La miniserie documental que Netflix ha estrenado en 190 países a principios de marzo, Nevenka (Maribel Sánchez-Maroto, 2021), se suma a los audiovisuales que han empezado a comentar un fenómeno muy viejo, que reposa en el más común de los manuales sobre la dominación masculina: el acoso sexual.
Nevenka es una docuserie que cuenta la historia del acoso sexual que sufrió una joven diputada del ayuntamiento de Ponferrada, Nevenka Fernández, por parte alcalde Ismael Álvarez, y cómo halló la vía para denunciarlo y llevarlo a juicio. La circunstancia de que se trató de personas cuya imagen pública era constantemente expuesta en los medios, facilitó a la realizadora un vasto material de archivo, donde a veces una mirada, un gesto o una actitud hablan por sí solos. Esto permite disponer de una documentación incluso cronológica, que muestra per se la evolución del delito, a tenor de las dinámicas sociales que marcaron el vínculo entre Nevenka e Ismael.
La complicidad con que contó el transgresor para declararse inocente no solo involucró a los hombres de su gabinete, sino a las mujeres que militaban en su partido político. Esta incondicionalidad de las féminas y su renuencia a verlo como delincuente forma parte de los mecanismos de dominación, porque nutre la incomprensión histórica de aquellas que permanecen ciegas, incluso a los episodios de acoso de los que pudieran ellas mismas haber sido objeto. Es más, muchas nos hemos desayunado tiempo después con la noticia de que hemos sido acosadas en situaciones y contextos muy disímiles. No siempre es fácil identificar esta forma de machismo delictivo, a veces tan sutil, tan variopinta y tan naturalizada. El empuje que ha ido cobrando un movimiento internacional como el Mee Too reafirma no solo el derecho a exigir justicia, sino también el autorreconocimiento y el despertar de una conciencia feminista en torno a los abusos contra las mujeres.
Hay que tener en cuenta que, si no se comprende la fascinación que dominaba a esta muchacha en los primeros momentos de su proximidad con su agresor, no se puede entender cómo avanza el proceso de deslumbramiento, constatación, reflexión y deterioro que sufre ese vínculo. No se puede entender cómo se produce la curva que lleva de un punto inicial A a un punto final B totalmente opuesto, y en cuyo recorrido se intensifican las situaciones de acoso, que en un primer momento fueron confundidas con galanteo y como parte de una relación sentimental normal. El documental no es explícito en este punto. ¿Nevenka se acostó con el diputado? ¿Le fue infiel a su novio? Hay ciertas lagunas, datos que el documental escamotea, como si temiera darle argumentos a quienes no creen en el testimonio de Nevenka.

No se puede negar que ella tuvo una breve relación «amorosa» con su jefe. Ese detalle, junto al hecho de que soportó durante cierto período los embates del depredador, sin plantar pleito, son dos buenas excusas para quienes no comprenden la naturaleza del acoso sexual. También sirvió de pretexto para enmascarar un flagrante delito y para que muchos convirtieran a Nevenka en la femme fatale de la historia. No importa el vínculo sentimental o sexual que haya habido entre él y ella en un principio. El acoso sexual comienza cuando el hombre no acepta que «No, es no».
El resultado en pantalla no es perfecto, lo cual no demerita la serie. Pero, con honestidad, se cae en reiteraciones que empañan levemente la limpieza argumentativa del drama expuesto. La presentación es demasiado larga y redundante, por lo cual contribuye a provocar esa sensación de estiramiento innecesario. Sobre todo, cuando hay detalles que la propia Nevanka se abstuvo de aclarar. Un largometraje de algo más de una hora bastaba para condensar sin desperdiciar los elementos que aportan sustancia al caso.
Ya especulando un poco sobre el atractivo que la ficción añade a un tema desarrollado con la retórica audiovisual más atrevida, también se podía haber jugado con el simulacro o el falso documental. Mediante un simulado ensayo teatral o cinematográfico que contara una historia parecida se habrían podido intercalar y plantear, desde la libertad de la ficción, no solo aquellos momentos íntimos (sin caer en lo burdo o lo escatológico) donde se condensa el horror del acoso, la desesperación de la víctima y la villanía del criminal. También se hubiera podido resolver a través de una mise-en-scène la develación del verdadero carácter tramposo en la psicología de un acosador, así como la culposa complicidad tanto de los compañeros como de las compañeras que le prestan su apoyo. Se hubiera podido contrastar la torcedura mental de aquella señora que desmiente el acoso, que condena a una víctima y que, viendo la paja en el ojo ajeno, no ve la viga en el suyo. Pero eso hubiera sido un docudrama, mezcla de realidad y especulación fictiva, y hubiera exigido un financiamiento y una serie de recursos que tal vez jamás coincidieron con el criterio artístico de Maribel Sánchez-Maroto.

Una de las series más inteligentes sobre la obnubilación del sujeto femenino frente a un episodio de acoso sexual es, para mí, Dirty John (Estados Unidos, 2018). Debra (Connie Britton), mujer de unos cincuenta años, tiene varias citas fallidas con hombres que ha conocido en sitios de citas online. Por fin conoce a John (Eric Bana), que parece el hombre ideal para ella, pero que desde el primer instante está dando síntomas de un comportamiento irregular, impulsivo, coercitivo, que ella desde luego no acepta, pero que él se apresura a enmendar como todo buen farsante. Una actitud parecida adopta el alcalde con Nevenka. Esto es clave en ese tipo de relación: estamos tratando con un embaucador profesional, un tramposo de grandes ligas, un lobo disfrazado de oveja, al que apenas se le nota la pezuña en los primeros encuentros. Las recaídas de Debra están inspiradas en similares sucesos de la vida real. En la mayoría de los casos, salir del ciclo de la violencia machista o del acoso sexual es un proceso complicado que precisa ayuda de diferentes instancias: la familia, las amistades y las instituciones, como demuestran ambos seriales. Sin la colaboración de todos estos factores, sumado a la propia toma de conciencia y la actitud inteligente y asertiva, tanto de Debra como de Nevenka, ambas podían haber acabado muertas o psicológicamente aniquiladas.
Desde luego, es un tema complejo, donde no se puede culpar a la mujer por creer en la fábula del amor romántico, el príncipe azul y el flechazo de Cupido. Esas fábulas aún perviven, porque el hombre no nace acosador, ni todos los hombres se inclinan al ejercicio del acoso sexual. Además, en este mundo tan diverso y poliédrico conocemos gente que ha vivido o vive un amor romántico sincero, que un día encontró a un tipo que desde nuestra perspectiva cumple con el código actualizado de príncipe azul, y creemos que aquello que vivió la abuela o la vecina fue sin dudas amor a primera vista. Si la ciencia demostrara que esas tres nociones son falsas, no creo que los casos de acoso sexual experimentarían un sensible descenso. Porque el acoso sexual no es el resultado de la debilidad mental o física del sexo femenino, sino, ante todo, de la fortaleza ideológica del patriarcado, de la indolencia de los sistemas jurídicos y del ejercicio arbitrario de la dominación falocéntrica, sobre la base de su naturalización cultural e histórica.
Tras un año de querella, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León halló culpable a Ismael Álvarez, y el Tribunal Supremo de España ratificó la culpabilidad, aunque disminuyó el rigor de la condena, que se redujo a una indemnización monetaria, como si este señor solo hubiera cometido un abuso de poder. Sin embargo, el juicio social contra la joven de 25 años fue psicológicamente demoledor, a tal punto que la obligó a abandonar el país.
Para nada me sorprendió la clase de presiones a que fue sometida por el señor de marras. Mentiría si no digo que he escuchado muchas anécdotas parecidas en la vida real, lo he presenciado a poca distancia, y asimismo se ha visto como parte de la trama en muchos filmes. El acoso sexual en sus diferentes gradaciones, reconocido o no, sigue siendo el pan nuestro de cada día en los cuatro puntos cardinales.
Tampoco me resulta imprevisible que, llegada al borde de la desesperación, Nevenka aceptara la salida de la denuncia. Como ella bien dice, si no denunciaba, iba directo a la muerte, pues su deterioro físico y mental era ostensible. Ahora bien, lo que me impresionó de veras fue que ella buscara y encontrara el apoyo decisivo en otra mujer que (alerta) pertenecía a un partido político rival. Esto es un indicador básico para entender por qué la solidaridad o sororidad entre féminas es un factor importantísimo en la batalla contra el acoso sexual y otras violencias similares.
Precisamente uno de los recursos de dominación derivados del machismo es la rivalidad que se supone enfrenta a mujeres cuando cotejan sus atributos, que pasan no solo por lo físico-sexual, sino por el estatus social, la edad y todos aquellos factores que puedan favorecer la competitividad entre ellas frente a la manada viril. Casi siempre justificada por el imperativo biológico de la reproducción, la competencia entre mujeres contribuye a debilitarlas como sujeto social, y acelera y multiplica su desprotección frente a los dispositivos de la tecnología de género. De ahí la frase de Simone de Beauvoir: «El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos».
Muchas son las ventajas de recolocar la historia de Nevenka en la palestra internacional: ayuda a visibilizar un fenómeno criminal del cual no se tiene toda la conciencia necesaria; reconoce la denuncia como opción legítima, en especial para aquellas sociedades donde se cuenta con una ley contra la violencia de género; ofrece herramientas para la superación de casos similares; desmitifica las secuelas patológicas que sufre una mujer bajo acoso; aclara que buscar ayuda a toda costa, así como el apoyo de otras mujeres, está por encima de núcleos partidistas y facciones políticas: la brutalidad machista, la masculinidad patológica no reconoce otro partido que el patriarcado.
La directora también demuestra que el caso Nevenka sienta varios precedentes importantes por sus peculiaridades, pues se acusó a un hombre con alto nivel de instrucción, con reconocimiento social, líder político de su comunidad, de gran solvencia económica; y en ejercicio de un cargo público. Nada de eso impidió que cometiera un delito sexual y fuera condenado por ello. Incluso el fiscal que conducía el caso, también sienta precedente jurídico en España, al ser destituido cuando intentaba, desfachatadamente, invertir el proceso, convirtiendo a Ismael en víctima y a Nevenka en victimaria.
El criterio de que la mujer sin pareja sexual (la media naranja) es un ser incompleto, ha llevado a muchas a condenarse dentro de relaciones de sometimiento. La ilusión de que el amor todo lo puede ha sido otro de los mitos sobre los que se construye un falso consenso y una fe en la mejoría de matrimonios tóxicos. Nevenka forma parte de todo ese muestrario de falsías e inequidades, y aunque hace veinte años fue pionera en la lucha contra el acoso sexual y su condena mediante juicio, hoy regresa reencarnando un testimonio y regalando una lección para todas las Nevenkas del mundo.