Uno de los aportes de la tecnología digital al cine son los efectos visuales, que abolieron de la industria fílmica el trucaje y tomaron prudente distancia de los efectos especiales, especialidad con la que todavía no pocos cineastas los confunden.
Llegaron para ayudar. Borran objetos anacrónicos que se colaron en el encuadre, huecos de aretes en orejas, manchas, várices y barros en actores descuidados, cables eléctricos y antenas de televisión en filmes del siglo XIX, entre muchísimas soluciones.
Pero es probable que delirio y magia donde más se manifiestan actualmente sea cuando el intérprete debe actuar para los efectos visuales. El lector sabe a qué me refiero, porque los making of se han convertido en un apreciado complemento para el aprendizaje cinematográfico por lo que muestran. Aunque casi siempre se conciben para ayudar a vender la película, por lo que en ellos las productoras no lo enseñan todo, decidiendo mercadotécnicamente qué conviene mostrar y qué no.
El asunto es que rodeado de enormes pantallas verdes o azules, «cromas», les dicen los hacedores de efectos visuales, el actor tiene que simular una gran cantidad de emociones en absoluta soledad, según se explica en el guion, porque no está interactuando frente a otro actor o en medio de un decorado. Si carece de imaginación, le costará trabajo entender y hacer bien su personaje, pero meses después, en la posproducción, aparecerán los elementos que complementan su actuación. De modo que para hacer su papel en la filmación debe mirar y moverse orgánicamente, teniendo en cuenta un grupo de marcas puestas sobre los cromas. O reaccionar frente a artefactos que igualmente en la posproducción se complementarán.
Francamente, detesto dirigir a los actores ante esos abstractos sets, que son obviamente necesarios. Es una contradicción en la que me debato, y que quisiera resolver contando con otro realizador que se encargue de dirigir ese tipo de puesta, que suelo llamar «pasto para efectos visuales». Pero no es posible, porque estás trabajando para un resultado, una nueva fascinación que irás viendo surgir, y el trabajo del actor no son solamente acciones físicas, sino emociones exactas, que deben redundar en conseguir una verdad. Y ambos, actor y director, tienen que sumergirse en un mar de complicidades desde condiciones sumamente abstractas, por lo que es importante facilitarle al actor la mayor cantidad de información, como story boards, animáticas, plates y demás herramientas de las que se valen los realizadores de efectos, a fin de llenar con abundantes conocimientos las posibles interrogantes imaginativas.

No basta con que el actor haya leído en el guion que tal secuencia se filmará para efectos visuales y se aprenda los diálogos.
Es conocido que al actor Héctor Noas, encaramado y amarrado por cuerdas para el personaje del cosmonauta ruso durante el rodaje de Sergio y Serguei, de Ernesto Daranas (2018), este le pidió cierta contención en el pestañeo, a lo que el actor, sin dudas aterrorizado y sometido a la tensión propia de este tipo de filmación, le pareció que tal exigencia era imposible de considerar. A ambos los escuché referirse a la anécdota entre risas.
Lo importante es que entre actor y director había quedado sembrada tal complicidad, y aunque no era posible mantener la contención en tales circunstancias, digamos que acrobáticas, aquel sabía perfectamente lo que le estaba pidiendo el otro y por qué.
El cine comercial encontró en los efectos visuales inéditas maneras para entretener, reduciendo su capacidad de comunicación a filmes de ciencia ficción, con monstruos y guerras cósmicas, etcétera, muy divertidos, que relajan, pero generalmente limitados a un ámbito donde no se nos exige pensar demasiado.
Pienso en el mexicano Guillermo del Toro y varios de sus filmes, como El laberinto del fauno (2006), en que la actriz, la niña Ivana Baquero, interactúa con el monstruo en más de una escena en la película. Afortunadamente, en el cine contemporáneo diferentes tendencias se han ido imponiendo y apelan continuamente a los efectos visuales para convertirlos en una forma de expresión de alto vuelo estético y humanista, en donde el actor debe entregarse a situaciones complejas, de alta hondura dramática, psicológica y física contra una tela verde, inconcreta, para un tipo de cine más personal, menos comercial.