La noche del Minotauro es un cortometraje cuya brevedad no amerita una mirada superficial. La polisemia de sus imágenes, sus personajes y su historia merecen el escrutinio pausado y la aplicación de una revisión incisiva. Con una duración de once minutos, este filme colombiano fue dirigido en 2023 por la realizadora Juliana Zuluaga Montoya. La cinta ha participado en diversos certámenes internacionales, siendo merecedora del premio al mejor cortometraje en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de 2023, uno de sus más importantes galardones.
El 45 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana acogió este cortometraje como parte de la categoría «Nuevos territorios», espacio dedicado exclusivamente al cine experimental. A pesar de que fue exhibido en calidad de documental, la autora lo describe como «un cuento fantástico», y deja margen a la ambigüedad en su clasificación. Precisamente esa indeterminación forma parte de este ejercicio autoral que pretende indagar sobre las fronteras entre la realidad y la ficción, así como en el efecto que genera en el espectador el juego con esos límites. El filme porta los códigos visuales necesarios para suscitar en el receptor un efecto de realidad, haciendo difícil sospechar de su naturaleza ficcional. Esto último es parte intrínseca de la obra, ya que la realizadora decide ex profeso no revelar el artificio ni su calidad de constructo imaginario, de simulación, al estilo de un falso documental.

Uno de los aspectos que refuerza la apariencia de autenticidad de la historia, y que desvía la mirada de su cualidad ficticia, es el abundante uso de material de archivo. Esto último, característica recurrente en el cine documental, acentúa la lectura que se puede hacer del filme como obra que expone personajes y hechos reales. Asimismo, al archivo se le otorga —casi por defecto— una connotación de veracidad, relacionada incluso con lo historiográfico, que legitima la cinta como verosímil a los ojos del receptor. Igualmente, el uso de un narrador en primera persona produce un mayor efecto de intimismo y realismo en la historia. En este caso específico, es un testigo el que relata —la nieta de la protagonista—, quien da fe de los acontecimientos, ofrece su punto de vista y juega un papel indirecto en la narración.
Sin embargo, todo consiste en una construcción, un ejercicio de apropiación libre, en el que la mayoría de las imágenes han sido tomadas del proyecto de archivo familiar denominado Archivo Shub, que consiste en una recopilación de imágenes en diversos soportes realizada a lo largo de noventa años por la familia Cortés y que contempla distintos espacios y períodos históricos de Colombia. Como proyecto institucional, el Archivo Shub existe desde 2021, y tal como se describe en su sitio web, se concentra en fortalecer el encuentro de creadores con sus materiales audiovisuales, con el objetivo de «generar procesos de formación y nuevas obras artísticas, explorando diversos caminos en la producción y circulación de memorias audiovisuales».
A partir de esa apropiación de materiales de archivo, La noche del Minotauro no solo juega con la resignificación de lo que representan las imágenes utilizadas, sino también con la construcción de una memoria familiar ficticia asociada a la autora-narradora. Para ello, la cineasta se ha inventado un antepasado: Luz Emilia García, una abuela que ejerció una praxis sombría y radical, una pionera del cine porno colombiano. De esta forma, Juliana Zuluaga fabrica recuerdos, subvierte la historia familiar y se permite la creación de un mito, el de esta precursora, apodada Minotauro.

Tal como plantea la investigadora Magdalena Correa Bofill, los mitos familiares se encuentran fuertemente relacionados con la construcción de la identidad individual o colectiva, por lo que tienen un importante poder estructurante[1]. Sin embargo, Juliana Zuluaga no pretende reafirmar aquello que ya existe, sino crear una historia propia, que nada tiene que ver con sus verdaderos orígenes; reinventarse, erigir nuevos referentes y universos. Con ese propósito, reescribe el pasado a través del cine, una cualidad que también es propia de esta manifestación.
La fundación de este mito familiar inicia con su ubicación espacial, donde la voz de Juliana, que sirve como narradora, sentencia lo siguiente: «La gente se pregunta dónde van a morir los pájaros. El pueblo de mi abuela tenía un faro entre las montañas, un bosque lleno de criaturas y un eco que sonaba en las noches como el viento cálido. Allí iban los pájaros a morir». A partir de este punto se introducen algunos elementos simbólicos que dialogan con la figura de Luz Emilia y construye todo un imaginario alrededor de ella.
En primer lugar, llama la atención su anclaje en un espacio periférico, recóndito, alejado del centro, oculto del mundo, un aspecto quizá relacionado con la pornografía como praxis marginal a la que se dedica esta abuela. Y en relación con ese espacio continúa describiendo: «El olor a mortecina se levantaba en las mañanas», un hedor simbólico con que se alude probablemente a la corrupción y podredumbre que, bajo juicios conservadores, podrían caracterizar a los habitantes de este pueblo, cuyas orgías, reveladas más adelante, pasan a conformar videos pornográficos. En relación con esa fetidez ambiental, la narradora plantea que jugaban un importante papel en su control las aves de rapiña, cuya capacidad de devorar carne o carroña puede ser asociada con el deseo y la lujuria que guía también a los propios pobladores.

Las imágenes de la cinta recrean un ambiente opresivo en el que destaca la presencia de un faro. Se trata de otra figura simbólica que puede ser relacionada con la protagonista, precisamente por la luz que emite y alude directamente a su nombre parlante: Luz Emilia. A través del faro se le atribuyen características relacionadas con el término «luz», como la ilustración, claridad, esperanza y guía. Los rasgos enumerados no son ajenos a la simbología del faro, a través del cual se puede establecer una analogía con la figura de esta mujer. Por tanto, Luz Emilia puede considerarse un ente aislado y solitario, así como un «lugar seguro» que resguarda a la gente con su luz, al igual que el faro. Del mismo modo, permite atribuirle otras cualidades como firmeza, seguridad y estabilidad, ofreciendo incluso un hálito de esperanza y permitiendo asociarla con una «visión superior»[2].
En la cinta, Luz Emilia se representa con esa fuerza, seguridad y guía asociadas con el faro. La narradora describe su infancia, desarrollo y relaciones familiares dejando claro que esta abuela ha crecido en un espacio «normal» y conservador. Lo hace a partir de imágenes de archivo de videos caseros de reuniones familiares en las que predomina un ambiente tradicional. A medida que avanza la narración, subvierte progresivamente las expectativas, en primera instancia a través del sonido distorsionado, con cualidades opresivas y monstruosas. Con esto introduce una nota suspicaz e induce la sospecha sobre la veracidad de la cálida y apacible cotidianeidad de los hechos que expone. Asimismo, la voz de la narradora transcurre en un tono grave, sentencioso y profundo que apoya la idea anterior. En segundo lugar, la distorsión de las imágenes sugiere también una contraposición a esa sosegada y casi trivial vida familiar.

A lo anterior se suma la presentación de los juegos en los que participaba la abuela durante su niñez. Ella y otros niños juegan a representar criaturas mitológicas o monstruos: hidra, dragón, unicornios, sátiros, minotauros. Se trata de «animales contradictoritos» (Animalia paradoxa), tal como los describe Carlos Linneo en las primeras cinco ediciones de su obra fundamental: Systema Naturae. Estas criaturas no son más que seres fantásticos, provenientes de bestiarios medievales y reportes de exploradores que reinventaban y recombinaban organismos ya existentes. Sin embargo, adoptan un significado alegórico dentro del filme.
Desde el punto de vista de la psicología junguiana, los niños representan en sus juegos aspectos inconscientes de la vida psíquica, así como potenciales. Los animales se relacionan más con el componente pulsional, que usualmente tiende a estar reprimido. Los juegos o actividades rituales (como puede ser también el juego infantil) facilitan la expresión de contenidos inconscientes y afectivos a través de la proyección y la sublimación. Puede ser también un mecanismo de evasión, pero en general tiene un carácter simbólico.
En el filme, los niños representan en sus juegos animales mitológicos que vaticinan su futuro desempeño y las máscaras sociales que adoptarán. Esto adquiere especial importancia en el caso de Luz Emilia, quien a partir de su infancia se identifica como Minotauro. En su adultez acogerá este pseudónimo en el reducido ambiente underground de la pornografía. Esto sugiere una contraposición entre la inocencia —con la que se asocia habitualmente a los niños— y la transgresión que caracterizará el futuro oficio de la protagonista. Las imágenes empleadas para representar el juego se encuentran ligeramente distorsionadas, se apoyan en una canción infantil disonante que recuerda códigos habituales del cine de horror, sugiriendo la presencia de cierta malicia tras esa aparente candidez infantil. Los registros en los que se mueve la narración siempre son contrastantes e intentan subvertir los estereotipos que podrían asociarse a cada una de las figuras que representan.

En este punto se establece un giro abrupto cuando se colocan de manera inesperada imágenes pornográficas de material de archivo que recuerdan la estética del cine mudo (tanto en lo visual como en el uso de sonido externo). Resulta impactante el cambio radical de tema y el significativo salto temporal que ocurre en la narración. Parece indicar que aquellos niños han crecido y ahora celebran una especie de ritual orgiástico que recuerda una misa negra, a la que llaman «La noche del Minotauro». Evidentemente, Luz Emilia ocupa un papel protagónico, es una figura de autoridad en estas actividades que encabeza con su pseudónimo, donde se desenvuelve especialmente como pornógrafa.
A partir de ahí, adquiere especial relevancia el minotauro como figura simbólica que vierte sobre la protagonista otra serie de significados a los que se puede asociar. Asimismo, refuerza la idea de mito con la que se exhorta a reconocerla en la cinta. Regresando a los orígenes de este mito griego, vale la pena recordar que este monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro nace de la relación zoófila entre Pasífae (esposa de Minos, rey de Creta) y el Toro de Creta, una pasión inducida por Poseidón como venganza por una ofensa de Minos.
El minotauro representa la dualidad de la compleja naturaleza humana expresada a través de la lucha interna, en una negociación constante entre el ser civilizado (que busca adecuarse a las normas y valores sociales) y los instintos primarios (gobernados por lo irracional, salvaje y violento). Es un recordatorio de la importancia de enfrentar esos impulsos innatos—muchas veces incitados por los miedos y deseos—, así como de integrar su presencia y lo positivo que pueden aportar a la vida consciente de cada uno.

Esta bestia mitológica posee además cualidades de fuerza y poder asociados habitualmente a lo masculino. De ellas se sirve Luz Emilia como herramientas que la empoderan y elevan sobre el grupo del que forma parte. Sus aspectos instintivos y racionales parecen estar ya reconciliados por la naturalidad con la que asume su oficio, el cual socialmente es considerado conflictivo. Junto a ella, el resto de los habitantes del pueblo representan otros monstruos en esa simbólica noche del minotauro. Se trasforman en criaturas para encarnar un espectáculo del sexo. Aquello que habría permanecido en la sombra es revelado a través de una máscara. Las imágenes de archivo recrean, literalmente, individuos enmascarados que desarrollan diversos actos sexuales, socialmente censurados o considerados perversos desde lo tradicional y conservador.
En este punto sale a relucir la máscara como elemento simbólico, cuyos significados desde la psicología aportan otras lecturas sobre los personajes de la cinta. La máscara —tanto física como psicológica (social)— sirve como objeto mediador entre quien la porta y el mundo que le rodea. Es también un instrumento de expresión que facilita la comunicación no verbal, un puente, un espacio de tránsito entre lo interno y lo externo, que tributa a procesos psicológicos de proyección e introyección. La máscara puede emplearse con el fin de protegerse emocionalmente o comunicar algo. Para algunos estudiosos constituye una «segunda piel» —algo que sale a relucir en el caso de la película—, y permite resguardar lo íntimo, tanto en situaciones positivas como ansiógenas. Por tanto, confiere protección, seguridad y en ocasiones poder para expresar una diversidad de emociones o ceder a impulsos primarios. La máscara facilita desdoblamientos de la personalidad que permiten la transformación simbólica del individuo en otro(s) o la externalización de aspectos reprimidos o frustraciones[3].
En el caso del filme, la máscara es también un símbolo de identidad con el grupo, ya que todos se desdoblan en criaturas mitológicas. Asimismo, representa un instrumento de externalización, transformación y poder que facilita la canalización de emociones y la revelación de aspectos reprimidos o inconscientes de la personalidad. Estas máscaras psicozoomórficas que emplean los personajes les permiten escenificar «La noche del Minotauro», el rito orgiástico en el que confluyen. A través de ellas, dramatizan sus deseos, sucumben sin tapujos en la lujuria y resaltan lo monstruoso que cada uno lleva dentro, como un aspecto que los redime del mundo que desaprobaría su conducta.

A partir del uso de imágenes pornográficas de archivo con fines deconstructivos y discursivos la cineasta se apega además a un movimiento artístico contemporáneo de actualidad conocido como «posporno»[4]. Algunas de sus características principales se detectan en el cortometraje, como la reapropiación de la imagen pornográfica con el fin de visibilizar prácticas, cuerpos e identidades no heteronormativos. Intenta alejarse de la mirada dominante en la pornografía tradicional de consumo masivo. De este modo, busca subvertir ideas hegemónicas sobre la sexualidad, algo que también se aprecia en la cinta, así como reflexionar críticamente sobre la imagen que ha instaurado la pornografía convencional. Se trata de un contrarrelato divergente de lo que es usualmente considerado como pornográfico y propone al receptor una reconstrucción del deseo, así como repensar las formas del placer bajo nuevos parámetros.
La incursión en el posporno permite a este filme formar parte de esas prácticas emancipatorias, consideradas también como nuevas formas de insumisión y resistencia. Asimismo, representa una historia relacionada con la pornografía en la que la mirada femenina cobra protagonismo, permitiendo transformar en sujetos sexuales a quienes han sido históricamente objetualizados, ya que la historia del porno en Colombia solo contempla lo femenino desde la actuación y pone la mirada desde el rodaje en manos masculinas.
La noche le Minotauro es un ejercicio de rebeldía, un cuento con matices fantásticos que explora aristas invisibles de la realidad. Es además una cinta radical que se apropia de los códigos del cine de horror, no sin imprimir cierto carácter poético y metafórico a sus imágenes. Es un ejercicio de apropiación libre que simula documentar una memoria inexistente, recordando que no se puede creer en todo lo que se ve, pero al mismo tiempo reivindicando el papel del arte en general y del cine en especial para reconfigurar códigos, desmontar estereotipos y visibilizar sujetos y zonas poco exploradas de la sociedad.
[1] M. C. Bofill. «Memorias familiares y procesos de simbolización: efectos psíquicos de la separación del grupo familiar debido a una resolución judicial en base a las políticas chilenas de protección a la infancia»: Tesis para optar al grado de magíster en Psicología Clínica de Adultos. Universidad de Chile, Santiago de Chile, 2017.
[2] J. Benítez. «Contra el destino: la simbología del faro». Trampantojo Filosófico, 2018.
[3] J. A. Gómez. «Máscaras y salud mental». Temas de psicoanálisis, 2021.
[4] Se trata de un movimiento artístico con tintes políticos y que no solo se centra en el audiovisual. También contempla otras manifestaciones artísticas como el performance, el arte público, etcétera.