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Viaje al interior de «Maisinicú, medio siglo después»

Katia AriasPorKatia Arias
mayo 20, 2025
En Cine cubano
Tiempo de Lectura: 13 minutos
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«Maisinicú, medio siglo después», de Mitshell Lobaina

«Maisinicú, medio siglo después», de Mitshell Lobaina

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La Habana, oficinas de la Quinta Santa Bárbara, sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (fnCI). Suena el teléfono.

—Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, le habla Katia Arias.

—Por aquí Santiago Llapur. Espero respuesta de Alquimia.

—La Fundación es toda suya—, contestó ella.

Fue así que, en funciones de relaciones públicas y comunicación, me tocó asistir al rodaje del documental Maisinicú, medio siglo después, en la sede de la fnCl, que dirige Alquimia Peña.

El silencio de la Quinta a menudo se interrumpe por el bullicio de las tropas de cine o televisión que la escogen como locación. Esta oportunidad fue inusual. El equipo dirigido por Mitshell Lobaina no alteró ni en una nota la paz que aquí se respira. Eran pocos. No más de diez, incluyendo los entrevistados. Dos de ellos, mujeres. Vienen a la vanguardia embestidas de poder. Se diría que allanan el camino para quienes llegan después. Sin una orden evidente, cada uno empieza a desplegar los aparatos que trae. Dividen el espacio, sin muros visibles. Se colocan como por especialidades, o por funciones, digo yo. En un equipo tan pequeño el multioficio debe ser la norma.

Rodaje de Maisinicú, medio siglo después

Tienen algo de atractivo. La penumbra que han creado en el set los envuelve en misterio. Hay uno algo distinto. Observador. Camina de un lado a otro. Habla tan bajo que no escucho lo que dice. Todo el mundo le pregunta y él indica. Da alguna señal con las manos. Toma la claqueta. Que no le toca; sin embargo, lo hace con gesto resuelto y colaborador. No quiere interrumpir el ritmo de trabajo por tal nimiedad. Y percibo que el paso lo marca él. Si sus ojos fuesen una cámara ya habría filmado un millar de planos, porque se mueve con libertad en rededor. Sigilosamente, como un felino. ¡Qué! Incluso lo malcrían. Ah, no. Queda claro. Este es el director. «Corten».

«Buenas tardes», escucho tras de mí. «Ey, Manolito, qué tal. Qué gusto verte». Era Manuel Pérez Paredes, director de El hombre de Maisinicú, Páginas del diario de Mauricio y otras citas claves del cine cubano. Manolito es miembro fundador de la fnCl, así que viene por aquí a menudo. No se escandalicen porque le achique el nombre. Así se le conoce en el gremio. Él es muy afectuoso, por demás.

Manuel Pérez Paredes, Santiago Llapur y Mitshell Lobaina en el rodaje de Maisinicú, medio siglo después

«Ven, que te voy a presentar a Santiago Llapur, el productor de los dos audiovisuales, este y el que dirigí yo». «¡Qué coincidencia! ¿Y cómo les va?». «Muy contentos. El muchacho es bueno». Se acerca Llapur. Peina canas, al igual que Manolito, y es tan extrovertido como el primero. Al vuelo disparo:

Katia Arias: «Esta vez no los alojarás en un albergue».

Santiago Llapur: «No. Las condiciones han cambiado un poco».

Katia Arias: «De cualquier modo parece una producción austera. Espero que les des tiempo. Al menos, tiempo de creación hay que darles».

Santiago Llapur: «¿Tú eres la de Comunicación? Tú pudieras hacer la crónica del rodaje».

Katia Arias: «Pudiera ser, pudiera ser».

Reto aceptado. En busca de aclaraciones para lo que mis ojos novatos no alcanzaron a ver, me fui a casa del director del documental, quien impresiona y aparenta ser esquivo, pero no lo es.

Maisinicú, medio siglo después

Voy llegando a la residencia de Mitshell Lobaina bajo un sol exquisito, sin parangón alguno en su misión de dar luz y calor. Siento su fuego en mi piel. La reja estaba abierta y huyendo del verano entré. Qué fresquito. Una arboleda cubre toda la entrada desde la verja, pasando por el jardín, portal hasta el interior de la habitación. Me asomo.

Ya veo, ya veo. Voy desentrañando el misterio de la parsimonia con que se movían todos durante el rodaje. Han reproducido el clima de la residencia del director. Es rara. Amurallada con tantos matojos, mientras deja la puerta abierta. Hace medio siglo ya de la última vez que a estas paredes se les dio color. El puntal es gótico. Allá, suspendida en el cenit, está encendida la lámpara. De tal manera que quedas en una semipenumbra color cian, húmeda y acogedoramente sombría. Él sigue ensimismado. Ni se ha enterado de que estoy aquí.

—Mitshell.

—¡No te sentí llegar! Entra. Pasa.

Santiago Llapur y Mitshell Lobaina en el rodaje de Maisinicú, medio siglo después

Y como la timidez no es mi virtud, de inmediato fui a husmear en su mesa de trabajo. Que levante la mano la guitarra, Guía crítica del cine cubano de ciencia ficción, Cien años de cine en Cuba, Bitácora del cine cubano, El hombre de Maisinicú, por supuesto; ¡Edgar Allan Poe! No necesito más evidencias. Me voy a la pantalla de su computadora. A la mano, un documental sobre la poetisa argentina Alejandra Pizarnik, seguimos con Paco Urondo, Julio Cortázar, Nicolás Guillén Landrián hasta llegar al más reciente de los suyos: Maisinicú, medio siglo después.

Mientras charlábamos, quise escuchar de su voz cómo los realizadores consiguen dar expresión cinematográfica a sus ideas, emociones, la acción, cómo lo conciben. Pero fue demasiado prematuro en la entrevista. Él, descendiente legítimo de Laconia, espetó: «Cámara en mano».

Katia Arias: ¡Una cámara y ya!

Mitshell Lobaina: Yo filmo. Las palabras las pones tú.

Lo miré fijamente. En silencio grité: Olofi, concédeme el poder de Medusa. Luego de una pausa en la que nos medimos mirada a mirada, con intención conciliadora, él propuso:

Mitshell Lobaina: El documental aún no está terminado, pero si quieres verlo…

Katia Arias: Ujum (asentí)

Mitshell Lobaina: ¿Deseas beber algo? Té, café, un tinto.

Katia Arias: Arsénico, cicuta, estricnina. Pensé. Riéndome para mis adentros, respondí con voz angelical: «Una taza de té».

Dio play en la computadora y se marchó a preparar la infusión.

Antes de retirarse a la cocina, apagó la luz.

El hombre de Maisinicú (1973), Manuel Pérez Paredes

Hermoso el amanecer de vuelta al Escambray. ¡Allá abajo hay un hombre ahorcado!, inicia El hombre de Maisinicú. De niña nunca me percaté de este comienzo de la película. Me perdí muchas cosas, porque de las dos claves secretas que tenían los alzados me estoy enterando hoy, en voz del creador del largometraje. Iré descubriendo los secretos con el documental. Sobre todo de edición, porque el color de estas imágenes en pantalla no es el que yo recuerdo en las locaciones. Hay trampa aquí. «Trampa no, recursos cinematográficos», me dirán los cineastas, y yo: sí, sí, sí.

Hubiese preferido no perturbar la paz del anfitrión con mis observaciones, pero de qué vale entonces estar en su compañía. Que escuche por lo menos.

Katia Arias: Manolito aún luce con bríos. Aunque ya es mayor. Él y los restantes. ¿Es por eso que todos los entrevistados aparecen sentados? Caminar ese Escambray habría sido fatigoso.

Mitshell Lobaina: ¿No vas a mirar?

El fotógrafo Jorge Herrera y Manuel Pérez Paredes en el rodaje de El hombre de Maisinicú

Katia Arias: En el cine. (Sigo hablando sin hacerle caso). Deja adivinar. Deja descifrar cómo expresas que ya han transcurrido cincuenta años. No basta con la expresión gramatical en tiempo pretérito. Y aquí viene la parte de la realización audiovisual: están encuadrados dentro del mismo plano. Lucen maduros, asentados bajo ese matiz ocre.

Continuamos en silencio.

Katia Arias: Mitshell, el tono es ocre sin herrumbre ni abandono. Eso te lo agradezco, ¿sabes? (Él hizo un gesto humilde de aceptación. Continúo con la descripción). Se hallan rememorando sus vivencias, recogidos en el interior de sus hogares; interpelados de manera que hablen en voz baja, sin efusión extraverbal, no permite siquiera que extiendan los brazos.

Mitshell Lobaina: No exageres.

Rodaje de Maisinicú, medio siglo después

Katia Arias: Vamos a ver. No están constreñidos a un primer plano. Le diste aire a la fotografía, está bien. (Quedo en silencio por corto tiempo y sigo enumerando). El decorado de esos apartamentos tiene más de medio siglo. Ese teléfono en la mesa junto a Luis Rielo es un objeto museable, las chapas de carro que colecciona Luis Lacosta, el juego de comedor de Bárbara Galindo, la estatuilla precolombina que acompaña a Rafael Rey. Todo lo que veo ahí, además de hermoso, trasmite intimidad y paso del tiempo. No asoma ningún electrodoméstico contemporáneo. Eliminaste los celulares, televisor de pantalla plana, laptop, el freezer del comedor de Bárbara Galindo, lámparas LED. Nos enviaste a la época.

Mitshell Lobaina: De eso se trata.

Katia Arias: El único que se te escapa es Manolito. A él si le concedes libertad para moverse en todos los sitios posibles.

Maisinicú, medio siglo después

Mitshell Lobaina: Manolito no es el único en exteriores. El hijo de Alberto Delgado aparece en el Escambray, en la casa que hoy es museo.

Katia Arias: Sííííí. Me encantó el fondo de la imagen durante su testimonio. Cuando sigues la línea de su mirada en la fotografía ves un taburete, la pareja de caballos, una gallinita (viva). El taburete inclinado me encantó. Esperando. Con el puesto de su papá vacío.

Vuelvo la mirada a la pantalla, mientras él llena las tazas de té. Al rato regreso a la carga.

Katia Arias: Muy armónico todo, excepto la entrevista a Víctor Casaus.

Mitshell Lobaina: ¿Qué le ves?

Katia Arias: Desentona con las demás.

Mitshell Lobaina: ¡¿Desentona?! (Encendió la luz).

Y a partir de ahí seguimos hablando sin apenas escucharnos, sin pausa entre uno y otro.

Rodaje de Maisinicú, medio siglo después

Sí. Luce incómodo, rígido en esa postura erecta. Parece que quiere y no puede hablar, no se entrega. El rapport con Víctor no está logrado. Yo no lo conozco. Quizás él sea así. Pero por qué lo sentaste en ese escenario desolado, bajo luz blanca, sin más fondo que una pantalla donde pasan nuevamente las imágenes de la película. Ya lo habías hecho con Manolito, y a Víctor ni las lunetas del cine lo acompañan. ¡¡Mitshell Lobaina, cará!! // Muy graciosita. Esa secuencia fue… // ¡Espera, espera! Me acordé de una cosa. Algo que viví durante el rodaje // ¡¿Qué?! // Yo estuve cuestionándome qué hacías tú, el director. Estabas allí sin hacer nada. No me mires así, ¡deja decirte! // A ver, dime. // Hubo un momento dentro de la Glauber Rocha que mandaste a detener la filmación. // ¿Sí? ¿Cuándo? // Le indicaste a la primera asistente de dirección que cambiara la secuencia de imágenes del fondo. Estaban repetidas. Y yo me dije: ah, mira. Él está atendiendo. Él sí hace algo. // Y mááás. No es eso lo único que hago.

Escucho la voz de una niña a nuestras espaldas.

Voz de niña: Buenas. (Entra su hijita). Papá, ¿hay dulces?

Mitshell: Sí hay, peque. (La envuelve en cariño). Trae unos dulces, por favor. A ver si la espectadora que tenemos aquí habla menos. (Apagó la luz).

Su hija: Papááá.

Yo regresé a la pantalla, con dulces y riendo.

Mientras corren los créditos, interrumpo la quietud de la sala otra vez.

Rodaje de El hombre de Maisinicú

Katia: Tu documental y el largo de ficción de Manolito no se parecen. El hombre de Maisinicú es todo fuego, violencia. Es abierto al exterior, diáfano como Manolito. En cambio, Maisinicú, medio siglo después es de corte intimista, es azul grisáceo, reflexivo igual que tú. Como un viaje al interior. (Él escucha sin mirar directo a cámara. Vive en un documental. Yo continúo en modo monólogo). Sin embargo, ambos coinciden en la sobriedad. Manolito apuesta por la acción, la epopeya histórica, sin ser un manifiesto ideológico. Cincuenta años después, sacas del baúl el canto a los héroes anónimos, manteniendo la objetividad, a la vez que apelas a las emociones. Si manejas la memoria emotiva, pero con la rienda corta, no hay melodrama. Alguna lagrimilla se escapará en el Yara y en Trinidad al escuchar a Silvio Rodríguez, qué se le va a hacer, es el clímax de la cinta. Será solo por unos instantes. Por suerte dejas de mirarle a los ojos cuando cortas y sigues al detalle de sus manos. Inhalas, exhalas y desciendes hacia el final.

Maisinicú, medio siglo después

Katia: Por cierto, Silvio lloró. ¿Silvio lloró?

Enciende la luz y me mira como diciendo: qué ilusa eres.

Katia: Calla, calla. Mejor que no digas nada. Recuerdo cuánto lloré de niña frente al televisor por la golpiza a Alberto Delgado, y que me digan ahora que ¡fue maquillaje! Lo descubro cincuenta años después.

Mitshell: Y no lo descubriste. ¡Te lo contaron! (Se burla de mí a carcajadas). (Regresa al tono meditabundo). Es la magia del cine, Katia. El hombre de Maisinicú es una obra muy bien realizada. No por gusto es un clásico. Espero que a ellos les guste. A todos los involucrados. No se trabaja para dar gusto a otros, para impresionar. Se trabaja porque sí. Eso es lo soy y lo que sé hacer, si es que lo sé. Pero a la vez es un homenaje. Quisiera que les gustase. ¿Ya tienes la respuesta que al inicio no te di?

Katia: Y más. Deja que Jorge Luis Sánchez[1], cineasta, ensayista, pedagogo, vea el documental. Me va a matar por darle tanto renombre. Ese es otro que peca de modestia. Bueno, que no lea lo que voy a escribir. No se lo cuenten. En mi primeriza opinión, en este audiovisual coincide la belleza con el concepto, términos que emplea Jorge Luis. Los argumentos son muy sólidos, nadie divaga. Súmale que todo lo que expresa unicidad, armonía estética, lirismo, a su vez reafirma que ha transcurrido medio siglo desde que se estrenó El hombre de Maisinicú.

Manolito Pérez tiene razón: el muchacho es bueno. (Esto último lo omití).

Él permanecía absorto. Ondeaba la cabeza con aire abstraído y la mirada en el azul, cual papalote.

Yo: Quiero verlo otra vez (suplico).

Él: (Aterriza con expresión de asombro). ¿Te gustó?

Yo: Ujum

Él: Deja preparar más té.

Antes de retirarse a la cocina, apagó la luz.


[1] El cineasta Jorge Luis Sánchez falleció el 9 de enero de 2025, antes de la publicación de este texto. (Nota de edición).

Etiquetas: Cine CubanoEl hombre de MaisinicúICAICMaisinicú medio siglo despuésManuel Pérez ParedesMitshell LobainaSantiago Llapur
Katia Arias

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