Patricio Wood Pujols (1961) es uno de los iconos cinematográficos y culturales de la nación cubana, hijo de dos personalidades inmensas de la actuación, Salvador Wood y Yolanda Pujols, a quienes por cierto homenajeó con su documental Una leyenda costeña (2017). Desde El brigadista (Octavio Cortázar, 1977) hasta la reciente telenovela Tú, de Lester Hamlet, considerando otras interpretaciones muy atendibles en el teatro, la radio e incluso en videoclips, así como en series de peso como Los comandos del silencio, En silencio ha tenido que ser o Algo más que soñar, su participación es reclamada en teleplays, cuentos y otros géneros televisivos. Ha trabajado bajo la dirección de Tomás Gutiérrez Alea, Juan Carlos Tabío, Rogelio París, Ernesto Daranas y Fernando Pérez, entre otros no menos importantes, y no puede dejarse de mencionar a Octavio Cortázar, considerado por Wood Pujols «su padre en el arte».
Merecedor de notables reconocimientos, por muchas más razones con Patricio se pudiera estar conversando durante días. Esperemos por sus memorias o una biografía —sospecho que anda en lo primero. Mas es su reciente documental, Esa es la vida Octavio, lo que ha motivado la presente entrevista.
No son pocos los cineastas que se dedicaron en sus inicios a la crítica de cine. De un momento a otro, algunos actores deciden por capricho o justificadas razones dirigir. En tu caso, Patricio, ¿qué te motivó hacerlo?
Es una motivación bastante remota. Tan remota que me deja sin edad para sentir igual el deseo de aprender a hacer cine y tratar de comunicar a través del lenguaje audiovisual, sin desdorar en sí la fotografía y la vida propia del sonido como medios expresivos. Todo pudo aparecer desde la infancia.
Soy hijo de actores, y cuando visitaba un estudio de televisión, lo que me atraía eran las cámaras, y en un estudio radial me fascinaba el set de los efectos sonoros.
Pero el gran suceso ocurrió el día en que asistí a una filmación en exteriores y vi una cámara de cine montada en su trípode, y cuando el camarógrafo me cargó para que mirara por el visor, vi un cine dentro de ella. Una sola pregunta, íntima y perenne, se sembró en el fondo de mis curiosidades: ¿cómo aquel cine pequeño se podía convertir en el grande?
Y el cine, la realización cinematográfica, se convirtió en el amor de mis sueños y en el sueño de mi amor; así crecí, creo que crecí. De niño recuerdo que disfrutaba cuando iba al cine a ver una película, cerrar los ojos e imaginar la imagen escuchando los sonidos; de pronto los abría para sorprender mi propia imaginación y comprobarla. Otro ejercicio era adivinar el final de la película.
La sala de cine que me gustaba era el Negrete, que estaba en el Paseo del Prado, porque era el que mejor me recordaba la cámara de cine.
Mi relación con el cine ha sido muy personal, mis resortes son festivos, son de bienvenida, de no olvidar. Pero debo decir que su realización me realiza. Esto, unido al inicio temprano, a los catorce años, de mi sostenida carrera como actor, no me dejaba tiempo para más. Entonces nunca sistematicé el estudio del cine como arte, su historia, el ser cinéfilo, criticarlo, no me convocó como soñarlo y hacerlo. El misterio del cine será, por ventura, mi primer amor.
Entonces decidí hacer algo por ese misterio: fundé un grupo de cine que llamamos La Cojímar Film, con una cámara de cine silente soviética que mi hermana compró en 1973, pensaba ella, para filmar a su primer hijo. No la vio más después de que la toqué, la olí, la obturé con mis doce años de edad. Esto me dejó conocer el autodidactismo cuando un amigo de mi padre, el actor Alejandro Lugo, me regaló su biblioteca de cine. Años después de editar en la cámara, alguien me regaló una empalmadora de 8 mm y 16 mm con la que hice los primeros montajes. Afortunadamente, esas películas las conservo y ya las he digitalizado. Hoy son testimonio del cine aficionado que se hacía en el país en la década del setenta.
Recuerdo haber leído algo tuyo en la revista Universidad de La Habana. Supongo que te convocó Yolanda Wood, tu hermana, quien por cierto fue mi profesora de Arte del Caribe. Si mal no recuerdo, te refieres en esas páginas a un influyente círculo de interés.
Bueno… A finales de la década me inscribí en una especie de círculo de interés que creó el ICAIC para que los aficionados aprendiéramos de cine. De ese momento recuerdo a Tomás Piard, Jorge Luis Sánchez, Rafael Solís y Rigoberto Senarega, por mencionar a los que después se convirtieron en cineastas. Esta experiencia culminó con la fundación de la Federación Nacional de Cine Clubes de Cuba.
Me aventuro a decir que fuimos de los últimos aficionados que hicimos cine silente en el mundo, porque el desarrollo del video aniquiló esa industria creada para el celuloide sin sonido.
Paralelamente, ya en los años ochenta me integré a la recién creada Asociación Hermanos Saiz, en su sección de cine, que propició la participación de sus miembros en la realización de audiovisuales con la técnica del video y en un festival anual que se denominó Muestra de Cine Joven. Allí pude realizar dos cortos de ficción en codirección con Rudy Mora (Vela por mi amor y Resolución), que resultaron premiados en la Muestra y otros eventos nacionales.
Al inaugurarse la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños me presenté al examen de ingreso, pero no pasé de ahí.
Para mi vida, en el arte, estudié Actuación en el Instituto Superior de Arte y me gradué en 1984. Pero mis experiencias como actor datan desde la infancia también.
Siendo miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba me relaciono con la casa productora de documentales Hurón Azul, creada y dirigida por Octavio Cortázar. Allí acepté la idea de hacer un documental (Una leyenda costeña) a mis padres, Yolanda Pujols y Salvador Wood, y una crónica sobre él titulada Aunque no piense en mí.
Con motivo del aniversario 45 del estreno de la película El brigadista, el ICAIC me permite realizar Todavía veo «El brigadista», una semblanza sobre la realización y repercusión de esta película.
El documental que nos ocupa en esta conversación, Esa es la vida Octavio, es mi más reciente empeño como realizador, un docudrama dedicado a la vida profesional del cineasta Octavio Cortázar.
Más allá del homenaje —y la retribución, si se quiere— que supone, Esa es la vida Octavio ¿responde a una obra meditada hacía mucho tiempo o es un resultado creativo de estos tiempos pandémicos?
Creo que en esto de intentar contar, el creador no debe saber exactamente cuándo comenzó el cuento, entre otras cosas porque no siempre se comienza por un principio. «La cultura no tiene momento fijo», frase que popularizó el humor, puede servir para explicar el asunto.
Lo cierto es que se trata de un documental con protagonismo, de personalidad, y ese protagonista es el cineasta cubano Octavio Cortázar, que para mí es una persona importantísima, porque me convidó a girar, engrandecer, embellecer mi vida. Entonces sobrevino el afecto, la admiración, la amistad, y con todo esto el deseo natural de confraternizar y conocerlo, algo que fue inhibido tajantemente en el mismo momento en que intenté saber de él: filmábamos Guardafronteras en un cayo de Varadero, y en un descanso le digo: «Octavio, nunca me has hablado de tu pasado, tu familia, tu infancia…». «¿Para qué tú quieres saber eso?». Esa pregunta, unida a una mirada de filo nuevo, me espantó y me obligó a un silencio eterno con respecto a eso que llaman pasado personal. No volví a intentarlo en todos los años que conté con su presencia casi paternal en mi vida.
Veintiocho años después accedía yo a despedirlo en su adiós final.
Debo pensar que solo el amor pudo acompañarme en la suerte de que las personas, sorpresivamente, me fueran dando cosas de Octavio: entrevistas, videos, fotos, cuentos. Me respondían, como a un albacea, aquella pregunta mía en el cayo, me convertían en un elegido para intentar la herejía de hablar de Octavio, y así comenzó la película.
«En otro orden de cosas», frase popularizada en el Noticiero Nacional de Televisión, me lancé a dar forma en un guion cinematográfico a una pretendida biografía de Octavio, y comencé filmando entrevistas a los fundadores del ICAIC, que convivieron con él por más de sesenta años relacionados con la creación artística. Ellos venían a testimoniar y dimensionar los sucesos que fueron importantes para Octavio.
Contar con estas entrevistas en 2018 formó parte de los impulsos definitorios para configurar la idea en un guion cinematográfico, que acometí sin saber cómo ni cuándo lo filmaría. Fue en un conversatorio sobre Octavio en la UNEAC cuando el productor Santiago Llapur, al enterarse de esta idea, me dijo que quería producirlo, y eso unido a que el proyecto ganara su financiamiento en la segunda convocatoria del Fondo de Fomento del Cine Cubano, hizo real la posibilidad del documental Esa es la vida Octavio.
Tenías (tienes) suficiente información sobre el hombre y el creador, además de que lo conociste muy de cerca. Era cuestión de hacer el documental ya. Háblame de los retos que te planteaste, de las soluciones estéticas…
De lo que yo estaba seguro es de que contaba con suficiente información, inédita o no, y sobre todo vivencial, a través de los casi treinta años que disfruté de su amistad, para intentar un audiovisual diferente.
Sabía que cualquier obra en el arte, entre tantos, tiene dos enemigos perennes: demasiada información o escasa información. Tenía algo grande a mi favor: una gran admiración y afecto hacia el protagonista de la historia; faltaba estudiar el contexto y las circunstancias que vivió para que, de esa unión entre el hombre y su profesión, decidiera el arte que podría merecer el documental.
Digo que todo lo gestamos Octavio y yo, porque de mi parte primó un disfrutado respeto a él y a su posición ante el cine cubano que hizo y le hizo.
Si un director es su decisión, la obra es su solución. Si en este trabajo convergen formas que permiten hablar de una estética, estas serán el resultado de un combate entre lo que se tiene y lo que falta, entre lo soñado y las posibilidades reales de hacerlo. Lo cual, sin dejar de ser inherente a todo empeño, aquí alcanzaba relieve de obstáculo, porque contaba con mucho material de archivo que por su vejez y deterioro me obligaban a soluciones técnicas y sinceras; o sea, opté por evidenciar la dificultad a través de la solución, y que esta fuera lo más cinematográfica posible, al tiempo que establecía algunos códigos para jugar con todo, y que el espectador y yo sintiéramos sensaciones nuevas mientras progresaba la información.
Puede ser interesante que se considere la presencia de lo lúdico en un filme donde el verbo no se detiene en los 38 minutos en que transcurre, interesante y útil. A su vez, jugar resultaba inevitable al intentar que el documental se pareciera al cine de Octavio.
Tuve la fortuna del interés y el tino con que trabajó Libia Batista, directora de casting, al seleccionar al actor Carlos Alberto Méndez para interpretar a un Octavio joven convincente, que logra articularse con rotunda naturalidad en una arriesgada propuesta escénica que viene a documentar la ficción, más que a ficcionar lo documental. La introducción de un actor, que llega a ser entrevistado, es el mayor aporte lúdico entre las soluciones «formales» del documental.
Hay un momento en que Manuel Herrera, refiriéndose a Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro y otros llaman Babalú (1969),dice que Cortázar «trabaja el tema y el ser humano», lo cual es verdad. No obstante, quizás por la época, y no necesariamente porque respondiera a un trabajo por encargo, las soluciones en términos de paralelo entre práctica y cultos religiosos y proceso revolucionario en marcha, hacia el final del documental pudieran ser alarmantes para el espectador de hoy. Pero no tiene relación con Acerca de un personaje… lo que te quiero preguntar. Abreviemos la plática con estas dos preguntas. La primera: ¿Por qué crees que Por primera vez no ha perdido su magia y su categoría de clásico? Y la segunda sería: ¿qué representa la obra de Octavio Cortázar para la memoria cultural de la nación cubana?
En honor a la verdad, las dos preguntas se entrelazan mucho. Así que intentaré una asociación generalizada y específica en las respuestas.
En un inicio se hizo fuerte la idea de comenzar el cuento con un pasajero que viaja en un avión desde La Habana hasta Praga en 1963. Ese año marca una época intensa y escabrosa para los cubanos, La Habana era el epicentro de una revolución social en ciernes, mientras Praga era la convergencia de una convulsión tan cultural como política, de altos quilates.
Como este análisis somero lo anuncia, ese arranque provocaría una complejidad inmerecida para abordar la faceta profesional de un cineasta. Sería más útil revelar lo que le hace singular de una manera más sutil, humana. Es ahí, en y para esos años iniciales del cine cubano, donde aparecen argumentos que dan contexto para mirar a Octavio como un ente diferente de los jóvenes cineastas que predominaban en la época de la fundación del ICAIC. Solo el deseo natural de cursar estudios académicos, lo que implicaba entonces hacerlo fuera de Cuba, lo distinguía.
Lo interesante en Octavio es que se lanza a Europa por cuatro años (1963-1967), y no solo perfecciona su especialidad de director, se cultiva en todas las artes y constata nuevas corrientes cinematográficas; lo importante es que supo ver las realidades de su país poniéndose más lejos. No se puede negar el tino de Alfredo Guevara al encausarlo en el documental como algo idóneo para conseguir eso, y la suerte de que Octavio lo entendiera.
Como primer espectador de Esa es la vida Octavio, hago esta lectura analítica y no recargo el documental con semejante forma de ver las cosas; finalmente es mi posible aprendizaje, pero noté que la «simple» exposición de los hechos era el mejor camino, porque por sí misma propiciaría varias lecturas, podría resultar un documental de análisis, de observación, de expresión, incluso de persuasión, según las posibilidades de lecturas en el espectador. Más allá de regodearme en una personalidad.
Octavio es singular porque regresa, no se fue uno y regresó otro. Su pasión cubana intacta lo integró enseguida al cine que se pretendía para Cuba; sus obras lo aseveran. No solo retoma su labor como director, optando por temáticas relacionadas con cosas que estaban ocurriendo en Cuba mientras él no estaba aquí (Por primera vez, Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro y otros llaman Babalú, Al sur del Maniadero, Sobre un primer combate, Hablando del punto cubano, Con las mujeres cubanas), sino que logra una propuesta ajustada al tipo de cine que se quería y se podía hacer.
Por primera vez es un suceso artístico para el cine cubano que merecería una valoración propia y distintiva, no solo por sus reconocimientos y premios, sino porque es también un milagro, porque realizarlo fue tremendamente incómodo, como Octavio ha dicho. Pudo haberlo hecho en la ciudad, pero su belleza la da el contexto social que se escogió, así como la necesidad intelectual de priorizar al ser humano en la expresión de las cosas. Creo que ahí radica el mayor mérito de Octavio, pues esa es la vida de su obra, referencia del cineasta que nunca abandonó el documental, ni siquiera en la ficción, ni en la docencia, ni en su ser de artista de principio a fin.