El tema de las redes sociales (peculiaridades, ventajas, peligros, trampas, trucos, contradicciones y otros tantos ítems que las informan y… enredan) está siendo carne y sangre del cine desde que hace aproximadamente tres décadas llegaron para quedarse, pero además para crecer, desarrollarse y ni soñar con morir, aunque ya han matado no poco en su entorno a su paso arrollador e indetenible.
Desde The Social Network (David Fincher, 2010), sobre el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, se han multiplicado los títulos que abordan el ciberacoso, la paradójica incomunicación, los delitos sexuales (pedofilia, tratas, prostitución forzada…), la suplantación de personalidad, la revelación de secretos de Estado —e incluso el uso por los propios gobiernos con intereses bélicos—, asuntos que han sido abordados indistintamente por los más diversos realizadores y con tratamientos que van desde el terror doméstico hasta el cine de espionaje o el thriller político, no solo en películas (Cyberbully, Wasted on the Young, Trust, Disconnect, Hard Candy, Unfriend, Snowden…), sino también en series y telenovelas, como la que exhibe la televisión cubana (Dulce ambición, de Brasil, con buena parte de su trama girando en torno a mujeres influencers)[1].

Una prueba de que el tema no escampa en el interés de guionistas y directores lo demostró la más reciente edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Uno de los notables y polémicos títulos que integraron el Panorama Contemporáneo Internacional resultó el filme francés Arthur Rambo, del célebre Laurent Cantet, una suerte de versión cibernética de El doctor Jekyll y el señor Hyde, que, aunque trasciende su marco para tocar cimas ontológicas, justamente enfoca el doble rostro de las redes sociales. Cantet, de siempre ocupado en comportamientos lo mismo grupales que individuales, y en seguir personalidades raras en medio de contextos difíciles, narra la historia de un joven que pasa de la gloria mediática gracias a un libro recién publicado al linchamiento social y el cierre de puertas cuando se descubre que, oculto bajo el seudónimo que presta título al filme, es el autor de tuits fascistoides.
Pero Latinoamérica no quedó detrás en el festival: en varios filmes concursantes —incluso ganadores—, de varios géneros, la presencia protagónica, agónica, de internet y las redes, y su capacidad de generar discursos perturbadores y desconcertantes, resultó un hecho notable. Acerquémonos a algunos.

Animando las redes
El Coral de animación fue a parar al largo chileno-argentino Homeless, dirigido por José Ignacio Navarro, Jorge Campusano y Santiago O’Ryan, el cual se proyecta como una sarcástica parábola tragicómica, de fuerte impronta posapocalíptica y distópica, en torno a divisiones radicales del mundo: el abismo entre ricos y pobres, la lucha de clases en sus extremos, vagos y trabajadores, todos dependientes del omnipotente dinero y en crisis absoluta cuando, de pronto, este desaparece, de modo que tanto la mendicidad como los dueños de inmensurables fortunas se encuentran en peligro de extensión.

Un niño bien, muy ingenuo, será el detonante de la crisis y restitución del orden, pero todo llega mediante artilugios y recursos electrónicos hoy en boga: agotado el cash, casi toda transacción es virtual, un sabotaje se efectúa mediante una flash memory, las tarjetas electrónicas colapsan, de modo que las redes y los medios definen tanto las operaciones financieras como la narrativa en torno a ellas.
Resulta muy simpático (y de una tendenciosidad sabrosa) que para los animadores y realizadores, el villano mayor, el gran culpable, el jefe de las multimillonarias fortunas que desean el control del mundo (¿o lo tienen ya?), es Waldo Alegría (Walt Disney) en su creación maliciosa de un mundo en apariencia perfecto, equilibrado y falso, que vive a merced del «genio de la lámpara» de internet y las redes sociales, cuya sede parece ser justamente Disneylandia y todo el imperio que le rodea, de ahí el ejército fascista de robotizados Mickey Mouse, dirigidos por la «rata en jefe», desprovistos del embellecimiento con que fueron diseñados para mostrarse en toda su bajeza y sordidez.

Con mucho del Huxley de Un mundo feliz y las distopías de Orwell, constantes alusiones a los video games de factura estadounidense (tan reverenciados como satirizados aquí) y una fusilería de efectos que emulan la destrucción general que emprende el relato en su emplazamiento multilateral[2], el filme emplea códigos de animación del mainstream —específicamente disneyanos— con la deliberada intención de resemantizarlos en su afán antisistema, pastichero y paródico, dentro de una diégesis y personajes fluidos, ingeniosos y cómplices, aunque se aparten bastante de los intentos revisionistas —tanto en lo conceptual como en lo morfológico— de otros animados chilenos, digamos, el no menos valioso La casa del lobo, visto en una edición anterior del festival.
La gran influencer
De Chile también procede el filme que obtuvo los premios FIPRESCI y SIGNIS: La Verónica, de Leonardo Medel, que compitió en la categoría de largos de ficción, y donde una popular modelo en redes sociales y esposa de un astro del fútbol se ve involucrada en un escándalo al ser la principal sospechosa en la muerte de su primogénita.

Entre los recursos más atendibles del filme está la frontalidad de los planos (ya sean grandes, medios o americanos) con que se enfoca siempre a la protagonista, pues ello define, desde la morfología, las características y la propia estética del negocio que lleva esa mujer, quien debe estar siempre en esa postura respecto al lente, aun en sus más íntimas relaciones interpersonales. Cuando interactúa con el marido, la madre, la escritora que emprende su biografía u otra persona, lo más que logra moverla de esa pose es una ligera inclinación. Siempre se muestra así, al igual que en las redes, frente a sus miles de seguidores, falsos o reales, en plan confesional (sincera, cuando lo hace ante la suegra fallecida; estudiada y manipuladora ante los otros), con lo cual el texto cinematográfico incorpora la narrativa de las redes, en creativo diálogo interlingüístico.
Lo anterior lo confirma la delineación del personaje, con todas sus taras sociales, familiares, de género y clase, las cuales permiten entender algunas de las claves de su comportamiento: no es una mujer ignorante o solo necesitada de fama y dinero, pero está lastrada por lagunas afectivas y carencias más profundas. Sin embargo, la protagonista tiene muy bien estudiado su personaje, en la doble representación que hace frente a la cámara del celular o la televisión —en tanto hipertexto— y la que acciona el relato fílmico, desde su condición hipotextual y metatextual. La proyección y los matices de tales singularidades le deben sobre todo a la excelencia en el desempeño de Mariana Di Girolamo, quien merecía un Coral de actuación femenina que le fue increíblemente arrebatado.

El montaje acronológico, en un complejo intercambio de analepsis y retrospectiva dentro de un tiempo ensanchado, turbio, fragmentado, se suma a las peculiaridades narrativas y dramáticas de La Verónica , como la fotografía, de certeros contrastes entre las imposturas paisajísticas y falseadas de las poses y selfies, propias de internet, y los desgarradores claroscuros cuando se interna en las realidades ontológicas, psíquicas e interpersonales de la influencer.
Bonny and Clyde en la era digital
Máxima triunfadora en el festival de Morelia, la mexicana 50 o dos ballenas se encuentran en la playa, de Jorge Cuchí, que concursó entre las óperas primas en el festival habanero, se basa en un hecho real[3], pero sobre todo ilustra lo peor de las redes y sus entornos: los retos, que pueden oscilar entre las ingenuas publicaciones de recuerdos, fotos y redacciones, y que en el caso de los protagonistas de la película incluyen los homicidios.

El texto fílmico ilustra sobre una tendencia altamente peligrosa, que involucra a una generación mentalmente inestable, huérfana de valores, y, por tanto, cebo perfecto para las mentes perversas, controladoras y sin rostro que rigen las redes, suerte de Gran Hermano que exige —y lo peor, consigue— obediencia ciega, tras un escudo de impunidad ante su carácter anónimo y oculto.
Félix y Elisa dejan pequeños a Bonny y Clyde, o a la pareja de Profundo carmesí [4] —como se sabe, inspirados en célebres serial killers—, porque en esas películas había, al menos, carácter, convicción y hasta cierta lógica —al menos económica— en sus comportamientos. Carentes de todo eso, los jóvenes de clase media de 50 o dos ballenas… proceden de núcleos disfuncionales, aunque no precisamente por falta de atención de sus progenitores, ante los cuales han levantado un muro de incomunicabilidad.

El joven realizador Jorge Cuchí echa mano de una gramática que dibuja ese distanciamiento mediante la planimetría: los mayores aparecen generalmente de espaldas, distantes o in off, conversando solo telefónicamente con los adolescentes, quienes siempre ocupan los planos y encuadres privilegiados. Por otra parte, el empleo creador de la estética gore, tan afín al relato, la dosificación del suspense, el diseño inteligente de los personajes (con caracterizaciones brillantes de los actores José Antonio Toledano y Karla Coronado, perfectamente elegidos por el casting), la complicidad de rubros como la fotografía o la música y el sonido en general, hacen del filme una obra rotunda, a la que quizá solo hay que reprochar el desenlace, el cual, si bien focalizado desde el punto de vista de los principales actantes, deja cierto sabor a glorificación del suicidio, dada la recompensa post morten que anuncia el propio título.
De modo que ya casi puede hablarse de todo un subgénero que tiene en las redes —omnipresente y casi omnipotente internet— diana y diámetro expresivos. Seguir denunciando los desmanes, excesos y (¡sí, no hay otro nombre!) crímenes que promueven, revelar entresijos y peligros —junto a las indudables virtudes, que tampoco hay que negar—, debe ser un reto, aunque este sí positivo y nada peligroso, del cine y el audiovisual contemporáneos.
[1] Existe un elocuente y enjundioso documental sobre el tema: Falsos famosos. Ver mi texto: «La edad de la impostura», en: http://www.cubacine.cult.cu/es/articulo/la-edad-de-la-impostura
[2] Lejos está el filme de un maniqueo ataque exclusivo a los poderosos; casi todos los mendigos son tan ruines, utilitarios y desprovistos de ética, como aquellos «olvidados» de Buñuel, en un ejercicio pleno de desmitificación de la pobreza y la miseria.
[3] «…en el infame caso de La Ballena Azul, el juego (casi secta) que en 2017 cooptó a muchos adolescentes en internet, y que consistía en cincuenta retos, donde se incluía el asesinato de alguna persona y el reto final (…) que era el suicidio». Alejandro Alemán, en: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/alejandro-aleman/nudo-mixteco-mi-ganadora-en-morelia
[4] Filme de Arturo Ripstein estrenado en 1996, remake del norteamericano Los asesinos de la luna de miel (Leonard Kastle, 1970).