Llegamos a la última etapa de este viaje por el mapa caracterológico de una gran artista. El núcleo de esta entrevista con el muy reconocido músico Gilberto Valdés es tratar de encontrar las razones que motivaron a Rita Montaner, gracias a su evidente versatilidad, a desplazarse en su repertorio hacia la música de raíz africana.
Gilberto Valdés Boitel (Jovellanos, Matanzas, 1905-Nueva York, 1971) hizo estudios musicales en Cárdenas y a mediados de la década del treinta se trasladó a La Habana. Como flautista y saxofonista integró la orquesta Hermanos LeBatard. En 1935 conoció a Rita Montaner, quien a partir de entonces se convirtió en su intérprete ideal. Aunque no fue el primero en llevar a lo sinfónico la música de origen africano, como ya lo habían hecho Lecuona, Roldán, Caturla, Roig, etcétera, sus obras («Bembé», «Ogguere», «Sangre africana», «Rumba abierta», «Baró», «Ecó», etcétera) marcan uno de los puntos más altos de la música cubana. En la década del cuarenta viajó a Nueva York y organizó la primera orquesta charanga en aquella ciudad. En 1945, la Orquesta Filarmónica de La Habana, dirigida por Erich Kleiber, llevó al escenario del Auditorium (hoy Amadeo Roldán) su «Danza de los braceros». En 1949, grabó música afrocubana en un formato sinfónico con la Orquesta de Cámara de Madrid. Entre 1946 y 1956, en Nueva York, fue compositor y director musical del ballet de la coreógrafa y bailarina norteamericana Katherine Dunham.

Gilberto Valdés regresó a Cuba en 1959 y tras más de cinco años de intensa labor regresó a Nueva York.
Hizo música para cine, y entre las películas en que participó están El romance del palmar y Sucedió en La Habana, ambas realizadas por Ramón Peón en 1938; Estampas habaneras y Mi tía de América, dirigidas por Jaime Salvador en 1939; y El otro Cristóbal (Armand Gatti, 1963). Desafortunadamente, debido a desavenencias contractuales propias de aquella época, no realizaría la música de Un día en el solar (Eduardo Manet, 1964), como se había anunciado, y fue sustituido por Tony Taño.
Algo que hasta ahora no había advertido en esta entrevista (escuchen atentamente cuando tocan a la puerta y Gilberto Valdés mantiene un breve diálogo con el recién llegado) es constatar la presencia, en el equipo de realización que dirige Octavio Cortázar, del joven Nicolás Guillén Landrián, hoy una figura icónica de la documentalística cubana. Esto adquiere relevancia a partir de que se ha afirmado sin suficientes pruebas que Landrián realizó un proyecto sobre Rita Montaner y que se encuentra en estos momentos desaparecido. Sin pretender caer en lo especulativo, tampoco parece posible que, al viajar Cortázar a Checoslovaquia, Nicolás asumiera el proyecto, ya que de esa manera las cintas no hubieran permanecido en las oficinas de Alfredo Guevara.
Me perdonan por este final abierto. Bueno, de todas formas, es coherente con estos capítulos, donde no han faltado las interrogantes.