Esos filmes donde los duetos ocupan absolutamente las relaciones entre personajes son difíciles de lograr. La perspectiva dialógica de la pareja, las confrontaciones, las cosmovisiones sobre el amor y la vida en choque durante más de hora y media (generalmente, y a veces en tiempo real) demandan gran pericia cinematográfica para sostener un relato consistente, y que no decaiga la atención del espectador.
Pero ha ocurrido, incluso hay películas más que notables. Bergman fue maestro (también) en esos diálogos con aquellas memorables Persona (1966) —que no era exactamente entre una dupla erótica, sino entre dos amigas, aunque se insinuara un soterrado flirt lésbico— y Secretos de un matrimonio (1974). Su colaboradora, esposa durante muchos años, actriz fetiche devenida realizadora bajo su escuela, Liv Ullman, coprotagonizaba ambas cintas.
Recuerdo también un extraordinario filme soviético, Sin testigos (1983), del sin par Nikita Mijalkov, en el que un hombre chantajista y su exesposa[1] exponían sus contradicciones durante 120 minutos sin chance a la fatiga o siquiera la distracción. Un paradigma dentro del cine latinoamericano resultó Eu sei que vou te amar (1986), del brasileño Arnaldo Jabor, que aun hoy se disfruta gracias a la plasmación magistral de los combates y desencuentros de una joven pareja.
En la reciente Malcolm & Marie (2021), su director Sam Levinson[2] sin dudas bebió de algunos de estos referentes (sin olvidar otros no menos explícitos, como revela más de un guiño al cine de John Cassavetes), teniendo en cuenta la evidente cultura cinematográfica que trasunta, y en la cual la dupla protagónica y única representante del dramatis personae se enfrenta no solo debido a los conflictos emocionales de una relación compleja, sino por disparidades respecto a la creación artística; incluso, aquellos brotan de estos, pero aparecen de tal modo imbricados —algo que consigue plasmar y trasmitir la cinta admirablemente, dicho sea desde ya— que llegan a confundirse.
Arte poética y amatoria
El flamante cineasta que celebra con su mujer el éxito de una película comienza mostrando un carácter ególatra, falocéntrico y narcisista que permea la relación. Él no le ha agradecido públicamente en la premiére, pero además le ha negado, siendo ella actriz, el papel protagónico, lo cual provoca heridas personales, fisuras en la relación, que a medida que avanza la noche —y el relato— la joven va mostrando, lo que da paso a quejas y reclamos. Las grietas de su vínculo, las inconformidades, las incomprensiones (mutuas: según del lado que se enfoque) y también los criterios en torno al arte y su plasmación, saldrán a este peculiar campo de batalla que constituye el amplio y vistoso apartamento frente al mar.
Valga encomiar, ya que mencionamos este importante código morfológico, la eficacia de la dirección de arte en la semantización de tal espacio, que constituye un reflejo de las aspiraciones y concepciones patriarcales del director fictivo: un «reinado» que resume y prolonga sus aspiraciones de gloria dentro del medio en que se desenvuelve, y donde su compañera se sienta a gusto, pero siempre como cómplice y aliada, al margen de sus personales aspiraciones y deseos.

De modo que, más allá de los enfrentamientos íntimos de la dupla, están incluso como motor impulsor de sus conflictos los de tipo estético, con lo cual el texto fílmico deviene riguroso ejercicio metacinematográfico que cuestiona, interroga, sacude —pudiera decirse— los cimientos de la tradición fílmica, la crítica y otros terrenos afines.
No hay que perder de vista que estamos ante una pareja afrodescendiente, de ahí la significación que detentan dentro de la diégesis alusiones al «cine de negros», y la impronta que iconos como Spyke Lee han dejado en el mismo, aunque en este caso, sabemos, mucho más allá.
La autorreferencialidad aquí no descarta incluso cierto sesgo paródico y de una deliciosa ironía muy relacionada con el discurso metartístico, como quiera que Malcolm «raja» hasta el cansancio contra una crítica sobre su filme que, paradójicamente, es favorable[3]. Pero la concepción de ars poetica del texto trasciende este rubro, comentando exhaustivamente en torno a aspectos medulares del séptimo arte, la recepción, los límites y sentidos de la creación, etcétera.
El ingenio que revelan los diálogos, en un filme justamente cimentado en el dialogismo con que Yuri Lotman se refirió al intercambio de contrincantes, de partes opuestas dentro de una contienda, resulta esencial dentro de la plataforma ideoestética del relato. Mucho fuego cruzado que sostiene un guion de apreciable solidez estructural y semántica, rico también en su carácter lúdico, ese que retoza entre la seriedad, e incluso la gravedad que llega a exhibir el discurso, donde aflora, como si esto fuera poco, más de un conflicto de raza, género, clase.

Valga encomiar también la reciedumbre dramática de Malcolm & Marie, en cuanto a matizar los tonos y tesituras que definen la narración a medida que avanza, la eficiente alternancia de motivos que se intercambian, esconden, afloran, conectan con otros, dentro de la admirable mise en abyme que es toda la obra, la cual tampoco escamotea su médula teatral, lo mismo en su escritura que en la puesta propiamente dicha, aunque esta sea, cual curioso oxímoron, plenamente cinematográfica (el recorrido que van haciendo los personajes por las distintas habitaciones para finalizar en un exterior, frente a un simbólico mar, seguidos por una cámara pródiga en ricos planos secuencia y audaces angulaciones; el blanco y negro de la fotografía, con más de una connotación y cita; la música alusiva a varios de los ítemsllevados a discusión por los actantes).
El nivel de sugerencia del filme, su pertinente madeja intertextual y sobre todo la riqueza de su cosmos idéico y fílmico, permiten entender la generalmente entusiasta recepción que ha encontrado dentro de la más exigente crítica internacional y su ubicación dentro del más avant-garde cine independiente.

Aun los más remisos a aplaudir sus piruetas conceptuales y jugarretas autofictivas han debido reconocer la estatura histriónica de sus actores protagónicos[4], Zendaya (la estrella de la respetada serie Euphoria, del propio Levinson) y John David Washington, quienes, a propósito, colaboraron con el director en el guion y bordan sus caracteres con una exigente gama de matices y transiciones.
Malcolm & Marie es, en fin, una pieza que nos invita a revisar nuestros personales criterios en torno a la creación dentro del séptimo arte (aunque el blanco puntual sea Hollywood, es evidente que con mucho lo trasciende), incluso el arte todo, y terrenos afines e intercomunicados como la crítica, sobre todo en quienes la ejercemos. Mas, para quienes están ajenos a estos terrenos, o no les interesan especialmente, siempre será motivadora la reflexión a que invita en ese otro campo que sí enrola y entusiasma a casi todos: la relación de pareja, un abultado canon donde este título se inserta con imaginación y dignidad.
[1] Aunque hay un tercer personaje, la mayor parte del metraje es ocupado por la pareja protagónica.
[2] Hijo nada menos que del prestigioso Barry Levinson (Rain Man, Acoso sexual, Bugsy).
[3] Sin embargo, Mikel Zorrilla, de Espinof, aporta un dato revelador: «No sería nada raro que el hecho de usar a Los Angeles Times para lanzar dardos al mundo de la crítica de cine sea un poco a modo de venganza por una reseña publicada años atrás en dicho medio sobre Nación salvaje, su anterior largometraje, y probablemente también de la propia Zendaya».
[4] Beatriz Martínez, de la respetable Fotogramas es una que no las tiene todas con el filme, al que acusa de hablar «de muchas cosas, quizá demasiadas». Sin embargo, en esa reduccionista formulita que caracteriza el estilo de las críticas de la revista, sitúa como «lo mejor: sus dos protagonistas magnéticos» y «lo peor: que a veces la propuesta funciona, y otras no».