único. Yo te envidio», en un derroche ejemplar de paternidad, aceptación y humanidad.
La magia de este romance nace también del interés mutuo por la belleza del intelecto. Ambos personajes tienen en común —además de su religión, cuerpos bellísimos y un deseo creciente— el éxtasis que les provocan la arqueología y las culturas clásicas, repletas de documentos sensuales y efebos de curvas praxitélicas (pruebas contundentes de la antigüedad del escarceo masculino y el deseo homoerótico). La progresión dramática es a veces lánguida, pero devastadora, al tiempo que los amantes nos hacen testigos de su complicidad y su desesperación. Hay allí delicadeza, amabilidad y arrobo. Recordar al joven Elio llorando de amor frente a la estufa parte el alma, tan profundamente como el recuerdo del melocotón que se folló sudado en su cama. «Llámame, por tu nombre, que yo te llamaré por el mío», es el pacto de estos dos galanes, que no volverán a verse.
5. Amor bajo el espino blanco (Under the Hawthorn Tree, Zhang Yimou, 2010)
Zhang Yimou aprovecha el éxito de la novela Hawthorn Tree Forever (2007), inspirada a su vez en hechos reales, para sofocarnos con el idilio de una pareja de adolescentes en medio de los extremismos de la Gran Revolución Cultural Proletaria, liderada en China por Mao Zedong. La inocente Jing Qiu es enviada al campo para ser reeducada por ser hija de un prisionero político del régimen. Allí conoce a Lao San, joven militar con una carrera prometedora y de familia acomodada. Pero a los amantes no solo los separan las clases sociales. Jin Qiu no puede cometer ninguna falta moral, si aspira a ser maestra.
Estos jóvenes, casi niños, por su aspecto tierno, malogran su romance debido a las exigencias sociales del comunismo y una leucemia inoportuna que pone fin a la vida de San. El filme se hace memorable por la sencillez y la delicadeza excepcionales con que su director narra las vicisitudes de sus protagonistas. No recuerdo haber visto una historia de amor tan dramática desde Romeo y Julieta. La candidez de las sonrisas, la complicidad inocente, su relación platónica…
Durante la trama, Lao San se desvive por cuidar a su media naranja: le alcanza las pelotas de básquet cuando sobrepasan el muro de la escuela, la protege del frío con su chaqueta (la única vez que se abrazaron), lleva una pesada carretilla de arena y luego le cura las heridas de los pies, ocasionadas por el cemento. La mira en la distancia, le demuestra la incondicionalidad de su amor, la defiende sin haberle pedido nada cambio. Pero tuvo la desdicha de irse con esta sola promesa: «No puedo esperar por ti un año y un mes. No puedo esperar por ti hasta que cumplas 25. Pero he esperado por ti toda mi vida». Sin contar la hermosa canción en mandarín y el zoom in al árbol de espino florecido, debajo del cual fueron depositadas sus cenizas.
6. Un hombre soltero (A Single Man, Tom Ford, 2009)
George Falconer (Colin Firth), profesor de inglés en Los Ángeles de los años sesenta, ha perdido al gran amor de su vida en un accidente automovilístico. De él conserva una foto, desnudo, y recuerdos de cuando se conocieron en las afueras de un bar. La cinta, basada en la novela de Christopher Isherwood y debut en el largometraje de ficción de Tom Ford, narra apenas un día en la vida de George, con certeza el último, pues su duelo no le deja fuerzas para otra cosa que pensar en suicidarse, aunque tiene el apoyo de su amiga Charlotte (Julianne Moore), el repentino interés de uno de sus estudiantes —con quien se baña en el mar— y el flirteo de Carlos (Jon Cortajarena), un hermoso gigoló que encuentra en el parqueo de una tienda de licores.
La escena en la que ambos comparten un cigarrillo es de una sensualidad avasalladora. La fotografía resalta la belleza masculina y la invitación de unos labios rojos, encendidos, que dejan escapar el humo. Pero ni semejantes destellos de excitación, ni sus clases en la universidad, ni una sofisticada casa de estilo modernista, hacen que nuestro personaje recupere las ganas de vivir. A propósito de lo cual afirma: «Si uno no está disfrutando su presente, no tiene ningún sentido pensar que el futuro será mejor». Este hombre maduro y salvajemente deprimido entiende que su agonía no es forma de rendir verdadero tributo al amo, en un conmovedor relato existencialista sobre la viudez, la pérdida y el abandono. Colin Firth obtuvo una nominación al Óscar por su desempeño con este personaje.
7. Expiación (Atonement, Joe Wright, 2008)
Filme de elenco británico que narra la separación forzada de dos amantes, la joven aristócrata Cecilia (Keira Knightley) y Robbie (James McAvoy), hijo de la ama de llaves, debido al testimonio erróneo de una niña de trece años, Briony Tallis (Saoirse Ronan), quien malinterpreta una serie de acontecimientos en su mente de escritora aficionada. La chica confundida culpa al pretendiente de su hermana de violar a Lola (Juno Temple) y a partir de ahí le cambia el destino a la pareja, ya que Robbie es condenado a prisión por un crimen que no cometió. Pasan los años y él es liberado con la condición de unirse a la guerra. Cecilia, convertida en enfermera, cuida de los heridos en un hospital de campaña.
Esta es una película sobre la capacidad creativa y el poder de la imaginación, así como también acerca de la inmadurez y el arrepentimiento respecto a acciones que pueden destruir la vida de tus seres queridos. Briony se convierte en novelista de éxito y en una entrevista confiesa que ella trató de hacer en la ficción lo que nunca pudo lograr en vida, que ellos perdonaran su engaño, simplemente porque ambos murieron sin volver a verse, como sugiere el relato cinematográfico, que es al mismo tiempo un pasaje del libro escrito por ella, donde sí llegaban a vivir juntos. Esa fue su forma de expiar la culpa. El filme pasa a la historia del cine por su espectacular diseño de vestuario y una esmerada fotografía, que incluye planos secuencia de varios minutos. A mí me parece un derroche narrativo de lujo y una de las historias de amor y dolor mejor contadas.
8. Los amantes del círculo polar (The Lovers of the Arctic Circle, Julio Médem, 1998)
Otto y Ana se conocen un día en la escuela. No por casualidad sus nombres son capicúas. De cierto modo, estaban destinados a encontrarse. Así se convierten en hermanastros cuando sus padres deciden convivir bajo el mismo techo. Su amor precoz se materializa en la adolescencia cuando duermen juntos a escondidas de sus mayores. Hasta aquí puede uno recordar el hilo conductor de un filme de Julio Médem, cuyos guiones apuestan siempre por el abigarramiento de las peripecias (el ir y venir de los personajes, como juegos de espejo entre el pasado y el presente). Sus universos cinematográficos están signados por las numerosas casualidades del destino, una extraña fe que lo atraviesa todo. Bajo esas premisas, la relación adulta entre Ana (mi queridísima Najwa Nimri) y Otto (Fele Martínez) deviene fragmentaria y esquiva, como si una ola de karma enfurecido los separase.
Cuando uno ve la intensidad con que se buscan —sentados, uno de espaldas al otro en un parque, sin saberlo— asistimos a una fatalidad irreconciliable, tan enigmática como la aurora boreal que planeaban ver juntos en el polo Norte. La primera vez que vi esta película yo tenía menos edad que los personajes y nunca olvidaré la escena en que, por fin, estaban a punto de verse en Helsinki, cuando un autobús atropella de muerte a Ana, dejando apenas que la cara de Otto se refleje en sus ojos sin vida. Historia de amor frustrada por erráticas decisiones, por amarse tanto que la diferencia de un segundo los separó para siempre. No en vano la película comienza con el siguiente diálogo entre Álvaro y su hijo: «Todo nace y muere (…) ¿Tú conoces algo que dure siempre? Así es la vida… implacable. Alegre y triste. Todo caduca con el tiempo. El amor también».
9. El secreto de la montaña (Brokeback Mountain, Ang Lee, 2005)
Lo primero y más importante que hizo Ang Lee con esta estremecedora película fue desmontar el mito del cowboy como canon más severo de la masculinidad heterosexual en Estados Unidos y en el cine mainstream. Desde su voluntad de dinamitar el estereotipo nos cuenta la aventura amorosa de Ennis del Mar (Heath Ledger) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal), dos vaqueros que pasan largas temporadas pastoreando ovejas en las montañas.
Su romance excede el límite de la espera y la discreción, propiciando que Alma (Michelle Williams), esposa de Ennis y madre de dos hijas, sufra en silencio su parcial abandono. Ella es la más dolida de la historia hasta que nos enteramos de que Twist ha muerto en un extraño incidente. En realidad, víctima de un posible ataque homofóbico, pues ya había corrido el rumor y los campesinos no se andan con remilgos cuando ven amenazada su hombría.
La limitación que rompió el hechizo romántico en este caso fue la sociedad de la época, al no aceptar ese tipo de afectos entre personas del mismo sexo. Ellos vivieron su amor con miedo: «Ojalá hubiera sabido cómo dejarte». «Si esto nos sorprende en otro momento, en otro lugar, ya estaríamos muertos». En parte tenían razón.
10. Clandestinos (Fernando Pérez, 1987)
Ernesto (Luis Alberto García) y Nereida (Isabel Santos), alias «A mí me manda Carmen», no solo participan en el Movimiento 26 de Julio en contra de la tiranía batistiana para defender la libertad de Cuba. Los acerca también una paulatina atracción en medio de sabotajes y huelgas de hambre. Aunque ella proviene de una familia acomodada (el padre es médico), lo abandona todo y decide tomar su propio rumbo e imprimir propaganda política. Así se gana la confianza y el amor de Ernesto.
Lo que sucede en la escena final es de una belleza trágica sobrecogedora, cuando él le grita a la policía: «Está viva. ¡Se las estoy entregando viva!» y acto seguido lo acribillan a balazos como enfatiza el diseño del cartel de la película, par de corazones sangrantes, metáfora de un amor deshecho por la injusticia. Debut en la ficción de Fernando Pérez, con guion de Jesús Díaz, esta es una de las películas más entrañables del cine cubano, no solo por su recreación de una época decisiva en la historia de Cuba, sino por el romance trunco, exterminado, incompleto. El rostro de espanto de Nereida al ver a su hombre morir a manos de la tiranía es la síntesis de una interpretación sobresaliente.
11. Jules y Jim (Jules et Jim, François Truffaut, 1962)
Cuando el director de Los 400 golpes (1959) decidió —años más tarde— adaptar al cine la novela de Henri-Pierre Roché, apostó nada más y nada menos que por una historia de amor triangular. La amistad de Jules (Oskar Werner) y Jim (Henri Serre) entra en conflicto cuando ambos conocen a Catherine (Jeanne Moreau), cuyo parecido a una escultura clásica que habían visto en el mar adriático les resulta asombroso. Truffaut simboliza dicha tensión al situar a sus dos protagonistas masculinos en bandos contrarios durante la Primera Guerra Mundial. Ambos se han enamorado de la misma mujer, pero solo uno se casa con ella.
Los tres dan paseos alegres, llegan a vivir juntos una temporada en Austria. Pero la inconformidad de Catherine en su matrimonio con Jules y un aborto espontáneo que habría convertido en padre a Jim se juntan, dando lugar al tormento, la locura y, por ende, a un desenlace trágico. El verdadero problema radica en que ellos podían hacer una última concesión para compartir el amor de su hembra, pero ella no estaba dispuesta a continuar, pues ya no tenían la libertad de sus años juveniles en París. Por lo que en un acto desesperado Catherine le dice a Jules: «Míranos bien», y se lanza al río desde un puente roto con Jim dentro del coche. A veces el amor es tan salvaje e inconmensurable que solo se puede justificar desde el desbordamiento y el suicidio.
12. Carol (Todd Haynes, 2015)
Cierta vez, el psicoanalista francés Jacques Lacan sentenció: «La mirada es la erección del ojo». Yo nunca pude comprobar la efectividad de esa idea —lejos de mi propia vida— hasta que vi Carol. Pues los personajes encarnados por Cate Blanchett y Rooney Mara hacen el amor con la mirada, se acarician, se consuelan, mientras el mundo a su alrededor se detiene. El viejo Lacan establecía una analogía entre el órgano visual y los genitales masculinos para enfatizar la excitación del depredador cuando tiene en la mira a su presa. Pero en este filme, además de la intensidad y el deseo con que se buscan las amantes, el gesto de mirar(se) constituye la esencia de toda la cinta, sobre la cual giran el punto de vista y la acción dramática.
La historia, inspirada en la novela The Price of Salt, de Patricia Highsmith, nos cuenta el romance prohibido entre dos mujeres, Carol y Theresse, durante los años cincuenta en Nueva York, quienes se atraen y descubren su pasión hasta entregarse —con ternura— más allá de los obstáculos. El despliegue sensual y el glamour de Kate Blanchett (Carol), junto a la ingenuidad y deslumbramiento de Mara (Theresse), hacen de su relación la coartada perfecta para burlar el acoso masculino, cuya sustitución pronominal está oculta en el omnipresente cigarrillo, que se enciende y se apaga durante largas confesiones y labios carmín, subversivos, liberados. Ellas no pueden amarse, una está casada y con hijos, pero entre canciones de Billy Holliday, ambientes y colores vintage, la nieve cayendo y los villancicos de Navidad… a cualquiera se le va un suspiro.
13. Gerontofilia (Gerontophilia, Bruce LaBruce, 2014)
Lake, un chico de poca edad que frecuenta los hospitales y sueña con besar las úlceras de algún paciente senil, es el protagonista de Gerontophilia (2014), del incorregible y siempre fascinante director canadiense Bruce LaBruce. La cinta constituye un viaje al mundo de los fetiches, mientras convierte la parafilia aludida en el título en una metáfora del amor hacia el ser humano, sin poner atención a la edad. El enamoramiento del chico hacia el anciano Melvyn, de 82 años, no es un acto de compasión, sino un gesto radical de entrega, un impulso revolucionario que busca destruir los esquemas sociales en torno al ideal de belleza de un «cuerpo deseable».
El filme, que a ratos nos recuerda alguna instantánea de Andrés Serrano, por la proximidad a lo escatológico, es —por otro lado— un canto a la honestidad emocional, a la dignidad de cualquier sentimiento, mientras este proporcione armonía y plenitud. La pareja se fuga del hospital para disfrutar su romance al aire libre. Comparten secretos, experiencias y llegan a tener un sexo satisfactorio, sin necesidad de estimulantes, pero cuando Lake decide confesar su amor a Melvyn, este ha muerto a su lado, con una sonrisa en los labios. No recuerdo una escena tan enternecedora desde que Ceth (el guapísimo Jay Brannan) le robara un beso al exalcalde de Nueva York, en una de las mejores escenas de Shortbus (2006), de John Cameron Mitchell.
Sorprende ver cómo un director tan subversivo como Bruce LaBruce escogió una historia así de dulce y gratificante para hablar más esta vez del cariño que del deseo.
14. Amar (Esteban Crespo, 2017)
Amar, debut en el largometraje de ficción de su director Esteban Crespo, es un drama romántico, protagonizado por María Pedraza (Laura) y Pol Monen (Carlos), donde una pareja de adolescentes que se aman tiene que lidiar con una familia disfuncional e incomprensiva. De ahí que, para hacer el amor, se refugien en un paso de escaleras o detrás de máscaras antigás como una forma de esconderse y conectarse físicamente, en medio de esa furia hormonal y confusión de sentimientos que es la adolescencia. Después de ver el filme llegamos a recordar la intensidad con que amamos por primera vez, como si cada día fuera el último, como si la otra persona fuera un pedazo nuestro, como si no nos alcanzara el oxígeno cuando está ausente.
Es una película simple sobre un tema universal: el amor, pero habla también de su reverso, ya que nos presenta el sufrimiento, el desencanto, el poder destructivo de los celos. «Tú eres yo y yo soy tú», murmuran los amantes mientras se desean y planean huir juntos al bosque para vivir de entregarse. Imagen romántica y cursi que contrasta con el momento en que Laura traiciona a Carlos con otro chico, solo para estar segura de sus sentimientos, mientras Pol Monen exhibe toda su sensibilidad como actor dramático, gritando de dolor y por despecho en medio de una plaza, con ese desbordamiento digno de tragedia griega, que lo sitúa en su personaje. La misma fuerza muestra María Pedraza, quien nos transfiere la belleza de su inseguridad, su contención, su inocencia. El filme se concentra en ellos dos, en la complejidad de sus emociones, que van del frenesí al escepticismo, mientras el entorno filial se dibuja como un anticipo del desastre que puede llegar a ser el amor cuando es vacío, roto, desleal, miserable, infeliz.
¡Feliz Día de San Valentín!
Las listas siempre son incompletas y excluyentes pero me faltan filmes de amor imprescindibles como:
Camila de María Luisa Bemberg
Los Puentes de Madison de Clint Esatwood
Amor de Michael Hanecke
Sólo para nombrar algunas