Grandes iconos del cine de ciencia ficción, como Alien y Terminator, han muerto a manos de sus propios creadores, hasta nuevo aviso. Sus destinos inmediatos fueron sellados con onerosos franchise killers[1], como Alien: Covenant (Ridley Scott, 2017) y Terminator: Dark Fate (Tim Miller, 2019), infectado este segundo por la invasiva inmiscusión de un James Cameron descolocado, que infructuosamente intentó sincronizarse con los tiempos woke[2]. Pero un tercer monstruo del panteón titánico de los ochenta acaba de recuperar el aliento: Depredador cuenta con una nueva y vivificante aventura cinematográfica: Depredador: La presa (Prey, Dan Trachtenberg, 2022), recientemente estrenada en la plataforma de streaming Hulu.
Pocos años antes, al ineluctable yautja[3] se le había decretado una primera muerte clínica tras la insufrible y banal El depredador (The Predator, Shane Black, 2018), cuyos creadores despreciaron desvergonzadamente los interesantes senderos narrativos abiertos por la previa, inteligente y subvalorada Depredadores (Predators, Nimród Antal, 2010), primera gran resurrección en solitario del letal personaje.
Mucho más atrás dejaron los nada despreciables crossovers con el xenomorfo[4] Alien: Alien vs. Depredador (Alien vs. Predator, Paul W. S. Anderson, 2004) y Aliens vs. Depredador: Requiem (Aliens vs. Predator: Requiem, hermanos Strause, 2007). La primera de estas cintas —de dual connotación como secuelas de la fundacional Depredador (Predator, John McTiernan, 1987), y precuelas de Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979)— basadas en los cómics donde primero se cruzaron los personajes, constituye otro digno clásico del cine B contemporáneo, gracias a su preciso guion, su visualidad impecable y sobre todo por su dimensión genésica, válida para enriquecer y complementar las mitologías de ambos monstruos sin trivializarlas. Así como por su consecuente asimilación de las esencias filosóficas de ambas franquicias, devenidas grandes y distópicas alegorías de la propia monstruosidad humana, de su condición depredadora y devastadora.
La séptima película de los cazadores yautja consigue mirar a los ojos sin avergonzarse al Depredador de McTiernan, desde una también orgánica reimaginación evocativa que a la vez, como precuela, enriquece y complejiza sus fundamentos míticos, sin reñirse abiertamente con los planteados por la bilogía de Alien vs. Predator. Aunque sus referencias a las dos primeras entregas —la de McTiernan y el Depredador 2 (Predator 2, 1990), de Stephen Hopkins— son tan evidentes como para buscar hacer equipo, cerrar trilogía y consolidar un canon que vadee un poco las otras cintas «intermedias» y las termine segregando como variantes no oficiales.

Ya lo mismo habían intentado confesamente Scott y Cameron con sus respectivos desatinos fílmicos, pero terminaron, sobre todo en el caso del segundo, revalidando las versiones que catalogaron de no canónicas. Dark Fate se propuso como cierre oficial de la trilogía del exterminador, mas sus tan malas calidades reivindicaron a las irregulares, pero, por mucho, más coherentes, Exterminador: La salvación (Terminator: Salvation, McG, 2009) y Exterminador: Génesis (Terminator: Genisys, Alan Taylor, 2015).
Scott buscó infructuosamente perfilarle un origen a su xenomorfo con las precuelas Prometheus (2012) y Covenant, cuyos enrevesados, ampulosos y finalmente simplones relatos solo han servido para resaltar la sencilla y sólida historia en común que en Alien vs. Predator se les hace compartir con los depredadores y con los mismos orígenes de la civilización humana.
Prey no se remonta ambiciosamente tan hacia el pasado prehistórico, sino que localiza sus acciones en la más histórica y realista Norteamérica de 1719. Termina dialogando —quizás inconscientemente o quizás no— con el singular fan film[5] de cortometraje Depredador: Las edades oscuras (Predator: Dark Ages, James Bushe, 2015), que despliega su historia en la Europa medieval, y enfrenta al extraterrestre contra los caballeros del Temple.

Prey hace colisionar a una tribu de la nación comanche con un depredador que, como en las cintas de 1988 y 1990, arriba a la Tierra para medirse con las más peligrosas, fuertes y violentas criaturas del planeta. Su búsqueda deriva inevitablemente hacia los seres humanos, tanto los aborígenes como los tramperos franceses que se aventuraban entonces en esas regiones con sus armas y trampas de hierro, superiores a los arcos, lanzas y hachas de los comanches.
El título parece revelar que se centra en las presas del depredador, específicamente en Naru, una aspirante a cazadora que tiene todos los prejuicios machistas de su tribu en contra, impelida a dedicarse a labores consideradas más femeninas como la elaboración de medicinas, en lo que es muy diestra. Así, la película acusa un relato de crecimiento, un recorrido del camino de la heroína en pos de su consagración como cazadora, y también como depredadora alfa de su entorno. Se empareja así con el sendero muy similar, aunque menos precisado, del extraterrestre, quien igualmente busca trascender a sangre y fuego como el más poderoso del planeta, para ganar jerarquía entre los suyos.
Las cintas, cómics y videojuegos derivados de las películas del depredador han establecido a los yautja como una cultura de cazadores radicales, nunca una especie invasora y colonizadora. No buscan someter planetas, sino conquistar sus propias debilidades, sublimar sus fuerzas y habilidades en combates singulares en estas suertes de ritos iniciáticos mortales que los enfrentan a humanos y xenomorfos.
El cazador de Prey y Naru persiguen objetivos muy semejantes. Su contienda resulta completamente «egoísta». De todos los oponentes humanos que se han enfrentado a estos extraterrestres, la comanche es posiblemente la única que no los combate por mera supervivencia, sino por motivos muy similares de prevalencia del más fuerte y jerarquía tribal.

Como ningún otro, Naru transita todo el camino de presa a depredador, de sanadora a enemiga inmisericorde, tanto del alienígena como de los invasores europeos, llegando a valerse de técnicas más aparentemente dignas de un yautja brutal que de un humano moral y éticamente comprometido con la vida. Esto termina reafirmando la fuerza alegórica de estos monstruosos cazadores, cuyo antropomorfismo no es nada gratuito.
En sus enfrentamientos con los xenomorfos en Alien vs. Predator, siempre ganan las simpatías de las audiencias y de los humanos atrapados en medio de esta lucha titánica, por algo mucho más allá de su morfología y su racionalidad. Son una emanación simbólica del instinto depredador del homo sapiens, que ha determinado indeleblemente su relación con la naturaleza. Por lo que la saga del depredador pudiera inscribirse sutil pero coherentemente en el territorio de la ciencia ficción ecológica.
El monstruo es una imagen expandida y deformada de los cazadores humanos que se colocan ante el medio ambiente como machos alfa, que ven el mundo y sus seres vivos como la manada a domeñar. Es un espejo de feria, pero espejo al fin y al cabo, lo único que hace es devolver la imagen de quien se mira en la superficie.
Naru deviene heredera de la anti-lady in distress que es Ellen Ripley (Sigourney Weaver) en la saga de Alien, quien marcó un antes y un después en la representación fílmica de la mujer en el cine mainstream hollywoodense, y convirtió esta franquicia en un espectacular alegato emancipatorio. Algo reforzado por la Alexa Woods (Sanaa Lathan) que protagoniza Alien vs. Predator, reconocida finalmente por los yautja como una igual por su coraje.
Sin embargo, la emancipación de Naru sucede a la par que su consolidación como antiheroína y cazadora, como mujer alfa, que en vez de ser reconocida por la proverbial nave depredadora que aparece al final en casi todas las cintas, lo es por sus coterráneos, con todos los honores. Lucha por su vida, pero también por imponerse como ente dominante entre su comunidad. Es una destructora de vidas, una potencia colonizadora de su entorno vital, y el depredador es la presa definitiva, su rito de paso hacia la prevalencia definitiva. La presa humana deviene depredador, y el depredador extraterreno se convierte en presa final, en víctima propiciatoria de un ritual iniciático de dimensiones políticas en las dinámicas tribales comanches.

El de Naru y el depredador es esencialmente un duelo de guerreros por la supremacía, con ciertos fundamentos nacionalistas y xenófobos, aunque comulgue con un discurso anticolonialista, dado que los protagonistas humanos pertenecen a un grupo depredado posteriormente hasta casi el exterminio por los otros alfas europeos invasores, quienes fueron más allá de la simple medición de fuerzas. Desde esta perspectiva, los tramperos franceses, los ingleses y luego los propios estadounidenses blancos son peores que los yautja.
Todo esto refrenda la connotación distópica de una saga libre de héroes impolutos. Un derrotero marcado desde la misma Depredador de 1987, donde los «buenos» son la fuerza de élite de estadounidenses infiltrados en Guatemala en una misión devastadora e injerencista. En la Depredador 2 de 1990, son unos policías sobresaturados por la anarquía delincuencial que embarga una caótica Los Ángeles del retrofuturista 1997, muy (demasiado) semejante al contexto donde Robocop (Paul Verhoeven, 1987) opera. En la Depredadores de 2010, los rivales forzosos son igualmente mercenarios, guerrilleros, yakuzas y psicópatas, seleccionados por su salvajismo guerrero.
Consecuentemente, Naru no podía ser tan inocente como las valerosas Ripley y Woods, involucradas contra su voluntad en las terribles lides, sino un contendiente consciente de su objetivo final, de su consagración depredadora. Sus procederes son mucho más semejantes en método y cálculo a los del Dutch Schaefer (Arnold Schwarzenegger) de la película de 1987 que a los de las sobrevivientes de Alien y Alien vs. Predator —más relacionadas con las final girls[6] de las películas slasher[7] que con los guerreros de vocación y carrera.
Prey regresa triunfalmente a la esencialidad cruel de la saga depredadora, a sus amargas lecciones sobre la brutalidad de la inteligencia en función del egoísmo y el dominio colonial; de la inteligencia en función de los instintos más básicos, con una precisión sorprendente, revivalista y saludable en medio de la marisma en que se halla el cine hollywoodense, vacío de ideas y obligado a recurrir tautológicamente a sus mitos, muchas veces de la peor y más torpe manera. Aunque, a veces se logra dar en el clavo, tras cientos de golpes inútiles en la herradura.
[1] Lit.: «asesino de franquicias». Término de la cultura pop occidental que define películas que por sus calidades, sus modificaciones no aceptadas de los cánones de las franquicias a las que tributan y sobre todo por la mala taquilla que generan, provocan que los productores cancelen temporal o definitivamente tales franquicias.
[2] Lit.: «despierto». Término empleado en Estados Unidos para referirse a quienes bregaban contra el racismo, que luego se extendió a otras formas de discriminación, como género e identidad sexual. Desde hace una década se usa de manera más general para definir a los movimientos sociopolíticos de izquierda anclados en las comunidades LGBT, el feminismo y la negritud.
[3] Término más popular que denomina la especie de los depredadores, acuñado por primera vez en la novela gráfica Prey: Aliens vs Predator, de Steve Perry y Stephani Perry (Bantam Books, 1994). También se les conoce como hish.
[4] Del griego xeno (forma prefijal que indica «extranjero» y «extraño») y morfo (forma prefija y sufijal que se integra en sustantivos propios y adjetivos con el significado de «forma»), es el segundo término más popular empleado para definir a la criatura de la saga de Alien, acuñado en la secuela Aliens (James Cameron, 1986). En las historias gráficas se le han proporcionado los nombres «científicos» Linguafoeda acheronsis (lengua mortífera de Acheron) e Internecivus raptus (ladrón mortífero).
[5] Lit.: «filme de fanáticos». Término de la cultura pop occidental que define las películas de animación o acción real de bajo presupuesto realizadas por fanáticos de grandes franquicias, como Star Wars, Star Trek, o de disímiles personajes de cómic o videojuegos, como Batman, Wonder Woman, el juez Dredd, Spawn, Tomb Rider… No forman parte de los cánones oficiales de los grandes estudios ni cuentan con los derechos oficiales. Estas películas, generalmente cortometrajes, no son demandadas, siempre que aclaren sus objetivos no comerciales (non profit).
[6] Lit.: «chica final». Término del argot slasher que define a la sobreviviente final de la cadena de crímenes de los asesinos de estas cintas, casi siempre una mujer que la mayoría de las veces consigue matarlos o inutilizarlos, quedando con vida.
[7] Término derivado del inglés slash («acuchillar»), que define al subgénero cinematográfico de terror protagonizado comúnmente por un psicópata como el Leatherface de la saga The Texas Chain Saw Massacre o asesinos sobrenaturales como el Freddy Krueger de la saga Pesadilla en la calle Elm o el Jason Voorhees de la saga Viernes 13, quienes asesinan con brutalidad a un grupo de personas, generalmente adolescentes.