El barrio de Las Mil Viviendas en Corrientes, Argentina, es un universo de la alteridad. Pero no es necesario saber el nombre de este asentamiento, o dónde se ubica, para identificar las rutinas y el cosmos de este lugar en Las mil y una (2020), el más reciente filme de Clarisa Navas (Hoy partido a las 3).
La estética de cámara en mano es suficiente para que, a través de un plano secuencia inicial que recorre este barrio, la protagonista Iris (Sofía Cabrera) muestre todo lo que significa ser mujer en el siglo XXI. La mirada del hombre y el acoso que este practica hacia las mujeres en la calle es la relación de acciones seleccionadas por la directora para ubicar rápidamente al personaje principal. Su ambiente es un barrio de edificios multifamiliares que condicionará todo el filme. Las Mil Viviendas es un laberinto donde el hilo de Ariadna es el descubrimiento de la sexualidad y cómo relacionarse a través de esta; asimismo, el minotauro al final del camino puede transformarse en gesto violento de autodefensa, como resultado de lo que ha enfrentado Iris desde la primera secuencia del filme.

Navas no solo discursa sobre el universo juvenil, sino que le interesa que este sea el centro bajo el microscopio del espectador. Para ello, sostiene la mayor parte del filme con la presencia y el acercamiento solo a los más jóvenes: Iris tiene un hermano; Renata (Ana Carolina García) tiene una madre; Pablo (Facundo Ledesma) y Darío (Mauricio Vila) tienen una madre, pero todos los adultos en la primera mitad del filme pueden ser la Nanny de los Muppets Babies, esa presencia que estaba en el cosmos, pero cuyo rostro nunca es enfocado por la cámara, pues se convierte en un elemento disruptivo de la realidad que están construyendo los personajes en su interrelación.
La elección del fuera de campo o de un plano general distanciado para representar a los adultos permite establecer un discurso para y sobre la juventud, sin miradas externas moralistas o el anuncio de futuro que pueden brindar los personajes mayores en una película de este tipo. Es una forma de centrar y reafirmar que el universo proyectado pertenece estrictamente a estos personajes. Existen otros actantes en el mismo que son deliberadamente ignorados por el punto de vista de la cinematografía.

Esta actitud cambia en la segunda mitad de la película, cuando todos los personajes han sido presentados y desarrollados, y la función del universo adulto es ser portador de los prejuicios contra los que luchan los jóvenes, o también convertirse en apoyo fundamental para el camino que estos deciden recorrer.
En Las mil y una el descubrimiento de la sexualidad de los personajes no es un obstáculo a vencer o superar. Las relaciones sexuales o encuentros carnales son presentados desde el inicio, luego de una escena de juegos aparentemente infantiles, como la excusa perfecta para pasar a otros tipos de juegos. En esta secuencia queda claro que tanto Iris como sus primos saben lo que quieren y lo que les gusta.

El conflicto de la historia no es declararse o buscar una aceptación militante de lo que son. Aun así, hay sexo, amor y también educación sobre temas como la serofobia, la lesbofobia, el acoso sexual y el bullying. El actuar difuso de Iris al no querer que la vean con Renata trasciende el hecho de que sean mujeres, pues se debe a la fama que precede a la joven recién retornada al barrio.
Según la definición de la RAE, barrio puede ser «cada una de las partes en que se dividen los pueblos grandes o sus distritos». Dicho concepto no atrapa la complejidad de este vocablo en su significación popular. Por su parte, el Diccionario de Oxford define la palabra como «parte de una población de extensión relativamente grande que contiene un agrupamiento social espontáneo y que tiene un carácter peculiar, físico, social, económico o étnico por el que se identifica». Esta podría ser una definición más completa del vocablo en su significación social, además de ilustrar la intención de la directora argentina al recrear el barrio como el microcosmos donde habitan sus personajes.

En su afán de denuncia de la precariedad de los espacios donde filma, el cine latinoamericano suele estereotipar la miseria de las personas que representa. El realismo de corte documental que Navas selecciona como estética representa cotidianidades sin pretender provocar lástima en los públicos, ni tampoco cumple con una agenda informativa y de denuncia que muchas veces se utiliza en los filmes del subcontinente. No hay exaltación de la dignidad de la pobreza y la marginalidad, pero tampoco disminución de la capacidad de vida y decisión de sus personajes.
Las mil y una cuenta una historia de amor que, aunque no está definida en su narrativa presencial, es de suponer que salvó a Sherezada de acostarse con el sultán y morir decapitada.