En 2019, un grupo de amigos hacedores de cine se lanzaron a la aventura de oficializar un vínculo de trabajo que databa de varios años. Así se encendió la chispa de Momó Flicks, un colectivo de realización que, tal como la imagen que lo identifica, mantiene siempre activa la bombilla de la creación. Su esencia es para Maysel Bello, Giselle Vargas y David Cruz —los tres jóvenes que lo integran— la familiaridad y el trabajo colectivo. Creen en las alquimias de la sensibilidad más que en cualquier línea estética preconcebida. Una mezcla de complicidades que se manifiesta desde la misma idea de su nombre.
Momó responde a un juego de palabras del team, unido al uso coloquial del término film, y que a la vez se relaciona con la unidad de medición de tiempo en pantalla de un cuadro. Hoy el grupo ya cuenta con sus primeras obras, algunas en fase de producción y otras de guion, tras haber recibido apoyo del Fondo de Fomento del Cine Cubano, establecido desde 2020.
«Todo comenzó con el cortometraje Karla, tesis de licenciatura de David Cruz y Gisselle Vargas, con la cual mantuve un contacto estrecho», comenta el realizador y profesor de FAMCA Maysel Bello. «Este audiovisual toca el tema de la violencia machista en Cuba, y se presentó en 2019 en la Muestra Joven, aunque se concluyó en 2021. A partir de ese y otros vínculos comenzamos a gestar El hijo muerto como proyecto común, una historia sobre la crisis que genera en la relación de unos padres el asesinato cometido por su hijo. Ambos cortos recién inician el proceso de distribución y de presentación en circuitos internacionales», agrega.
En Momó son tres las cabezas del equipo, aunque forman parte del colectivo otros creadores como la editora y script Lisy Rojas, los productores Amanda Oceguera, Marycet D’Carmona, David León, el editor Joel Ramírez, el posproductor Helman Bejerano, las directoras Yoenia Pérez y Annia Quesada, entre otros, a los que llaman «los habituales».
«Son gente joven talentosa que se va forjando en el camino del hacer. La tríada de Giselle, David y Maysel es un aspecto meramente formal; lo importante radica en la capacidad de trabajar entre todos, relacionarnos y pensar en una misma dirección», recalca Bello.
Varios son egresados de FAMCA. Quizás por eso el apego que tienen con la escuela en el desarrollo de sus proyectos, ya sea como parte de los ejercicios docentes o posteriores a estos. En este sentido, apunta Maysel Bello: «Es como una deuda, no solo para retribuirle la formación a la academia, sino una oportunidad para darle aquello que no nos podía dar cuando estuvimos en esas mismas aulas y que ahora desde esta posición podemos contribuir a que tenga (…). Participamos recientemente en el ejercicio final de segundo año, y fue muy enriquecedor poder impulsar el crecimiento creativo de tantos estudiantes. Descubrimos muchachos con muchas potencialidades y talento. Hemos ofrecido charlas sobre producción y asesorías en el terreno. Recuerdo que durante mi formación no recibí tanta práctica, y es maravilloso que haya ahora más posibilidades para hacerlo y asesorarlos en todo lo que podamos. Es provechoso no solo por el apoyo tecnológico, sino también porque pueden empezar a crear alianzas, a conocer el gremio».
Para Giselle Vargas, única actriz de formación de la triada oficial, la conciencia grupal resulta medular para todo el proceso de realización, una condición que tanto ella como una de las colaboradoras más asiduas, la también actriz Amanda Oceguera, tienen bien aprehendida de su paso por la disciplina de Teatro en la ENA.
«A los actores se nos desarrolla muchísimo, y quizás haya sido nuestro mayor aporte en el equipo: ayudar a crear ese ambiente laboral óptimo, un lenguaje común entre todos e inteligencia emocional con el resto del colectivo. Eso permite además lograr empatía con los actores de reparto, pues ellos son como una pequeña comunidad dentro de todo el grupo de trabajo», comenta.
«Ese ambiente afectivo, de camaradería, nos distingue. Los rodajes llegan a ser aburridos —bromea Bello sobre el tema—, porque no tenemos conflictos como colectivo, ni existen incomprensiones por uno u otro motivo».
En estos tres años de creación, Momó Flicks ha impulsado el desarrollo de varios proyectos, como el largometraje de ficción Silencio y paz, de la guionista y directora Yoenia Pérez. Se trata de un acercamiento a la historia de María Luisa Milanés, una poetisa cubana de inicios del siglo XX, poco visibilizada en nuestra historia literaria, considerada una de las primeras voces feministas de América Latina. Actualmente, el filme atraviesa la última fase de guion, luego de haber sido seleccionado para recibir apoyo del Fondo de Fomento en 2020 en la categoría de desarrollo. «Es un proyecto que precisa de muchos recursos, por lo cual sabemos que nos tomará tiempo, pero por ahora estamos muy emocionados por este respaldo desde el ICAIC».
Paralelamente, han presentado también al Fondo los largometrajes de ficción El hijo pródigo, de Maysel Bello, y Manicato, de Lisy Rojas, un audiovisual ya conocido por parte del gremio, pues integró el programa de la segunda edición del evento de coworking Varentierra, coordinado por Wajiros Films.
«Manicato narra la rebelión del cacique Hatuey a través de su amistad con Bartolomé de las Casas, en el período de 1503 a 1512. La historia que se cuenta está basada en hechos y personajes reales, pero las relaciones interpersonales que se narran son ficcionadas. Fue un ejercicio maravilloso imaginarme diálogos y conflictos a partir de los testimonios, diarios y crónicas de la época, así que, aunque es ficción, tiene una carga importante de veracidad. No es una película de grandes batallas ni escenarios, va de personajes y relaciones, así que tiene un fuerte sello autoral», apunta Rojas.
Al proceso de realización de esta cinta se suman varios especialistas de las ciencias sociales, como el doctor en ciencias Ernesto Wong, quien creó una microlengua para la película, tomando las voces sobrevivientes guajiras y arahuacas en aras de que los personajes taínos del relato las usen en sus parlamentos, y así sirva como homenaje a sus formas originales de expresión.
«Cuando Manicato entró a Varentierra era una idea salida de un meme. Los dos primeros encuentros fueron con Fernando Pérez y Amílcar Salatti, quienes con toda la genialidad que los caracteriza me ayudaron a buscar el camino más saludable para la película. Luego tuvimos asesorías con Alán González, y él dio el puntillazo final que hacía falta para cerrar la versión de guion con la que salimos al mundo para buscar financiamiento. Dos años después es un proyecto de largometraje en desarrollo en busca de fondos. La diferencia es abismal. El proceso de desarrollo ha sido maravilloso y bastante acelerado. Con Momó Flicks guardo una muy estrecha relación no solo como realizadora, sino también como community manager. El apoyo es mutuo», concluye Lisy Rojas.
Sueñan también con el primer largometraje documental. Bagazo es el título del proyecto, una historia que empezó como un ejercicio de clase, luego se convirtió en un corto documental y ahora pretende llegar a un largo. El filme transcurre en el batey de un central azucarero desmantelado en 2002, en busca de descubrir su realidad veinte años después de que cerrara sus puertas.
«No tenemos una línea estética preconcebida y eso está dado por la pluralidad de miradas y la diversidad de profesionales que intervienen en la realización de cada audiovisual. Respetamos ideas, conceptos, narrativas y estéticas propias de cada uno. Estamos en un proceso de experimentación y formación, abiertos a diversas propuestas, maneras de hacer, géneros… Nos gusta trabajar con rigurosidad y originalidad, incluso en obras por encargo (…). Nos caracteriza más la producción cinematográfica, pero también hemos incursionado en televisión en diversos géneros», puntualiza Bello.
Para ese ámbito produjeron junto a Cubavisión y RTV Comercial los cuentos La felicidad, dirigido por Annia Quesada, y Amor a primer añejo, por Giselle Vargas; ambos, versiones de los textos de Héctor Zumbado para el espacio humorístico «Humor a primera vista»; además de una versión del cuento Bartleby, dirigida por Maysel Bello y basada en la historia Bartleby, el escribiente, de Herman Melville, con una duración de 27 minutos.
La alianza con colectivos similares es habitual en el trabajo de Momó. «La mayor parte de la producción audiovisual se desarrolla en La Habana, y si a eso le agregas que es un gremio bastante pequeño en el que casi todos nos conocemos, es muy común hacer vínculos laborales —sostiene Bello—. Hemos trabajado en conjunto con DB Studio, DTS, Negrones, con el propio ICAIC y con entidades no audiovisuales. El corto El hijo muerto, por ejemplo, es coproducido por Wajiros Films, con la colaboración del ICAIC y otras instituciones, y actualmente estamos inmersos en la coproducción de otros dos cortometrajes, también con el ICAIC».
Para Momó Flicks, como para la mayoría de los colectivos audiovisuales cubanos, la distribución de las producciones aun es un elemento rezagado, lo cual dificulta no solo competir con industrias regionales, sino la exhibición incluso en circuitos nacionales. Mas, las ganas de esta suerte de familia audiovisual no cesan en el empeño de crear nuevas historias, y sobre todo de servir de plataforma para la comunidad de jóvenes realizadores que hoy emergen dentro o fuera de las academias con el afán de hacer cine en Cuba.