Cuando Santo Tomás, el Apóstol, pidió ver las llagas de Cristo y hasta poner en ellas su dedo para poder creer en su resurrección, no imaginó que la piedra angular de su filosofía: «Ver para creer», me iba a servir para presidir algunos intentos que he hecho en mi vida de, a través del análisis y la reflexión sobre el quehacer audiovisual, promover el debate público y la polémica sobre temas que nos interesan a quienes nos dedicamos a poner historias en la pantalla.
«Ver para creer» se llamó durante varios años un espacio que tuvimos en la UNEAC, donde cada mes, en la Sala Caracol, se exhibía una obra, generalmente no muy difundida, y luego se opinaba libremente sobre ella en presencia de los realizadores. Titulé de la misma forma un proyecto que nos encargó el canal Cubavisión Internacional para producir, de manera independiente, cuarenta programas donde abordamos numerosos temas, mostramos cine poco exhibido y conversamos con realizadores y especialistas de «lo humano y lo divino».
Por eso, ahora que la dirección de la Revista Cine Cubano me hace el honor de darme la posibilidad de comunicarme con los lectores con la adjudicación de una columna, quiero que se llame igual, pues pretendo que además de que sea un espacio personalizado, como caracteriza a las columnas habituales, sirva para que los realizadores audiovisuales, aprovechando las redes sociales, podamos intercambiar sobre temas y aspectos que pocas veces podemos debatir.
«Ver para creer» pretende que los que pensamos y hacemos el audiovisual tengamos la posibilidad de que, a través del debate o la polémica elegante y profesional, nos quedemos, al menos, con una idea inquietante o con la certidumbre de la convicción.
En fin, solo faltaría hacer la invitación: si usted es de los amantes de la imagen con concepto y quiere poner en movimiento sus neuronas, acérquese a esta columna haciendo lo mismo que Santo Tomás, viendo y poniendo el dedo en la llaga, para poder creer.