Luego de que la ópera prima de Brandon Cronenberg, Antiviral (2012), desplegara su relato de body horror en las latitudes parafílicas de la carne, el canibalismo y las enfermedades virulentas, el segundo largometraje del director canadiense intitulado Possessor (2020) —ganador de los premios a mejor largometraje y director en la edición 54 del Festival de Cine Fantástico de Sitges, Cataluña— remonta los predios de la sangre como detonante expansivo y adictivo de la conciencia, sin inclinarse en exceso hacia aristas erógenas que acusen una abierta adscripción a la hematofilia[1].
La atracción de la Hitman protagónica, Tasya Vos (Andrea Riseborough), por las eclosiones sanguinolentas que provoca paroxísticamente a puñaladas sobre sus víctimas, y su propio aspecto exangüe, insinúan más una predisposición al vampirismo que al placer puramente sexual. Para refrendar esta perspectiva, la película dedica minuciosas secuencias, primeros planos y planos detalles de corte splatter a la quebradura de la carne como destrucción liberadora de un recipiente opresivo, que solo existe para impedir el flujo boyante de los torrentes rojos.
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Vos indaga con mezcla de curiosidad, azoro y deleite sus propias reacciones cuando ultima a las víctimas de manera tan violenta, y más allá de la muerte convenida y comprobada por sus empleadores, sigue asaeteando sus cuerpos. El relato muestra en primer lugar cómo Vos pasa de matar fría y asépticamente por puro deber, a la aniquilación por placer. En términos corporativos, la mujer transita de comprometida workaholic a pura asesina por vocación.
Possessor es en gran medida un camino de la heroína hacia su consagración apoteósica, que delata un proceso de crecimiento, destilación y depuración hacia el virtuosismo; una liberación de todas las ataduras parásitas (sentimentales y morales) que entorpecen su camino hacia una realización total, hacia un reconocimiento pleno de su persona, más allá de las nociones del bien y el mal, o cualquiera de los intereses pragmáticos que guían sus procederes.
Vos presta sus servicios a una corporación no identificada, cuyo método infalible para eliminar personas por contrato se basa en una tecnología de posesión de los cuerpos de sujetos inocentes cercanos a los objetivos, cual óptima técnica de enmascaramiento perfecto. Todo se suscita a través de implantes cerebrales en las «víctimas accesorias», a través de los cuales los «operadores» como Tasya domeñan sus cuerpos y sus actos.

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Como su padre —referente inevitable, del cual Brandon es legatario, pero nunca epígono— hace en eXistenZ (David Cronenberg, 1999), el nuevo y pujante Cronenberg propone para Possessor una mixtura de tecnologías cibernéticas y carnalidad que se adentra en los campos del biopunk. En vez de que los personajes accedan a avatares virtuales de sí mismos en predios simulados por computadora, la ejecutora de marras transfiere su conciencia a un cuerpo ajeno, despojándolo de su libertad volitiva y su conciencia, para convertirlo en una marioneta utilitaria y desechable, en un embozo orgánico.
Se produce una suerte de violación definitiva, donde el cuerpo victimizado deviene oquedad recesiva total, y la conciencia del victimario resulta órgano agresivo total. Es un antirritual de fertilidad pagano, donde los «frutos» derivados del coito forzado son no menos que apocalípticos.
Asimismo, la dimensión metafórica alcanzada por el relato de Possessor sobre omnipotentes macropoderes criptópatas que manipulan los destinos y los puros albedríos de la humanidad termina engullendo y «violando» la propia historia de realización y reconocimiento personal de Vos como serial killer que fetichiza no sexualmente la sangre. A su vez, en niveles narrativos más inferiores, la propia Vos asimila y neutraliza las personalidades de sus «disfraces», en este caso Holly Bergman (Gabrielle Graham), cuya posesión sirve de introducción al relato, y Colin Tate (Christopher Abbott), víctima coprotagónica.
El también guionista Cronenberg se permite develar otro círculo inferior de este verdadero infierno distópico de la manipulación y la aniquilación de la humanidad de los humanos, cuando ubica a Colin como trabajador de otra entidad difusa nombrada Zoothroo. Esta empresa se ocupa de la «violación» flagrante de la privacidad de la ciudadanía, mediante la vigilancia utilitaria de sus vidas íntimas a través de las cámaras de las computadoras personales. Una de las grandes —y nada injustificada— teorías conspirativas de estos tiempos.
Para cerrar el ciclo desde una fatal y uróbora lógica, Girder (Jennifer Jason Leigh, otra chica Cronenberg, protagonista de eXistenZ), que funge como superior o empleadora de Vos, explica que tras el contrato que implica la posesión de Tate, y el asesinato de un gran ejecutivo de Zoothroo, lo que se busca en realidad es el control de la empresa y su efectiva red voyerista. Se rizomatiza la hegemonía.
Possessor parece proponer entonces una caja china de dominaciones, además de solapar tras su conciso relato —que hace gala de la sobria contundencia de icónicas cintas de Cronenberg padre en su primera etapa, como Shivers (1975) o Scanners (1981)— toda una orgía de manipulaciones, hasta bocetar un mapa de las relaciones de poder en la contemporaneidad corporativa, a partir de la explotación de las mismas esencias volitivas de los sujetos.

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Un error en el procedimiento de posesión de Tate pone en peligro la integridad del hospedero y el huésped, y por ende el éxito de la propia misión. El hombre recupera parcialmente el control de su cuerpo y resiste la potestad del «demonio» que lo posee a través de la que igualmente puede verse como una espeluznante versión de cambio de género y sexo. Se abre entonces la posibilidad de taxonomizar a Tasya Vos como una persona de «género fluido» al encarnar indistintamente cuerpos de toda laya según las necesidades de su trabajo. Asoman en lontananza obras predecesoras como la película Holy Motors (Leos Carax, 2012) y su proteico protagonista múltiple, o la serie Carbón alterado (2018-2020), con su futuro cyberpunk donde las mentes humanas enlatadas pueden ocupar cualquier cantidad y clase de cuerpos.
¿Se solapa quizás tras Possessor un sentimiento transfóbico? ¿O es solo que la diversidad de género es otra de las tantas víctimas sacrificiales que Brandon Cronenberg lanza a su altar del horror total, junto a sacralidades modernas y judeocristianas, como la maternidad como sublimación de la feminidad, la familia como deber último de la mujer, la moral como brújula de los procederes humanos, y otros tantos «lastres» que atentan contra la «pureza» homicida de la protagonista, acercándola a la ya referida elementalidad depredadora y sensorial de un vampiro? Apuesto por esta segunda opción.
La irregularidad provoca la consecuente fusión de las personalidades en pugna por el cuerpo de Tate, con sus respectivos «paquetes» de experiencias y sentimientos, cayendo en un laberinto de confusión y caos cercano al enloquecimiento. Pero el hombre termina convirtiéndose en crisálida final en el camino (asistido por una Girder que no deja en ningún instante de maniobrar los hilos) de Vos hacia la inmaculada virtud asesina que sirve de eje conductor de todos los sucesos en la sangre, por la sangre y para la sangre. Sin trazas del ser humano común que fuera, sin sus espaldas dobladas por fardos sentimentales.
El miedo —y sus encarnaciones como el pánico, el pavor, las fobias, el terror— se cimenta en lo desconocido, en lo inaprensible que trasciende las capacidades de dominio sobre las circunstancias, por lo que el horror total se manifiesta en Possessor a partir de que la protagonista abandona su humanidad convirtiéndose en algo desconocido para ella misma, inaprensible para las lógicas convencionales. Algo que solo puede funcionar para (y ser dominado por) otras lógicas como las del poder transhumano y criptócrata que requiere cada vez más de sus servicios y su sed óptima de sangre.
[1] Excitación sexual provocada por la extracción de sangre.