El título corresponde a una frase del célebre cineasta británico Alfred Hitchcock —nacido en Leytonstone, Londres, el 13 de agosto de 1899— para la presentación de uno de los relatos de la serie de la televisión norteamericana Alfred Hitchcock Presents (1955-1965): No regreses con vida (Don’t Come Back Alive, 1955), realizado por Robert Stevenson. El rollizo hombre que transitó con éxito del cine silente, exploró tempranamente las posibilidades expresivas del sonido (Murder!), se apropió con maestría del plano secuencia (La soga, Bajo el signo de Capricornio), experimentó con los efectos de la tercera dimensión en su primera etapa (Dial M for Murder) y legó varios clásicos a la historia del séptimo arte, pronto se sintió tentado por aquella intrusa televisión en la cual muchos vieron a una enemiga potencial del cine.
El mago del suspense, sin embargo, intuyó todo lo contrario: podía convertir aquella pequeña pantalla luminosa, toda una suerte de «ventana indiscreta», en una fiel aliada, el medio directo para introducirse como un voyeur en el interior de las casas. Si muchas familias, poco a poco, preferían reunirse alrededor de aquel artefacto para disfrutar del nuevo entretenimiento en la comodidad hogareña, sin necesidad de desplazarse a una sala cinematográfica o a un autocine —por muy confortables que fueran—, Hitchcock apeló entonces a experimentar con el nuevo medio.

El creador de Los 39 escalones era consciente de poseer un «temperamento absolutamente visual», según declaró a su ferviente admirador, el cineasta francés François Truffaut, en una antológica entrevista. Quien tradujo en imágenes la inquietante novela De entre los muertos, devenida Vértigo, se impacientaba al leer una descripción detallada en un relato por estar convencido de ser capaz de mostrarlo todo, y con más rapidez, con una cámara. No leía demasiada literatura de ficción, porque, invariablemente, le suscitaba la pregunta: ¿Se podría hacer con esto una película… o no? Pero ciertas narraciones y autores ejercían sobre él una peculiar seducción, ante todo por la prodigiosa capacidad de síntesis para atrapar al lector de inmediato y suscitar el tan apreciado suspenso en todas sus gradaciones.
Con la firma Shamley Productions —de la cual era propietario—, emprendió la serie Alfred Hitchcocks Presents, que abarcó un total de 363 episodios de alrededor de media hora de duración, si bien algunas fuentes estiman la cantidad en 350. No optó en ella por su acostumbrado cameo, tan esperado por los espectadores atentos, en un momento de la trama de sus largometrajes, sino que prefirió realizar personalmente la amenísima presentación y despedida de cada uno de los relatos, sin excluir aquellos no dirigidos por él. Despliega en estas intervenciones un chispeante humor con toques de ironía al dar paso al anuncio comercial patrocinador de las muy exitosas emisiones a través de la cadena CBS (1955-1964), y posteriormente de la NBC (1964-1965), entonces bajo el nombre de The Alfred Hitchcock Tour al extenderse a 60 minutos.
Antes de ser absorbido por Hollywood, el cineasta mexicano Guillermo del Toro le dedicó una excelente monografía, en la que apunta las ventajas o lastres que representó para él un menor tiempo en pantalla. Señala que con posterioridad vino la cortísima serie Suspicion, inaugurada por el que se considera uno de los mejores episodios hitchcockianos: Four O’Clock (1957), según el relato homónimo de Cornell Woolrich (William Irish), autor genial en su género, que le proporcionó el material original para La ventana indiscreta, y a Truffaut para La novia vestía de negro. Un episodio para Ford Startime culmina el aporte del mago del thriller claustrofóbico a la televisión.

Los restantes directores contratados fueron Robert Stevens, Robert Stevenson, Herschel Daugherty, Don Medford, Don Weis, Norman Lloyd, Arthur Hiller, James Neilson, Alan Crosland Jr., Jus Addiss, Francis M. Cockrell (uno de los guionistas), Arnold Laven y John Brahm. El equipo de realización registró escasas variaciones: reunió a numerosos guionistas que debieron probar la efectividad exigida por Hitchcock al adaptar las historias seleccionadas: Henry Slesar, Robert C. Dennis, Bernard C. Schoenfeld, James P. Cavanagh, William Fay, Marian B. Cockrell, Stirling Silliphant, Harold Swanton y Robert Bloch (el autor de la novela Psicosis). Todos eran advertidos de un precepto rector que el contratista reiteró siempre: no podían olvidar bajo ningún concepto que la cualidad fundamental de la obra reside en su concentración.
Stanley Wilson, que musicalizó casi todos los episodios dirigidos por Hitchcock, encabeza la lista de los compositores contratados para la serie televisiva, seguido por Joseph E. Romero y Frederick Herbert, mientras que en la fotografía sobresalieron Reggie Lanning, John F. Warren, Lionel Lindon, Neal Beckner, y muy especialmente John L. Russell. Descubrir que este era un genuino artífice en el uso del blanco y negro entusiasmó tanto al director, que lo seleccionó para el rodaje de Psicosis (1960), sin importarle que le cuestionaran esta elección luego del espléndido empleo del color por Robert Burks, uno de sus más allegados colaboradores, en Dial M for Murder (1953), La ventana indiscreta (1953), To Catch a Thief (1955), The Trouble with Harry (1954) y, sobre todo, Vértigo (1958), por citar algunos títulos.
Y es que la inteligencia de Hitchcock le condujo además a valerse de su trabajo en la serie televisiva como un laboratorio para entrenar no solo a determinados técnicos, sino a algunos intérpretes en los cuales depositara ciertas expectativas. Sobresale entre estos la actriz Vera Miles, a quien convirtió en protagonista de Venganza (Revenge, 1955), sobre una historia de Samuel Blas, correspondiente a la primera temporada de 39 episodios (cuatro firmados por Hitchcock)[1]. Ante la conversión de Grace Kelly —la más perfecta de sus musas rubias, a quien moldeó como un Pigmalión en una trilogía— en la princesa de Mónaco, que frustró tantos planes, era presa de la desesperación. Urgía hallar a alguien capaz de sustituirla.

Para Vera Miles, en el episodio Venganza, representó una prueba de fuego el personaje de la muchacha a quien un nerviosismo extremo fuerza a abandonar la profesión de bailarina de ballet y es hallada inconsciente luego del ataque de un hombre que intentó matarla. Es casi un esbozo del que luego Hitchcock le asignaría en El hombre equivocado (The Wrong Man, 1957). Rose Balestrero, la esposa del músico encarcelado injustamente, sufre un colapso nervioso que la lleva a ingresar en una clínica.
La lograda actuación de la actriz le permitió ver en ella a la ideal para personificar el doble papel de Vértigo, la película que preparaba. Todo el vestuario fue confeccionado con sus medidas luego de convencerle en las pruebas y ensayos definitivos, aunque el embarazo imprevisto de Vera Miles ocasionaría su sustitución por Kim Novak. El director nunca le perdonó haber preferido un hijo del tarzanesco Gordon Scott a la oportunidad única que le ofrecía de convertirse en estrella. No obstante, al cabo de los años volvió a recurrir a la convincente actriz para el papel de la hermana de Marion en Psicosis y para otro episodio de la serie: Incident at a Corner (1962).
Hitchcock, entre otras contribuciones suyas a la serie, incluyó en los repartos a intérpretes con quienes había trabajado en sus películas y que eran conocidos por el público televisivo, por ejemplo: Joseph Cotten (Shadow of a Doubt, Under Capricorn) en Breakdown (1955) y Sir Cedric Hardwicke (Suspicion) en Wet Saturday (1956). A otras figuras las empleó en títulos posteriores de su obra: Raymond Bailey (Breakdown, Portrait of Jennie) en Vértigo, filme en el cual también incluyó a Barbara Bel Geddes, protagonista de Lamb to the Slaughter (1958), sobre un relato de Roald Dahl, autor también del guion y de cuentos adaptados no pocas veces para la serie. Patricia Hitchcock, que actuó a las órdenes de su padre en Stage Fright (1950) y Strangers on a Train (1951), intervino en Into tin Air (1955), episodio realizado por Don Medford para la temporada pionera.

Esta participación de Hitchcock en la pantalla chica le proporcionó numerosas nominaciones y casi una decena de premios Emmy: al mejor montaje para una serie de televisión y al mejor guion para televisión (James P. Cavanagh), ambos en 1957 —año en que recibió el Globo de Oro en la categoría de mejor serie de televisión—, Emmy a la mejor dirección (Robert Stevens) en 1958, y tres nominaciones en 1959, entre estas a la mejor serie dramática, por solo citar algunos lauros.
«La mayoría de los ejercicios que podían interesar a Hitch—opina Del Toro— eran al parecer “apartados” para él por su exsecretaria y productora ejecutiva del programa, Joan Harrison, para que el maestro los dirigiera entre la realización de otros proyectos o en días “libres” durante la posproducción de sus filmes»[2]. El director de El laberinto del fauno plantea que Alfred Hitchcock realizó solo veinte del total de episodios de la serie y que hasta 1990 la mayoría no había salido al aire, aunque el conjunto tuvo un revival en el cual llamó poderosamente la atención que los menos transmitidos fueran los dirigidos por Hitchcock.
Valdría la pena que la televisión cubana intentara localizar esta serie televisiva tan aclamada, con el fin de transmitirla para poder experimentar las emociones que provocan en los espectadores de cualquier generación esos «cuentitos de hadas para niños crecidos».
[1] Revenge, Back for Christmas, The Case of Mr. Pelham y Breakdown.
[2] Guillermo del Toro: Alfred Hitchcock, Centro de Investigación y Enseñanza Cinematográficas, Universidad de Guadalajara, Jalisco, México, 1990, p. 484.