A la sombra de las buenas críticas y espectadores masivos de las series The Walking Dead (2010) y Fear the Walking Dead (2015), la plataforma Amazon lanzó en agosto su versión posapocalíptica de una tierra invadida por zombis. SOZ: soldados o zombies, creada por Nico Entel (Pecados de mi padre, Orquesta típica) y dirigida por Rigoberto Castañeda (Kilómetro 31, Diablero), se apropia de la figura del no muerto sin darle grandes giros al género, pero ubicándolo en un contexto latino, aunque no de la misma forma en que lo han hecho las producciones estadounidenses mencionadas. Si en las series de AMC lo latino y la frontera son elementos secundarios, en el audiovisual de marras es la vía y guía para ubicar a los personajes, así como la realidad principal sobre la que se discursa.
Todo inicia cuando un grupo de fuerzas especiales mexicanas va a extraditar a Estados Unidos al capo de la droga Alonso Marroquín (Sergio Peris-Mencheta), pero este logra escapar, minutos antes de su traslado, por un túnel que lo conducirá hasta la estancia Paradiso, en la frontera estadounidense. Mientras, las fuerzas especiales mexicanas, lideradas por el comandante Rafael (Horacio García Rojas), quedan atrapadas tras una explosión en el túnel por el que escapó el Marroquín. Cuando despiertan, se han convertido en algo más que simples zombis, se han transformado en supersoldados.
Esta transformación es resultado de una experimentación con cerdos que se encuentra haciendo el científico Agustus Snowman (Toby Schmitz) en una base militar estadounidense en la frontera.
Los nuevos zombis mexicanos tienen conciencia de lo que les ha ocurrido, aunque la mayoría no intenta regresar a su estado anterior. El grito de «No estamos muertos» (tema principal de la serie, interpretado por Alemán y La Plebada) es un clamor de justicia para el reconocido como no muerto, que tampoco está exactamente vivo. Se encuentra en un estado intermedio, el cual puede representar a las personas atrapadas en la guerra contra el narcotráfico.
Si George A. Romero, el pater familias de los zombis modernos, se hizo célebre por criticar el consumismo y otros males sociales, los nuevos muertos vivientes de la serie mexicana continúan esa larga tradición de crítica social, solo que ahora es el narcotráfico y la violencia militar lo que se pone en el punto de mira del dramatizado.

La creación del supersoldado que mueve al científico estadounidense y el surgimiento imprevisto de la nueva criatura constituyen una vía para pensar sobre la intención de adaptar a una persona para que no cuestione órdenes y las cumpla a la mayor brevedad posible, característica que precisa cualquier régimen castrense. Las cualidades de la superfuerza y la obediencia han sido asociadas a una naturaleza animal. Esta premisa ya la maneja una serie menor como La bella y la bestia (2012), transmitida por The CW. Pero los animales, incluso sin conciencia o moralidad, no cumplen órdenes sobre la base de una fe ciega. Incluso aquellos que viven en manadas, donde efectivamente tienen roles que cumplir, no son capaces de poner en peligro a su propia especie o causar daños irreparables a su hábitat como lo hace el ser humano. En ese sentido, resulta interesante que los zombis-soldados de Entel y Castañeda se declaren como una especie superior. Además de la superfuerza y el impulso de devorar cuerpos humanos, estos nuevos protagonistas no pierden la capacidad del habla, y en cuanto a su presente diegético han probado ser efectivos en la lucha contra el narcotráfico, ya que su nuevo estatus no los ha desviado de su misión principal: atrapar al Marroquín.
Parte del buen ritmo que mantiene la serie está dado por la presentación de los personajes líderes. La idea de proyectar a los jefes de cárteles como estrellas de rock and roll no es precisamente novedosa, es un recurso estético que Narcos con cada temporada llevó a su máxima expresión. En SOZ… Marroquín es construido tal cual, pero con un toque de wéstern. Peris-Mencheta crea un narco de fama terrible y violenta, que se mueve entre el amor por su hijo y el manejo de la doble pistola a lo Josey Wales (Clint Eastwood) en The Outlaw Josey Wales (1976). Puede que de llegar una segunda temporada se vea a este señor de la droga desde una luz más benévola, y los respectivos enjuiciamientos morales de no muertos y humanos se tornen menos antagónicos, como ya se insinúa en esta primera temporada.

Lo clásico del género zombi es que los enfrentamientos entre humanos y no vivos se apoye inicialmente en lo tecnológico; los primeros portan armas para defenderse de los segundos, y luego, a medida que avanza la trama, el enfrentamiento se vuelve físico o más rudimentario, pues comienzan a mediar armas improvisadas: palos, sillas…, utilizadas mientras se intenta descubrir el «talón de Aquiles»[1] de la nueva criatura: la cabeza. En la mitología referente al zombi, que su exterminio se logre cortándole o hiriéndole la cabeza es la metáfora para hablar sobre la crítica a la irracionalidad social, pero en el caso de los no muertos mexicanos este recurso se limita a reproducir el modo tradicional de destruir a los zombis, pues el desarrollo de la serie apunta a presentarlos como especies con propósitos, lenguaje y organización.
En los últimos capítulos, en la finca Paradiso coinciden todos los actantes de la serie: la prensa, los narcos, la DEA, el ejército estadounidense que estaba en la base donde se originó la mutación y los zombis. Todos los convocados a la estancia, excepto los rangers estadounidenses, tienen un único objetivo: cazar a Alonso Marroquín. Y esta meta es la posición política del seriado. Aparentemente, ni una amenaza zombi será peor que la infección del narcotráfico en el mundo.
SOZ: soldados o zombies es un cóctel de arquetipos del género con cierta actualización, provocada por la incorporación a la trama de un trasfondo político.
[1] Frase textual que le dice Lucas (Nery Arredondo) a su padre, el Marroquín.