Para profundizar en las ventajas que ofrece el Fondo de Fomento del Cine Cubano (FFCC) conversamos con la productora Claudia Calviño (La Habana, 1983), quien fue jurado en la categoría de posproducción de proyectos de largometrajes de ficción, documental y animación en la primera convocatoria del Fondo y además obtuvo financiamiento para dos de sus proyectos en la segunda convocatoria.
Desde tu experiencia como productora de películas cubanas y extranjeras, ¿cuáles son los principales beneficios que encuentran los cineastas independientes cubanos con la existencia del Fondo de Fomento del Cine Cubano?
El Fondo es la acción fundamental de lo que ha ocurrido en el cine cubano en términos generales en los últimos años. No solo expresa la necesidad de que exista un cine nacional y de que sea entendido más allá de los centros históricos de producción, como el ICAIC o el ICRT, sino de entender como cine nacional todo lo que se está produciendo. Y no solo por los cubanos que viven en Cuba, pues muchos de los ganadores del Fondo son cubanos que residen en otros países. Porque esta estrategia va a recuperar a los jóvenes que por una razón u otra no viven acá, no hacen su obra acá, así como a muchos de los cineastas históricos que gracias al Fondo volverán a Cuba o al cine cubano, de alguna forma. Eso es fundamental.
Para los productores, y para los cineastas en general, el Fondo va a volver (necesitamos un par de años para lograr eso) a poner a Cuba en el mapa del cine latinoamericano del que en los últimos años nos habíamos perdido. Hemos tenido películas relevantes, pero la cinematografía como un todo, la cubana, había perdido la relevancia que tuvo históricamente, comparada con otros países de la región que llegaron a consolidar su producción nacional mucho después que nosotros, además de que Cuba como fue como una escuela y un poco el faro para todo el cine latinoamericano.
También nos habíamos perdido del nivel internacional y de tener representación en festivales importantes, y aunque hay ejemplos de películas notables, nos habíamos quedado rezagados, y el Fondo nos va a volver a colocar en ese lugar.
Para los productores es especial, pues cuando te sientas a conversar con un posible coproductor que te dice: «hagamos una película juntos, tengo un proyecto pensado que puede hacerse en Cuba»; o, incluso, cuando sales a buscar un socio porque entiendes que una película deba ser una coproducción, y no tienes en tu propio territorio o espacio doméstico posibilidad de hacerla, algún esquema financiero o mecanismo de apoyo, con el que puedes decir: «en mi país yo tengo estas posibilidades», eso realmente nos pone a los productores en una posición de desventaja. Y ahora, aunque uno gane o no el Fondo, el hecho de que exista como posibilidad, nos pone en un lugar desde el cual mirar en igualdad de condiciones a los productores del mundo. Por esto es importante. Y porque de alguna forma democratiza el cine cubano.
Se hacen muy pocas óperas primas en Cuba, y la producción estable del ICAIC es de películas que en los últimos años en su mayoría han tenido las mismas voces o son de los mismos directores. Y el Fondo nos va a traer nuevas voces, artistas y estéticas. Va a ver una verdadera renovación.
Según tu experiencia como jurado del Fondo, ¿a qué se debe que de los siete proyectos que obtuvieron financiamiento en la categoría de posproducción, cuatro cuenten con el cien por ciento del presupuesto solicitado y el resto, solo con la mitad?
Tuve la oportunidad de participar del Fondo de dos formas. Como jurado pude ver proyectos excelentes, y pasó algo muy bueno, y es que en esta categoría todos los proyectos que pasaron la primera etapa de selección, una etapa técnica que hace la comisión que trabaja en el Fondo, fueron apoyados por el jurado. Todos son buenos proyectos, muy distintos. Me encantó el de Mafifa, dirigido por Daniela Muñoz Barroso, el de Aracelys Avilés, Hacia la luz, producido por Carlos Melián, y el de Gretel Medina, Puro sentimiento, todos dirigidos por mujeres. Y no solo dirigidos, esencialmente creados y echados hacia adelante, soñados, por mujeres.
Hubo proyectos que contaron con una evaluación más positiva. No porque alguno fuera evaluado negativamente, pues todos eran muy buenos. Yo diría que los que recibieron cien por ciento de financiamiento fueron aquellos en los que coincidió que todos los miembros del jurado estuvieron de acuerdo en que eran espectaculares. Y los que obtuvieron cincuenta por ciento fueron los que recibieron respaldo de algunos jurados, mientras que los demás no quedaron convencidos. Pero todos son proyectos importantes, necesarios y de alto nivel artístico.
¿Qué podemos definir como el talón de Aquiles de la producción en Cuba?
Todavía hay mucho en que trabajar sobre cómo se organiza y regula la producción cinematográfica en Cuba. El Fondo nos está obligando a eso. El decreto 373, Del Creador Audiovisual y Cinematográfico Independiente, tiene muchas cosas con las que no estoy de acuerdo, en términos de concepto y en términos prácticos, y creo que es un decreto que se va a seguir modificando. Pero, ahora, el Fondo y el apoyo a estas películas también nos está obligando a modificar no solo las relaciones dentro de la producción cinematográfica, porque el cine abarca todas las esferas de la vida, todas las industrias, instituciones, organismos y quehaceres artísticos.
Hay todo un trabajo por hacer, que tiene que ver con continuar esa labor de organizar el trabajo y hacer entender la esencia de cómo debe funcionar el cine. Hay todavía mucho trabajo que hacer con el banco, en relación con la ONAT, permisos, autorizaciones, tarifas, derechos musicales…
Definir un talón de Aquiles sería difícil. Hay que esperar a ver cuál es el resultado del Fondo, y en función de eso, podríamos analizar. Hay un nuevo escenario, y no me atrevo todavía, porque ha sido un año muy extraño, a evaluar algo que no ha tenido resultados.
¿Qué nos puedes adelantar de los dos proyectos ganadores del Fondo en que estás involucrada: La mujer salvaje, de Alan González, y Vicenta B., de Carlos Lechuga?
La mujer salvaje, ópera prima de Alan González, guionista y director cubano graduado de la EICTV, es un proyecto, yo diría, feminista, sobre una madre que en contra de todos los criterios y todas las ideas quiere salvar la relación con su hijo y su manera de entender la maternidad. Esa es mi lectura de la película, pero no es la historia.
La historia es sobre una mujer que ha estado envuelta en un crimen pasional. Ese crimen ha sido filmado por varios celulares y se ha estado compartiendo en su entorno, y ella quiere salir de eso, quiere irse de ese espacio, de ese barrio, de ese mundo. Pero su hijo está con su abuela, la mamá de ella, y tiene que encontrarlo para poder irse. Estamos contentos de que haya sido apoyado.
Y el otro, Vicenta B, es un proyecto de Carlos Lechuga, su tercera película después de Melaza y Santa y Andrés, y la tercera que hacemos juntos. Es la historia de una mujer que tiene un don para ver el futuro de las personas. Es una espiritista que lee las cartas y tiene una relación muy cercana con su hijo, quien ha decido irse del país. Y esa partida del hijo la pone en un conflicto existencial ante su propia vida. Es una película muy espiritual sobre la crisis de una mujer en el contexto cubano de hoy.