El domingo 2 de noviembre de 1986 fue inaugurada en Camagüey la sala de video que hoy conocemos como Nuevo Mundo, con la exhibición del filme El joven maestro (The Young Master, 1980), de Jackie Chan.
Pocos podían imaginar que aquella diminuta sala de apenas cuarenta capacidades se convertiría en uno de los grandes hitos culturales de la ciudad. Esta fue la primera de su tipo creada en el país. A raíz de esta experiencia, cuya iniciativa correspondió al entonces presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, Juan Antonio Bravo, fue creada un poco después en La Habana la de L y 23.
Los primeros camagüeyanos que entraron a la Sala Video Nuevo Mundo (todavía sin ese nombre, pues durante un año se estaría anunciando en la prensa como Sala Video Nro. 1), llegaron atraídos por la novedad que significaba ver en un televisor una película que reproducía ese aparato entonces extraño que llamaban Betamax.
Hay que ubicarse en el contexto en que nace la idea de construir una sala de cuarenta lunetas (siete espectadores más de los que reunieron los Lumière en su primera proyección en el Salon Indien du Grand Café), donde se veían las películas en una pantalla televisiva que no excedía las veinte pulgadas. Todavía el cine Casablanca era el gran coloso al cual acudía en masa el público para ver por esos días cintas como Una novia para David, y muchos hablaban de aquello como una curiosidad intrascendente, que jamás pondría en peligro la asistencia del público a las salas grandes.
Me atrevo a decir que a los que en aquellos momentos fuimos cautivados por la novedad, nos movía el mismo interés que Erwin Panofsky describe en los primeros espectadores del cinematógrafo en «Style and Medium in the Motion Picture»:
«La base primordial del disfrute de las imágenes en movimiento no era el interés objetivo por algún tema, y mucho menos el interés estético por la presentación de este tema, sino el mero deleite por el hecho de que las cosas parecían moverse, sin importar de qué se tratara».

O nos pasaba algo similar a lo que apunta Edgar Morin en El cine o el hombre imaginario, hablando de los asistentes a las primeras proyecciones de los Lumière: «La gente no se apretujaba en el Salón Indien por lo real, sino por la imagen de la real».
Nosotros tampoco acudíamos al principio a Nuevo Mundo en busca de películas con altos valores estéticos (basta recordar que la cinta seleccionada para abrir la sala fue El gran maestro, de Jackie Chan). Esa búsqueda del placer artístico llegaría después, cuando comienza a funcionar el Cine Club François Truffaut bajo el liderazgo de Luciano Castillo. Pero primero íbamos a Nuevo Mundo porque queríamos ser parte de aquel juego casi infantil que permitía congelar la imagen, rebobinar, adelantar, o lo que es lo mismo, romper para siempre con la dictadura de un proyeccionista que, tradicionalmente, desde una cabina con equipos de 35 mm, nos obligaba a vivir las historias que se proyectaban acorde a la prisa o la pereza del narrador de turno.
En este sentido, Nuevo Mundo fue el espacio que inauguró entre nosotros (y al ser la primera sala creada en el país, amplío su influencia a la nación) un régimen de consumo audiovisual que hoy advertimos como natural. Pero no se quedó en esa primera renovación: también fue la primera sala estatal en proyectar al público (en el marco del 19 Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica) películas en 3D[1]. Y luego se convertiría, gracias al proyecto El Callejón de los Milagros, en la primera sala de su tipo en acoger una red wifi con el fin de ofrecer servicios culturales informatizados a la comunidad camagüeyana, entre ellos, servicios de Cinemateca y exposiciones de fotos de pequeño formato, aprovechando los códigos QR.
Es decir, que a partir de ese momento (ya convertido desde 2014 en el Complejo Audiovisual Nuevo Mundo), la institución se vuelve a colocar en una posición de vanguardia a nivel nacional, en tanto que gracias a ese camino que acababa de abrir favorecía el uso creativo de las tecnologías, a la par que defendía el legado que ya nos ha dejado el cine en su primer siglo de vida.
En lo personal, veo en la historia de Nuevo Mundo (que es nuestra historia compartida de la fascinación sucesiva provocada por las apariciones del Beta, el VHS, el DVD, los dispositivos electrónicos de almacenamiento, y ahora el wifi, que sirve para descargar archivos y disfrutar la experiencia cinematográfica de un modo interactivo) una verdadera narrativa de la conformación y reconfiguración de nuestros gustos y hábitos asociados al audiovisual más contemporáneo.

Narrar la historia de una institución cultural supone mucho más que el inventario positivista de sus actividades. El público que ha acudido a Nuevo Mundo siempre ha sido diferente al del cine Casablanca, por ejemplo, lo cual supone la existencia de un pacto no escrito que valdría la pena explorar desde diversos ángulos. Y no estoy hablando solamente de ese público fiel a los Talleres de la Crítica Cinematográfica o al Cine Club François Truffaut, El Almacén de la Imagen o los Encuentros sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales, sino del público (o los públicos) en sentido general.
Hoy el Complejo Audiovisual Nuevo Mundo puede festejar su existencia por todo lo alto. No importa que se demorara varios años en tomar la forma de complejo que hoy tiene. Lo importante es que ya existe, con su sala de proyección, su mediateca, su galería QR y su café, y que sus condiciones para ofrecer un servicio de corte académico todos los días mejoran, gracias al apoyo del Sectorial de Cultura del territorio y la dirección del Centro de Cine en Camagüey.
Quienes bautizaron aquella primera salita de cuarenta lunetas con el nombre de Nuevo Mundo (Manuel Lechuga Silk, Jorge Luis Acosta, Fidel Recio, Carlos López), tal vez no tenían idea de la trascendencia que esta lograría en la vida cultural camagüeyana.
Hoy, pocas de esas salas sobreviven. La mayoría no logró superar los embates del cambio tecnológico y la emergencia de nuevas maneras de consumir el audiovisual. Nuevo Mundo, por suerte, sigue allí. Cuando pienso en este espacio que, como la Cinemateca, ha resultado imprescindible para mi superación como espectador, evoco de manera inevitable a los grandes visionarios con que ha contado la humanidad.
Si Nuevo Mundofue capaz de abrir un camino hasta entonces ignorado, es preciso que siga manteniendo entre sus objetivos la posibilidad de innovar, experimentar, modernizar las formas de conocer y promover el cine. Y, sobre todo, es necesario poner los sentidos en función de detectar esos factores y agentes de cambio que en la cotidianeidad van diseñando, de modo informal, el actual consumo cultural de la gente. Aprovechar, como buenos visionarios, esas circunstancias nuevas: nunca ignorarlas.
Talento y experiencia de los que allí trabajan sobra, y eso sería suficiente para convencernos de que en un futuro otros camagüeyanos y no camagüeyanos acudirán al sitio para festejar la permanencia.
[1] Yisell Rodríguez Milán. Disyuntivas en 3D: «La agencia de noticias EFE y varios sitios digitales, entre ellos el del periódico Adelante, informaron hace unos meses sobre la proyección en Cuba, por primera vez, de películas en tercera dimensión en salas estatales. Fue en la ciudad de Camagüey, durante el 19 Taller de la Crítica Cinematográfica, en marzo pasado, cuando se exhibió el largometraje Furia de titanes, en la sala de video Nuevo Mundo. La capacidad fue limitada: apenas veinte espectadores por tanda, y se usó un televisor de 55 pulgadas. El local estuvo repleto casi toda la semana». http://www.oncubamagazine.com/economia-negocios/disyuntivas-en-3d/