A mí me gusta ver algunas de las producciones más grandes de la historia del cine como de Hitchcock o de cineastas de ahora como Christian Petzold, que son cineastas que trabajan con una estructura grande. Pero que me guste verlas no quiere decir que yo sienta que tengo la musculatura para hacer eso ni tampoco la sensibilidad para hacerlo.
Matías Piñeiro
Cesare Pavese, el escritor entre otras obras de Diálogos con Leucó (1947), comparte con Safo, además de su interés por la cultura grecolatina, haber decidido suicidarse. Hay un amago de inclinación, o mejor, cierta complacencia del escritor con el neorrealismo, aunque suele interesarse más por avizorar su propia torre de marfil. La avizoró y se entusiasmó creándola como tela de araña. Así, distante, buscaba un intelectualismo que algunos no comprendieron.

De cierta forma, Safo fue partidaria del aislamiento, que practicó en la isla griega de Lesbos, cercana a la costa de Asia Menor, aun cuando notificara algún corto exilio. Pavese viajó muy poco y se insilió. El estado habitual de ambos era, sin dudarlo, la soledad. Se dice que Safo se suicidó por amor; Pavece, sin ningún motivo, al menos de manera aparente, a diferencia de Walter Benjamin. «Perdono a todos y pido perdón a todos. ¿De acuerdo? No hagan mucho chisme», escribió en Diálogos con Leucó. Cioran decía: «Para matarse hace falta tener algo que matar o por lo menos hacerse cómplice de la propia negación. Precipitarse a la muerte significaría identificarse con algo, ceder a la seriedad, arruinar la ironía».
En Tú me abrasas, Matías Piñeiro recuerda, sin la proyección detectivesca de Quién mató a Walter Benjamin (David Mauas, 2005), la voz en off que identifica al escritor. Construye una narración a modo de pasajes fragmentarios para una trama de lo que aconteció, que, al fin y al cabo, no deja de acarrear uno o más problemas sobre la propia construcción histórica. Es muy importante la naturaleza fragmentaria en una película que juega tanto con las imágenes visuales como con las escrituras de referencias, las que, al ser extraídas, no esconden su carácter de alusión a un tiempo pasado que, de pronto o durante la marcha, pudiera reconfigurarse.

Es un capítulo («Espuma de mar»: diálogo entre Safo y la ninfa Britomartis) del libro de Pavese el que motiva la película de Piñeiro. Con intercalaciones de poemas de Safo y notas a pie de página, pareciera ser una obra que se va a construir sobre el proceso revelado de creación, cual especie de making-of. Pero no se trata de eso, sino de arriesgarse en la imagen que pudiera acompañar mejor el texto y viceversa. No se trata tampoco de tributar a una historia exacta, sino de favorecer lo alegórico por encima de lo simbólico. Pues ya tiende a importar más lo que está relacionado con Safo y sus amores que lo que representa ella como emblema de una época que nos llega más fragmentaria que fragmentada. De ahí que el procedimiento clave para reconocerla sea a través de lo que su nombre remite en una confusión contemporánea entre significante y referente. En otras palabras, Safo revive para muchos por su biografía frente a su precaria pero inevitable obra. Solo que es inevitable para un público lector bien entendido y cada vez más imperceptible. La miseria o pereza analítica se ha opuesto no solo a Safo y a Pavese, sino a casi todo el mundo literario. El conocimiento de las cosas, al decir de Santayana, ha atentado contra la rapidez de la visión efectiva y afectiva. No se respeta ni la ética de las ruinas ni de la condición de clásicos de autores que aún ostentan tal categoría.
En sintonía con los gustos del personaje, al que se le conoció una sola relación amorosa con un varón, en Tú me abrasas se escucha: «Jugamos a rozar las cosas. No escapamos, mutamos. Es este nuestro deseo y destino. Nuestro único terror es que un hombre nos posea, nos detenga. Entonces sí que sería el fin». Pero Matías Piñeiro sigue siendo, por suerte, un optimista.
El director y su equipo en general parecieran improvisar premeditadamente para luego, en edición, no estar conformes y plantearse otro camino. Matías, amante de Shakespeare, ha confesado que no tenía bien claro cómo iba a filmar un texto que, a todas luces, le había resultado no obstante muy cinematográfico. También había reconocido que Pavese le interesó gracias a Antonioni, por su película Las mujeres, o Las amigas —como se conoció en España (1955)—, que es una adaptación de Mujeres solas. Por si no bastara con un capítulo que viabiliza jugar con el pasado y el presente, Safo (Gabi Saidón) se permite otra relación más, ahora con un fragmento de un poema de Alfonsina Storni, otra suicida en el mar.

El montajista de la película, el español Gerard Borràs, ha insistido en una sucesión de actividades cotidianas que van de lo doméstico a la contemplación de paisajes rurales, marinos y urbanos, donde se cuela la voz en off, cuando no esos diálogos que aspiran a conquistar algo de la espontaneidad que asumen los rostros demandantes, cuando no insatisfechos por la queja y el desamor. Lo que se sabe no será perdurable, agoniza entre la fugacidad o el kairós griego, el mejor momento para hacer algo, y la modalidad temporal de los momentos medibles, del imperio concerniente a Cronos. Para Safo, como para Pavese, el aión, tiempo eterno, es inalcanzable. Britomartis dice: «No me escapé de los deseos, Safo. Lo que deseo lo tengo. Antes fui ninfa de los montes, ahora del mar. Nuestra vida es espuma de mar».
Las descripciones ecológicas que son advertidas en «Espuma de mar», y que Safo en la película de Piñeiro describe, suenan a pasajes de Medusa y Cía,de Roger Caillois, y antes de Siren Land, de Norman Douglas. Libros de entrecruzamientos genéricos son, por cuestión de supervivencia cultural y solaz, escrituras asimismo de asimilaciones entrañables y míticas. «No somos obras de los dioses, sino de microbios muy sensibles», lee la protagonista.

Con Tú me abrasas, Matías Piñeiro recontextualiza con desenvoltura y lucidez textos literarios. No ilustra con fidelidad, porque ni puede ni lo desea. Tampoco degrada los referentes iniciales. Se trata más bien de un ejercicio de variación recreativa donde se evoca la literatura y se engrandece el cine.