No pude evitar estallar en carcajadas cuando la frágil muchachita se baja del impecable sedán negro y dice: «Camarada Wang, aquí nos separamos, todo está arreglado. Usted llegará seguro a la frontera». Después de dos horas y trecientos cincuenta muertos, entre espías e infiltrados malos y buenos, resulta que todo ha sido para salvar a este manganzón al que no se le ve jamás arriesgar ni una uña. En fin, algo estaría haciendo, mientras un batallón de comunistas entrenados en la Unión Soviética ha dejado mucho más que el pellejo, solo para ponerlo a salvo.
El más reciente filme de Zhang Yimou, Cliff Walkers (2021), es una típica película de espionaje de borde a borde, tal y como tiene por costumbre hacerlo el cine estadounidense. Pero en este caso se trata de un filme chino, del aclamado director de La casa de las dagas voladoras y La maldición de la flor dorada. En el preludio de la Segunda Guerra Mundial, Japón ha invadido China y ha establecido un campo secreto en el noreste del país, donde ocurren graves crímenes. Pero un testigo ha logrado escapar y se cuenta con su testimonio como denuncia ante un tribunal internacional. A ese hombre hay que rescatarlo a como dé lugar. ¡Es el camarada Wang!
Aunque en principio se presenta a cuatro infiltrados como protagonistas, les recomiendo estar atentos a Zhou Yi, un espía de alto rango que se moverá entre los agentes y el mando enemigo. A fin de cuentas, él se define como rol principal cuando estamos a punto de colapsar por la carencia de un héroe definido. Estén pendientes también de la jovencita Lan, porque será fácil perderse entre prisioneros, traidores, espías, jefes y subalternos. Los que van, los que vienen, los que corren, los que disparan, y la mujer que dirige un comando mientras vigila a Zhou, a Ji, a Yu y a Chu Liang, los rescatistas encubiertos.
Y como con toda cinta de este género que calca el Hollywood style, no hay que perder el tiempo en tratar de entender cada giro de la acción, cada pirueta de los personajes, cada intercambio de claves o cambio de planes, cada persecución, tiroteo. O sorprenderse con la intemperancia de algunas escenas o diálogos, mudanza de roles y ubicuidad de los personajes o introducción intempestiva de nuevos actores. Hay que confiar. Volver a ese pacto de credulidad que exige la ficción. Dejarse llevar dócilmente por un entramado al que solo hay que exigirle acción y un buen contexto. El director sabe lo que está pasando. Pero, ¿lo sabe?
Está bien que se esgrima la estrategia del MacGuffincomo punto de partida. Es decir, el rescate de un sobreviviente como excusa o detonante dramático. Vale. Como le contaba Hitchcock a Truffaut, el MacGuffin,cuanto más sencillo, mejor.El truco está en su simplicidad. El rey del suspense recuerda que en North by Northwest, el señuelo dramático o MacGuffin quedó reducido a una sencilla confusión. En Los 39 escalones, ¿qué buscan los espías? Desarticular un complot para robar unos importantes secretos militares: un sistema para silenciar motores de aviación. En Notorius, se presenta más concreto y visual: una muestra de uranio disimulado en una botella de vino. Se trata de aportar un subterfugio, un pretexto elemental para dar paso a un programa de intrigas que capitalice la atención y las emociones del espectador.

Pero la táctica ha de ser más eficiente, o dar la impresión de que lo es. Ello se logra a partir de la clara definición de quién está en peligro, y en qué radica la amenaza. De lo contrario, el suspense se diluye y la emoción no aflora. Esa emoción que se apodera de la audiencia y la hace entrar en la piel de los personajes, y que sube el cortisol por la angustia de verlos padecer o estar expuestos al peligro, es lo que no fragua en la operación de Cliff Walkers. La ausencia del héroe que centralice el conflicto y dé sentido a las circunstancias empobrece un argumento lleno de atajos caprichosos y desembocaduras forzadas.
Cuanto menos clara es la situación del personaje en peligro, más difícil es crear el suspense. Y sin suspense no hay adrenalina. Ese es el gran fallo de esta cinta, cuya ambientación, escenografía y planificación fotográfica es lo mejor que tiene. El momento más atractivo del filme ocurre en la secuencia inicial: los cuatro valientes son lanzados en paracaídas en medio de un bosque de coníferas nevado. La cámara capta en plano cenital el descenso de los paracaidistas como si de copos de nieve se tratara. A continuación, se muestra el impacto de cada uno contra los árboles y la espesa mota blanca que cubre el suelo, desde sucesivos planos subjetivos. El efecto de esta ocularización se completa con la expresividad y fidelidad del sonido a partir de un tratamiento también subjetivo del ambiente sonoro.
El cine de acción de Zhang Yimou se había dedicado a explotar las artes marciales y de combate con larga tradición en los temas histórico y de época que a él le gusta abordar. Sin embargo, su filmografía más premiada se concentra en el drama social. Debuta como director en 1987 con Sorgo rojo (Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín). En 1990 gana el premio al mejor director en Cannes con La semilla de crisantemo, primera obra china nominada a los Óscar como mejor película extranjera, candidatura que repite con La linterna roja en 1991. Al año siguiente gana el León de Oro en el Festival de Venecia con Qiu Ju, una mujer china, y en 1994, ¡Vivir! se alza con el Gran Premio del jurado en Cannes. Así, en menos de diez años, Zhang Yimou colocó su nombre en el más alto renglón de la cinematografía china y ganó la aprobación casi unánime de la comunidad fílmica internacional.

Aunque algunos de sus filmes han sufrido cierto nivel de censura en su país, por criticar de forma más o menos velada algunas políticas del Partido Comunista chino, o a la revolución cultural maoísta, el nicho de estimación alcanzado por el cineasta gracias a su talento ha sido su manto protector. Su más reciente filme, Cliff Walkers, utiliza como pretexto un suceso histórico condenable, y lo sustenta con la dedicatoria final: «A todos los héroes de la revolución».
A mi juicio, Zhang Yimou quería divertirse jugando a ser Spielberg en busca del soldado Ryan. Se nota que predomina el deseo de experimentar dentro de un género que ofrece distracción, exalta el aspecto lúdico del cine y permite ciertas licencias dramatúrgicas. El realizador propone un relato regulado por el melodrama más anodino e inmisericorde, así como portador de una fuerte dosis de imágenes violentas y repulsivas, amparadas en un realismo sin paños tibios, como las escenas de torturas, asesinatos y ajusticiamientos que se repiten en el filme.
Con un nivel muy superior de engranaje discursivo, Kiyoshi Kurosawa consigue en La mujer del espía (Japón, 2020) abordar el asunto de los experimentos inhumanos llevados a cabo por científicos japoneses durante la ocupación de Manchuria. Crea un excelente thriller político donde la memoria histórica, la responsabilidad moral y la denuncia de un imperio genocida son claramente convocadas a escrutinio. Con la delicadeza de un celoso artesano, el director imbrica la analogía perceptiva inherente al cine y su naturaleza representacional ficticia, con el arabesco anecdótico de un secreto que es preciso salvaguardar. Las pruebas están registradas en celuloide, disimuladas por el hecho de que el espía y su esposa suelen pasar sus horas de ocio haciendo cortometrajes silentes que luego comparten con sus allegados. Una vez desatada la intriga, la tensión va en aumento, aunque sin aferrarse a lo más clásico del género de espionaje.

En algún sentido, Cliff Walkers también se aventura a dialogar con el cine, aunque de manera más básica, cuando cita la escena de la danza de los panecillos en La quimera del oro, lo cual no quita ni añade nada significativo. En resumen, prepárese para una amalgama de sangre, lágrimas, persecuciones, traición y una incesante nevada, mucho más cálida que la empatía que despiertan los personajes.
Tampoco sabemos si la culpa ya viene de la mano del guionista Quan Yongxian. Eso sí: impresionante vitrina de carros de la época para completar un extraordinario diseño de arte, con destaque en la reconstrucción arquitectónica de las locaciones urbanas del Manchukuo. Por lo demás, demasiado devaneo para ser un drama a la americana. Demasiados cabos sueltos. Pero que quede claro, es Zhang Yimou. Su filme más trasnochado rutila como el mejor. Por eso duele tanto que aspirando al paradigma se rebaje a imitar a Spielberg, o que ensayando el suspense no alcance a comprender a Hitchcock.