En tiempos de pandemia y de contracción de la industria poligráfica cubana, que en el último año y medio ha atravesado una crisis que nos recuerda los primeros noventa del pasado siglo, la presentación de libros digitales ―todavía una rara avis en nuestro mundo editorial―, alcanza un especial significado. Tanto por su impostergable necesidad, como que sigue constituyendo una novedad en nuestro muy limitado mercado y cosmos del «ciberdespacio». Pero como dice el antiguo proverbio armenio, que igual se le adjudica a los chinos, «para caminar una milla hay que dar el primer paso». Por eso con gusto celebramos la aparición de la reproducción electrónica de Conversaciones al lado de Cinecittá, tomada de la segunda edición ampliada de este volumen de entrevista debidas al cineasta y escritor Arturo Sotto, y que apareciera en soporte papel por el sello de Ediciones ICAIC en el 2009 y 2018, y de esta última se toma la presente versión.
Director o guionista de cerca de una veintena de cortos, medios y largometrajes, entre documentales y ficción, Sotto se dio a conocer, ya en su madurez como creador cinematográfico, como un convincente narrador en el volumen Caro Diario, y se nos presentó en varias publicaciones, sobre todo La Gaceta de Cuba y Cine Cubano, como un excelente autor de entrevistas. Más recientemente, retomando su primera alma mater como graduado de artes escénicas, compartió con Osvaldo Doimeadiós el merecido éxito de crítica y público de la puesta de Oficio de Isla, basada en su pieza teatral Tengo una hija en Harvard. Obra que a su vez constituye la base, apostando al futuro, para una posible realización fílmica. Porque en toda su escritura, como cuentista, entrevistador o dramaturgo, siempre ha pensado como un hombre de cine, aún en los lances más cotidianos de su quehacer artístico.
En Conversaciones al lado de Cinecittá, Sotto logra capturar, en el diálogo que entrevistador y entrevistado tejen tal como si lo hicieran con una lanzadera, la trama de esas existencias consagradas al cine, el espíritu de una época, el retrato de sus protagonistas, y el saber de los oficios y profesiones, en el que no se dejan fuera los contratiempos, aventuras, incomprensiones, celos profesionales, contradicciones. Pero por encima de todo va quedando decantada la generosidad y la total entrega, el sentido de pertenencia, la pasión y creencia en lo que se hace de este grupo de trabajadores de nuestro cine. Para él, y para todos los aquí reunidos, resulta válida ―se siente en cada una de sus preguntas y comentarios, en las repuestas y en los silencios― la conclusión a la que llega con uno de los encuestados, al intercambiar con el reconocido productor ―ya fallecido― Camilo Vives: «Y cuando escribo “vida” lo hago en toda su significación, porque para los que amamos la magia sibarita de la sala oscura, el cine es la vida. […] y hay amores y procesos que son irrepetibles».
Por estos diálogos transitan productores, directores de fotografía, sonidistas, directores de arte, además de representantes igualmente relevantes en la dirección de animados, la edición, la asistencia de dirección, el trucaje y la memoria del cine cubano, y en particular esa que se ha ido atesorando en una institución que es orgullo de la cultura cubana. El lector conocerá a través de estas entrevistas un conjunto de técnicos y especialistas, todos de primer orden, que por lo general tienen menos visibilidad que los directores y los actores. Sus testimonios nos darán a conocer historias más divulgadas, y no por eso mejor conocidas, y otras menos difundidas, algunas hasta casi olvidadas, salpicadas todas de un delicioso anecdotario que nos hace «ver y oír» en sus palabras muchas de nuestras películas y momentos capitales de una zona significativa de la cultura cinematográfica cubana.
Sotto va adentrándose en las claves de la personalidad de sus entrevistados, y logra que el diálogo se convierta en un reflejo de sus más íntimos resortes, lo mismo a lo largo de toda la conversación, que en breves y reveladoras aseveraciones, como ocurre cuando acota al final de su conversación con el director de fotografía Raúl Rodríguez: «Y aquí se detuvo la grabadora por falta de baterías, pero Raúl siguió hablando sin percatarse de la interrupción, porque cuando se desata a hablar de cine no hay Dios que lo contenga».
Arturo, a lo largo de su trayectoria como director de ficción y documentales, ha ido revelando una estética que, más allá de gustos y preferencias y de los riesgos propios del oficio, nos mostraba una inteligencia y una voluntad creativas con un sello muy propio. La realización de una serie documental sobre la historia de nuestro cine, desde sus orígenes hasta hoy, «permanece sumergida en la promesa». Obra cinematográfica creada a lo largo de más de un siglo, con una pujanza de repercusión continental en las últimas seis décadas, y que merece ser estudiada y promovida en el resumen de un producto audiovisual. «Porque cada creador que fallece, dentro o fuera de Cuba, sin preocuparnos por su memoria, es la fuente de un testimonio que también perece», nos recuerda el autor.
De los reunidos en este libro ya no podemos contar físicamente, como testimoniantes atrapados por el lente, con Miguel Mendoza ―uno de los diálogos de este volumen que más me gustó―; nuestro inefable amigo y vecino Roberto Viña; la simpar Mayuya; el genio y la simpatía de Padroncito; o figuras indispensables y lúcidas como Nelson Rodríguez, Ricardo Istueta, o Camilo Vives, a lo que pudiéramos sumar otros muchos nombres, que aunque no incluidos en estas páginas, son igual de imprescindibles en la historia de nuestro cine, algunos fallecidos en los últimos tiempos, como los siempre recordados Rigoberto López, Paco Prats, Enrique Colina, que se suman al largo listado en las diferentes profesiones de esta compleja industria ―muchos desde un fructífero anonimato―, que han hecho posible el saldo de una cinematografía que hace valedera la tesis rotunda y certera de este libro, afirmación que puede enarbolar como suya cada uno de los nombres públicos y anónimos que desfilan por estas entrevistas: «Nosotros somos el ICAIC». Sin duda, este título constituye una referencia, renovada e indispensable, para el investigador del porvenir.
En lo que fuera la última colaboración que el entrañable amigo y reconocido documentalista Carlitos León (1952-2020) concibiera para La Gaceta ―y que a tenor de la crisis poligráfica antes mencionada reproducimos en la revista digital La Jiribilla―, le pregunta a Arturo sobre lo que le llevó a realizar las entrevistas que después se convirtieron en Conversaciones al lado de Cinecittá I y II. A lo que responde el entrevistado, y cito en extenso por su claridad e importancia:
«(…) lo que siempre he querido hacer, y no se ha conseguido aún ―he presentado el proyecto a las tres últimas administraciones del ICAIC sin una respuesta concreta―, es una serie documental sobre nuestro cine. Un proyecto que escribí en el año 2008 animado por muchas urgencias que ahora no voy a detallar. La más importante era la certeza de que los jóvenes desconocían la historia del cine nacional (…) Presenté el proyecto de la serie y como no lo aprobaron, regresé a la literatura ―en este caso el periodismo― como el espacio donde expresar ideas. Se iba a celebrar el cincuenta aniversario del ICAIC, y le propuse a la dirección de La Gaceta de Cuba realizar una serie de entrevistas dentro de un amplio dosier que llamaría Este cine nuestro. (…) Diez años después, para el sesenta aniversario del ICAIC, presenté una versión ampliada a Ediciones ICAIC, así nació Conversaciones al lado de Cinecittá II, siempre signada por muchas urgencias, ninguna de ellas extra artísticas».
Cualquier indagación para visibilizar esa historia de nuestra cinematografía que tanto ennoblece al patrimonio nacional, tiene que responder a los llamados márgenes o silencios en la cultura ―al menos esa ha sido la intención de este conjunto de testimonios―. Narrar, sin cortapisas, la trayectoria del cine cubano de estos años «con sus luces y sus sombras, sus aciertos y sus fracasos».
Quisiera terminar estas breves palabras al lector, compartiendo la satisfacción que representó para todo el equipo de La Gaceta de Cuba el intercambio provechoso que dio lugar a la publicación de estas entrevistas, merecido homenaje al ICAIC, y que hoy en su versión electrónica, para una difusión más amplia y dinámica, se da a conocer.
Por eso nada mejor que la voz en off de Arturo Sotto para concluir esta evocación de imágenes y sonidos que se leen: «Conversaciones al lado de Cinecittá […] se propone honrar, reconocer, significar la labor, el espíritu de una institución y un sentido del arte; un apego y un compromiso de pertenencia que se diluye en medio de tanto bullicio económico, desidia, también de renovación, o simplemente del saber adaptarse a las nuevas circunstancias. Un mirar a lo hecho sin la inercia que anida en la contemplación, un reto que dialogue con lo metafórico de una frase que leí, no hace mucho, de un sabio cubano: “nuestra nostalgia de la futuridad”».
Sigue quedando pendiente romper esa inercia que muchas veces padecemos, y apostar porque de la mano de la nostalgia y la futuridad ―aunque pueda parecer una antinomia―, se convierta en realidad esa serie audiovisual soñada que nos es tan necesaria para que cuente la historia de nuestro cine, en imágenes y sonidos que ahora se eternicen en clave de frecuencia cinematográfica, como en el recordado programa de Enrique Colina, «veinticuatro por segundo».