- Lee Del cine negro al «neo noir» y una lista del siglo XXI (I)
- Lee Del cine negro al «neo noir» y una lista del siglo XXI (II)
13. Wind River (Taylor Sheridan, Estados Unidos, 2017)

Wind River fue una película que no pudo tener una mayor audiencia de público, afectada por el escándalo sexual de Harvey Weinstein, pues el director Taylor Sheridan decidió cortar con la compañía del magnate a riesgo de ver limitadas sus posibilidades de distribución. Sin embargo, tuvo tiempo de encandilar a los críticos, que en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2017 le otorgaron el premio al mejor director.
Aunque debutante en ese momento, Sheridan demuestra gran capacidad para sacarle partido a las reminiscencias de wéstern que brinda el escenario en la reserva india del título; y a las similitudes con el nordic noir, por los paisajes nevados y la implicación de las bajas temperaturas en los ritmos de la investigación y el temperamento de los personajes.
Un experto rastreador (Jeremy Renner), traumatizado por la desaparición de su hija, y una agente rookie del FBI (Elizabeth Olsen) tendrán que funcionar como pareja para descubrir el misterio que rodea al hallazgo del cadáver congelado de una joven. Con tal presupuesto de partida se urde una trama «cocinada a fuego lento» —al decir de un crítico— que se acelera en la ruta al desenlace, cuando un complot se revela y los protagonistas deben enfrentar una lluvia de balas.
14. You Were Never Really Here (Lynne Ramsay, Estados Unidos, 2017)

Desde el personaje de Cómodo en Gladiator (2000) hasta el Joker (2019), Joaquin Phoenix ha demostrado ser el actor perfecto para sacarle el costado humano a los peores villanos. Algo semejante le tocará hacer en esta película de Lynne Ramsay, donde un traumatizado veterano de guerra y exagente de trabajos duros en el FBI alterna en el presente la ocupación de cuidar a su anciana madre con la de rescatar niñas del tráfico sexual. Una labor de justiciero a lo Taxi Driver, que desempeña con una eficiencia y brutalidad tal, masacrando con pistola o con su propia anatomía, que la bondad de su cometido parece limítrofe con una disposición hacia el mal.
No importará demasiado, sin embargo, esta ambigüedad moral del Joe magistralmente bordado por Phoenix (le valió para mejor actor en el Festival de Cannes), porque el guion de la propia realizadora (basado en una novela de Jonathan Ames e igualmente avalado con el lauro del festival francés) transita exclusivamente a través de los torturados vericuetos mentales de ese personaje, e instala desde allí una justificación subjetiva a sus comportamientos.
Será esa cualidad de ser el epítome (o al menos intentarlo) de cuánto el cine puede adentrarse en la psicología humana y proyectarla con sus imágenes, lo que mayor trascendencia le dará a esta cinta. No en balde un crítico la definió como «un triunfo del estilo como creador de contenido, complejidad y sutileza», otro dijo de ella que es un «aerolito extraño», mientras los menos convencidos la llamaron «pomposa» o «extremadamente manierista».
15. Malos momentos en el Hotel Royale (Drew Goddard, Estados Unidos, 2018)

Para no echar de menos en esta lista a Tarantino, quien dejó a un lado el noir en el nuevo siglo para proseguir hacia el wéstern, el cine bélico o el de artes marciales en su empeño dinamitero de los géneros populares, entra aquí esta pieza del que se vislumbra como un buen epígono, Drew Goddard.
El Royale, hotel fronterizo entre los estados de California y Nevada, es la locación para una noche fatídica de 1969. Siete personajes (el reparto es fabuloso: Jeff Bridges, Cynthia Erivo, Dakota Johnson, Jon Hamm, Cailee Spaeny, Lewis Pullman, Nick Offerman), casualmente, ahí se reunirán, y aunque todos arrastren del pasado secretos ominosos, lo peor, un diablo verdadero (Chris Hemsworth), está por llegar.
Si esa sustancia argumental cuenta ya con suficientes elementos atractivos, todavía hay que agregar la arriesgada propuesta narrativa de Goddard. Buen discípulo del creador de Pulp Fiction y alguien formado como guionista de series televisivas, el también estadounidense va a apostar por el descoyuntamiento cronológico y la conformación de distintos arcos dramáticos mediante el recurso del flashback; y, además, por conceder un marcado peso diegético a los objetos y el decorado, los efectos sonoros y la música.
Arquetípica alrededor del personaje de Hemsworth y un tanto forzada en sus alusiones al contexto (la guerra de Vietnam, los hippies), no deja de ser estimulante, sobre todo como esquela de amor al noir y continuación elegante de esa corriente paródica que rindió al máximo en los pasados noventa.
16. El lago del ganso salvaje (China, 2019)

Si puede hablarse de un último grito de la moda en el neo noir, ese hay que buscarlo en el cine asiático. Desde 2002 y Sympathy for Mr. Vengeance, primera parte de la Trilogía de la venganza, del director Park Chan-wook, con el mercado negro de órganos como temática, u otra de Sudcorea, Memorias de un asesino (2003), de Bong Joon-ho, inspirada en la historia real del primer serial killer de ese país, hasta la reivindicación del cine de yakuzas (mafia japonesa) por Takeshi Kitano en Outrage (2010) y su secuela; esta serie negra a lo oriental va ganando adeptos entre el público y arrasando con elogios y galardones en los mejores festivales del mundo.
Cualquiera de ellas pudo aparecer en esta lista, pero la elección de la última cinta del chino Diao Yinan (incluso por delante de su Black Coal, Thin Ice, de 2014 y ganadora del Oso de Oro en Berlín) viene dada por la rotundidad con que El lago del ganso salvaje representa un derrotero singular, enraizado formalmente en la tradición contemplativa de la cinematografía asiática, y poseedora de un contenido muy propio, en tanto sobresaliente radiografía del lado oscuro de la China actual.
A esta historia de bajos fondos, pandillas en pugna y policías deshonestos, deudora de la larga estela del cine negro al igual que las otras mencionadas, no le falta la femme fatale, ni ratos trepidantes ni violencia feroz. Pero Yinan impone su calma y los artificios coloristas, un regodeo poético con la puesta en escena, los movimientos de cámara y el animismo de los elementos, que termina dejando, en escenas como la del paraguas asesino o la de los policías al acecho bailando con sus zapatos de luces la más brillante impronta estética del noir en el nuevo siglo.
Las estrategias del crimen
Con la desterritorialización de los patrimonios culturales y su conversión en una herencia universal a consecuencia de la posmodernidad y la globalización, el noir fue encontrando la brecha para la expansión más allá de los ámbitos anglosajón y francés, donde tuvo su origen, hasta afianzarse en las más disímiles cinematografías nacionales.
Para favorecer la multiplicación de la también llamada «ficción criminal posmoderna» existe un terreno fértil en las dinámicas disfuncionales del entorno contemporáneo, que resultan afines con esos relatos de transgresión y violencia, de personajes mal situados dentro de la ley o en los márgenes del sistema, que reaccionan por motivaciones comunes al ser humano: ambición, celos, traición, venganza, aunque se manifiesten, a su vez, en los marcos sociohistóricos más diversos.
Como arsenal de apoyo a este neo noir funcionan la crónica roja, los telediarios e Internet, todo ese complejo y descomunal sistema mediático propiciado por las tecnologías de la actualidad. Actúan como una suerte de Aleph, calidoscopio de mil imágenes dispersas, pero unánimemente integradas en una percepción común del mundo, donde la desintegración de los valores y las comunidades tradicionales, la emergencia de antivalores y el imperio del caos, las desigualdades económicas, el maltrato a las minorías y el juego de tronos diseñan el anfiteatro total de la realidad.
En contexto tal, la violencia individual o la que brota del entramado institucional de la sociedad se perfila como norma (así nos retrotraiga al salvajismo) para la restauración de cierto orden. Una alienación que hasta parece solución. Síntoma y resultado, al tiempo que causa desencadenante, esta urdimbre narrativa tan alambicada y cuasi misteriosa, como la del más sofisticado film noir, acaba empujándonos a una reflexión que se retrotrae al núcleo mismo del ordenamiento social y los trasuntos de la condición humana.
De ahí esa dispersión por todos los caminos de la tierra, que es la contribución más significativa hecha por las dos décadas transcurridas del siglo XXI al neo noir. Mientras, este género amenaza con volverse inextinguible, y quizás convertirse en el género por antonomasia para dar cuenta de la contemporaneidad desde una pantalla de cine.
La isla en negro y una minilista
A juzgar por lo que se pueda haber grabado en la memoria, muchos pensarán que el cine cubano todavía es caso aparte. Tantas décadas de una cinematografía local cimentada sobre un nacionalismo de resistencia a la infiltración de las estampas culturales engendradas desde la industria hollywoodense han puesto valla a la entrada del noir en Cuba y el probable desarrollo de una variante nativa. También ha intervenido cierta preferencia por un cine de autor, cuyo lado luminoso ha producido no pocos filmes respetables, pero que puede alimentar, en su trasfondo, el prejuicio hacia los géneros populares y hasta la sobrevivencia de un pensamiento elitista.

Sin embargo, en 1997 se filmó el largometraje Kleines Tropicana, con Daniel Díaz Torres en la batuta y guion de Eduardo del Llano, que relataba la pesquisa por la muerte de un turista alemán en el capitalino barrio de El Vedado. Con agradables dosis de humor y costumbrismo, esta película atrajo el premio especial del jurado en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y la nominación al Goya español. Desaparecería después por una década el aroma del género, hasta que una nueva generación de cineastas lo rescató en una terna de películas: Omerta (Pavel Giroud, 2008), Bailando con Margot (Arturo Santana, 2015) y Nido de mantis (Arturo Sotto, 2018), unidas las tres, como rasgo curioso, por su pertenencia a la vertiente historicista del cine negro[1].

Parecería que su otra corriente, aquella centrada en las circunstancias actuales, con sus dosis de crítica social, no ha sido bien vista en un entorno muy sensible a cualquier manifestación que debilite la imagen edificante del país. Como hecho comprobatorio destacaría que el más célebre personaje de la literatura cubana actual, el detective Mario Conde, creado por Leonardo Padura, y las Cuatro estaciones en La Habana, tuvieran que ser filmados en 2016 por un español, Félix Viscarret, y ser estrenados fuera de la isla.

Pero en 2018 salió Los buenos demonios, de Gerardo Chijona, drama con toques de suspense y crimen, que muestra a un joven de hoy con atributos de pragmático y despiadado psicópata. Después, la Muestra Joven ICAIC exhibió El secadero, de José Luis Aparicio, neo noir del más auténtico, porque su historia de asesino múltiple combina la parodia y la cita a los clásicos del cine negro. Y en el Festival de diciembre se estrenó la ópera prima de la actriz Blanca Rosa Blanco, El regreso (2019), trama de sorprendente contemporaneidad, que cuenta la historia de dos policías en busca de un depredador sexual. Sucesos que han dejado abiertas las expectativas acerca de un probable y definitivo despegue de un noir a la cubana.
[1] En este acápite de la presencia del cine negro en la tradición fílmica de Cuba, recomiendo como lectura complementaria el artículo «Cine cubano policiaco: una tradición intermitente», de Joel del Río, publicado en dos partes en la página digital de la Revista Cine Cubano. En la primera parte (febrero 3, 2021: http://www.revistacinecubano.icaic.cu/cine-cubano-policiaco-una-tradicion-intermitente-i/) se mencionan las cintas pertenecientes al cine prerrevolucionario y a las primeras décadas de la filmografía realizada bajo la égida del ICAIC. En la segunda parte (febrero 18, 2021: http://www.revistacinecubano.icaic.cu/cine-cubano-policiaco-una-tradicion-intermitente-ii/), dedicada a lo que va de siglo XXI, se continúa el repaso y se adicionan las películas más recientes. Desde el mismo título elegido, Joel del Río confirma la esporádica aparición de los signos del género en Cuba a la que hace alusión mi propio texto. Y su listado de cintas actuales también ratifica mi tesis sobre un crecimiento progresivo del interés por injertar elementos del noir en la cinematografía nacional. Aunque debo aclarar que la mayor cantidad de títulos mencionados por Del Río, particularmente en la etapa final, se debe a que él utiliza como conceptos de clasificación genérica «el cine criminal» y el «policiaco», que son definiciones más abarcadoras de lo estrictamente considerado como «cine negro».
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