La historia de Alberto Delgado no pudiera escribirse sin mencionar a su esposa
Tomasa del Pino Suárez generalmente acompañaba a su esposo Alberto Delgado por difíciles que fueran las circunstancias, y enfrascada en esa actividad se convirtió en una fiel colaboradora del Buró Nacional de Bandas Armadas en La Habana, sobre todo en la finca Maisinicú y sus alrededores.
Era una mujer muy amable, pero al mismo tiempo tenía un carácter firme y siempre estaba muy dispuesta para llevar a cabo cualquier tarea, lo que le permitieron colaborar con Alberto durante las peligrosas actividades clandestinas que realizaba contra las bandas terroristas que asolaban el Escambray.
Ambos eran atendidos por los oficiales Felipe García Casanovas (Freddy) y Mario Jacinto Yanes Cirón (Darío), jefes del Buró Nacional de Bandas Armadas, que radicaba en La Habana.
En Santa Clara, el caso de Alberto Delgado era conducido directamente por Aníbal Velaz Suárez y René Martínez Gómez (Chaleco), y en Sancti Espíritus era atendido por Luis Felipe Denis Díaz y Orlando Remedios Hernández. Los oficiales operativos Longino Pérez Díaz, Justo Herrera Morales y Emerio Hernández Santander atendían directamente al agente en pleno teatro de operaciones en el corazón del Escambray.

Al principio de esta misión, Tomasa fue ubicada por la Seguridad del Estado en la farmacia del Hospital Naval Doctor Luis Díaz Soto en La Habana, donde las autoridades correspondientes le suministraban una parte de los medicamentos que se utilizaban para atender a los heridos de ambas partes en el Escambray. En ese período, Tomasa y su pequeño hijo Albertico no tenían un lugar donde vivir, por lo que se alojaban en el albergue de las enfermeras, anexo a este centro hospitalario.
Enfrascada en esa riesgosa tarea, Tomasa y el niño se ganaron el respeto y el cariño de las trabajadoras, que nunca imaginaron las complejas misiones que aquella joven madre estaba cumpliendo a riesgo de su propia vida y la de sus seres más queridos.
De hecho, ella actuaba como contacto de Alberto con Freddy, por lo que en algunas oportunidades, cumpliendo indicaciones de este, Tomasa acompañó a varios elementos contrarrevolucionarios desde La Habana hasta la finca, donde Alberto los mantenía bajo observación hasta su incorporación a la banda.
En numerosas ocasiones Tomasa tuvo que trasladarse hacia un bajío conocido como Las Cañitas, que nacía en un pantano cerca de la finca, para prepararle comida a los alzados, pero también sirvió como mensajera y enfermera y participó en reuniones conspirativas.
Enfrascada en esta misión, lógicamente tenía que interactuar con cabecillas de bandas, como Julio Emilio Carretero Escajadillo (Carreta), Alfredo Amarantes Borges Rodríguez (Maro), José León Jiménez (Cheíto), Rubén González León (El Cordobés) y Blas Tardío Hernández (El Astuto), entre otros. También se relacionaba con sus colaboradores y conocía muchas interioridades de la vida de aquellos hombres, que no se ocultaban para describir sus fechorías y expresar sus ansias por destruir todo lo que estuviera relacionado con la Revolución.
Una tentativa de asesinato contra Tomasa y su hijo
Unos días después de la trágica muerte de Alberto, el colaborador de bandidos Mario Nodal, acompañado por dos individuos no identificados enviados por Cheíto León y El Cordobés, viajó a La Habana y se dirigió al apartamento de Tomasa del Pino, en un pequeño garaje adaptado como vivienda, ubicado en la calle 26 entre 21 y 23, en El Vedado, con la intención de matarla y eliminar a todo el que se encontrara allí en ese momento, incluyendo al niño de tres años y medio.
No hay dudas de que de haber tenido la posibilidad lo hubieran hecho, porque a esa altura ya los bandidos habían asesinado a trece niños, ocho ancianos y dos mujeres[1].
Tomasa, quien aún desconocía el destino que había tenido su esposo, se puso en alerta cuando percibió en los intrusos una actitud agresiva. Para tratar de calmarlos les brindó almuerzo, y mientras comían, con el pretexto de buscar un medicamento para el niño, se dirigió a la farmacia más cercana en la calle 28.
Desde allí llamó por teléfono a Freddy y le informó la situación a que se enfrentaba. Este pidió apoyo a la guarnición del comandante Raúl Castro Ruz que se encontraba relativamente cerca, y varios combatientes acudieron en su ayuda, pero cuando llegaron al lugar los dos hombres que acompañaban a Mario Nodal se habían marchado y este había salido para hacer una diligencia. Antes, le comentó a Tomasa que regresaría pronto.
Unos minutos después, César Gelabert Martínez, Julio Suárez Álvarez y Julio Wong, combatientes de la Sección de Operaciones del Departamento de Seguridad del Estado en Villa Marista establecieron en el apartamento de Tomasa un comité de recepción para sorprender a cualquiera que regresara al lugar con malas intenciones.
Pasaron unas horas hasta que se presentó el oficial del Departamento de Seguridad del Estado Manuel Torres Morales (El Flaco), advirtiéndoles que los otros dos individuos que buscaban habían sido localizados en la casa de un elemento contrarrevolucionario que vivía cerca de la clínica La Balear, en San Miguel del Padrón.
Inmediatamente los cuatro combatientes partieron en busca de sus objetivos y los identificaron —por la descripción que Tomasa había hecho sobre sus ropas— en el momento en que irrumpían en la calzada de San Miguel del Padrón. Los combatientes Julio Suárez, El Chino Wong y El Flaco Torres se bajaron del auto y caminaron hacia ellos con naturalidad, para no levantar sospechas.
Por su parte, César Gelabert Martínez giró el auto hacia la derecha y salió por la otra calle en dirección a sus compañeros, manteniendo el motor en marcha lenta y a una distancia prudencial.
Cuando iba a rebasar a los dos emisarios de los bandidos, con su mano izquierda abrió la puerta trasera del auto y los combatientes, empuñando sus armas, los empujaron hacia el interior, reduciéndolos a la obediencia. Así salvaron la vida Tomasa y su hijo Albertico.
Mientras tanto, Mario Nodal había regresado a la casa de Tomasa, donde resultó detenido por Freddy sin ofrecer resistencia.
A finales de abril, el cadáver de Alberto Delgado fue trasladado hacia la capital y expuesto en la funeraria Bernardo García, en la esquina de Zanja y Belascoaín, como si fuera un ciudadano cualquiera, adonde acudieron decenas de individuos desafectos a la Revolución.
Allí, sobreponiéndose al dolor que sentía por la pérdida de su compañero, Tomasa tuvo que hacer un gran acopio de paciencia para resistir los comentarios y las expresiones groseras de tanta podredumbre humana.
En una situación tan difícil, Freddy se le acercó y le susurró al oído que los compañeros de la Seguridad tenían que retirarse de la funeraria, por lo que ella iba a quedarse allí y tenía que seguir trabajando vinculada a los contrarrevolucionarios que permanecieran en aquella sala como si fuera una de ellos.
En ese momento aquella valerosa mujer no podía conocer que alrededor de ella iban a estar convenientemente situados varios combatientes dispuestos a neutralizar cualquier situación que consideraran adversa. Tampoco podían imaginar que su misión continuaría durante los próximos tres años.
Para dar la sensación de que el sepelio era un asunto familiar, Alberto Delgado fue sepultado en un panteón perteneciente a la familia del oficial de la Seguridad Pedro Adalberto Fadraga (Arroyo), quien también participaba en estos enfrentamientos.
El 26 de julio de 1964, tres meses después de la muerte de su esposo, Tomasa dio a luz a Boris Abel, su segundo hijo.
De acuerdo con el testimonio de Tomasa, los dos nombres con los que este niño fue inscrito estaban inspirados en la memoria de Boris Luis Santa Coloma y Abel Santamaría, pero cuando elementos contrarrevolucionarios le preguntaban por el origen de su nombre, siempre respondía que Abel se lo había puesto ella en honor a su abuelo Abel Delgado González, y nunca mencionó el primer nombre.
Tomasa continuó comportándose como si fuera una contrarrevolucionaria, pero manteniendo informados a los oficiales de la Seguridad del Estado que la atendían, sobre los planes de varios individuos que había penetrado, pertenecientes a las organizaciones contrarrevolucionarias Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) y Movimiento Demócrata Cristiano (MDC), entre otras, cuyos cabecillas actuaban desde La Habana con ramificaciones en todo el territorio nacional.
La Lucha Contra Bandidos concluyó oficialmente el 26 de julio de 1965, cuando el comandante en jefe Fidel Castro Ruz anunció la victoria contra el bandidismo durante un acto celebrado en Santa Clara en homenaje al 12 aniversario del asalto a los cuarteles Guillermón Moncada en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo.
La misión de Tomasa continuó adelante hasta finales de abril de 1967, cuando fueron exhumados los restos mortales de Alberto Delgado y sepultados con honores militares en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en la Necrópolis de Colón.
En esa ocasión, mediante una orden firmada el 29 de abril de ese mismo año por el ministro del Interior, comandante Ramiro Valdés Menéndez, Alberto fue ascendido post mortem al grado de teniente.
Tomasa crio a sus hijos Alberto y Boris Abel y a ambos les trasladó el amor y el orgullo que sentía por el padre y por la Revolución. Sus hijos crecieron viendo en la sala de su casa una fotografía ampliada de Alberto, y cada vez que vencían un grado escolar o recibían un reconocimiento en la escuela colocaban el diploma frente a la imagen de su padre como tributo a quien consideraban su paradigma.
En 1973, cuando la producción del filme El hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez Paredes, había concluido, Tomasa fue convocada a una pequeña sala en el cine Chaplin para que no tuviera que enfrentarse al estreno oficial en un lugar abarrotado de público. Estaban presentes Manuel Pérez Paredes, Freddy, como antiguo jefe del Buró Nacional de Bandas Armadas, y varios oficiales de la Seguridad del Estado.
Cuando apareció en pantalla la escena en que los bandidos comenzaban a golpear a Alberto, Tomasa se puso de pie y abandonó el lugar muy emocionada. Freddy fue tras ella y la encontró en el vestíbulo, detrás de unas cortinas, mientras se enjugaba unas lágrimas. La mujer que había acompañado a su esposo en los momentos más difíciles y riesgosos nunca fue capaz de asistir a la exhibición de aquella joya de la cinematografía cubana.
En enero de 2008, Tomasa del Pino asistió a la presentación del libro Bandidismo. Derrota de la CIA en Cuba, con prólogo de Aníbal Velaz Suárez, que tuvo lugar en el cine Acapulco, donde sus autores le dedicaron unas palabras de agradecimiento como participante en la investigación que dio lugar a esa obra.
Destacada colaboradora del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado, Tomasa falleció el primero de enero de 2010 en La Habana. Constituye un paradigma de mujer consagrada a la Revolución cubana, que fue consecuente con el ejemplo de su esposo y que durante el resto de su vida mantuvo una actitud de fidelidad a la causa por la que ambos lucharon.
[1] Los bandidos cometieron al menos 214 asesinatos: 64 campesinos, 55 milicianos, trece niños, diez funcionarios de organizaciones políticas y de masas, nueve maestros voluntarios, brigadistas alfabetizadores y colaboradores de la Campaña de Alfabetización, ocho obreros, ocho ancianos, siete militares, siete agentes y colaboradores de la Seguridad, seis administradores de granjas del pueblo, cinco combatientes y auxiliares del orden público, dos habitantes de zonas urbanas y dos mujeres. Además, dentro de sus propias filas cometieron al menos dieciocho asesinatos.