Cuando la conferencia «La Habana, de 1912 a 1930» terminó en un cerrado aplauso en el salón que ocupaba la biblioteca del ICAIC en el noveno piso, concluía el primer capítulo de la serie que en 1973 concibió el cineasta Héctor Veitía a partir de charlas ofrecidas por el gran escritor Alejo Carpentier para las cámaras y micrófonos del cine, que se titularon: Carpentier habla… sobre La Habana (1912-1930), Carpentier habla… sobre la música popular, Carpentier habla… sobre el surrealismo y Carpentier habla… sobre su novelística.
Héctor Veitía Madrigal (Caibarién, 1939) ha sido un destacado documentalista (colaborador del holandés Joris Ivens y del danés Theodor Christensen, cuando estos renombrados cineastas visitaron Cuba), quien realizó, además de los mencionados sobre Carpentier, los documentales La herrería de Sirique (1966), Nicolás Guillén (1972) y Concierto para tres pianos (1983), entre muchos otros.
Alejo Carpentier y Valmont (1904-1980), sin dudas el más grande novelista cubano, autor de El reino de este mundo (1949), Los pasos perdidos (1953) o El siglo de las luces (1962), musicalizó en los años cuarenta varios documentales realizados por la productora Cuba Sono Film del Partido Comunista y escribió en 1946 el libro La música en Cuba. Pero fue además el intelectual cubano con más apariciones en los audiovisuales de la época. Solamente en nuestros archivos se encuentran más de veinticinco grabaciones que corresponden a esos trabajos fílmicos.
En este primer capítulo de la serie, Carpentier expone La Habana de su niñez y juventud. Al concluir la conferencia, se puso de pie cuando los aplausos cesaron y muchos se acercaron a felicitarlo o hacerle una pregunta o un comentario, como le ocurre habitualmente a un profesor al terminar su clase. La conversación informal comenzó a producirse, e inexplicablemente, no estoy seguro si por decisión del propio sonidista Ricardo Istueta (1943-2017), la grabadora continuó rodando, lo que permitió que esos diálogos quedaran registrados, y que ahora podamos ofrecérselos.
Aunque la grabación muestra en algunas partes una sensible falta de inteligibilidad, producida por el hablar simultáneo de tantas personas —lo que hizo por un momento que dudáramos en la pertinencia de divulgarlo—, es lógico pensar que el material ofrece un inestimable valor. En primer lugar, porque manifiesta el impacto que produjo en el auditorio la charla; en segundo lugar, por la presencia allí de varias figuras del cine, como Julio García Espinosa, Saúl Yelín o José Massip; y en tercer lugar, por el innegable carácter inédito de la grabación. Una vez más, perdonemos las imperfecciones en aras de favorecer a la memoria.