Buscando a Casal debería de resultar para su director Jorge Luis Sánchez la consecución de un viejo sueño. Sin embargo, y aunque lo es, no sacia sus necesidades creativas. Siente que creció como artista y ser humano, y desde este peldaño se concentra ahora en la exploración de otros puntos ciegos (o no del todo nítidos) en la cultura y la sociedad cubanas para próximas obras. De momento, la película está siendo vista por el público.
Hablando del poeta y del filme
A inicios de la década de 1990, cuando dejó de salir El Caimán Barbudo debido al llamado «período especial», escribí para la revista Somos Jóvenes a propósito de tu documental Dónde está Casal: «Si la figura de Casal no se estudia con profundidad en los grados noveno y undécimo; si solo una minoría del alumnado sigue carreras de humanidades, y en nuestro medio cultural contemporáneo no suele recordarse a ciertas personalidades cumbre del arte y la literatura nacional, se comprenden —que no se justifican— esta y otras ignorancias imperdonables…». Jorge Luis, en tu opinión, ¿cuánto puede haber cambiado aquella realidad tres décadas después?
No estoy al tanto de la realidad de Casal como objeto de estudio literario en las escuelas cubanas, pero paradójicamente tras las diferentes proyecciones de la película he recibido frases muy estimulantes de alguna que otra persona sencilla, «de a pie». Recuerdo las de una señora bastante anciana, que después de una proyección en el Chaplin me dijo que antes creía que moriría sin ver una película sobre Julián del Casal. Varios me han confesado que Casal es su poeta cubano favorito. El misterio de Casal se acompaña de la peculiaridad de no ser popular, sin embargo, muchas personas lo siguen, y lo más extraordinario, lo veneran. Pudieran ser más los seguidores si sus libros estuvieran disponibles. Sus obras completas fueron editadas por José Lezama Lima en 1963 para celebrar el centenario de su nacimiento y nunca más se han vuelto a publicar.
Afortunadamente, hace unos meses se publicó su epistolario. La película pudo acompañarse de relanzamientos de sus obras, aun parcialmente, pero no sucedió. Carencias aparte, faltó el encadenamiento —siguiendo la petición del presidente de la República. Sin ánimos de francotirador, el Ministerio que produjo y apoyó la película es el mismo que imprime los libros. Un poco de olfato nos falta. El déficit en las nuevas generaciones acerca del conocimiento de las columnas artísticas e intelectuales que armaron, y arman, la identidad cubana, no lo pueden resolver únicamente los programas de Educación.
En los años noventa, cuando te obsesionaste con Casal, tenías el empeño no únicamente de rescatar al gran poeta en lo que era una suerte de acto de justicia histórico-cultural, llegaste al extremo de ir a la cripta donde estaban sus restos; fui testigo de cómo —cincel mediante— cavaban casi con desesperación. ¿Cuál era tu idea exactamente entonces?, ¿por qué querías encontrar sus restos, si lo importante era salvar su figura e impronta?
Parto del criterio de que algo no anda bien cuando desde el microcosmo —la familia— hasta el macrocosmo —la nación— no solamente se descuidan los restos de sus grandes personalidades, sino que no se veneran. Sería injusto absolutizar tal desidia para el caso de Cuba, pero con Casal el destino de sus restos óseos todavía es una asignatura pendiente. Desde que exhumamos todos los restos en la cripta donde supuestamente fue enterrado y no apareció, tal incógnita parece importarle únicamente a este cubano y a un grupo reducido de compatriotas. Lamentablemente el documental no sirvió para que las autoridades competentes me llamaran para ver cómo podían ayudar a despejar la incógnita, aunque fue y es un asunto que se sale de mis deseos; si bien conté con el apoyo del ICAIC, dirigido entonces por Julio García-Espinosa; de Santiago Álvarez, director del Noticiero, que produjo el documental; y de los compañeros del Instituto de Medicina Legal, que pusieron a nuestra disposición al doctor Alejandro Caral y al licenciado Héctor Soto, este último, posteriormente célebre por haber encontrado los restos del Che. Hallar o no los restos de Casal fue pretexto, y también contexto, para llamar la atención sobre el destino físico y espiritual de un amigo que con su creación artística adelantó para Cuba la modernidad, aun sobreviviendo dentro de un medio hostil, ese «fondo pestilente de un pantano», según sus propios versos. Naturalmente que debía estar obsesionado, otra conducta no era el combustible exacto para tal empeño. La exhumación duró todo un día. Recuerdo que algunos compañeros del equipo me pedían salir a la superficie de la cripta de vez en vez, pues no aguantaban a pie firme aquel desfile de venerables restos.
Rabia por no hacer largometrajes
¿Por qué ahora, tres décadas después, retomas la idea de ir al nicho? ¿Para ti es imprescindible ese homenaje póstumo allí en el sepulcro, cuando te propones por segunda ocasión salvar su vida y obra desde el cine, esta vez a través de la ficción?
Es que la primera idea que me genera Casal no es hacer un documental, sino una película de ficción. El documental fue como el grito. Fue lo que pude hacer. Lo que me dejaron hacer —que es otra historia que algún día escribiré. A favor de no victimizarme puedo argumentar que ninguna productora iba a apostar para que yo debutara con una película costosa, cuya época era el siglo XIX. Al final sucedió con un filme también costoso, que fue El Benny, pero ya no tenía treinta años y había demostrado que estaba maduro para hacer largometrajes de ficción. A pesar de que soy muy impaciente en la cotidianidad, a la vez soy muy perseverante. Esa mezcla me define. Sueño e imagino mucho, pero con los pies como garras sobre la tierra. La mayoría de los guiones de mis películas vienen de la «antigüedad». Entre los veinte y los cuarenta años de vida escribí mucho. Toda la rabia por no hacer largometrajes de ficción la volcaba escribiendo guiones. Fueron años de escribir enfermizamente, con mis hijos pequeños jodiendo al lado mío, o acompañado de ruidos centrohabaneros, pero suelo concentrarme tanto que no me hacen mella. Yo escribo oyendo música, la que me gusta, y puedo estar oyendo la misma canción cincuenta veces. La que sale atormentada es mi esposa… Ahora mismo no he perdido el deseo de escribir, pues disfruto imaginar y escribir mis historias. He hecho de la espera una especial virtud, aun con los costados trágicos que esto pueda tener, pues la vida es finita, y las buenas facultades no son renovables, más bien efímeras. Yendo recto a tu pregunta, sucedió que una mañana, estando en la posproducción de mi película Cuba libre, el entonces presidente del ICAIC, Roberto Smith, me dice a rajatabla que el Instituto tenía una deuda conmigo. Perdido en un campo de lechuga, le pregunté cuál deuda y me contestó que era la película sobre Julián del Casal. Aquello me estremeció, porque ya ese guion no estaba dentro de mis prioridades. Como dice la canción, debí llorar, pero como no lagrimeo tan fácil, volqué tal renovación en volver a leer el guion para ver si había envejecido y, al contrario, lo sentí vital. Contacté a Mariana Torres, la coguionista. Era 2015, y en 2018 ya estaba en prefilmación.
Una revelación: escaparates, personas y coches
Hace varias décadas leí el guion del que sería tu largo de ficción dedicado a Casal. De acuerdo con ese guion, no se podía esperar en lo absoluto la película que has hecho ahora. ¿A lo largo del tiempo fuiste haciendo los cambios de visualidad, madurando el filme que es hoy?
En 2016 es que decido transformar el guion con una visión alejada del naturalismo. Fue una mañana de invierno mientras dormía. El invierno es el estado climático que más me favorece para la creación, detesto el verano prolongado y grosero de calor. Los días fríos y nublados me son propicios para escribir, no me enervan ni me deprimen; por el contrario, son muy excitantes para mí. Medio despierto, medio dormido, tengo una revelación: veo una calle en la que no hay edificios, sino escaparates, y personas y coches. Ese fue el punto de partida coincidente y vital para expresar la neurosis casaliana. Fue entonces que hallé coherencia con aquellos bueyes que Casal veía jaspeados o con aquellas hojas de plátano que veía de raso, la negación de su «amor impuro por las ciudades». Después de explicarle a Maykel Martínez, el director de arte, mis visiones, nos pusimos a bajar del «cielo» los 36 decorados que tiene la película, que él diseñó para que yo pudiera verlos. Fue cuando conceptualicé que, para llegar al realismo en sentido general, la visualidad debía pasar por lo artificioso, lo fantasioso y lo extraño.

Aunque parto de seleccionar lo que intuyo, yo trabajo con conceptos, no con estados hormonales. No sé cómo lo hacen otros, pero primero intuyo, luego conceptualizo. Por eso los tres códigos de que te hablé debían ser tenidos en cuenta para la escenografía de Taimí Ocampo, los efectos visuales de Jorge Céspedes, el diseño sonoro de Osmany Olivare y la música de Juan Manuel Ceruto, ambos con la misión de calzar la neurosis de Casal; también una parte de la ambientación de Jorge Céspedes. Otras especialidades, como la fotografía de José Manuel Riera, el vestuario de Gabriel Hierrezuelo, el sonido directo de Damián Rubiera, el maquillaje y la peluquería de Magaly Pompa y Elio Durán, indistintamente, debían mantenerse dentro de cierta convencionalidad realista. Por supuesto, que nada de esto se hubiera podido lograr si Esther Masero no tuviera la necesaria sensibilidad para acompañar desde la producción tales propósitos estéticos. Durante los sucesivos trabajos de mesa les decía a estos creadores que mi misión era tener un pie en el acelerador y otro en el freno. Una película como esta podría prestarse para que se desatara el caos antiestético, ese que no suele llegar a ninguna parte.
Como tuve una formación como asistente de dirección, trato de organizar la película al detalle, no me gusta que nada que pudo ser previsto me sorprenda en el set. Mis asistentes te lo pueden decir, lo reviso y lo analizo todo, desde el presupuesto, con el que me comprometo ante la industria, hasta la continuidad, el desglose, la carta de color, pasando por los diseños, etcétera. Todos los trabajos de mesa que organiza mi asistente emanan de mi punto de vista y de las necesidades de la película, y ninguna se parece a otra. Organizar bien la película, que cada quien tenga el concepto estético claro, es muy importante para mí. No entiendo cierta tendencia en la que el director se encierra con el fotógrafo y ambos piensan la película. ¿Y el resto de los creadores del equipo de dirección? Conmigo participan todos los que tienen responsabilidades creadoras. Eso, además de conocimientos, crea armonía, se participa en las decisiones artísticas a partir de escuchar al fotógrafo, al director de arte, al primer asistente o al productor, por poner algunos ejemplos. Les exijo a todos «los cabezones», como llamo al equipo de dirección, que tengan el control de la película, y el primero que lo hace soy yo, me toca como director. Parto de la premisa de que en la realización cinematográfica lo que tengo que hacer yo no se delega, porque inevitablemente saldría mal. Mi ojo no es el del fotógrafo y el de este no es el del director de arte, y así sucesivamente. Las responsabilidades en el cine tienen su función estricta, por eso me gusta trabajar con profesionales competentes.
Un hombre leal
Mariana Torres, coguionista del documental (Dónde…) y del filme de ficción (Buscando…), emigró hace muchos años. ¿Se han mantenido en comunicación?, ¿ella está al tanto de los cambios profundos que se introdujeron al guion original?
Yo soy un hombre leal. No me gusta que mi palabra caiga al piso, como dicen los viejos. A lo largo de todos estos años nunca dejé de pasarle la mano al guion. Este no me fue encargado por nadie, nació de mis más profundas convicciones y necesidades estéticas en una etapa de ensoñadora juventud, lo que unido a que invité a Mariana a coescribirlo, me otorga autoridad intelectual sobre el mismo. Cuando estuvo a punto de filmarse, en 2008, la contacté para que lo revisara, lo mismo cuando iba a empezar la prefilmación. Puedo señalar milimétricamente lo que de ella ha quedado en el guion que filmé, con lo que no quiero ni insinuar que sea poco, pero, volviendo al principio, mantuve su coautoría, porque si pude enriquecerlo a lo largo de los años fue porque aquella estructura inicial, escrita febrilmente a cuatro manos, lo posibilitó. Mariana es de una gran sensibilidad poética, no solamente tiene reconocida su coautoría en los créditos, sino en los derechos de autor.
Mi amigo perseveró y siguió escribiendo
Volvamos a la entrevista de los años noventa. Entonces afirmaste: «Puedo decirte que, si bien Casal trasciende como poeta, sus crónicas son un ejemplo no solo de amor patrio, sino de excelencia periodística. Hoy, leyendo los textos de Casal, uno puede imaginarse cinematográficamente la época: en ellos están descritos al detalle los olores, los colores, la atmósfera de su tiempo. Pero Casal no se deleitaba en descripciones literarias solamente. Casal se comprometió con el destino de sus contemporáneos, y fue capaz de criticar al capitán general de isla». Jorge Luis, ¿desde siempre estuvo claro para ti que el filme reflejaría tu percepción de los olores, colores y la atmosfera de la época casalianos, y que su postura cívica sería realzada, con lo cual la crítica al olvido de su trascendencia ganaría mayor peso?
A ninguno de esos retos estéticos y éticos renuncié a lo largo de estos años, pues ellos definen al Casal que yo me imaginé, y me imagino, aunque enriquecido a partir de las cartas recién publicadas. Nunca vi en él un poeta lánguido a punto del desmayo permanente; por el contrario, vi a un hombre joven complejo por su singular personalidad, rara y auténtica, pasando esta cualidad por la fortaleza. ¿Te imaginas que a pesar de tanta burla, ignorancia, crítica y tiradera a mierda Casal perseveró y siguió escribiendo como lo sentía; o sea, como le dio la gana, a contracorriente? Desde Varona hasta Sanguily, dos descomunales intelectuales decimonónicos, le decían cómo debía escribir, y a Casal, por suerte, eso le resbalaba. Esa actitud no es de humanos débiles, sino de humanos viriles y vitales, aunque sensibles. Y si a lo anterior le colocas el «tranquilo iré a dormir con los pequeños», tenemos entre nosotros, como le gustaba decir al gran Cintio Vitier, un talento soberbio, y a la vez humilde. En la edad de las pretensiones, esa veintena de años que la muerte impidió llegar a los treinta, Casal exhibe unas garras tremendas para la escritura, y en paralelo nos recuerda un poco aquel desprecio de Martínez Villena a sus propios versos. Entonces, la «artisticidad» en él no es pose, el mundo imaginario que creó, para y por la poesía, no es frívolo, es de raíz sagrada, es esencia. Según Virgilio Piñera, Casal fue el único de nuestros poetas del siglo XIX que tuvo un «plan poético», no fue un poeta «de poemas sueltos». Y yo agrego que este plan poético lo diseñó y realizó en medio de la hostilidad de una colonia, atrasada y retrógrada. Naturalmente que un joven con esas cualidades debía ser leitmotiv para el guion y luego la puesta en escena. Entonces, el móvil que direcciona la trama, y la recorre hasta el final, es esa lucha no siempre resuelta entre arte y sociedad, entre arte y poder, entre arte y no arte.
Lo que se está buscando nunca dejará de existir
Dónde está Casal es la búsqueda de Casal en el sentido investigativo, propósito que no es el mismo del actual filme. El documental mete los ojos y obliga al espectador a hacerlo en el olvido y el abandono, tanto del estudio y conocimiento de la obra, como del lugar donde vivió y creó, e incluso de la supuesta bóveda en la que no estaban sus restos. En los años noventa intentaste llamar la atención sobre la omisión imperdonable. Ahora —infiero— lo has encontrado en lo más íntimo de ti, pero vas más allá, no solo para que lo sigan buscando y hagan visible quienes desde la cultura y la educación tienen que hacerlo. ¿Con el paso de los años comprendiste que lo importante no es únicamente visibilizar su obra, sino abogar por el derecho a la diferencia, algo que es consustancial a tu filmografía anterior?
Casal es un raro. Esa es su condición, o su cualidad, o su singularidad, la que hay que respetar. Por eso dije en la peregrinación a la necrópolis que antes de estudiarlo hay que amarlo, o no se entenderá. El mundo, desafortunadamente, no está diseñado para los raros, pero hay que luchar para que los raros no solamente tengan sus espacios, sino para que se expresen con naturalidad, para que vivan en armonía con los «normales». Me pregunto, ¿cuánto de raro habita en lo normal y cuánto de normal habita en lo raro? Es una dicotomía nociva, porque casi siempre, en el fondo, hay discriminación. Y Casal fuediscriminado por ser diferente. La ignorancia y la intolerancia de sus propios amigos prepararon el camino para que llegara al siglo XX cargado de distorsiones. Ramón Meza, el gran novelista de Mi tío el empleado, que lo conoció, pero no lo aceptó, lo crucificó al decir, trece años después de la muerte de Casal, que «los poetas no son seres de este mundo», aplicándole una formula muy simple; lo que no entiendo, lo que no comparto, lo que no me gusta: lo expulsó del templo de este mundo. Meza y otros lo mandaron directico para Marte; dejó de ser terrícola. Más que tristeza, me da rabia, de ahí que Casal no muera en la película, porque lo que se está buscando nunca dejará de existir. Mi apremio está en que se sumen muchos en su búsqueda, única forma de alejar los estereotipos con que todavía no pocos evocan a Casal. Hace tiempo alguien querido me regaló un libro sobre Casal, y ¿cómo lo cita?; «del poeta que lleva en el alma la bayamesa». Por la presumible homosexualidad a Casal no solamente lo han atacado, sino también por evadido, antipatriota, aristócrata, etcétera. Recordando a los forjadores del nuevo cine latinoamericano —aquellos de los años sesenta, cuya huella instituciones y cineastas cada vez más nos damos el lujo de borrar—, mi película se puede inscribir dentro de un cine de urgencia, pues a través de «la actitud Casal» estoy gritando para llamar la atención y dejar a un lado la frivolidad y los estereotipos. Porque para robustecer lo mejor de la identidad nacional, la aspiración de una sociedad cualitativamente mejor, gobierno y gobernados debemos proponernos destruir los estereotipos, esos que seducen tanto a la burocracia de todos los tiempos, y peor cuando tiene pretensiones intelectuales, porque le encanta enardecer con sustantivos y adjetivos, cuyo nocivo efecto es la reducción mecánica de otras cualidades, de otros matices. Ejemplo, El Titán de Bronce, El León de Oriente, el no sé qué, la qué sé yo…, y no sigo, porque mi responsabilidad está en ayudar a destruirlos desde la metáfora, la elipsis, el montaje, la fotografía, un encuadre y demás recursos expresivos de los que dispongo como cineasta.
Si bien tiene una estética absolutamente distinta de tu obra anterior, Buscando a Casal mantiene tu obsesión por ir hacia lo distinto y relegado como en Un pedazo de mí, El Fanguito y tus largos de ficción anteriores (incluyo El Benny, biografía fílmica de otro que también fue un diferente). ¿Por qué, Jorge Luis?
No estoy muy claro si es porque no soporto las injusticias, porque trato de ser honesto y justo, aunque me busque problemas. Tal vez porque entre 1975 y 1980 tuve una formación educacional absolutamente dogmática, aderezada con consignas y lemas, que un día descubrí que no me servían para nada. Que solamente dentro de una consigna el mundo es en blanco y negro, porque fuera hay colores. Desde entonces no he dejado de rebelarme, sin importarme un cargo, un viaje, una prebenda, al precio de ir contra la corriente si fuera preciso. Creo en la crítica y en la autocrítica. Aspiro a hacer pensar a mis semejantes desde el cine. Aunque no tengo una, sino cientos de devociones, Cuba es una de ellas. Y me abrogo el derecho de expresarla en todos sus matices, porque la padezco en sus luces y en sus sombras, y la quiero definitivamente mejor. Nuestro amado país necesita la mirada escrutadora y crítica de sus artistas. Nuestro amado país tiene que madurar y acabar de una vez de entender que no hay que atacar el arte cuando este refleje lo incómodo de la realidad. A la que hay que atacar es a la realidad para resolver los inconvenientes. Mientras más rápido salgamos de ese atolladero, mejor sociedad seremos, y estaremos ofreciendo una respuesta inédita que el socialismo real nunca resolvió.
Me fascina hacer correr los límites
Buscando a Casal es una película muy osada que puede apabullar al público a lo largo y hondo del metraje, algo que no tiene antecedentes en la historia de nuestro cine. ¿Corriste el riesgo del fracaso en aras de reflejar quiénes son, y qué significan desde tu perspectiva, Casal, Cuba (aquella) y el mundo del poeta?
Entre la telenovela, lo peor del cine hollywodense y las películas de Bollywood pareciera que la misión de ciertos centros financieros es acabar con la capacidad de discernimiento del espectador. En cualquiera de esos ejemplos, todo está absolutamente masticado, visible, entendido. Los esfuerzos neuronales han de ser mínimos. Lamentablemente, una parte de los espectadores ya no está en condiciones de disfrutar una película en la que medianamente deba decodificar imágenes, leer subtextos, eslabonar situaciones dramáticas, ¡interpretar un diálogo! Únicamente se entretienen donde puedan depositar su pensamiento lógico, hay que decirlo. Porque la «masticadera» no se da solamente en el terreno de la ficción, sino en el informativo. Y ahí entronca Internet con todo el aspecto feo que tiene. Entonces el apabullamiento es a la inversa, es como un embudo con la parte ancha del otro lado, desde aquella domesticada hacia esta otra empeñada en que el espectador no sea pasivo, sino activo, que es decir crítico, y que vea la película y discierna y piense. Ahora mismo la tarea es tremenda, pero no va a impedirme correr los riesgos estéticos que necesito como creador. Lo otro es resignarme a que todo el mundo me entienda, pero no me interesa convertirme en un cineasta dócil. Me fascina hacer correr los límites, aunque sea un milímetro con cada película, y he visto frutos cuando se me acercan personas porque no entendieron determinada secuencia a primera vista, pero en la segunda se aclararon y hasta aparecieron nuevas incógnitas. Constatar esto implica que valió el riesgo.
Pesó más la necesidad de fabricar un universo extraño, fantasioso y artificial. Había que imaginar, diseñar y luego construir todo ese artificio. Filmar en exteriores implicaba muchas dificultades para tal concepto. Esta película ciento por ciento cubana tuvo el presupuesto adecuado para realizarse, decisión que agradezco a la institución. Se preparó en doce semanas y se filmó en diez. Su primer corte largo fue de tres horas. El montaje final quedó en una hora y cincuenta y seis minutos. Apenas hubo que levantar secuencias, lo determinante fue apretar, tensar la estructura dramática eliminando todo lo que pudiera ser reiteraciones. Me gusta hacer películas de gran producción, y de época. Siento debilidad por el pasado para regresar al presente. Ese siglo xix nuestro me encanta, es como una minita de pequeños espejos adonde habrá que ir miles de veces para mirarnos y entendernos como nación.
En diciembre de 2019, durante la celebración del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, se publicaron algunas críticas en el Diario del Festival, periódicos nacionales en papel y en Internet. Desde mi punto de vista, esa crítica fraguada en la urgencia del «diarismo», en general y tal vez debido al extrañamiento que sin duda causa tu filme, no lo evalúa en sus diferentes aristas, sino que intenta explicar tus propósitos y el resultado. Emplea frases y calificativos como «alejada de falsos realismos», «cargada de notas surrealistas y simbólica poesía»; «elaborada poética que no teme mezclar el sainete teatral con los recursos del surrealismo»; «desmesurada y apasionada». ¿Qué te aportan esos comentarios?
Salvo las críticas ofensivas, que merecen respuestas de otro tipo, soy de los directores que las lee, de manera que estoy al tanto de todo, o de casi todo lo que se hable de un filme mío. A veces me divierto descubriendo la vagancia del crítico, o su incompetencia. Otras me han sorprendido con aciertos cuando han visto mis errores. O cuando han reflotado lo que escondí a ver quién lo encuentra; otras, sencillamente, han interpretado lo que nunca imaginé como lectura. Pero lo que me harta es cuando se escribe con pretensiones; pero allá, en el fondo, no se tiene absolutamente nada que decir, es como las personas que piden el último en una cola y luego preguntan qué sacaron. Demostrar erudición citando a otros para no llegar a ninguna parte es un plan muy viejo y desgastado. Otros, a los que respeto, no pocas veces confunden la reseña con el ensayo. Hay de todo. Pero cada crítico debe saber que no tiene la verdad absoluta, que el gusto sobre mi gusto no tiene por qué ser el único gusto, y que el primer crítico es el artista, en este caso yo como cineasta. Sin embargo, se abre paso otro tipo de crítica, que Juan Antonio Borrero no se cansa de estimular, aquella que huye del impresionismo, que somete los decires del artista en relación con la realidad que este se propuso mostrar, o expresar. Apenas juzga al artista en sí, sino el alcance de esa mirada en relación con la sociedad y el arte. Esa es la más difícil, porque implica ocuparse de la obra de arte e ignorar la que no lo es, penetrar la sociedad a través de los ojos del creador, lo que supone poseer agudeza intelectual y humildad. En esta mirada no caben adjetivaciones gratuitas ni frases hechas, menos, lugares comunes.
¿Te preocupa que la película no llame la atención de las mayorías o contabas con ese elemento desde que la concebiste?
No trabajo para comunicarme conmigo mismo ni con las vacas, sino con los espectadores. Pero sería una tontería de mi parte pensar que todas mis películas van a reventar la taquilla, o que van a poner de acuerdo a todos. A la decadencia que existe en el gusto del espectador, «retroceso en el gusto», le llaman con condescendencia ciertos funcionarios, se une «el gusto responsable, culto y con criterio», por tanto, en materia de espectadores no existe ni la unanimidad ni el consenso. Cada cual observa, y se identifica o no. Me conformo con ese que me dijo que la vio por segunda vez y «leyó» más cosas. ¿Sabes por qué? Porque ese es mi más privado, recóndito y desafiante objetivo, que la gente quiera ver la peli por segunda vez, y cuando ello suceda, que descubra buenas nuevas. He ahí mi mayor premio, constatar que comuniqué pequeños propósitos.
¿Qué te deja Buscando a Casal?
Que venció mi perseverancia. Que encontré un equipo que hizo suya la película. Que a Casal, donde quiera que esté, le gusta su película. Que crecí artísticamente, lo que me pone en mejor disposición para hacer la siguiente.