Como en un cuadro que no sé si Magritte pintó o yo lo imaginé, al igual que ocurre en aquella memorable escena de Madagascar (Fernando Pérez) que ciertamente no inventé, con alguien que abre una ventana para permitir que entre la luz, y soñar que viaja, que escapa o que vuela, y divisar un tren que avanza lentamente a lo lejos, o verse a sí mismo abriendo otra ventana, aspiro que sea esta columna, creada a instancias de mis colegas, para la versión digital de mi siempre apreciada Revista Cine Cubano.
La imagino como un espacio para reseñar o comentar no solo películas nuevas y viejas, de largo y cortometraje, documentales y de ficción, sino también series, o videos musicales. Ante todo, aclaro que ni pretendo sentar cátedra ni pontificar mis preferencias hasta convertirlas en axiomáticos arbitrios. Ahí mismo se deslizaron tres o cuatro términos de los que espantan a ciertos lectores, sobre todo aquellos que van en busca de textos cuyas intenciones y significados resulten tan evidentes que las intenciones del autor terminen siendo reductibles a dos o cinco estrellitas, y un pulgar para arriba o para abajo.
Mis mejores lectores, los que apreciaré siempre, serán aquellos que se sientan tan impresionados por una experiencia audiovisual que, en algún momento, se vuelva imperativo, y hasta compulsivo, expresar criterios y escuchar lo que piensa el otro, para comprender al final que el gusto no es sinónimo de calidad, porque alguien puede detestar convincentemente la misma película que tanto disfrutaste, y debemos ser capaces de entenderlo.
Porque ese gesto inicial de «me gusta» o «no me gusta», que soltamos a quien nos pregunte cuando acabamos de ver una película, puede ser un motor que nos impulse a escuchar y comprender, a olvidar por un rato nuestra natural tendencia al mi-mi-yo-yo y compartir verdades relativas, abrir ventanas y atrevernos a divisar, a lo lejos, trenes que llegan y parten, porque el refranero popular nunca nos regaló algo tan sabio como aquello de que varias cabezas piensan mejor que una sola.
Y desde esta sección me propongo nada menos que rescatar el placer de conversar sobre cine, sobre audiovisual en general, como ya dije, sin desmerecer en cuanto a rigor intelectual. Porque le dedicaremos tiempo a establecer ciertos puntos de vista sobre tal o cual película, ya sea mediana, muy buena o excepcional, sin despreciar las malas, que son quizás las que más nos enseñan.
Pero también nos ocuparemos de la cinefilia, con la intención de fomentar el conocimiento y abrir debates; comentaremos algunas noticias trascendentales (aunque tampoco pretendo mantenerme al tanto de las principales novedades) y además intentaremos elucidar, siempre, el trazado de esa difícil frontera entre gusto y calidad, porque durante casi treinta años en ejercicio de este oficio del siglo xx aprendí, entre muchas otras cosas, que hasta los mayores maestros se equivocan, casi todas las estrellas toman decisiones disparatadas, y que tan extraordinaria puede ser una película polaca como otra brasileña o francesa, y el cine norteamericano de los años treinta y cuarenta puede suscitar emociones que jamás provoca toda la parafernalia de imágenes generadas en computadora, aunque resulte complicado convencer a los fans de Toy Story o Avatar. Más vale no intentarlo, y que cada uno goce con lo que le gusta, pues cada cosa tiene distinto sabor, como asegura, de todos los modos posibles, a través del diálogo y del subtexto, la siempre bien ponderada Fresa y chocolate.
Nadie debe pensarse que la sección será prisionera a estas alturas del mito del cine total, tal y como lo formulara elocuentemente André Bazin cuando definía al medio como «la recreación objetiva del mundo», pues soy consciente de la alteración irrevocable que padeció el medio cinematográfico con el paso del soporte fotográfico o el celuloide al digital, y el alcance mundial de la televisión vía satélite o Internet. De modo que la creación de imágenes digitales descarta la necesidad de que existan objetos reales y una cámara frente a ellos, y ese cambio es trascendental porque afecta, sobre todo, el concepto de realismo. Sin embargo, a pesar de todos los cambios se mantiene a salvo el anhelo de crear imágenes en movimiento, y la pulsión por compartirlas y calificarlas.
Y para todos aquellos que necesitan un aval, o fe de vida cinéfila, para saber si vale la pena compartir las opiniones de este escribiente, o atender a sus calificaciones, ahí van las declaraciones primigenias, que ojalá provoquen múltiples afinidades, hasta complicidad, y despierten ese alto grado de la deferencia que todavía se mantenga lo suficientemente lúcida como para ampararse del fanatismo:
- Aplaudo el fervor, la desmesura y la honestidad por encima del eficiente manejo profesional y técnico, que también me complace, ocasionalmente, pero solo me cautiva si está en función de expresar ideas humanísticamente válidas, además de sensibilidad y espiritualidad.
- Y no es que coincida completamente con el argumento del insustituible Julio García Espinosa cuando aseguraba que toda película perfecta es reaccionaria, pero sí me ocurre que, debido tal vez a cierto defecto de fábrica, me parecen abominables, o me dejan completamente helado, la mayor parte de las películas norteamericanas más taquilleras, incluidas las de Christopher Nolan, por ejemplo. Soy consciente de que en este mismo momento estoy perdiendo, tal vez, cientos de potenciales entusiastas, pero más valen las cuentas claras desde el principio, y ya lo escribí antes: privilegio la pasión y la honestidad por encima de mercadería lustrosa y bien hecha.
- Mi mayor esperanza: contribuir a que una obra específica pueda ser comprendida, y amada, más allá de que el tema le resulte familiar al espectador que la juzga, más allá del conocimiento de que disponga ese cinéfilo sobre premios y farándula, más allá de la afirmación o negación que implican los intereses, preocupaciones y conceptos estéticos recurrentes. Porque puede ser bellísimo el plano de la cámara estática frente a un potrero, e igual puede resultar insoportable semejante detenimiento, en dependencia del verdor, de lo que haya encima y debajo de la línea del horizonte, en dependencia de la franja de cielo que sobrepuja el pasto, en dependencia de la admirable levedad de la diminuta garza que hace equilibrio entre los charcos.
- He aprendido antropofágicamente. A ninguna escuela me ciño. Ninguna me alcanza. Mantengo la ecuménica distancia sobre todos los aparatos teóricos y les concedo atención solo cuando estoy mayormente seguro, entre dudas, de que serán las brújulas para indicarme el rumbo hacia el momentáneo resguardo de las certezas. Y como esta columna deberá parecerse a quien la escribe, y sobre todo a quienes la disfruten, bienvenidos entonces eclécticos e inconformes, desiguales y sintéticos, parciales y subjetivos…