En esta misma revista anunciaba hace un par de semanas el poderío y representatividad de la embajada cinematográfica francesa al Festival de Cannes. Para el jurado (que integraron los realizadores Spike Lee, Mati Diop, Kleber Mendonça Filho, Jessica Hausner, los intérpretes Maggie Gyllenhaal, Mélanie Laurent, Tahar Rahim y Song Kang-ho y la cantautora Mylène Farmer) resultaba casi imposible negarle alguno de los premios principales cuando se trataba de los «estados generales» dispuestos a dominar la selección oficial de la 74 edición del festival, recién concluida.
En la primera línea de la competencia se alinearon siete filmes franceses dirigidos por Jacques Audiard, Léos Carax, Catherine Corsini, la novel Julia Ducournau, Bruno Dumont, Mia Hansen-Løve y François Ozon. Para que algunos cronistas dejen de quejarse sobre el supuesto machismo conservador que reina en Cannes, la Palma de Oro fue para la coproducción franco-belga Titane, dirigida por la benjamina del grupo, Julia Ducournau, convertida así en la segunda mujer ganadora del premio máximo, luego del triunfo de Jane Campion con The Piano, en el ya lejano 1993.

En los últimos veinte años, Francia ha ganado la Palma de Oro en cuatro ocasiones: Entre les murs, de Laurent Cantet, en 2008; Amour (en coproducción con Austria), de Michael Haneke, en 2012, y al año siguiente La Vie d’Adèle: Chapitres 1 & 2, de Abdellatif Kechiche. En esta lista solo nos queda mencionar Dheepan, de Jacques Audiard, en 2015, y transcurrido más o menos un lustro desde ese entonces, los galos decidieron recordarle al mundo que son, en primera y última instancia, los dueños del negocio, y así se coronó triunfadora la segunda película de una realizadora que debuta en estas lides de la Riviera Francesa.

Titane dividió a la prensa entre delirantes admiradores y acérrimos detractores. Se trata de una historia que en apariencia recuerda al filme Crash, de David Cronenberg: una joven que sobrevivió cuando era niña a un accidente automovilístico, pero cuando pasan los años establece una relación peculiar, torcida, con los autos y también con el mundo adulto, y de este modo deviene asesina en serie, fetichista, típica protagonista de una película que intenta provocar al auditorio con la agresiva subversión de los arquetipos sexuales de género. Algunos críticos la calificaron como un batiburrillo de imágenes pesadillescas, iluminación chirriante, violencia, sexualidad y música golpeante. Pronto cada espectador podrá decidir si se trata solo de otro filme escandaloso y morbosillo, o de un auténtico merecedor de la Palma, aunque muy bien pudiera clasificar en ambas categorías.

Nunca satisfecho a la hora de congratular al país anfitrión, el jurado de Cannes confirió otros dos premios al cine galo: el de mejor director fue para Léos Carax por su desconcertante musical Annette, que es mucho más que francés, en tanto está hablado, o cantado, en inglés, y que es una coproducción, a la que se añaden profesionales alemanes, belgas, suizos, mexicanos y japoneses. Y en la competencia paralela conocida como Un Certain Regard fue reconocido el trabajo de interpretación colectivo en Bonne mère, segunda película dirigida por la también actriz Hafsia Herzi (vinculada al cine de Abdellatif Kechiche), que optó por la perspectiva neorrealista para sumergirse en el entorno de los inmigrantes pobres, habitantes de Marsella, y allí discursar sobre amor maternal, sobre sacrificio y soledad.

Respecto a otras cinematografías europeas reconocidas por el palmarés, destacaron los nórdicos, cuyos dos representantes en la competencia resultaron premiados: la comedia romántica finlandesa Compartment No. 6, de Juho Kuosmanen, alcanzó el Grand Prix (ex aequo con una película iraní de la que hablaremos más adelante) con la historia de una estudiante que a finales de los años noventa viaja en tren desde Moscú a Múrmansk para analizar antiguas pictografías, y su compañero de camarote resulta ser un minero antisocial y sombrío que también padece problemas existenciales.
También está resuelta en tonos de comedia romántica la película noruega-sueca-danesa La peor persona del mundo, del prolífico Joachim Trier, que le valió el premio a la mejor actriz para Renate Reinsve en el papel de una muchacha noruega, inconstante, atractiva y alocada, cuyas experiencias amorosas y cotidianas se muestran, con una voz en off constante, a lo largo de doce capítulos en los que ella intenta descubrir lo que quiere en la vida, y así va probando distintas experiencias, tal y como haría un varón, mientras se pregunta, muy intrigada, si se puede ser feminista y hacerle sexo oral a un hombre.

En las antípodas geográficas y tonales de toda esa ligereza se apunta el filme australiano Nitram, relacionado con personajes y acontecimientos reales ocurridos en torno a la masacre de Port Arthur, Tasmania, en 1996, y que le valió el premio al mejor actor al norteamericano Caleb Landry Jones por interpretar al asesino de treinta y tantas personas.

El premio Cámara de Oro, destinado a una primera realización muy destacada, reconoció los valores de Murina, coproducción croata-eslovena dirigida por Antoneta Alamat Kusijanović, que retrata la difícil relación entre un padre y su hija adolescente en un entorno idílico, marino, a partir de experiencias autobiográficas que le permitieron a la directora, según ha declarado, conferirle una vuelta de tuerca al llamado filme de coming of age.

Aparte de franceses, nórdicos, la directora croata y del filme australiano que logró entrar en los premios finales, la edición de 2021 decidió enaltecer mayormente trabajos de autores asiáticos como el israelí Nadav Lapid, el iraní Asghar Farhadi, el tailandés Apichatpong Weerasethakul y el japonés Ryūsuke Hamaguchi. Este último debutó en 2008 con Pasión, y desde entonces ha causado revuelo con frecuencia, y así lo tenemos, en 2021, ganando el gran premio del jurado en el Festival de Berlín por La rueda de la fortuna y fantasía. Hamaguchi dirigió y coescribió el drama introspectivo de tres horas Drive My Car, premiado como mejor guion, y que rescata la tradición del cine japonés profundamente humanista e intimista, en un sentido cercano al de su compatriota Hirokazu Koreeda, aunque debe decirse que el cine de Hamaguchi es completamente soberano de influencias dominantes.

El Grand Prix fue para la coproducción franco-iraní Un héroe, de Asghar Farhadi, compartido con la mencionada Compartment No. 6. De regreso a su país de origen, Farhadi retoma los cuentos morales, maravillosamente relatados y actuados, y en este caso nos habla, con cierto pesimismo, sobre un buen hombre, en el mejor sentido de la palabra bueno, que debe enfrentar el oportunismo y la falta de honestidad de quienes lo rodean.

Un cuadro también oscuro y desalentador rodea al protagonista de La rodilla de Ashed, el filme del israelí Nadav Lapid que compartió el premio del jurado ex aequo con la coproducción colombiano-tailandesa-británica-alemana-china-taiwanesa y suiza Memoria, de Apichatpong Weerasethakul. Vayamos por partes. En La rodilla de Ashed, Lapid relata, con muchísimo brío visual, la historia de un renombrado cineasta israelí que viaja a un pueblo remoto para asistir al estreno de una película suya, pero se ve envuelto en una serie de incidentes relacionados con el resguardo de la frágil democracia, ante la ola de autoritarismo militarista impuesto en Israel.

Ya se veía venir el nuevo premio para Weerasethakul (ganó la Palma en 2010 con El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas) por el primer filme que realiza fuera de sus predios, Memoria, con el cual trasplanta a Colombia, acompañado por la brillante Tilda Swinton, sus personajes siempre amenazados por malestares más o menos imaginarios, sueños que parecen pesadillas, selvas mitológicas pobladas de presencias imaginarias. Weerasethakul ha definido Memoria como su nuevo descenso a un mundo lírico, a escasa distancia del real, y ya anuncia que su próximo filme se realizará en México, adonde indiscutiblemente llevará el ejército de fantasmagorías y parábolas que lo han hecho célebre.

Respecto a ese otro Festival, inserto en Cannes, que es Un Certain Regard, tres palabras para dejar constancia de los filmes premiados en esa sección consagrada a los novatos y debutantes. Además de la mencionada Bonne mère, de Hafsia Herzi, cuyo elenco recibió un premio, el jurado de esta sección coronó Relajando los puños, ópera prima de la realizadora rusa Kira Kovalenko. El premio del jurado fue para Gran libertad, segunda realización del austriaco Sebastian Meise. Y un premio a la originalidad fue otorgado a Lamb, del islandés Valdimar Jóhannsson, en una coproducción que involucra a Islandia, Suecia y Polonia.

Finalmente, dos filmes mexicanos alcanzaron reconocimientos importantes de Un Certain Regard: el premio al Coraje para La Civil, de la realizadora rumano-belga Teodora Ana Mihai, y una mención especial para la coproducción Noche de fuego, de la renombrada documentalista Tatiana Huezo. Desde la mirada de tres niñas en La Civil, o a través de la lucha de una madre desesperada por recuperar a su hija, secuestrada por un cartel, en Noche de fuego, las realizadoras abordan el tema de los daños ocasionados por la violencia en México. Ambas películas deben añadirse, en lugar destacado, a la ya copiosa tradición del cine mexicano sobre tales temas, en una lista que integran, entre muchos otros, los clásicos recientes Post Tenebras Lux (Carlos Reygadas, 2012) y Heli (Amat Escalante, 2013), por solo mencionar un par de las que han retratado un país brutal, que luego consiguió seducir a los jurados de Cannes.