Ha quedado, pues, establecido de una vez por todas mi principio de
G. E. Lessing: Laocoonte… (C. XVIII)
que el tiempo es el dominio del poeta, como el espacio el dominio del pintor.
Por lo cual es necesario desplazar nuestra atención filosófica de las
Galvano della Volpe: «Laocoonte 1960» (de Crítica del gusto)
cosas representadas, expresadas por poetas y pintores, etcétera —que
por sí mismas son filosóficamente algo abstracto y que remite a otros
elementos— para dirigirlas a los medios expresivos correspondientes
y su peculiaridad […]; de lo que se desprende la pacífica coexistencia
de las artes como iguales; la caída en lo genérico y trivial no amenaza,
como hemos visto, sino a los intentos de traducir los resultados de un arte en
resultados de otro.
Siguiendo pautas, ya fuese de los esencialismos, ya fuese de los nominalismos o antiesencialismos, ¿tiene cabal sentido la división entre la literatura y el arte, o sea, entre la imagen literaria y la artística, así como entre las artes audiovisuales escénicas y «mediáticas»? ¿Hasta qué punto es posible delimitar las diferentes artes y, en general, concebir una especie de sistema de las artes?
Se trata de una problemática que tentó a muchos pensadores desde el renacimiento y la ilustración, así como luego y en especial a Hegel y los sucesivos filósofos y estetas. Bien mirada, alguno de sus aspectos ha sido punto focal de reflexiones desde los propios inicios del pensamiento sobre las imágenes y lo que hoy llamamos «arte». Proposiciones al respecto, aunque no siempre como conjuntos sistematizados, vienen desde los primeros filósofos, con un clímax inicial en los apartados 1.1 y 1.3 de la Poética, de Aristóteles, donde ya queda esclarecido lo siguiente:
«En general la épica y la tragedia, igualmente que la comedia y la ditirámbica, y por la mayor parte la música de instrumentos, todas vienen a ser imitaciones. Mas difieren entre sí en tres cosas: en cuanto imitan o por medios diversos, o diversas cosas, o diversamente y no de la misma manera. Porque, así como varios imitan muchas cosas copiándolas con colores y figuras […] los bailarines; que también estos con compases figurados remedan las costumbres, las pasiones y los hechos. […] En suma, la imitación consiste en estas tres diferencias, como dijimos, a saber: con qué medios, qué cosas y cómo».
No faltarían seguidores de estos tópicos en la cultura romana, como lo fue en el siglo I a. C. la famosa Epístola ad Pisones, de Horacio, ni luego en tiempos helenísticos el tratado De lo sublime, del controvertido Longino.
Ha de reconocerse que cualquier división entre las artes, así como entre los géneros de un arte, estará marcada siempre por una gran dosis de convencionalismo, nunca responde a una total racionalidad y objetividad, siendo determinada por las propias tradiciones del arte, según las prácticas sociales, de un modo histórico.
Considerar la naturaleza muerta un género de la pintura, la sonata un género sinfónico, el policiaco un género del cine, mucho más que de una posible o supuesta «clase cristalizada de imágenes», depende del devenir de cada arte, de su propia historia y circunstancias, en especial del modo en que el artista y las instituciones realizan sus producciones a la vez que aquello que los públicos buscan y recepcionan y de cómo lo hacen.
Ello vale para la propia división de las artes (pintura, escultura, arquitectura…), sin soslayar las consabidas «artes y artesanías», «artes mayores y menores», entre catalogaciones y jerarquizaciones que también explican por qué los límites han sido tan frecuentemente vulnerados con formas de una u otra manera y gradación híbridas, combinadas y transgresoras o, como también ya dijo Lessing en el mismo capítulo del mismo libro:
«Sin embargo, permítaseme una salvedad. Sucede con la pintura y la poesía lo que con dos amigos y condescendientes; ambos, sin consentir que se tome el uno libertades que perjudiquen la propiedad del otro, usan sin embargo de una recíproca indulgencia en los límites comunes, en compensación mutua de las pequeñas incursiones en el terreno o dominio del vecino que, ora al uno, ora al otro, fuerzan a hacer las circunstancias del momento […]».
El hecho de que una obra fluctúe entre o participe de lo pictórico y lo escultórico, de que un filme conjugue la aventura escalofriante con la comedia, o las antiguas formas y tonalidades sinfónicas estallen con las vanguardias; se ha hecho tan común que a menudo se ha renegado de los géneros y las divisiones artísticas (aunque renegar de algo es ignorar tozudamente más que eliminar su existencia, al menos como concepto).
Sin embargo, la rica y necesaria práctica violatoria de hoy (ya más bien desde ayer, pasado un siglo, y también de otros momentos) no ha impedido que siga habiendo pintura y pintores, música y músicos, arquitectura y arquitectos, literatura y escritores, aunque también pintores que son escultores, artistas visuales que son cineastas y así sucesivamente.
Después de todo, el innegable convencionalismo y la relatividad de las creaciones, manifestaciones y recepciones no puede negar la buena dosis de objetividad y permanencia de ciertas determinaciones particulares de cada arte, por muy condicionadas histórica, social y culturalmente que estén. La historia también tiene que ver con lo permanente entre unos y otros vaivenes. Por ejemplo, ahí están las determinantes de la presencia y uso del espacio, del tiempo, de la visión, la audición y, por supuesto, la audiovisión.
¿Cuánta objetividad tiene la diferenciación entre literatura y arte, imagen literaria e imagen artística? ¿Es acaso la poesía, la literatura toda, una más entre las artes —entonces sería preciso decir «la literatura y las demás artes» o «los escritores y demás artistas»— o existen condicionantes y caracteres de considerable relieve que las diferencien? ¿Qué decir sobre diferencias y semejanzas entre música y poesía, entre pintura, escultura y arquitectura, entre teatro y cine, amén de otros muchos parangones posibles?
Pudiera comenzarse por llamar la atención sobre la inconveniencia de echar por la borda tantas experiencias y reflexiones dadas desde las mencionadas Poética (y también la Retórica), de Aristóteles, la epístola Ad pisones, de Horacio, el tratado sobre Lo sublime, del Pseudo-Longino, y ese pilar aun imprescindible constituido por el Laocoonte o sobre los límites en la pintura y la poesía, de Lessing…, hasta hoy, a pesar de que los tiempos más actuales acostumbraron a subrayar, antes que los límites, las confluencias e hibridaciones, moda muy posmoderna.
Si bien Aristóteles logró establecer tres pilares fundamentales de la realización y las distinciones artísticas —cómo, qué y con qué medios—, Lessing insistió con muchas razones en dos categorías o fundamentos que, sin negar, sino conjugándose con aquellos, aportan nuevas perspectivas para enfocar el problema: el espacio y el tiempo. Otros, aun refiriendo tales categorías, traerán nuevos acentos sobre los diversos factores fenomenológicos, por ejemplo, el movimiento, como Gilles Deleuze con la imagen-movimiento (además de la imagen-tiempo).
Todo ello no implica necesariamente ninguna contradicción. De una u otra manera, imágenes, espacio y tiempo son indisolubles en el universo del arte y de la poesía (sígase diferenciándose, al menos por ahora). De uno u otro modo, tratándose de arte, se trata de imágenes y estas siempre implican el espacio, el tiempo o ambos, aunque no siempre en el mismo grado. También siempre suponen materiales y medios generales (con qué medios), procedimientos singulares para cada arte y comunes para un grupo al menos (cómo) y un objeto de la mirada (el qué), que en tiempos de Aristóteles y hasta casi ayer se entendió como figurativo, naturalista o «temático», pero que hoy ya se logra vislumbrar con mayor exactitud y a la vez amplitud al considerarse la «autorreferencialidad» de la obra de arte.
En cuanto a diferenciaciones sobre arte y poesía, no faltaron razones a los más antiguos ni a modernos y muchos actuales discursantes sobre el tema: puede establecerse una cierta diferencia dada por la potenciación de «la palabra» o, más generalmente, del lenguaje y el sonido articulado en la poesía (dígase en general «literatura»), de lo sensorial (emoción e imagen) buscado por mediación de lo abstracto-conceptual (aunque también sensorial en su sonoridad), en contraposición a la imagen dada por la experiencia inmediata de los sentidos. Como suele ocurrir con todo o casi todo, claro está, no dejan de existir tonos relativos, excepciones y confluencias, pero he ahí lo habitual o la «norma».
Las que tradicionalmente se llaman «artes» implican modelos o mundos de imágenes más o menos «concretados»; en verdad (ya se ha visto en anteriores páginas) fuentes de estímulos propia y directamente visuales, sonoros o de ambos sentidos, propuestos para la recepción sensorial inmediata. Mientras, la literatura implica el lenguaje verbal articulado como estímulo directo o inmediato para la generación «mediata» de imágenes. En grados diferentes y visibles para la poesía y las artes funcionarán lo concreto y lo abstracto, los sentidos y el pensamiento, lo sensorial y la palabra.
Como quiera que se mire, ello implica diferencias de procedimientos, de procesos mentales, de sensaciones y sensibilidades, así como también de soportes e instituciones.
En diferentes grados, conviene recalcarlo, sin límites absolutos. Puede uno remitirse a la común sustancialidad —las imágenes— de las artes y la poesía, amén de comunes fines institucionales, en general socioculturales a favor de la experiencia estética, de la aprehensión sentimental y emocional del mundo, y en concordancia con categorías cristalizadas históricamente como lo bello, lo cómico, lo sublime.
Es en esta grandiosa identidad donde pervive la diversidad, y es en esta admirable diversidad donde pervive la identidad entre arte y literatura.
Ubicados ante «un cuadro», vale decir, ante un objeto o superficie plana con pigmentos o trazos, un receptor percibe (ve, siente) estímulos visuales que actualiza en su mente como imágenes que incitan lo bello o cualquier otro sentimiento estético.
Leyendo (u oyendo) un poema, un receptor percibe una estructura de signos básicamente abstractos y articulados que contribuyen a la generación mental de imágenes poéticas. Esta imagen no nace con el estímulo sensible de un objeto o proceso, sino en virtud de la palabra, de la sucesión de palabras y un proceso específico de imaginación a partir de ellas, para lo cual puede incluso convenir la inhibición de los sentidos (cerrar vista y oídos) que ha traído la legendaria concepción del poeta ciego.
Pero… además de la subrayada identificación gracias a la búsqueda común de un universo imaginal y sobre todo del magnífico fin común, la experiencia estética, surgen las hibridaciones: cuadros o murales con palabras y frases, por ejemplo. También valen los valores rítmicos y sonoros de la poesía. La jitanjáfora llega a ser tanto hija de la música como de la poesía; ciertos movimientos o manifestaciones poéticas, también. Y estuvo el origen cantado de la poesía, con lira, cítara u otros instrumentos que incluyen la complejidad del coro. La poesía estructural (como cualquier ordenamiento con valor artístico para imprimir la obra literaria) no deja de ser plástica o visual, amén de cualquier ilustración que fuese consustancial al verso. Son simples ejemplos.
La cuestión es más de grados y procedimientos que de límites absolutos. Y ello vale mucho para las relaciones entre poesía y pintura (en general entre literatura y artes), pero no deja de valer para las relaciones incluso entre las artes.
De una u otra manera, siempre son posibles las identificaciones y semejanzas. No en balde se puede hablar de cada arte, de las artes en general y de la experiencia estética, mucho más general aún. De una u otra manera, también se puede hablar de especificidades y diferencias. Y de una u otra manera, aun hoy, tiempo de las mayores «desacralizaciones», hibridaciones, rupturas de límites y patrones, resulta posible establecer sistemas (unidades, combinaciones, diferencias, semejanzas e identidades) de las artes: ¿Qué es la pintura? ¿Qué es la música? ¿Cuáles son cada una de las artes? ¿Qué es la poesía?
Como pilares fundamentales para esas respuestas, tráiganse a la memoria tantas premisas y conclusiones asentadas sobre el carácter imaginal de la obra de arte, sobre su virtualidad o potencialidad y sus posibles actualizaciones, sin olvidar que las imágenes audiovisuales existen desde siempre y que no existen las «imágenes corporales». Se habla, consiguientemente, de fenómenos sensibles en los que se implican los sentidos, el tiempo, el espacio o ambos.
En cuanto a los materiales, recuérdese que la experiencia histórica ha ido asentando la falta de correspondencia biunívoca entre materiales y artes: ninguna obra utiliza nunca todos los materiales posibles, así como un mismo material puede ser utilizado en diversas artes, además de que siempre aparecieron nuevos materiales (objetos, instrumentos…) en cada arte.
Siglo tras siglo se ha ido verificando (y sintiendo) que las «clases» de imágenes, ciertas categorías (como el espacio, el tiempo, la luz y el sonido) y las funciones e instituciones sociales son mucho más ricas y precisas para entender y definir las artes que los materiales y objetos.
Se han sucedido entonces las referencias a categorías más ricas y generales como la relación entre luces y sombras en una superficie o la disposición de imágenes en una superficie.
Por supuesto, cada material, cada formato y cada condición de la percepción (incluyendo las sensibilidades personales de cada receptor) influye sobre la imagen resultante, y nunca será idéntico un retrato en óleo sobre madera que en acrílico sobre cartulina. Pero siempre habrá algo común, general que los «familiarice», los unifique, para sus creadores, para la percepción y disfrute de los receptores y para sus funciones sociales, y aquí entran en juego las referidas categorías de mayor relieve o trascendencia.
Por ejemplo: a) óleo, acrílico, tempera y diversas tintas, lienzo, madera, muros y cartulinas, pinceles y espátulas servirán para un común «universo de imágenes», b) dadas por la relación entre luces (colores, líneas, figuras, manchas…) en una superficie, c) para una común experiencia social institucionalizada por creadores y receptores, museos, salones y galerías, críticos y promotores, hábitos y circunstancias…, d) destinadas, entre otros fines y funciones, a la experiencia «pictórica», a la situación, disfrute y aprehensión estética mediante lo pictórico (en el ejemplo aducido), lo escultórico, lo musical, lo teatral, lo cinematográfico…
Como quiera que se asuman, resulta imposible pensar, reflexionar, concebir cualquier obra de arte y cualquier rama del arte sin priorizar las categorías de la imagen, la clase de imágenes, su característico universo de imágenes, a lo cual corresponden funciones sociales, institucionales, pero también siempre correlaciones con las luces y el sonido, la visión y la audición, el espacio, el tiempo o una combinación de estos.
De manera muy consecuente, al menos un sistema de las artes puede fundamentarse en lo visual y lo sonoro en sus conjugaciones con el espacio y el tiempo, en una combinación de tiempo, espacio, sonoridad y visualidad. Uno de estos se esboza a continuación, reiterando esta simple condición de esbozo impuesta por disposiciones de páginas y tiempo de lectura. Tratándose de incitaciones y de lectores inteligentes, estos compensarán lo restante.
I. Artes visuales, artes del espacio
Un primer gran bloque de artes viene dado por la relación de imágenes en el espacio, entendiendo por imágenes los fenómenos lumínicos o visuales más diversos. No se trata solo de una figura humana, un caballo o animal, de cualquier objeto figurativo relacionado con otro, sino incluso de figuras geométricas o simples puntos, líneas o áreas en una relación espacial.
Este gran bloque muestra tres campos o grupos emblemáticos, en buena medida representativo de todas las artes visuales:
1. La pintura: favorece la visión de imágenes (sígase entendiendo en lo adelante cualquier «visión», desde simples puntos y líneas a las figuras más miméticas o complejas) relacionadas en un plano o «superficie».
La superficie puede ser recta o curva, grande o pequeña, dada por uno u otro material (tabla, lienzo, arcilla, muro…), de cualquier color visible.
Se ha tomado la pintura como «representante» de cualquier manifestación con las características básicas de relacionar formas en el espacio plano, desde el dibujo al mural, incluyendo el grabado. Se puede o no hacer un aparte sobre la fotografía, en última instancia. Claro está que se trata de un esquema relacional que demanda especificaciones en cada caso, aunque sí mantiene características generales.
2. La escultura: correlaciona formas o imágenes en un cuerpo o, mejor, un volumen. La «fuente de sensaciones» es volumétrica y requiere su movimiento o el movimiento del receptor a su alrededor para ser percibida en su totalidad.
Por supuesto que grandes murales pueden demandar dicha movilidad, pero se trata más bien de límites o excepciones, y no del común de las pinturas.
También puede tratarse de cualquier material (barro, mármol, madera, metal…), así como de cualquier tamaño.
3. La arquitectura: como la escultura, correlaciona formas en un cuerpo o volumen, solo que se trata aquí de la escala humana y la habitabilidad (en su más extenso sentido, desde el vivir hasta el transitar).
Constituyendo un reto al principio generalmente aceptado de la kantiana «finalidad sin fin», una solución posible al mismo es la sutil, pero no menos fundamental y cierta, distinción en las recepciones posibles. Una de ellas, la recepción utilitaria, la edificación para vivirla, o transitarla, en fin, para habitarla. Otra, la estética, la edificación como objeto de la percepción, como objeto para experimentar visual y estéticamente: el edifico que disfrutamos viéndolo.
Por supuesto, constituye por todo esto el más complejo «representante» de las artes visuales (y del espacio), porque puede ofrecer pinturas y esculturas sobre sus muros, techos, columnas y espacios generales.
También puede ser de cualquier material (ladrillos, madera, metales, cristales…) y de cualquier tamaño que posibilite dicha habitabilidad, incluyendo la pequeña dimensión de una celda o un gigantesco espacio urbano.
II. Artes auditivas, artes del tiempo
Así como las artes visuales implican el espacio, las artes auditivas implican el decursar temporal. Todo sonido se realiza de modo consecutivo: un toque tras otro, una nota tras otra, o un grupo de toques o de notas tras otro grupo. Incluso un solo toque se desenvuelve en el tiempo: empieza y termina.
1. La música es su gran representante y, si se considera estrechamente, el único miembro del grupo, el único arte auditivo.
Se habla aquí de las más disímiles manifestaciones de la música, desde una solitaria voz humana, pasando por un solo de violín o piano, una sinfonía, una pieza convencional, una electroacústica o una realizada mediante computadoras. De una u otra manera, correlaciona sonidos en el tiempo.
Se trata, además, de cualquier material sonoro y cualquier duración temporal.
2. ¿La poesía? Sí, en cuanto ritmo y musicalidad supone. No solo porque tiene un origen musical o con acompañamiento musical, sino por la pervivencia de ritmos y otros factores auditivos. La poesía puede ser leída a viva voz para ser oída. Aunque suele diferenciarse la poesía (en general la literatura) del resto de las artes, como bloques distinguibles, lo son solo relativamente, y en ello juega mucho este factor rítmico y audible.
III. Artes audiovisuales, artes del espacio y el tiempo
El otro gran bloque conjuga lo visual con lo auditivo (lo espacial con lo temporal), al menos en la unidad total de la obra, que pudiera tener secciones sin visibilidad o sin audición, aunque en función de la totalidad audiovisual de esa obra.
Trae consigo la pregunta de qué es la audiovisión. Parece saberse —¿será del todo cierto?— qué es la visión y qué es la audición, parece saberse —¿será cierto del todo? — qué es una imagen y qué es un sonido. Pero, si se acepta que lo audiovisual no son simples añadiduras de imágenes y sonidos y que, por ello mismo, existe una especie de audioimagen y una audiovisión cabalmente entendida como tal; ¿qué son entonces, exactamente? Buen tema no hace mucho comenzado a ser analizado por singulares investigadores al que habrá que volver en próximos momentos.
1. Las artes escénicas: son las grandes representantes históricas de estas artes, desde el mínimo espacio escénico del juglar o el mimo gesticulador y emisor de sonidos, pasando por el teatro y la danza hasta las complejísimas óperas u obras musicales.
En ellas se correlaciona lo visual con lo auditivo y lo espacial con lo temporal.
También puede valerse de cualquier material «escénico», desde el cuerpo humano hasta los decorados, luces y demás factores utilizados en la escena. Aquí puede hablarse también de las inserciones de música, obras escultóricas, cerámicas en los escenarios y escenas como parte de las obras.
Sobra decir que ofrece las más variables dimensiones espaciales, desde el pequeñísimo salón o el espacio escénico creado por un monólogo hasta los monumentales escenarios variables. Y, claro, igual diversidad en sus extensiones temporales.
2. Las artes audiovisuales de pantalla o, más generalmente a lo largo de la historia, de superficie.
Su gran representante —pudiera argumentarse un «sí» o un «no» sobre su condición como el único miembro cabal— es el cine: el arte de la sucesión coherente de imágenes comúnmente audiovisuales logradas mediante una superficie y una matriz.
Ya no es el escenario, sino, en todo caso, el escenario grabado o registrado en una matriz y luego reproducido: medio (matriz reproducida) de otro medio (escenario original filmado). Asimismo, lejos de la experiencia del «contacto» o «presencia» con los escenarios teatrales, la recepción de imágenes mediante una superficie (pared y «pantalla» inicial de lona que dio el nombre a todas las venideras «pantallas» electrónicas) y una matriz.
Sobre el carácter fílmico del videoclip y el videoarte se precisarían reflexiones más extensas y precisas.
También puede reflexionarse sobre la condición o no del cine como «síntesis de las artes» o como «arte total», sobre su «muerte» o «disolución» en los medios, sobre sus géneros y otros muchos temas que hallarán su momento oportuno.
Queden hasta aquí estas ideas e incitaciones animadas por preguntas iniciales que han hallado respuestas parciales sin saciar las interrogantes ni hallar total consenso en un universo tan cambiante y rico como el del arte: ¿Cómo definir cabalmente cada arte y cada rama del arte?, ¿cómo deslindar a plenitud una clase de obras respecto a otras?, ¿cómo se relaciona la literatura con cada una de las artes y su conjunto? Y ¿cómo funcionan y qué valores alcanzan en cada arte, en cada grupo de artes afines (visuales, sonoras y audiovisuales) y la experiencia artística más general el tiempo y el espacio? En fin, ¿cómo establecer un valedero sistema de las artes? La reflexión sigue abierta.