Existen películas envejecidas desde el mismo día de su estreno; algunas, a la salida de la sala de exhibición suscitan la impresión de que no hemos entrado, pero por fortuna para los cinéfilos el séptimo arte atesora otras a las cuales, como las genuinas obras artísticas, la pátina del tiempo transcurrido desde su concepción incrementa cada vez más sus valores. Tal es el caso de A la hora señalada (High Noon, 1952)[1], dirigida por el cineasta de origen austriaco Fred Zinnemann (1907-1997). Al ser distinguido este director en 1970 con el premio David W. Griffith por su meritoria carrera, George Stevens lo caracterizó así en el discurso de entrega: «Nosotros lo homenajeamos por sus filmes y su carácter, coraje, integridad y dedicación a estos principios». Para un creador como Zinnemann, «los filmes son espejos de la realidad. Algunas veces son espejos nítidos; otras, distorsionados, pero siempre reflejan la realidad».
Realicemos un flashback en su trayectoria antes de detenernos en High Noon. Zinnemann inicialmente viajó a Hollywood interesado en la dirección fotográfica, pero el rechazo del sindicato lo condujo a la dirección y debutó en 1942 con dos anodinas cintas de terror, serie B: Eyes in the Night y Kid Glove Killer. Con su tercer filme, La séptima cruz (1944), de tema antinazi, llama la atención de la crítica y de los productores. Luego de incursionar en la comedia y el melodrama sin mayor fortuna, se consagra con La búsqueda (The Search, 1948), que señaló el descubrimiento para las cámaras del actor Montgomery Clift, en medio de un auténtico Berlín en ruinas, donde deambulan niños huérfanos.

Dos años más tarde, unido por primera vez al guionista Carl Foreman (1914-1984) y al joven y emprendedor productor Stanley Kramer (1913-2001), revelaría en Hombres (Men) a un genuino monstruo sagrado del cine: el actor Marlon Brando, en el papel de un soldado que regresa parapléjico de la Segunda Guerra Mundial. Por su rigor, que lo llevó a filmar en un hospital militar verdadero, con pacientes reales como extras, Zinnemann recibió su primera nominación al Óscar al mejor director. El premio lo obtendría en la categoría de corto documental por Benjy (1951), en torno a un niño aquejado de graves problemas físicos, el mismo año en que rueda el drama Teresa.
«Es cierto que Carl Foreman, el guionista de A la hora señalada, escribió el guion como un relato de sus problemas personales, ya que había sido sospechoso de ser comunista. Pero mi idea, a la hora de realizar el filme, no era política —aclaró Zinnemann en una entrevista—. Para explicarlo de una forma muy simple: nunca me ha interesado la política. A mí me ha atraído la lucha contra la opresión, la libertad de expresión, etcétera». El cineasta subrayó que un grupo notable de sus filmes giran alrededor de la conciencia y de la pregunta «¿hasta dónde llega su compromiso con sus propios ideales? », y añadió: «Muy a menudo vemos a la mayoría de la gente, buena gente, que bajo cierto grado de presión traiciona sus conciencias. Actúan así por diversos motivos, algunos honorables, otros no tanto, y algunos lo hacen porque no tienen otra elección. Pero junto a esta mayoría, hay ciertas personas que prefieren morir a traicionar sus ideas». En esta última categoría inscribe al sheriff Will Kane, «que se mantiene inamovible en sus principios sin importarle el grado de presión que reciba». Él no pretende en ningún momento ser un héroe, pero no tiene alternativa y no se retira, por mucho que todos le insistan en un guion descrito como una indagación en la anatomía del miedo.

En los albores de los años cincuenta, el neoyorquino Stanley Kramer, propietario de una pequeña compañía cinematográfica, buscaba con desesperación una estrella para protagonizar un wéstern de bajo presupuesto: High Noon. Foreman conservó en su adaptación del cuento «The Tin Star», de John W. Cunningham, publicado en la revista Collier’s en diciembre de 1947, la esencia del relato, nutrido metafóricamente con sus propias vivencias en medio de la cacería de brujas desatada en esos años.
En un principio, Kramer intentó contratar a Gregory Peck, e incluso le ofreció una participación en los ingresos, pero él rechazó la propuesta por haber rodado recientemente otro oeste psicológico: The Gunfighter (1950), de Henry King. Entonces Kramer optó por Gary Cooper, con veinticinco años como actor, si bien había declinado su impacto taquillero. A este sólido intérprete le interesó enseguida aquel guion y le encantó ese personaje que era todo un reto, y aceptó reducir su salario habitual de 275 000 dólares por película a la misma cifra que el director: 60 000, amén de un porcentaje sobre los beneficios. «A la hora señalada le pertenecía a Cooper. Era un papel hecho a su medida: ensimismado, imperturbable, un tipo de hombre introvertido de mandíbula firme y mesurado», expresó Zinnemann, que en un inicio no lo incluía entre sus favoritos y luego quedó muy sorprendido por su actuación. «Limítate a aparecer cansado», había sido su única sugerencia. Kramer quería también a una desconocida para el papel de Amy, por no poderse dar el lujo de pagar a una estrella famosa, y por eso escogió a la veinteañera Grace Kelly (1929-1982), con solo una modesta película a su haber. Los acompañan la notoria actriz mexicana Katy Jurado (1924-2002), el eficaz californiano Lloyd Bridges (1913-1998) y Thomas Mitchell (1892-1962), en un papel secundario.

El presupuesto disponible era de 750 000 dólares, lo cual exigió la mayor concentración y economía. Zinnemann apenas dispuso de diez días para ensayar y solo 32 para un meticuloso rodaje, extendido entre el 5 de septiembre y el 6 de octubre de 1951. Un total de cuatrocientos planos en cuatro semanas es una cifra estimable para narrar el conflicto central en el argumento, ubicado entre las 10:40 de la mañana y las 12 del mediodía de un domingo en que debe arribar el tren a la estación de Hadleyville (nombre en el que algunos hallan resonancias de Hollywood). El fotógrafo Floyd Crosby (colaborador de Flaherty, Ivens y Lorenz), recuerda que el realizador pretendió con el uso del blanco y negro (más económico que la película en color) rememorar los viejos noticiarios, y para ello estudió fotos de Matthew Brady sobre la Guerra de Secesión: «Decidieron desde el principio evitar la fotografía bonita: no filtrar los cielos, y retratarlos en cambio de un blanco bochornoso, y hacer aparecer la ciudad tan calurosa, miserable, polvorienta y sin encanto como lo era en realidad cualquier pequeña ciudad del oeste», explica Crosby sobre la intención de realismo.
Ese dilema de un hombre que prefiere no huir de una situación adversa, sino enfrentarla, a juicio de Zinnemann podría ocurrir en cualquier lugar y época donde un hombre adopta esa decisión, lo cual le otorga intemporalidad. «Este es mi pueblo. Tengo amigos aquí», fundamenta Kane su postura, antes de que su esposa compre un boleto para marcharse, ante la partida del juez que lo condenó, la renuncia de su joven y ambicioso asistente, la evasiva de su mejor amigo y de recibir el silencio como respuesta a la petición de ayuda. Todo el mundo le advierte que ya no es su trabajo, que debe marcharse por ser lo mejor para él y para el pueblo. No vale la pena «morir por nada, por una estrella de lata. Ellos tienen una ventaja demasiado grande. Es totalmente inútil», le aconseja su viejo predecesor en el puesto. «Hay que ser inteligente para saber cuándo alejarse», dice un personaje. Otros rehúyen su presencia, como les ocurrió a las víctimas del Comité de Actividades Antinorteamericanas, abandonadas por sus amigos e inscritas en las listas negras. Es posible interpretar el destino de este hombre mostrado en picado desde una grúa en un célebre plano que subraya aún más la soledad ante el inminente peligro, como el de tantos condenados al ostracismo.
«La construcción de A la hora señalada fue tal, que cada plano tenía que estar en el lugar en que había sido previsualizado —manifiesta Zinnemann—. El relato se construía a partir de tres elementos. El primero es un elemento estático: la amenaza, esa proximidad de la violencia, que nunca se ve y que aparece representada por los raíles del tren, que se alejan hasta el horizonte y que constituyen ese anuncio omnipresente de violencia. El segundo elemento es dinámico. Se trata del hombre que busca ayuda, que no para de moverse en todo momento. Y, en tercer lugar, están los relojes, que te transmiten esa sensación de paso del tiempo, que es lo que realmente origina el suspense. La historia está montada sobre las tres unidades clásicas de tiempo, espacio y acción, en la tradición del drama griego». La reacción de la gente fue lo más interesante para él en esa historia sobre los riesgos que acechan a la democracia.

Los amenazadores relojes marcan progresivamente los minutos que quedan al solitario protagonista en la precisa edición de Elmo Williams y Harry Gerstad, que contribuye a la creación de una atmósfera de suspenso en la duración exigida por los propios acontecimientos. La tensión desplaza la violencia y la acción del ámbito físico al psicológico. A lo largo de 75 minutos, los habitantes del pueblo aguardan con creciente expectativa la llegada de un tren en el que uno de los pasajeros es un hombre dispuesto a matar al sheriff con la complicidad de tres de sus secuaces. El tenso transcurrir del tiempo cinematográfico es traducido en imágenes en una narración que consigue durar aproximadamente lo que el tiempo real, gracias a la excepcional planificación por Fred Zinnemann y la edición. Esa estrella de plata a la que renuncia el sheriff después de su boda para iniciar una nueva vida hasta que, de inmediato, se ve obligado a recuperarla para enfrentar la amenaza de los bandidos es el eje de esta obra maestra absoluta del wéstern, y uno de los clásicos de todos los tiempos (no solo del cine norteamericano).
Si la balada «Do not Forsake Me», con música del ruso Dimitri Tiomkin (1894-1979), letra de Ned Washington e interpretada por Ted Ritter, rompió desde el comienzo con la fanfarria habitual en el género, los efectivos acordes incidentales contribuyeron al pretendido clima, al contrapuntear expresivamente cada momento. La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood reconoció el 19 de marzo de 1953 con premios Óscar a Gary Cooper, como el mejor actor por su brillante personificación de este representante de la autoridad acosado por el miedo; a Tiomkin, en las categorías de mejor banda sonora de comedia o drama y mejor canción, y al binomio Williams-Gerstad por el montaje. La cinta estuvo nominada además en los rubros de mejor película, director y guion.

Como datos curiosos añadimos que en 1980 Jerry Jameson dirigió una secuela para la televisión con Lee Majors y David Carradine (High Noon, Part Two: The Return of Will Kane), y en 2000 Rod Hardy realizó una versión televisiva estrenada como A mediodía (High Noon), con las actuaciones de Tom Skerritt, Susanna Thompson, Reed Diamond y la actriz cubana María Conchita Alonso como Helen Ramírez.
Aunque Fred Zinnemann no hubiera legado a la historia del cine norteamericano otros filmes importantes como De aquí a la eternidad (1953), el musical Oklahoma! (1955), Historia de una monja (1959) y El hombre de dos reinos (1966), que le proporcionaría el premio Óscar y el Globo de Oro al mejor director (obtenidos antes por De aquí a la eternidad), así como el galardón BAFTA y el reconocimiento a la mejor película otorgado por el Círculo de Críticos de Nueva York, bastaría A la hora señalada para concederle un lugar privilegiado. Alguien tan riguroso como el novelista William Faulkner, al incluirla entre sus películas preferidas, expresó: «Tiene todo lo que necesita una buena historia: un hombre haciendo lo que tiene que hacer, a pesar de sí mismo y de su entorno. No se trata de valor, necesariamente». A siete décadas de su realización, estamos ante una lección de cine de la primera a la última imagen. Declarada Patrimonio Audiovisual por el Congreso de Estados Unidos, los setenta años que nos separan de su realización han multiplicado sus méritos. Me enorgullezco en evocarlo e incitar su visión a los espectadores de hoy.
[1] Este fue el título de estreno en Hispanoamérica; en España se exhibió como Solo ante el peligro.