La más reciente serie de los directores españoles Javier Calvo y Javier Ambrossi es ante todo una muestra de la ética que puede y debe tener el audiovisual. Veneno es la historia de Cristina Ortiz, La Veneno, mujer transexual —según sus propias palabras— que se convirtió en un personaje público por sus apariciones en el late night show «Esta noche cruzamos el Misisipi», de la televisión española de los años noventa.
Los Javis, como son conocidos regularmente este dueto creador, adaptaron la biografía escrita por la periodista Valeria Vargas, Veneno: ni puta, ni santa, y convirtieron a la propia autora del libro en uno de los personajes de la serie. Esto es solo un ejemplo del complejo y respetuoso mosaico creado por los realizadores sobre una minoría invisibilizada: las mujeres trans.
Veneno es, en tanto desarrollo de personajes, un bildungsroman. Cristina y sus personajes más allegados irán creciendo a medida que avanza el relato, mientras los públicos van descubriendo los orígenes de quien se convirtiera en icono odiado y amado a la misma vez, tanto por la valentía de ser la primera mujer trans en aparecer en programas de este corte, como por la forma en que han sucumbido a las rutinas de mentiras e historias controversiales que los caracterizaron.
No existe un solo tipo de mujer. Esta es una de las sentencias que más ha tratado de visibilizar el feminismo como la punta de un complejo entramado de creaciones subjetivas y culturales que nos definen como parte de un género u otro desde una perspectiva binaria excluyente.
En ese sentido, la serie española producida por Atresplayer (plataforma de contenidos de la televisora Atresmedia) apuesta también por deconstruir lo que pudiera entenderse como una feminidad hegemónica trans. Para ello, los showrunners se basan en el propio camino de cambio que toma Valeria Vargas, quien llega a un mundo que, siendo aparentemente libre, tiene sus propios prejuicios y estereotipos, muchos heredados de la cultura patriarcal en que se vive.

El mundo es un lugar lleno de apariencias, de primeras impresiones, de prejuicios, y para analizar los sistemas de valores que sostienen estas nociones iniciales sobre algo, los Javis buscaron que cada personaje, hasta el más pequeño, siempre tuviera una línea de peso que decir en sus diálogos.
Actualmente, lo políticamente correcto corre el riesgo de convertirse en una etiqueta vacía, la cual deben suscribir los materiales audiovisuales sin pasar por un verdadero proceso de conciliación entre la estética artística y la verdadera concientización de temas sensibles para determinados grupos sociales. El activismo vinculado al arte nunca ha pedido que este abandone los principios y las formas que convierten un producto en una obra creativa, sino todo lo contrario: que busque en la esencia de estos recursos o herramientas las formas de construir nuevas percepciones sobre la realidad. En ese sentido, Veneno acierta efectivamente en la búsqueda de nuevos personajes y situaciones, sin abandonar códigos de géneros cinematográficos como el melodrama. Tampoco abandona la construcción dramatúrgica propia de las series de su tipo; pero de lo que sí se despoja es de los personajes comodines y estereotipados que sirvan para acentuar el ritmo narrativo o buscar una risa e identificación fáciles.
Aun cuando Veneno sea la protagonista de esta serie, cada capítulo revelará a una mujer diferente. Faela Saínz, la periodista; Valeria Vargas, la escritora; Paca la Piraña, la amiga; Cristina Onasis, la madre; La Fani —rival y compañera—, son solo algunos de los nombres que cobran protagonismo en cada episodio. Cada uno de estos personajes presenta una temática diferente sobre la construcción de la feminidad, tanto para mujeres cisgénero como para las mujeres transgénero.
Otra de las estructuras que derriba Veneno es la del protagonista absoluto. Cristina es el hilo conductor de un mundo invisibilizado, pero forma parte de un gran catálogo de personajes. Además, los Javis desechan un tipo de serie coral clásica, donde cada capítulo cuenta con un único personaje principal, pues buscan la forma de que todas las mujeres trans puedan aparecer en pantalla como protagonistas, incluso cuando no sean ellas mismas quienes encarnan esta función protagónica, sino los conflictos profesionales y personales que atraviesan, o las situaciones dramáticas en las que se involucran.
Así también vemos una producción que busca, más que otras, una dirección de arte no enfocada en una espectacularización banal de los personajes. Sí, se habla de la prostitución; sí, se habla del transformismo. Pero no hay necesidad de asociar estos conceptos con una visión más pedestre de carnaval. Cada diseño de vestuario que lleva la Veneno está enfocado en humanizarla y alabarla. No es importante ni imprescindible tratar de lograr una réplica exacta de cada detalle o prenda con la que Cristina irrumpió en la vida pública española, porque esas son las posibilidades que brinda la ficción, la recreación de un espíritu, sin correr el riesgo de estereotiparlo o caricaturizarlo.
Mucho se ha debatido sobre la necesidad o justicia de seleccionar mujeres trans para trabajar en obras audiovisuales que aludan directamente a ellas. La realidad es que esta demanda puede convertirse en un arma de doble filo, pues ocurre una revictimización positiva que provoca que las actrices solo sean vistas por su condición genérica y no valoradas por sus talentos y aptitudes, tanto por los realizadores como por los públicos. Los Javis no trabajaron únicamente con mujeres trans, crearon una serie con actrices de experiencia y noveles que interpretaron a mujeres en situaciones disímiles.
La revictimización es evadida con mucha precisión en Veneno, además de percibirse serios trabajos interpretativos y de casting, pues todas las actrices participantes, aun cuando están hablando de identidades que las han vuelto únicas, logran alejar lo clínico y estrambótico de sus vidas.
La diferencia entre la excepción y la norma nunca ha estado muy clara, salvo que, por la forma en que se ha «organizado» el mundo, muchos piensan que cada una necesita de la otra. Cuando algunos seres humanos deciden deconstruir ambos conceptos se crea un universo totalmente diferente, donde las fronteras entre lo normal y lo raro se difuminan y solo existen seres humanos en situaciones de vida. Así, Cristina nunca fue ni tan puta, ni tan santa. Fue la Veneno, nombre que ella eligió y reformuló muchas veces, tantas como quiso y le fue necesario.