Quienes esperábamos que los premios mayores de la edición número 78 del Festival de Venecia brillaran en manos de autores bendecidos, como el posmoderno de siempre Pedro Almodóvar, el renacido Paul Schrader, o el siempre emergente Pablo Larraín, tendremos que lidiar con una sorpresa: la entrega del León de Oro al filme francés L’Événement, dirigido por una poco conocida realizadora francesa, Audrey Diwan, que así se convirtió en la sexta mujer premiada con uno de los más prestigiosos galardones del mundo del cine, después de Margarethe Von Trotta (Marianne & Juliane), Agnès Varda (Sin techo ni ley), Mira Nair (La boda del monzón), Sofia Coppola (Somewhere) y Chloé Zhao (Nomadland). Debe decirse que la sorpresa estaba tácitamente anunciada a la luz de los tiempos que corren, y del creciente número de vencedoras en eventos recientes como el Óscar o el Festival de Cannes, donde triunfó, hace cuatro o cinco meses, la también novata, y francesa, Julia Ducournau con Titane.
Aparte de las similitudes de sexo y nacionalidad entre Ducournau y Diwan, ambas heredan tradiciones completamente opuestas. La primera se apropia de los sobresaltos inherentes al cine de horror oscuro y perturbador, mientras que la Diwan hereda, conscientemente o no, la prolongada tradición realista de la cinematografía gala (Agnès Varda, Maurice Pialat, Laurent Cantet, Robert Guédiguian, entre muchos otros). De origen libanés, Audrey Diwan trabajó como periodista y editora, además de exhibir un largo currículo (si se tiene en cuenta que nació en 1980) como guionista, hasta que llegó L’Événement, un filme que, según declaró en rueda de prensa, realizó «con ira y con deseo, desde el vientre, las entrañas, el corazón y la cabeza».

En el acápite de las afinidades con Ducournau, podemos anotar que, además de ganar ambas el premio máximo en los festivales más prestigiosos del mundo, Diwan también trabajó para la televisión e igualmente acaba de entregar su segunda película, pero hasta ahí llegan las convergencias más evidentes, porque si Titane profundizaba en las hostilidades del body horror, a partir de una mujer que se cree embarazada luego de tener sexo con un automóvil, y tiene un niño cuya columna vertebral parece ser metálica, L’Événement ha sido catalogada por la prensa especializada como una obra realista y visceral, sobre el aborto clandestino en los años sesenta, a partir de la adaptación de la novela homónima y autobiográfica, escrita por Annie Ernaux, quien le contaba al mundo su testimonio sobre la interrupción de embarazo a la que debió someterse, en 1963, cuando esa práctica no estaba permitida.
Según reportes de prensa, aunque pocas quinielas contaban con ella, antes del comienzo del Festival, como triunfadora absoluta, L’Événement convenció al jurado (presidido por el coreano Bong Joon-ho, integrado por la realizadora china Chloé Zhao, el cineasta italiano Saverio Costanzo, las actrices Virginie Efira, Cynthia Erivo, y Sarah Gadon, y el documentalista rumano Alexander Nanau) que decidió conferirle por unanimidad el máximo galardón, evidentemente seducido, entre otras virtudes, por la cinematografía escrutadora de Laurent Tangy, e impresionado por las actuaciones de Anamaria Vartolomei y Luàna Bajrami (Retrato de una mujer en llamas), sobre todo de la primera, que es la protagonista absoluta. En el elenco también aparece, en un importante papel, Sandrine Bonnaire, recordada precisamente por sus descomunales actuaciones para Varda o Pialat, en Sin techo ni ley o Bajo el sol de Satán, tal vez para revalidar, también con su presencia, la adscripción realista de un filme producido, en parte, por el Centre national du cinéma et de l’image animée, una dependencia del Ministerio de Cultura francés.

Luego de más de una década apartada del cine, y de ganar en este mismo evento el Premio Especial del Jurado en 1990 por Un ángel a mi mesa, la veterana Jane Campion se adueñó ahora del León de Plata en la categoría de mejor dirección, con la coproducción entre Australia y Nueva Zelanda, para Netflix, The Power of the Dog, que intenta revivir, desde un nuevo punto de vista (si es que tal cosa parece posible después de Brokeback Mountain) el género del wéstern, a partir temas como la homosexualidad reprimida entre sus protagonistas. Adaptación de la novela de Thomas Savage, el filme nos devuelve, al parecer, a la autora de El Piano en plenitud de facultades, y así, siempre innovadora y rigurosa, la Campion prefiere eludir la confrontación que rige casi todas las películas del oeste (civilización vs barbarie) y más bien refuerza la lobreguez del imposible en un drama sobre la atracción entre dos hombres. Resalta la sutileza, según afirma la prensa, del actor Benedict Cumberbatch, en un reparto que también integran Kirsten Dunst y Jesse Plemons.
La actriz y directora debutane Maggie Gyllenhaal ganó el premio al mejor guion, que también escribió ella, por supuesto, con The Lost Daughter, una coproducción entre Estados Unidos, Grecia e Israel que incursiona en los recodos del drama femenino a partir de adaptar al cine la novela homónima de Elena Ferrante, una popular autora cuyos libros han sido llevados al cine por Mario Martone y Roberto Faenza en las respectivas L’amore molesto e I giorni dell’abbandono. Catalogada como una tragedia pausada, nuevo vehículo interpretativo para Olivia Colman (La Favorita, El Padre), el filme garantiza su eficacia a partir de apelar a las reservas emocionales del espectador, al tiempo que polemiza sobre los diferentes tipos de concebir la maternidad. Aparte de la aprobación casi unánime a la hora de su estreno mundial en Venecia, ya está garantizada la presencia de The Lost Daughter en otros festivales y su distribución masiva en Estados Unidos y otros países antes de que termine este año.

Aparte del triunfo femenino, los cineastas italianos de punta revalidaron su categoría estelar. Paolo Sorrentino (La Grande Bellezza) ganó el León de Plata en concepto de Gran Premio del Jurado, por È stata la mano di Dio. Sorrentino se mueve entre la comedia y el drama para rememorar sus experiencias de infancia y juventud, y ambienta su filme en la Nápoles de los años ochenta, con un costumbrismo que jamás pierde de vista al joven protagonista. El premio Marcello Mastroianni para los mejores nuevos talentos fue entregado a Filippo Scotti, protagonista de È stata la mano di Dio, mientras que un premio especial del jurado mereció Il buco, de Michelangelo Frammartino, que intenta narrar sin diálogos, una trama que se desenvuelve pausadamente, y que habla, en última instancia, de las múltiples diferencias entre el norte y el sur de Italia. Il buco cuenta la historia del descubrimiento, por parte de espeleólogos norteños, de una de las cuevas más profundas del mundo en la meseta sureña de Calabria, la punta de la bota peninsular.
La española Penélope Cruz y el filipino John Arcilla recibieron el espaldarazo de la Copa Volpi, ella por la esperada Madres paralelas, y él por En el trabajo: El ocho perdido, un filme de acción dirigido por Erik Matti que explora la corrupción en los medios filipinos y es secuala del filme de 2013 titulado En el trabajo. Almodóvar y Penélope impresionaron lo suficiente a los organizadores del Festival como para conferirles el honor de inaugurar el evento, y así volver la vista otra vez hacia el cineasta manchego, que hace 33 años compitió por el León de Oro con Mujeres al borde de un ataque de nervios, y solo recibió el premio al mejor guion. Aunque ahora solo recibió el premio de actuación para Penélope Cruz (fiel al director desde sus triunfos con Todo sobre mi madre o Volver) durante mucho tiempo resonarán en la Sala Grande del Festival los nueve minutos de ovación en pie, aprobación que vaticina el éxito de público y crítica que sin dudas alcanzará el filme.

Fuera del cuadro de honor que conforman los premios principales se quedaron cuatro realizadores y sus respectivos filmes muy bien promocionados de cara al evento: el francés Xavier Giannoli por Illusions Perdues, la nueva adaptación de la novela escrita por Honoré de Balzac, con las actuaciones de Xavier Dolan y Gerard Depardieu; el mexicano Michel Franco con Sundown, con Tim Roth en el papel de un magnate que deambula sin sentido mientras está de vacaciones en México; el norteamericano Paul Schrader con el thriller de venganza, producido por Martin Scorsese, The Card Counter; y el chileno Pablo Larraín con Spencer, con Kristen Stewart intentando convertirse en Lady Di en un biopic dedicado a este famoso personaje cuyo nombre de soltera fue Diana Frances Spencer, de ahí el título. Larraín ostenta notable experiencia en este tipo de trabajos en tanto ya experimentó con el biopic, particularmente en el año 2016, que consagró a dirigir Neruda y Jackie.

Hasta aquí el artículo sobre los premios de Venecia, porque habría que escribir otro texto, tal vez tan largo como este, para hablar del festival como flamante escaparate de grandes producciones de Hollywood, estilo Dune de Denis Villeneuve (Warner Bros); The Last Duel, de Ridley Scott (producida por Disney), o Last Night in Soho de Edgar Wright (de Universal Pictures). Porque debe recordarse que títulos tan prestigiosos y de tan diversos alcances como Nomadland, The Shape of Water, La La Land, Joker y A Star Is Born iniciaron sus brillantes recorridos en la ciudad de las góndolas. Y así, entre superproducciones y grandes películas, dos categorías que no siempre coinciden en un mismo título, el Festival de Venecia celebró la inmortalidad del cine y su desafiante capacidad de supervivencia frente a todos los desafíos que la evolución humana pueda imponerle al mundo, tal como declaró, palabras más o menos, la actriz británica Tilda Swinton cuando se aprestaba a recoger el año pasado el León de Oro especial por sus aportes al cine. Otra de las acciones del Festival de Venecia de este año, para celebrar la inmortalidad del cine consistió en entregar ese mismo galardón, el llamado León de Oro honorífico, a Roberto Benigni, el inolvidable protagonista y autor de La vita è bella.