Soy consciente de los anatemas o el desdén que pudiera despertar este texto en cierto sector de la crítica cinematográfica cubana, altaneramente desmarcado de la cinefilia, y más atento a estudios trascendentales, de cariz semiótico o ideológico, sobre la puesta en escena, la estructura narrativa o las propuestas temáticas. Sin embargo, en mi defensa puedo alegar, si lo necesitara, que desde los años ochenta ha crecido el número de estudios teóricos, seriecísimos, que analizan a fondo la significación, desde muy diversos puntos de vista, de la imagen proyectada por el intérprete a través de sus personajes. Y como también he caminado los senderos de la semiótica y la narratología, ahora quiero hablar sobre una estrella, una actriz capaz de proveer al espectador con un placer esencial, casi siempre inefable, vinculado al misterio, algo tan raro en una época copada de chismes y vulgaridades.
Otra de las muchas justificaciones respecto a dedicar esta columna a enumerar los méritos de una estrella se relaciona con el incuestionable argumento de que algunas películas de muy alto nivel estético y artístico, incluso dentro del cine de autor más riguroso, fueron diseñadas a la medida de sus histriones, y en estos casos la imagen proyectada por los protagonistas determinó el proceso creativo del filme, e incluso el impacto posterior de la obra, como es el caso, por citar unos pocos ejemplos, de Antonioni-Desierto rojo-Monica Vitti; Scorsese-Taxi Driver-Robert de Niro; del húngaro István Szabó, que realizó toda una trilogía impensable sin la presencia arrolladora de Klaus Maria Brandauer (Mephisto, Coronel Redl, Hanussen); y sobre todo, qué sería del cine de Wong Kar-wai sin la mirada triste de Tony Leung, imprescindible en Chungking Express, Ashes of Time, Happy Together, In the Mood for Love o 2046.

Uno de los textos teóricos fundamentales sobre estos temas se titula Stars, escrito por Richard Dyer y publicado en 1979. En ese libro, el autor apuesta por escudriñar los significados latentes en la imagen que proyecta el actor, o la actriz, en una o varias de sus películas, y además propone contextualizar tales significados dentro de estructuras discursivas más amplias, de modo que los textos mediáticos generados por una estrella (tipo de personajes y estilo de actuación, críticas y comentarios sobre tales actuaciones, promoción y publicidad, como pósteres, entrevistas, etcétera) pudieran revelar una plétora de polisemias de orden ideológico y cultural que trascienden por completo el chisme farandulero y el inevitable sueño húmedo provocado por Marilyn Monroe o Brad Pitt.
Elijo el prisma que nos sugiere Dyer para explicar, de una buena vez, por qué prefiero a Tilda Swinton, o, dicho de otra manera, por qué me parece que esta actriz británica nos presenta, a través de su brillante carrera, textos mucho más ricos que muchas otras actrices de culto. Para monografiar su carrera debe prestarse cierta atención a las vitrinas repletas de doradas estatuillas, pero también hablo sobre el modo en que los personajes de esta actriz catalizan ciertos recursos discursivos relacionados con la generación de sentidos inherente a algunos de sus filmes. Mientras Meryl Streep, con toda la experiencia de Hollywood como estrado para su gloria, convencía a media humanidad de que había llegado a la pantalla para convertirse en el non plus ultra de las estrellas anglosajonas, la Swinton se arriegaba con estilos y métodos de actuación mucho menos convencionales, brechtianos e incluso hieráticos y voluntariamente inexpresivos, en una serie de filmes de matices vanguardistas.

El experimento y la singularidad marcaron los primeros escalones de su filmografía, casi todos diseñados por Derek Jarman, quien la dirigió en títulos como Caravaggio (1986), su primer filme y uno de los que marcó su preferencia por personajes polémicos. En Caravaggio, ella es Lena, la amante del pintor y de su amigo, mientras que en la siguiente, The Last of England (1988), hace de la novia o la muchacha, personaje símbolo que porta las intenciones críticas del autor sobre un país que él veía sumido en el caos y el autoritarismo. En War Requiem (1989) hace el papel de una enfermera, recordada por el veterano soldado que encarnaba Laurence Oliver, y en The Garden (1990) aparece brevemente para encarnar a La Virgen, acosada por los medios y los paparazzis.
La etapa de actriz fetiche de Derek Jarman alcanza consagración internacional con Edward II (1991), en la cual abandona manifiestamente el hieratismo anterior para ganar en versatilidad y pulsar una mayestática expresividad, al mismo tiempo shakespereana, teatral y realista, puesta al servicio de un filme que traza paralelos entre la Edad Media y la sociedad británica actual, en cuanto a las actitudes generalizadas sobre el sexo, el placer y el pecado. Con Edward II, Swinton ganó la Copa Volpi a la mejor actriz del Festival de Venecia por su personaje de Isabella de Francia, una mujer feroz, atormentada por los celos y la frustración que le provocan las inclinaciones homosexuales de su majestad, el rey de Inglaterra. Swinton acompañó al rebelde y malogrado autor británico en otros dos proyectos, Blue (en la cual participa solo con la voz, pues se trata de una pantalla todo el tiempo en azul) y Wittgenstein, una película donde los actores se mueven todo el tiempo delante de un fondo negro. En Wittgenstein, la actriz, bastante experimentada ya, interpreta a lady Ottoline Morrell, intelectual liberal que formó parte del círculo de Bloomsbury, donde alternaban los filósofos Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell, el biógrafo Lytton Strachey, las escritoras Virginia Woolf y Katherine Mansfield, y las pintoras Dora Carrington y Vanessa Bell. De este modo, Tilda Swinton revistió su presencia fílmica con un halo muy tupido de significaciones históricas y artísticas, a través del tándem que conformó con Derek Jarman.

Y como Dyer asegura en el ensayo mencionado que es frecuente la coincidencia entre el tipo de personajes y la imagen mediática de la estrella, es relevante apuntar que Tilda Swinton pertenece a una familia donde sobresalen algunas notables figuras políticas y científicas, en un linaje aristocrático que se remonta a la Edad Media. En 1983, la joven se graduó en Cambridge en Ciencias Políticas y se unió primero al Partido Comunista y luego al Socialista Escocés. Un año después comenzó su carrera en teatro, el medio que inició su inserción en la élite del histrionismo británico a través de la Royal Shakespeare Company. El origen aristocrático de la Swinton, la amplísima cultura que ha cultivado y sus ideas progresistas o de izquierda constituyen un background conectado con la intencionalidad de sus principales personajes.
La literatura (una novela de Virginia Woolf) y la historia británica le proveyeron su próximo triunfo: Orlando (1992), de Sally Potter, donde fue nominada, con toda justicia, a los Premios del Cine Europeo como mejor actriz del año, interpretando a un joven ilustre que vive sin envejecer desde la época isabelina hasta los años noventa del siglo XX, y que en medio de mil peripecias se transforma en mujer. El aspecto voluntariamente andrógino de la Swinton y un rostro por el cual pareciera no pasar el tiempo, le permitió interpretar el papel de Orlando, que acabó de convertirla en actriz de culto y por el que fue premiada con un David di Donatello a la mejor actuación extranjera, y además ganó un premio similar en los festivales de Seattle y Tealónica. Esta primera consagración la impulsó en otra dirección, y poco después desarrolló un performance-instalación titulado The Maybe, donde se mostraba al público durante una semana, dormida, dentro de una caja de vidrio. De la Serpentine Gallery, de Londres, la instalación pasó al Museo Barracco de Roma, y luego al Museo de Arte Moderno, de Nueva York. En 1996, aparece también sorpresivamente en el video musical The Box, de la banda de música electrónica Orbital. Al año siguiente hay un impasse, cuando da a luz a los gemelos Honor y Xavier Swinton Byrne, cuyo padre es el artista y dramaturgo escocés John Byrne.

Sin embargo, el perfecto ensamble entre el pasado personal y la imagen de Swinton en algunos de sus papeles se resquebraja desde la segunda mitad de los años noventa, cuando su versatilidad se expande más allá de todo encasillamiento típico de las grandes estrellas. Nada de andrógino ni de aristocrático tienen sus personajes en esta época, por más que en diversas etapas de su carrera insista en personajes relacionados con problemas de identidad sexual o de género. En el drama erótico Female Perversions (1996), ópera prima de Susan Streitfeld basada en el libro Female Perversions: The Temptations of Emma Bovary, del psicoanalista Louise J. Kaplan, se exploraban los aspectos mórbidos de la psicología femenina a través del personaje de una abogada de Los Ángeles, cuya vida privada está marcada por la insatisfacción, a pesar del sexo ocasional que disfruta con un geólogo y con una psiquiatra. Su interpretación en Female Perversions le ganó el premio como mejor actriz de la Boston Society of Film Critics.
Y del cine norteamericano independiente pasó a una coproducción italo-británica de autor, el thriller The Protagonists (1999), ópera prima de Luca Guadagnino, que trata sobre el rodaje de un filme inspirado en un hecho real: el asesinato de líder egipcio Mohammed El-Sayed. Swinton se transformaría en la musa del director italiano en varios filmes posteriores, entre los cuales se cuentan las dos primeras partes de la llamada Trilogía del deseo:la romántica, incluso melodramática, Io sono l’amore (2009), y la melancólica A Bigger Splash (2015). El papel principal de Io sono l’amore fue pensado para ella, tal vez para desproveerla de esa aureola inmaterial que a veces la rodeaba. Tan carnal y concreta parecía, que la Alianza de Mujeres Periodistas de Cine le otorgó un premio singular, el de la mejor descripción del desnudo, la sexualidad y la seducción. La segunda parte de la trilogía, A Bigger Splash, se inspiraba libremente en una película francesa de 1969, La piscina, con Alain Delon y Romy Schneider, y en un cuadro célebre de David Hockney; a Swinton le toca interpretar a una cantante de rock que ha perdido la voz e intenta recuperarse de un intento suicida y del alcoholismo. Su retorno al cine de Guadagnino ocurre en una clave bien distinta, pues sería una presencia definitiva, de esas que definen el espíritu de una película, en el remake de un clásico del horror italiano: Suspiria (2018), en la cual interpreta a madame Blanc, directora artística de la escuela de ballet que es, en esencia, una confraternidad de satánicas brujas.

A lo largo de las primeras décadas del siglo XXI el prestigio de Swinton se incrementó sin parar: en 2001, protagoniza el thriller norteamericano The Deep End, que muchos consideran su revelación para los productores y para el público norteamericano, pues su actuación fue nominada al Globo de Oro y a los premios de los críticos de Chicago, Toronto y al Independent Spirit Awards como mejor actriz de drama. Alrededor de esa misma fecha aparecen The War Zone (ópera prima del actor Tim Roth, 1999), Vanilla Sky (Cameron Crowe, 2001) y Adaptation (Spike Jonze, 2002). Más distante aún de opulencias e hidalguías, antes vinculadas a la distinguida presencia de la Swinton, fue el sombrío drama criminal británico Young Adam (2003), junto a Ewan McGregor y Peter Mullan, que le valió una nominación como mejor actriz británica del año por el London Film Critics Circle. Poco después alcanzó el Óscar y el BAFTA como actriz secundaria en el papel de la muy ruda Karen Crowder, oponente del personaje de George Clooney en Michael Clayton (2007). En dos ocasiones vuelve a compartir reparto con Clooney, a través de los hermanos Coen y sus comedias paródicas Burn after Reading (2008) y Hail, Caesar! (2016), en la cual hace el doble papel de las gemelas Thora y Thessaly Tacker, columnistas de chismes que se burlan de las perniciosas Hedda Hopper y Louella Parsons.
Aunque lo ganó solo con Michael Clayton, había sido nominada al BAFTA como mejor actriz, secundaria o principal por las sucesivas Burn after Reading y We Need to Talk About Kevin (2011), de Lynne Ramsay, que le valió también ser postulada por tercera vez al Globo de Oro y ganar el Premio el Cine Europeo como mejor actriz, además de llevarse a su casa los galardones como mejor actriz del National Board of Review. Mientras tanto, en otros ámbitos más atentos al mercado, preferían aplaudir la variante más comercial y popular de su filmografía en esos clásicos del cine fantástico puro que fueron The Chronicles of Narnia: The Lion, the Witch and the Wardrobe (2005) y sus secuelas The Chronicles of Narnia: Prince Caspian (2008) y The Chronicles of Narnia: The Voyage of the Dawn Treader (2010). A esta exitosa saga se sumaron la quimera filosófica The Curious Case of Benjamin Button (2008) y la ciencia ficción distópica Snowpiercer (2014), que le permitió acceder al cine coreano, específicamente al de Bong Joon-ho, con quien volvería a actuar, haciendo de pérfida, en la fantasía ecologista Okja (2017). Antes de convertirla en una empresaria malvada de la industria alimentaria, Bong Joon-ho acordó con la actriz mostrar en Snowpiercer una parodia del tirano megalomaníaco, que mezclaba características de Margaret Thatcher, el coronel Gaddafi, Adolf Hitler y Silvio Berlusconi. A manera de guinda en el pastel, o más bien de palomita de maíz en un multicine, llegaron las superproducciones de acción y aventuras fantásticas Doctor Strange (2016) y Avengers: Endgame (2019), que la confirmaron como la única actriz capaz de conciliar el mundo Marvel con el cine de autor más elitista y riguroso.

Además, el Screen Actors Guild la nominó, junto con todo el elenco de Adaptation, y también reconoció su trabajo en Michael Clayton, The Curious Case of Benjamin Button, We Need to Talk About Kevin, y de nuevo como parte del elenco estelar en The Grand Budapest Hotel (2014), de Wes Anderson, director de culto que la incluyó entre sus taciturnos freaks, no solo en la cinta mencionada, sino también en Moonrise Kingdom (2012), con su voz en la animación Isle of Dogs (2018) y otra vez con su presencia íntegra en The French Dispatch (2020), dentro de un elenco tan estelar que parece impensable el brillo de su personaje. Porque a estas alturas, la Swinton había enriquecido su aureola, coloreada con películas europeas experimentales y con probaba suerte en superproducciones muy dirigidas a la taquilla. Sin embargo, nunca abandonó el espíritu independiente y profundamente artístico: como se verifica en el exquisito filme de vampiros Only Lovers Left Alive (2014) y The Dead Don’t Die (2019), ambos de Jim Jarmusch, con quien había trabajado antes en Broken Flowers (2005) y en The Limits of Control (2009).
La Swinton glamorosa, icono de la alta costura, se confirmó en 2003 cuando los diseñadores de moda Viktor & Rolf concibieron el One Woman Show, en el cual todas las modelos de la pasarela parecían copias exactas de Swinton, y donde leía un poema de su propia inspiración que contenía un verso que decía: «There is only one you. Only one». A partir de entonces, y durante una década, ha sido nombrada por diversas publicaciones entre las mujeres mejor vestidas, devino icono de importantes modistos, pero al unísono se embarcó con el historiador Mark Cousins en un proyecto de cine portátil e independiente que recorrió Escocia; luego apareció con Sandro Kopp en una instalación de video al aire libre, y más tarde interpretó a la esposa de David Bowie en el video promocional de The Stars (Are Out Tonight), dirigido por Floria Sigismondi.

En 2020 le fue entregado el León de Oro honorario del Festival de Venecia por lo excepcional de una trayectoria simplemente inigualable, en tanto derrocha maestría lo mismo en una de las más raras películas de Béla Tarr (El hombre de Londres, 2004), rodeada de actores checos y húngaros, que en un papel de cine fantástico, dirigida por Terry Gilliam, como The Zero Theorem (2013), o incursiona nuevamente en la comedia, con el papel de Betsey Trotwood, en The Personal History of David Copperfield (Armando Iannucci, 2019), deviene musa permanente de Bong Joon-ho (en 2020 será la protagonista de una serie de seis horas para HBO, inspirada en Parásito), que lidera el corto The Human Voice, dirigido por Pedro Almodóvar, o regentea el reparto del filme colombiano Memoria (2021), dirigido por el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, y ya se anuncia su presencia, en el papel de hada en el próximo Pinocchio, de Guillermo del Toro. Riesgo, versatilidad, humor, expresividad incombustible y distinción, sostenidos en una carrera de 35 o 40 años…, qué más necesita una actriz para ser considerada excelente, incluso por quienes prefieren repetir, en aburrido estribillo, el nombre de Meryl Streep.