Apreciar por enésima vez las imágenes del documental Ciclón, dirigido por Santiago Álvarez, es rememorar aquellos días de octubre de 1963, desde que arribó el día 3 a territorio cubano el huracán Flora, de categoría 5, catalogado como una de las mayores catástrofes registradas en el país. Sus devastadores efectos en la región oriental —una trayectoria de lazo abarcador de las actuales provincias de Las Tunas, Granma, Holguín y Camagüey— aún los recordamos quienes vivimos esas tensas jornadas. Yo contaba entonces solo ocho años de edad, y nunca olvido cómo por residir en las cercanías de un río en Camagüey nos evacuaron en el Museo Provincial Ignacio Agramonte. Sentíamos el sonido del viento y la lluvia a través de las enormes ventanas de la sala de Ciencias Naturales, rodeados por las vitrinas llenas de animales disecados, que cuando cortaban el fluido eléctrico devenían siluetas amenazadoras.

El equipo del Noticiero ICAIC Latinoamericano, bajo la dirección de Santiago Álvarez, afrontó grandes peligros al trasladarse a las zonas afectadas por las inundaciones y otros puntos clave. Representó una auténtica misión de corresponsales en una guerra contra las fuerzas de la naturaleza. Un total de quince camarógrafos del ICAIC, con seis asistentes, fue movilizado. A ellos se sumaron siete, procedentes del Noticiero Nacional de Televisión, y uno de la Sección Fílmica del MINFAR. Las imágenes que filmaron fueron editadas primero para un número semanal del Noticiero ICAIC y luego para el documental Ciclón, de mayor duración, por el experimentado Mario González. Casi sesenta años después, he aquí el testimonio de varios de ellos sobre esos tensos momentos vividos mientras los registraban en celuloide.
Livio Delgado
Antes de la llegada del ciclón a Cuba, Nicolás Guillén Landrián y yo le propusimos a Santiago Álvarez que nos entregara una cámara y nos enviara a Guantánamo para filmarlo desde el inicio. Santiago nos dijo jocosamente que lo que queríamos era «vacacionar», y Nicolás le preguntó si no se daba cuenta de que nuestra propuesta era a costa de arriesgar la vida.

José M. Riera
Mi participación en el documental Ciclón fue mi primera colaboración con el Noticiero ICAIC Latinoamericano. No estuve entre los protagonistas, colegas del ICAIC y de la televisión cubana que testimoniaron con excelentes imágenes momentos de profundos dramatismo y calidad humana. Para mí, bisoño camarógrafo que en 1963 comenzaba sus primeras experiencias en el oficio de captar imágenes de la realidad, tuve un ciclón Flora dentro de mi cabeza durante este trabajo, pues al asumirlo se jugaba mi definición como un profesional dentro de la fotografía cinematográfica.

En ese momento no tenía ninguna experiencia en labores reporteriles. Trabajaba en el ICAIC en un departamento donde se realizaban filmes didácticos y de divulgación en 16 mm. El Noticiero me entregó una filmadora marca Eyemo, pero de un modelo un poco más avanzado, también de mayor tamaño y peso que las normales. Se trataba de un modelo Q, de 35 mm y con una gigantesca palanca para darle cuerda.

Héctor Ochoa
Cuando en el ICR (que era como se llamaba entonces: Instituto Cubano de Radiodifusión) me dieron la misión de trasladarme para Oriente con el fin de filmar todo lo que pudiera sobre el paso del ciclón Flora, llegué hasta Las Tunas en un avión y desde allí por carretera en un camión militar viajé en plena noche hasta la zona de Bayamo. Por la rapidez con que salí de La Habana, traía una ropa inadecuada para esos trajines, sin un calzado apropiado, y el comandante Juan Almeida Bosque se encargó de que me trajeran de una prisión cercana unas botas rusas y un traje de mezclilla azul de los que usaban los presos en esa época. Almeida envió enseguida para La Habana los primeros planos que filmé para que los revelaran (más o menos setecientos u ochocientos pies). Solo se me echaron a perder dos rollos.

Livio Delgado
Me situaron entonces en el aeropuerto José Martí, donde permanecimos mañana, tarde y noche, y los camarógrafos nos turnábamos para esperar la llegada de los aviones con la ayuda solidaria de otros países.
José M. Riera
Soy llamado por el Noticiero para cubrir parte del epílogo del documental, es decir, cumplir turnos de guardia en el aeropuerto José Martí, donde sería recibida toda la ayuda que los amigos de Cuba mandaban para socorrer a nuestros damnificados.

Héctor Ochoa
Almeida me envió en un helicóptero hasta Cauto Embarcadero, amarrado con una soga a la puerta para no caerme con la cámara, debido a la fuerza del aire. Desde allí filmé a los sobrevivientes subidos en los techos de sus bohíos, rodeados de agua. Me situaron dos campesinos como asistentes. Uno de ellos llevaba una mochila con 1 200 pies de película. Con el agua al cuello, o por las rodillas, pude tomar, entre muchos otros, planos de una tanqueta de guerra de una unidad soviética atascada en el fango, donde había también reses que no podían moverse, cadáveres de campesinos arrastrados por las inundaciones y enredados en los alambres de púas de las cercas, planos de Fidel Castro al lado de un tanque anfibio atascado, y también filmé cómo les daban candela a los cadáveres putrefactos para evitar la contaminación. En algunos momentos me moví en un barco Lambda que había allí.

José M. Riera
Con el microclima que existe en el aeropuerto José Martí hay una temperatura más baja de la normal, sobre todo en la madrugada, y no tenía la oportunidad ni de tirar un pestañazo durante toda la noche. Cuando llegaba la mañana estaba realmente molido. Para mí fueron terribles momentos «aciclonados». Hay que tener en cuenta que el trabajo de la época en cine no era igual al que se realiza con el soporte de video, en el cual usted puede ver los resultados casi al instante. En este caso se trabajaba con negativo analógico, que debía ser revelado. En medio de mi incertidumbre tuve que esperar casi 48 horas para que el material fuera procesado, y comprobar que todo estaba en óptimas condiciones. Fue una buena experiencia, me sentí satisfecho con el trabajo realizado, y aunque mi material no estuvo entre las escenas más imprescindibles del documental, sí fue útil, cumplió su objetivo y fue además mi graduación de trabajo con una Eyemo, modelo Q.
Livio Delgado
Finalmente, lo que filmé no fue incluido en la edición del documental. No tiene uno solo de mis planos, y sin embargo aparezco en los créditos.

Héctor Ochoa
Yo tenía entonces unos treinta años y nunca he olvidado todo lo que viví. Fue una de las experiencias más impresionantes en mi vida como camarógrafo.
Sin la menor narración de voz, pues con su fuerza las imágenes transmitían por sí solas la envergadura de la tragedia, Ciclón arrastró consigo cuanto galardón otorgaran en los certámenes donde concursó, a partir de recibir el 21 de noviembre de 1964 el Primer Premio Paloma de Oro en el VII Festival Internacional de Documentales y Cortometrajes de Leipzig, Alemania.