El cine de autor no le es ajeno
Belmondo tiene la facultad de poder enfrentar a los productores franceses y sus colegas italianos en una batalla por contratarlo. Su presencia en los créditos de un filme es directamente proporcional al incremento de los ingresos, por mucho presupuesto que se haya invertido. El actor, sin embargo, se otorga a sí mismo un respiro, en medio del tipo de cine con el cual le identifican y tienden a encasillarlo, para involucrarse en proyectos de su interés con cineastas de primer orden, esos pertenecientes al olimpo de los autores.
El controvertido Godard es uno de los más encumbrados y decide colaborar con él —por cuarta y última ocasión— en Pedrito el loco (Pierrot le fou, 1965), filmado con entera libertad y devenido clásico del cine contemporáneo. Pierrot renuncia a su nombre por el de Ferdinand, loco de amor por Marianne (Anna Karina), que se aburre, y él «la sigue en una carrera hacia el sur, hacia el mar, hacia la muerte, hacia el sol y en colores», de acuerdo al pressbook promocional. Para su creador es «una especie de happening, solo que controlado y dominado. […] un filme totalmente inconsciente»[1]. Por segunda ocasión, con esta película la Academia Británica del Cine nominó a Belmondo para el premio BAFTA al mejor actor extranjero; en Francia estimaron su desempeño como su «última audacia» interpretativa.

Ansía trabajar con Louis Malle (Los amantes, Ascensor para el cadalso, Fuego fatuo…), otro de los directores surgidos de la nouvelle vague, con la cual ha establecido cierta distancia. El realizador puede disponer de él en El ladrón de París (Le voleur, 1966), adaptación de una novela de Georges Darien a partir de un guion coescrito con Jean-Claude Carrière[2]. El fotógrafo Henri Decaë retrata esta crónica de las andanzas de un ladrón en la Francia de fines del siglo XIX. Tras casarse y heredar una gran fortuna, Georges Randal descubre que el robo se ha convertido en su única experiencia satisfactoria. «Le voleur, negra, pesimista, en la que los personajes se entrecruzan en un decorado demasiado rico sin perder su agresividad, me parece hoy la mejor película de aquella primera etapa de mi trabajo», escribió Malle[3].
Dos años después, Robert Enrico le concede un personaje de una novela de José Giovanni, al que Belmondo extrae todas sus posibilidades expresivas, François Holin, un excorredor automovilístico que roba bancos con un trío de delincuentes. La entera consagración del curtido intérprete en Ho! (1968) a ese gánster lleno de complejos, apasionado por las corbatas y por una hermosa muchacha, le propicia alcanzar uno de sus más atronadores logros interpretativos. Enrico era de esos directores a quienes la fragilidad de los actores siempre le emocionaba, y su mayor satisfacción era poder ayudarles a afirmarse, algo que Belmondo aprovechó al máximo.
Para resarcirse en alguna medida de ciertos tropezones en comedias de escasa hilaridad, acepta actuar en El cerebro (Le Cerveau, 1968) para Gérard Oury, uno de los monarcas del género. Al unir al actor en una efectiva fórmula con el eximio comediante Bourvil el filme obtiene un notable resultado de crítica y público. Son dos ladronzuelos que planean apropiarse de un botín sin sospechar la existencia de otros criminales que tienen idéntico objetivo. La película confirma la ductilidad de Belmondo, al que ya la crítica cataloga entre los más completos comediantes de la historia del cine. Confiado en la habilidad del cineasta para explotarle esa faceta, muchos años después Belmondo vuelve a ponerse a su disposición en As de ases (L’As des As, 1982), en otro de los papeles escritos para él por Oury y la guionista Danièle Thompson, su hija. Aquí interpreta a Joe Cavalier, uno de los más valientes pilotos de la Primera Guerra Mundial, quien, dos décadas después, como entrenador de un equipo de boxeadores franceses que compiten en las Olimpíadas de Berlín de 1936, aprovecha la ocasión para ayudar a escapar a un grupo de judíos.

François Truffaut, uno de los exponentes fundacionales de la nueva ola, era un nombre pendiente de inscribir en el itinerario de Belmondo. Desde 1962, su compañía Les Films du Carrosse adquiere los derechos para filmar Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury, con Belmondo en el personaje principal de Montag, pero el proyecto se estanca al conocer Truffaut que el actor pide sesenta millones por película, algo imposible de sufragar para su pequeña firma productora. Tras un encuentro entre ellos en el Festival de Berlín se ratifica el compromiso del actor hasta la primavera de 1963 por el contrato para rodar Le Doulos con Melville. «Sus pretensiones económicas son tales que hacen imposible toda colaboración», escriben Antoine de Baecque y Serge Toubiana en la biografía de Truffaut[4]. A los dos años y con el fin de sacar a flote su compañía de una prolongada crisis financiera, Truffaut solicita, tal y como acostumbra, el concurso de varios guionistas para trabajar en una serie de proyectos. Uno de estos es «una comedia dramática sobre una joven pareja que se separa y se reconcilia, concebida para Romy Schneider y Jean-Paul Belmondo»[5]. La idea no trascendió esta fase[6].
Pero al autor de Jules et Jim no le decepciona el creciente número de proyectos inconclusos, y en 1968 las ganancias recaudadas con Besos robados le ponen en condiciones de enfrentar una película de mayor financiamiento. A Truffaut seguía incitándole filmar Waltz into Darkness, una novela de William Irish (seudónimo de Cornell Woolrich) —escritor que manejaba el suspenso con maestría— publicada en Europa con el título La sirena del Mississippi. Luego de concluir el rodaje de Fahrenheit 451, los productores Robert y Raymond Hakim, quienes acaban de financiar Bella de día para Buñuel, le invitan a una proyección de algunos fragmentos y Truffaut queda prendado de la actriz Catherine Deneuve. En cuanto le preguntan qué película puede proponerles, de inmediato les responde que La sirena del Mississippi, con ella como protagonista femenina y Jean-Paul Belmondo en el papel de Louis Mahé, el hombre que se casa por correspondencia con una mujer que no conoce y en su lugar desembarca una impostora. Un productor alemán intentó que el cineasta cambiara de idea y que eligiera a Brigitte Bardot, pero él no transigió. Opinaba que Deneuve y Belmondo no solo eran «las estrellas más rutilantes del cine francés de entonces»[7], sino los dos mejores actores del momento.

Truffaut traslada la historia de amor desesperado a la isla de la Reunión, donde la filma en 1969, y no se arrepiente de juntar a la pareja Deneuve-Belmondo en una película incomprendida durante su estreno y aún hoy[8], que no logró la atmósfera asfixiante de la obra de Cornell Woolrich, autor de la novela La novia vestía de negro, también adaptada por el realizador, en 1967. Durante el verano de 1973, en medio de una de sus estancias californianas, Truffaut recibió la insólita propuesta de un enviado de la productora Warner Bros. para realizar un remake de Casablanca. «No me imagino a Jean-Paul Belmondo y a Catherine Deneuve sustituyendo a Humphrey Bogart y a Ingrid Bergman —escribió al rechazarla—. Sé que en Estados Unidos estas cosas se ven de modo muy distinto»[9]. En esta fecha, Belmondo, elegido por sus compañeros de profesión como presidente del Sindicato Nacional de Actores de Francia, desplegaba una apreciable actividad.
A Claude Lelouch, que no le importa el desprecio de los críticos si el público lo aclama en una película tras otra, y a quien Cannes le entregó un gran premio y la academia hollywoodense lo coronó con un Óscar por Un hombre y una mujer, también le seduce la idea de unir en un argumento, situado en la mismísima meca del cine, a Jean-Paul Belmondo y a su antigua compañera de escena, Annie Girardot. Ni los malabares de la cámara que el mismo Lelouch acostumbra a manipular confieren el menor interés a Un homme qui me plaît (1969), insalvable para todos sus participantes, por ser de esas producciones en que si la propuesta inicial era ser una mala película, nunca pudo salir mejor.

Lelouch escribe abiertamente para un maduro Belmondo Itinéraire d’un enfant gâté (1988), en la que Sam Lion, un niño mimado, llega a ser un empresario que vive aventuras folletinescas en África, acompañadas por la música de Francis Lai, habitual colaborador del director. Por este trabajo, el premio César al mejor actor principal le fue otorgado a Belmondo, pero este se negó a asistir a la ceremonia en protesta, porque el diseñador de la estatuilla había cuestionado el prestigio de su padre como escultor. En su nombre la recibió el realizador Georges Lautner. La notoriedad obtenida con la película impulsó a Lelouch a convocar a Belmondo para Les miserables (1994), versión libre que reubica la trama del clásico de Víctor Hugo en la Segunda Guerra Mundial, dentro de un ámbito boxístico, y que, entre otros reconocimientos, cosechó el Globo de Oro al mejor filme extranjero.
Jean-Paul Rappeneau, preciosista en sus puestas en cámara, proporciona a Belmondo un éxito inesperado con Los novios del año II (Les Mariés de l´an deux, 1971), una coproducción entre firmas de Rumanía, Francia e Italia. El actor disfruta encarnando a Nicolás Philibert, perseguido por el asesinato de un barón, en una trama de aventuras y peripecias enmarcada en la Revolución francesa, con una aureola romántica. Sus pretendientes son dos dispares bellezas: Marlène Jobert y la italiana Laura Antonelli, su compañera sentimental por este tiempo, luego de la ruptura con la Andress, con quien optó por no casarse.
La conquista de las taquillas por Le magnifique, segunda producción de su firma, impulsa a Rappeneau a arriesgarse con el ambicioso proyecto Stavisky (1974), a cargo de uno de los cineastas de mayor renombre, Alain Resnais, que se convirtió en su séptimo largometraje. Belmondo asumió el personaje titular, un aventurero de origen ruso que conmocionó a la sociedad francesa en 1934, al provocar un gran escándalo con una estafa multimillonaria que involucró a prominentes medios financieros y políticos. Ni la presencia de uno de los máximos exponentes del star system francés ni el guion de Jorge Semprún o los cuantiosos recursos invertidos en la recreación de la época impidieron el fracaso comercial de lo que la crítica estimó como un retrato biográfico inacabado y superficial de una confusa figura. Stavisky, con Charles Boyer, François Périer y Anne Duperey, solo sirvió para incorporar a un director de prestigio en el trayecto belmondiano.

«Cada vez me gustan más las películas que le permiten a uno distraerse, y, ante todo, juego la carta del espectáculo —confesó en una entrevista—. Pero no estoy, sin embargo, contra el cine de autor, y no olvide que dos de mis películas más importantes son À Bout de Souffle y Pierrot le fou, de Jean-Luc Godard»[10].
Declive tras el fin del siglo de Lumière
La sensacional experiencia con Kean reafirmó en Belmondo la convicción de que el teatro no había perdido para él ese encanto que tanto le subyugara en los años cincuenta, en especial por el contacto directo con el público, su razón de ser, y los estruendosos aplausos recibidos al caer el telón para culminar la función. Pensaba tal vez ser un sobreviviente de esa «enfermedad incurable», pero se percató de su error y no tuvieron que insistirle mucho para comprometerse y retornar con la propuesta de otra escenificación exigente. Disfrutó plenamente las correrías del narizón Cyrano de Bergerac, en una puesta tan aclamada de la obra de Edmond Rostand que condujo a la producción de otro telefilme realizado en 1990 por Marion Sarraut con el fin de salvarla del carácter efímero del teatro.
Esa película señala el primer título de Belmondo en los albores del postrer decenio del siglo XX, y fue seguida por Tailleur pour dames (1993), adaptación de la obra homónima de Georges Feydeau, también destinada a la televisión, bajo la dirección de Yves Di Tullio. Al conmemorarse el centenario del cine, Belmondo no puede negarse, como tantas otras estrellas, desde Mastroianni hasta Delon, Moreau, Lollobrigida, De Niro, la Deneuve…, a contribuir con Agnès Varda, en camino de ser llamada «la abuela de la nueva ola», en el tributo que le dedica: Las cien y una noches (Les cent et une nuits). Varda filma a Belmondo como el profesor Bébel, evidente guiño a su difundido sobrenombre. Ese mismo año, la revista Empire lo sitúa en el puesto 52 en su selección de las 100 estrellas sexisen la historia del cine.

Los titulares de la prensa estadounidense reflejaron en abril de 1996 expresiones de disgusto con Belmondo, quien fustigó a los productores y distribuidores de Hollywood y a las cadenas de cines franceses que permanecían «de rodillas». A ello atribuyó la causa de que su película Désiré, producida por su compañía Cerito Films, bajo la dirección de Bernard Murat, solo pudo ser estrenada en veinte salas en Francia por la invasión monopólica de los filmes norteamericanos, entre estos Toy Story, que ocupaba la cartelera de quinientos cines. De nada le valió la inversión implicada para adaptar una pieza de Sacha Guitry, con un elenco de lujo compuesto además por Fanny Ardant, Béatrice Dalle y Claude Rich. Sería la penúltima de las veinticinco películas con Belmondo al frente de la producción.
Vuelve a refugiarse en la tranquilidad que le permite un telefilme con La puce à l’oreille (1997), encarnando un personaje con el rimbombante nombre de Victor-Emmanuel Chandebise-Poche, dirigido por Yves Di Tullio sobre el original de Feydeau. Luego se involucra en otra producción para la pequeña pantalla: Frédérick ou le Boulevard du Crime (1999), realizada por Bernard Murat. Entre esas dos escapadas planifica su tiempo para reencontrarse una vez más con Delon en Los profesionales (Une chance sur deux, 1998), veintisiete años después de Borsalino, donde estuvo en la piel de François Capella. El reputado realizador y coguionista Patrice Leconte entreteje, con el exclusivo afán de reunir a estas dos sexagenarias «vacas sagradas» del cine galo, un argumento en el cual una joven (Vanessa Paradis) recién salida de la cárcel decide averiguar quién es su padre biológico, y ellos dos interpretan a los posibles candidatos. Belmondo es Léo Brassac, un restaurador que es un experto ladrón de joyas, y Delon, un mecánico coleccionista de lujosos autos. La crítica reiteró la pérdida de forma de los míticos intérpretes y afirmó que solo eran salvables los insultos puestos en boca del dueto por Leconte, en una de sus raras exploraciones de la comedia de aventuras con dosis de acción, pero incapaz de satisfacer las expectativas.

Cédric Klaplish, perteneciente a la nueva generación de directores franceses, dirige a Belmondo en Peut-être (1999), exhibida en algunos países como Tal vez, al lado del joven intérprete Romain Duris. En este drama con elementos humorísticos y fantásticos, un hombre enfrenta la incertidumbre de la paternidad presionado por su novia, quien está desesperada por tener un niño. El hallazgo de un pasaje que le conduce al futuro modificará sus puntos de vista.
Uno de los creadores más notables de la cinematografía francesa, Bertrand Blier, concibe un hermosísimo homenaje en Los actores (2000) a la profesión que tanto respeta y admira, profesada por su padre Bertrand Blier. Belmondo, que como otros del grupo de actores se interpreta a sí mismo, no puede faltar a la convocatoria de 25 primeras figuras de distintas generaciones: Pierre Arditi, Claude Brasseur, Jean-Claude Brialy, Alain Delon, Gérard Depardieu, Sami Frey… El punto de partida de esta sensible reflexión es la conversación entre tres veteranos histriones en un elegante restaurante de los Campos Elíseos. Tras un incidente sin importancia, se suscita en uno de ellos la interrogante de si su tiempo ya ha pasado por ser demasiado viejos y llegó el momento de retirarse… o si aún pueden seguir actuando.
Casi cuatro décadas separan 1963, año en que Belmondo filma con Melville L’ Aîné des Ferchaux, de 2001, cuando el actor recibe la sugerente propuesta de una nueva versión o remake para la televisión de la novela homónima de Simenon. Solo que el tiempo, implacable, le obliga a que ahora asuma el personaje de Paul Ferchaux —originalmente interpretado por Charles Vanel—, longevo empresario rico y poderoso, acosado por la justicia por involucrarse en un caso de corrupción política y financiera. A Sami Naceri corresponde el del joven guardaespaldas que fue interpretado por Belmondo cuando era un treintañero.
En agosto de 2001, mientras se halla en Córcega, es víctima de un accidente cerebrovascular que le paraliza el lado derecho del rostro y es sometido en un hospital parisino a cuidados intensivos, a lo que sigue una lenta recuperación. A los dos años, tiene con su segunda esposa, Nathalie Tardivel (Natty), una nueva hija: Stella. Atrás quedó una tormentosa vida sentimental en la cual las mujeres se sucedían con el mismo ritmo acuciante que en sus películas.
Condecorado como comandante de la Orden de las Artes y las Letras en 2006, un año antes de recibir el alto rango de comandante de la Legión de Honor, llama la atención que un actor de la talla de Jean-Paul Belmondo, convincente con sus excelentes interpretaciones en la edad de oro de su carrera, en películas concursantes en los más importantes festivales internacionales, nunca recibió un premio de sus jurados.
No lamentó ser ignorado de este modo y se conformó con otros galardones: recibió en Alemania la Cámara de Oro (1998) por la obra de toda una vida, obtuvo un galardón por su trayectoria en el Art Film Festival (2001)[11], la Asociación de Críticos Cinematográficos de Los Ángeles lo distinguió con un reconocimiento por su trayectoria, el Festival de Cannes le entregó una Palma de Honor en su edición de 2011 y, por último, después de alzarse en el certamen de Venecia de 2016 con el León de Oro otorgado por su carrera, la Academia del Cine Francés lo distinguió al año siguiente con un homenaje en su ceremonia de premiación y le entregaron un César de Honor. Otras condecoraciones que adornaron su pecho son las de Chevalier de la orden de Léopold (Bélgica, 2012) y el premio Coq de la Communauté Française de Belgique Spécial y Grand Officier de la Orden Nacional du Mérite (2017).

Cierra su trayectoria cinematográfica de medio siglo la película Un homme et son chien (2008), dirigida por el actor Francis Huster, quien se atrevió a adaptar el argumento escrito por Cesare Zavattini para Umberto D (1952), el clásico del neorrealismo italiano realizado por Vittorio de Sica. Por supuesto que el anciano profesor jubilado, sin dinero ni familia, que no sabe dónde ir con su único amigo, un perro, es un papel apropiado para la edad y experiencia del actor. Coincide en pantalla con otros contemporáneos: el sueco Max von Sydow, el armenio Charles Aznavour y Jean-Pierre Marielle, su compañero desde los primeros tiempos en el teatro.
Un total de 78 largometrajes de ficción, tres cortos[12] y siete telefilmes configuran un impresionante itinerario por las pantallas. Imposible excluir los documentales en los cuales ofreció sus testimonios: Le fantôme d’Henri Langlois (2004), de Jacques Richard; Melville, le dernier samouraï (2020), de Cyril Leuthy; y Gérard Oury, le roi de la comédie (2020), de Dominique Farges. Sin haberlo dirigido nunca, Bertrand Tavernier no pudo prescindir de su presencia en su apasionante largometraje Las películas de mi vida (Voyage à travers le cinéma français, 2016), por resultar imposible relatar la historia de esa cinematografía sin una figura legendaria como él. A su impronta se dedicaron dos documentales televisivos: Belmondo por Belmondo (2016), de Régis Mardon, recorrido por los lugares relacionados con su carrera, en el cual le acompañan su hijo Paul y más de treinta personas, entre cineastas y familiares, que hablan acerca de sus vínculos con él, y Jean-Paul Belmondo, l’enfant terrible (2017), realizado por Agnés Hubschman, compilación de las vivencias de cineastas con los que trabajó (Lelouch, Labro…).
La recta final de un icono de la cultura popular
«Es difícil rehusar el éxito. No es el hombre quien elige el éxito, sino todo lo contrario. Pero a mí jamás me ha faltado libertad. Jamás he hecho nada que no quisiera hacer. He tenido la suerte de filmar más de setenta películas, y siempre lo he hecho con gran placer. Desde luego, no todas ellas son obras maestras. Si así lo fuera, estaría ahora en el Louvre y no aquí. A veces he cometido errores, pero es que también me he equivocado con entusiasmo»[13]. Son sus declaraciones a raíz del estreno en Moscú de Itinéraire d’un enfant gâté, cuando lo interrogaron sobre si creía, en alguna medida, haberse convertido en rehén de esa imagen creada, garantía de un seguro e invariable éxito taquillero. Belmondo añadió:
«En lo que concierne al cine “de trucos”, ya he superado ese período. En realidad, me gustaba probar mis fuerzas: correr por los tejados de un tren a toda marcha, hacer equilibrio en la motocicleta que se desliza por un cable. […] Guardo en la mente recuerdos sorprendentes. En general, si no fuera por el cine, es poco probable que hubiera podido experimentar nada semejante en la vida real. ¿Quién me habría permitido en Venecia saltar del barco al muelle? Seguramente me habrían llevado al manicomio. Sin embargo, todo ello fue posible en el cine. Pero es que ya he cumplido 56 años, y el año pasado nació mi nieta. No quisiera pasar por un abuelo casquivano, que ejecuta trucos vertiginosos»[14].

Su corazón se detuvo el lunes 6 de septiembre de 2021, a los 88 años de edad, en el París que le gustaba tanto sobrevolar en helicóptero, y que sirvió de escenario para innumerables proezas físicas a las cuales habituó a los espectadores. En nombre de ellos, Emmanuel Macron, presidente de la república francesa, decidió rendirle como merecido tributo un funeral de estado digno de la envergadura de un icono popular como él, un héroe nacional. Toda la prensa coincidió al señalar la emoción de los asistentes al entonar «La marsellesa» en la despedida celebrada el jueves 9 en un lugar tan emblemático como el monumento de los Inválidos, destinado a las honras de grandes personajes, entre estos, Napoleón. En el discurso fúnebre, Macron sintetizó el sentimiento compartido por todos:
«Jean-Paul Belmondo era de la familia. Él, que a través de todos sus roles recorrió la historia de nuestro país. Policía, matón, siempre hermoso. Jean-Paul Belmondo vivió en Francia. Era el amigo que a todos les gustaría tener para rehacer el mundo, y el hijo que todos los padres querrían tener. El padre ejemplar que, para criar a sus hijos, no dudó en rechazar un rodaje. Belmondo es ternura. Él habla de nuestras contradicciones, nuestros defectos. Nos encanta su soledad, su gusto por el riesgo, la elegancia de su alegría, su estilo. Amamos a Jean-Paul Belmondo porque se parecía a nosotros. Perderte hoy es perder a un gran actor. Adiós, Bébel»[15].
Para acompañar la ovacionada salida del féretro, seleccionaron el tema musical «Chi Mai», compuesto por Ennio Morricone para la banda sonora de El profesional. Siguió al homenaje nacional un funeral el viernes, en la iglesia de Saint-Germain-des-Prés, donde asistió el octogenario Alain Delon, apoyado en una muleta. La prensa no desaprovechó la oportunidad de comparar a los dos «monstruos sagrados» y colocar la expresividad cómica y desbordante belmondianas en las antípodas de la belleza glacial de Delon en sus papeles de gánster o policía inexpresivo. Por decisión familiar, el cadáver de Belmondo fue cremado en la intimidad. «Es nuestra Marianne en femenino», lo llamó un periodista del diario Le Figaro para aludir a la figura distintiva de la república francesa. Philippe Labro, su director en L’Héritier y L’Alpagueur, resumió el sentir de todos:
«Representa lo mejor de nosotros: el maridaje de lo serio con la despreocupación. A Jean-Paul no se le dirige. Se habla con él, se dialoga, pero después hay que dejarle hacer, porque aporta una inventiva y hace cosas en el rodaje que uno no había previsto en el guion. Tenía una sonrisa interior. Sonreía incluso cuando no sonreía. Y tenía una capacidad para encarnar personajes de hombre de la calle, al francés medio. Hacía reír, y un hombre que hace reír siempre tiene un éxito considerable. ¡No olvide que somos el país de Molière! Es un seductor, un hombre que ama la vida y, por tanto, ama los amigos, la comida, la bebida, la compañía de las mujeres. Ama el amor y ama ser amado»[16].
Una década después de dedicarle un ciclo en octubre y noviembre de 2012, la Cinemateca de Cuba programa desde mediados de diciembre en su memoria una retrospectiva con una cifra próxima al medio centenar de títulos de su muy fructífera filmografía.
A nadie se le ha ocurrido nombrar a ninguno de los jóvenes actores galos como su posible heredero. Ni siquiera Gérard Depardieu en su juventud, con su Cyrano de Bergerac incluido, logró aproximarse a esa personificación del nuevo romanticismo encarnada por Jean-Paul Belmondo, ídolo no solo de Jackie Chan y Chow Yun-fat. Único e irrepetible, impuso su físico particular, alejado de los cánones de encanto y belleza, su sonrisa peculiar y una desenvoltura sin parangón para transitar de un género a otro. Carismático modelo, además, de personajes de cómic, siempre se jactó de su gratitud hacia el público, al que debía sus éxitos, y no a la crítica. En una ocasión confesó vivir para actuar: cuanto hacía en la vida era tan solo el preludio de lo que interpretaba en la pantalla.
[1] «Hablemos de Pierrot»: Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard: Barral Editores, S. A., Barcelona, 1969, p. 233.
[2] Estrenado por la Cinemateca de Cuba. Como compañera de reparto tuvo a la actriz canadiense Genevijève Bujold, que volvería a trabajar con él en L’incorrigible, de Philippe de Broca.
[3] Louis Malle por Louis Malle: 32 Semana Internacional de Cine de Valladolid, octubre de 1987, p. 21.
[4] Antoine de Baecque, Serge Toubiana: François Truffaut, Plot Ediciones, S. L., Madrid, 2005, p. 278.
[5] Ibidem, p. 301.
[6] Truffaut pudo filmar Fahrenheit 451 en 1966 con el actor austriaco Oskar Werner como Montag.
[7] Ibidem, p. 363.
[8] Michael Cristofer dirigió un intrascendente remake con el título Pecado original (Original Sin, 2001), interpretado por Angelina Jolie y Antonio Banderas.
[9] Antoine de Baecque, Serge Toubiana: ob. cit., ed. cit., p. 443.
[10] Boletín Informativo de UniFrance, núm. 511, 1975, p. 213.
[11] El galardón se denomina Actor’s Mission.
[12] A Molière y Charlotte et son Jules se añade Le pros (1986).
[13] Aziz Osipov: «Itinéraire d’un enfant gâté: Nuevo papel de Jean-Paul Belmondo»: revista Films soviéticos no. 8, 1989, p. 26.
[14] Idem.
[15] Reporte de AFP, 9 de septiembre de 2021.
[16] Reporte de EFE, 7 de septiembre de 2021.