Héroe de aventuras, venturas y desventuras
Retomamos cierto orden cronológico en la carrera de Jean-Paul Belmondo, en el quinquenio 1961-1965, de prolífica actividad e incursiones en los más variopintos géneros. Al margen del tríptico melvilleano se las ingenia en una agenda con cada vez menos tiempo libre para intervenir en un disímil conjunto de películas. Es la contrapartida de Anna Karina y Jean-Claude Brialy, actores fetiches de los «nuevaoleros», en Une femme est une femme (1961), «la última vez en la que Jean-Luc Godard pareció divertirse un poco», a criterio de Ty Burr (The Boston Globe), con esta historia de una stripper ansiosa de tener un bebé, sin lograr convencer a su novio. Belmondo es Alfred, el amigo empedernido, fumador de tabaquitos y el más seguro candidato para embarazarla. Michel Boisrond lo conduce en el cuento «Lauzun» de Les Amours Célèbres (1961) y Jacques Baratier recurre a él para Dragées au poivre (1963), en torno a unos fanáticos del cinéma vérité que no paran de filmar.

Jean Becker le asigna el personaje titular de Un nommé La Rocca (1961)[1] sobre la novela L’Excommunié, del fecundo José Giovanni: un hombre que estuvo preso con un amigo por liquidar a una banda rival quiere cambiar de vida al salir de la cárcel, pero el pasado frustra sus intenciones. Quizás insatisfecho con esta versión, el propio Giovanni, devenido realizador, filma una nueva adaptación con Belmondo y Claudia Cardinale titulada La Scoumoune (1972), estrenada en algunos países como El excomulgado. El vástago del realizador Jacques Becker cuenta otra vez con ese actor dotado de la rara capacidad de llenar la pantalla en Échappement Libre (1964), en la cual le otorga el rol de un contrabandista de diamantes que de pronto accede a introducir un cargamento de oro en el Líbano. Le acompaña Jean Seberg, afianzada en el cine francés. Repite con Becker en la comedia ligera Tendre voyou (1966), esta vez como un seductor profesional decidido a probar que ninguna mujer puede resistírsele. Otro artífice del género, Édouard Molinaro, rueda en Grecia con él La Chasse à l’homme (1964), una diatriba contra el matrimonio, con la participación de Brialy y las hermanas Catherine Deneuve y Françoise Dorléac.

En su vertiginosa ascensión a la fama, Belmondo accedió a intervenir sin ser acreditado en un papel episódico, el de un siciliano, para Sergio Corbucci en Il giorno più corto (1963), comedia coral con casi medio centenar de intérpretes populares de Italia, Francia y Estados Unidos. El filme sitúa su disparatado argumento en la Primera Guerra Mundial para burlarse de la superproducción estadounidense El día más largo (The Longest Day, 1962), sobre el desembarco en Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Belmondo no puede desdeñar tampoco la lucrativa oportunidad de integrarse al estelar reparto internacional reunido para la superproducción bélica ¿Arde París? (Paris Brûle-t-il, 1965), encomendada a René Clément, donde aparece fugazmente. Otra cinta que aglutinó a veinticinco estrellas, entre estas al astro francés en el papel de un legionario, es Casino Royale (1967), filme británico «menos entretenido que las películas de Bond más serias»[2], a las que intentaba satirizar[3].
Para el italiano Renato Castellani es el livornés del que se enamora la dueña de una pensión de marineros (Gina Lollobrigida) en Mar loco (Mare matto, 1962). Se permite también realizar un cameo no acreditado en el elenco de Riviera-Story (I Don Giovanni della Costa Azzurra, 1962), realizado por Vittorio Sala, sobre un maduro playboy siempre al acecho de féminas. Marcel Ophüls lo ubica de nuevo al lado de la Moreau como el esposo y cómplice sin saberlo de esta mujer decidida a vengarse de los estafadores que arruinaron a su padre en Peau de banane (1963), una comedia insípida y olvidable que confirmó que el realizador no heredó el talento de su padre, el gran Max Ophuls, para la ficción.

Philippe de Broca, asistente de su gran amigo Truffaut en Los 400 golpes y de Chabrol en El bello Sergio, manifestó en una ocasión que fue suficiente ver a Belmondo en sus inicios teatrales para experimentar un flechazo. «Me dije a mí mismo que trabajaría con él a menudo», puntualizó[4]. El actor labora por primera vez a sus órdenes en Cartouche (1962), como el bandolero magnánimo del siglo XVIII, «a lo Robin Hood», líder de una banda dedicada a robar audazmente a los ricos y repartir el botín entre los pobres. El filme es indicador de su intrepidez al asumir no pocos riesgos sin dobles y mostrar dotes para las hazañas físicas, muy apreciadas por el realizador, considerado un magistral director de actores. Esta suerte de comedia «épica», su estilo preferido, donde hace equipo con otra hermosa italiana, la Cardinale, en lugar de la Lollobrigida, suscita que llamen a Belmondo: «el heredero de Gérard Philipe en su Fanfan, el invencible».
De Broca no tardará en volver a contar con su amigo en el exitosísimo dueto conformado por El hombre de Río (L’Homme de Rio, 1963) y Las tribulaciones de un chino en China (Les tribulations d’un chinois en Chine, 1965), en las cuales logró su propósito de encontrar el tono justo para el gran público y dirigirse al niño que sigue viviendo en cada uno de nosotros. Con su ritmo prodigioso, ambas son inimaginables sin el brío que les otorga el actor —entrenado en las escenas peligrosas por el especialista Gil Delamare— al seguir en exóticas locaciones de Brasil la pista de su novia (Françoise Dorléac), quien ha sido secuestrada por conocer el secreto de un tesoro oculto en la selva amazónica, o encarnando a Arthur Lempereur, el joven rico, hastiado y neurasténico, inmerso en una no menos trepidante sucesión de peripecias en tierra, mar y aire en el otro extremo del mundo que Julio Verne, autor del libro original, habría disfrutado. Los encantos de su coprotagonista, la sex symbol suiza Ursula Andress, arrastraron a Belmondo a un fogoso romance dentro y fuera de la pantalla, que provocó la ruptura de su matrimonio.

La aparición de una fotografía suya en la portada de la revista estadounidense Life, en la edición correspondiente al 11 de noviembre de 1965, corrobora su éxito internacional. A diferencia de Delon, rechazó cuanta oferta recibió para trabajar en Hollywood. Su nombre fue barajado para la película El caso Thomas Crown (1968), de Norman Jewison, finalmente protagonizada por Steve McQueen. En los años setenta repite con De Broca —«poeta del humor», según Truffaut— en El magnífico (Le Magnifique, 1973), parodia de la serie de James Bond, y se desdobla en François, un escritor de literatura alimenticia, y en el personaje de sus novelas, Bob Saint-Clair, un espía astuto y seductor. Le secunda la bellísima Jacqueline Bisset en locaciones de Acapulco y Puerto Vallarta, en México. En el transcurso de la filmación, De Broca describió a Belmondo, que acababa de publicar su autobiografía, Treinte Ans et vingt-cinq films, como al actor ideal que habría querido tener siempre frente a la cámara:
«Es un gran intérprete en el sentido noble del término. Es de la raza de los Gregory Peck y de los Montgomery Clift. Está atento y es receptivo a todos los problemas de una película, desde la preparación hasta el rodaje. Nunca pregunta en un plató la razón por la que hace tal o cual cosa. A lo sumo pregunta cómo. No razona. Es instintivo. Es de una maleabilidad enorme. Jean-Paul no es como muchos actores, una marioneta. Lo repito: es ante todo un intérprete. Toma una materia prima que amasa con sus músculos, su voz y sus sentimientos internos. Si lo interpreta en falso, es que la escena es mala o que hay que cambiarla. Es uno de los pocos actores que mantiene las distancias. Tiene un sentido extraordinario de la continuidad de los personajes. Siempre sorprende en el montaje»[5].

Entusiasmados por el éxito, hallaron luego en una novela de Alex Varoux, en cuyo guion participó Belmondo, el punto de partida de un nuevo proyecto en común, mezcla de acción y situaciones humorísticas: L’incorrigible (1975). Pese a que le permitió disfrazarse para multiplicarse en otros, su papel, como en muchas de estas películas, apenas difiere de otros que encarna, un arquetipo de caradura socarrón, en argumentos que apelan a socorridas situaciones de probada eficacia. En este caso, es Victor, un hombre a quien, a la salida de la prisión, la suerte le es adversa hasta que se percata de cuánto puede incidir el robo de una obra de arte en que sea aceptado por la sociedad. Sobre esta quinta experiencia con el director que tanto le permitió divertirse por posibilitarle seducir y confundir al espectador, el intérprete principal expresa:
«Un personaje que me va de maravilla. Si no fuera por Philippe de Broca, muy pronto se olvidaría que también soy un actor de comedia. Desafortunadamente, es un terreno en el que los buenos temas son raros. El de L’incorrigible me ha gustado porque el personaje que me han fabricado casi a medida es el anti-Superman, el antiseductor tradicional, más bien es un niño grande, más o menos honrado, bastante inconsciente de sus actos, imaginativo, pero que fracasa regularmente en todos sus golpes, que posee el arte de colocarse en situaciones complicadas y salir de ellas sin complicaciones»[6].

Transcurrirá un cuarto de siglo para que, ya en plena madurez, la fórmula Belmondo-De Broca intente repetir la efectividad de los años sesenta y setenta en Amazone, conocida también como La estrella fugaz. Filmaron la película en octubre de 1999 en locaciones cubanas escogidas en el Jardín Botánico de Cienfuegos, Trinidad, el río matancero Canímar y La Habana Vieja, tras no hallar en Venezuela y México las condiciones climáticas descubiertas en Cuba. Como ocurre en muchas de las producciones extranjeras rodadas en la isla —a las cuales el ICAIC presta servicios sin ser coproductor—, la historia no se desarrolla aquí, sino en cualquier país tropical con jungla y todo, donde cae un extraño aparato espacial. En busca de su paradero, el camino de Margot (Arielle Dombasle) se cruza con el de Édouard (Belmondo), un desagradable misántropo, oculto para escapar de la justicia, en una cinta de aventuras aderezada con ciencia ficción.
«No escribí esta película para Belmondo; se la propuse a actores más jóvenes, pero me pedían que hiciera concesiones al personaje que no me parecieron inteligentes —declaró De Broca durante el rodaje—. Luego decidimos que él era ideal para este papel. Desde nuestra primera película juntos, creamos una complicidad formidable. El color de Belmondo es el de hacer reír con sentimientos intensos; él esconde, detrás de un permanente, un corazón inmenso. Nos entendemos muy bien, no necesito explicarle todas las mañanas cuál es su personaje»[7].
Varios actores locales intervinieron: Jackie de la Nuez, Héctor Echemendía, Carlos Padrón y Fernando Hechavarría. «Aprecio mucho al equipo cubano que está con nosotros, trabajan rápido y son muy profesionales. Lo que más me gusta de los cubanos es su felicidad natural», expresó el sexagenario actor, que dejó este mensaje para sus numerosos admiradores, a quienes, al acercarse a los lugares de filmación, les costaba trabajo reconocer a Cartouche, al «hombre de Río» y al héroe invencible de tantas películas: «Que sigan así, como los he visto, con esa alegría. Les deseo todas las buenas cosas de la vida»[8]. Sería la última vez que Belmondo actuara para Philippe de Broca. Este filmaría otras dos películas antes de fallecer el 26 de noviembre de 2004, en el mismo lugar donde ambos nacieron: Neully-sur-Seine, en el área metropolitana de París.
Ningún género tiene secretos
Otro nombre que se vuelve asiduo en su trayectoria es Henri Verneuil, realizador francés de origen armenio. Dos años después de actuar en el cuento «L’Adultère»para él, los convoca el largometraje Un singe en hiver (1962), versión de una novela de Antoine Blondin, inadaptable a juicio de muchos. Por demasiado tiempo los críticos redujeron a Verneuil a la categoría del más representativo del cine comercial por excelencia. Tardíamente revalorizado, hoy lo estiman como un excelente narrador de historias con un característico sentido del relato y varios clásicos en su haber. Un singe en hiver, que algunos conceptúan como el mejor filme de Verneuil, significa para Belmondo la oportunidad de compartir los créditos principales con su ídolo Jean Gabin. Con ímpetu juvenil, su personaje reafirma en el viejo dueño de un hotel una irrenunciable voluntad por dar sentido a sus días.

Verneuil, multiplicado en productor, lo contrata en 1964 para dos películas dirigidas por él. La primera es Cent Mille Dollars au soleil[9], con un argumento inspirado en una novela de Claude Veillot, como mero pretexto para aunar al binomio Belmondo-Ventura, muy apreciado por el público y las taquillas. El realizador escribió un total de diecisiete versiones del guion hasta que le satisfizo la historia acerca del mejor chofer de una compañía de transportes y un recién contratado que vivirán una odisea persiguiendo al ladrón de un misterioso cargamento a través del territorio marroquí. Su propuesta es la de un wéstern en el cual los camiones sustituyen a las diligencias y sus conductores a los cowboys en grandes espacios africanos como far west. Sorprendió la polémica selección de la película en el Festival de Cannes, donde obtuvo el Ticket de Oro por la cálida acogida.
El siguiente filme en que actúa para el productor-director es el drama bélico Fin de semana en Dunquerque (Week-end à Zuydcoote)[10], recreación de una novela de Robert Merle (premio Goncourt 1949). Belmondo es un sargento francés atrapado en aquel histórico fin de semana de junio de 1940 en la zona costera de Dunquerque, donde en plena Segunda Guerra Mundial miles de soldados aguardan para embarcar hacia Inglaterra bajo el asedio de los artilleros nazis. Es una superproducción no carente de fuerza en algunas secuencias, pese a que prometía mucho más.
Verneuil se convierte en su realizador de cabecera por la frecuencia con que trabajan juntos, y sus apellidos unidos en los créditos de una película son sinónimo de thriller de acción incesante. Para La casse (1971), el tenaz cineasta, menospreciado por ciertos críticos como «artesano eficaz», adapta la novela The Bulglars, del norteamericano David Goodis. Disponer del respaldo en la producción de la Columbia Films SA le empuja a conformar un reparto estimable: Omar Sharif, Robert Hossein, Renato Salvatori y Dyan Cannon, quienes circundan a Belmondo en el papel de Azad, un malhechor que arriba con sus cómplices a Atenas con el fin de cometer un descomunal robo de esmeraldas de la caja fuerte de un acaudalado griego. Reacio a dejarse doblar, el actor fetiche verneuiliano aprobó que el equipo del especialista Rémy Julienne ejecutara una peligrosísima escena en la cual baja con un automóvil por una escalera de 175 peldaños. «Me encantó haber rodado La Casse. Se trata de una auténtica película de aventuras —expresó—. El suspense es permanente. Los personajes son terriblemente reales y corrientes. ¿Es que no estamos cansados de “policiacas” en las cuales los malhechores e investigadores nunca sonríen, al igual que el pensador de Rodin? Y además me gusta Verneuil, porque quiere a los actores y al público»[11].

Interrogado acerca de si acudía siempre a experimentados intérpretes de primera línea para evitar riesgos presupuestarios, Verneuil habló así sobre su quinta experiencia compartida, con la que se anotaron un rotundo taquillazo: «Belmondo no ha cambiado en absoluto. Le he encontrado exactamente como en la primera película, muy distendido, siempre dando la impresión de que es en el momento en que se dice “motor” cuando se mete en la piel del personaje, cuando en realidad ha pensado en él antes, y sabe perfectamente lo que va a hacer»[12].
Desde 1972, Belmondo se desdobla como productor y —para seguir los pasos de Delon— funda su propia compañía, Cerito Films[13], que financia como primer título Doctor Popaul, de Chabrol, seguido por Le magnifique, de su compinche De Broca. En esas funciones se dio el placer de contratar a Verneuil como guionista y director de Miedo sobre la ciudad (Peur sur la ville). En la película más taquillera de 1974 en su propio país, es un comisario de policía que va tras la pista de un psicópata que amenaza con asesinar a todas las prostitutas. Si en esta adquiría protagonismo la partitura de Morricone, para la que produjo a continuación, Le corps de mon ennemi (1976), Belmondo optó por otro cotizado compositor, Francis Lai, y en el reparto, por Marie-France Pisier y el ducho Bernard Blier. El centro del argumento, tributo al cine negro made in USA, es otro hombre inocente encarcelado que al cumplir su condena busca en una pequeña ciudad a quienes le involucraron en el delito y revelar a los verdaderos culpables.

Los buitres (Les Morfalous), rodado en coproducción franco-tunecina, el octavo filme de Verneuil con Belmondo, se estrena el 28 de marzo de 1984. Este consintió en actuar amigablemente, a sabiendas que no era en un principio el destinatario del papel de uno de los cinco soldados sobrevivientes de una batalla en la Segunda Guerra Mundial, quienes luchan por apropiarse de un cofre que contiene seis millones de francos. Es la última colaboración entre Jean-Paul Belmondo y Henri Verneuil, iniciada casi tres décadas atrás, y que tantas satisfacciones y beneficios financieros les produjo.
Jacques Deray es el tercer pedestal que sostiene el cine de acción y aventuras rocambolescas tan grato para el astro y sus seguidores. Para su primer rodaje juntos, Par un beau matin d’été (1965), Deray traslada de Estados Unidos a España una novela de James Hadley Chase que gira alrededor de un delincuente (Belmondo) y su hermana, quienes secuestran a la hija de un millonario, en condiciones psicológicas muy particulares. Es la película que descubre a la jovencísima actriz Geraldine Chaplin.
Especializado en el género gansteril, Deray lega una obra capital: Borsalino (1969), para la cual urde junto a Jean-Claude Carrière y Claude Sautet el argumento y dibujan personajes precisos para los dos más populares actores del país, Alain Delon y Jean-Paul Belmondo, como dos jóvenes y ambiciosos truhanes marselleses de los años treinta en su irresistible ascensión hacia un poder absoluto. Delon, como productor, eligió al director y convenció a Belmondo de que se involucrara. La prensa cimentó la idea de una supuesta rivalidad existente entre el de mayor atracción física y el caracterizado por su derroche de simpatía, aunque los vincula una vieja y sólida amistad, resquebrajada al terminar el rodaje por discrepar en la cantidad de veces que aparecían sus respectivos nombres en la publicidad de la película. El éxito desproporcionado de crítica y público retumbó fuera de las fronteras de Francia.

Deray y Belmondo tardaron más de una década en poder conjugar sus respectivos compromisos profesionales hasta emprender, uno como director y el otro como productor y actor, El marginal (Le Marginal, 1983). Belmondo aparece en la piel de un enésimo comisario de policía, obsesionado esta vez con la captura de un capo del narcotráfico que le mantiene en jaque con sus inteligentes tretas en un duelo de imprevisibles consecuencias. La repercusión comercial estaba garantizada y se repitió, al reactivar los mecanismos infalibles para obtenerla, en El solitario (Le solitaire), de 1987, coproducida por Cerito Films. Belmondo incorpora en el consabido esquema a Stan, un comisario que decide renunciar y establecerse en una isla caribeña con un colega, pero sus planes de empezar una nueva vida serán obstaculizados. Tiene entonces que responsabilizarse con el cuidado del hijo de su amigo. A propósito de su estreno en Cuba, escribió el crítico Alejandro G. Alonso:
«Diríamos, pues, nuevamente, que ni Belmondo ni Deray suman nada a sus copiosas filmografías con filmes de esta laya, que Belmondo debería respetar —incluso— lo aportado por él mismo con interpretaciones que utilizaron ya no la veta seria, artísticamente cuajada del actor (Sin aliento, La viaccia…), sino los rasgos atléticos, los recursos físicos, la ductilidad mostrada, por ejemplo, en El hombre de Río»[14].
El solitario fue su cinta que menos recaudación registró en cartelera en catorce años.
En ese mismo año, 1987, a casi tres decenios de no pisar las tablas de un escenario, afrontó el enorme reto de interpretar en el Théâtre Marigny a uno de los más complejos caracteres de la dramaturgia mundial, el de Edmond Kean. La sonada puesta, dirigida por Robert Hossein, de Kean, obra remodelada por Jean-Paul Sartre a partir del original de Alejandro Dumas, obligó a Belmondo a permanecer a lo largo de cinco actos y tres horas en un papel que, si antes bendijo a Pierre Brasseur, proporcionó a Belmondo el premio Brigadier.
Por fortuna, a la televisión francesa debemos su grabación, estrenada un año después con idéntico eco. Un reporte de la AFP a raíz de Kean publicó el credo del astro: «Un actor tiene que estar en pantalla a menos que quiera desaparecer del mapa… El público necesita soñar… Un actor tiene que corresponder a la sensibilidad de su tiempo»[15].
Previo a ese paréntesis escénico en su quehacer ante las cámaras, añade a esas películas en las cuales se siente tan a gusto por el derroche de adrenalina exigido las cinco que interpretó casi consecutivamente para el director y guionista Georges Lautner. Policía o bandido (Flic ou voyou, 1979), inicio del tándem, toma de una novela original de Michel Grisolia un personaje paradigmático del cual se apropia: un agente secreto parisino investiga el asesinato de un policía y debe enfrentar no solo a los criminales, sino la corrupción imperante en la comisaría. Le secunda Marie Laforêt, compañera de Delon en A pleno sol. Su labor le propició a Belmondo ser nominado para el premio Júpiter (1980)[16] al mejor actor internacional. Por cierto, el título Policía o bandido alude demasiado a los dos caracteres que alterna ya en demasía.
Al año siguiente trabajan en Pasando gato por liebre (Le Guignolo, 1980)[17], con una trama reiterativa de otras comedias de acción en la propia filmografía del actor: un hombre implicado en una truculenta aventura a la salida de la cárcel, perseguido por mafiosos debido a un motivo que ignora. No les costó trabajo alguno localizar un personaje literario apropiado en un libro de Patrick Alexander que adaptaron Lautner, Jean Herman y Michel Audiard, y Morricone lo identificó con un tema memorable. En Le Professionnel (1981), producida por Alain Belmondo, hermano del actor, para la Cerito Films, vuelve a ser un agente secreto, que escapa de la prisión en un pequeño país africano donde lo enviaron con la misión de asesinar al presidente, enemigo de Francia, pero un inesperado viraje político modificó los planes. Su idea es vengarse de sus superiores.
Joyeuses Pâques (1984) marca un retorno a la comedia para el dueto Lautner-Belmondo, este como un seductor empedernido, irresistible para las mujeres con tan diestros y embustes maniobras que su propia esposa (Laforêt) ignora sus andanzas. Al conocer a una atractiva joven (Sophie Marceau) despliega su habitual estrategia de conquista. De la abundante cosecha de Georges Simenon escogen su novela homónima para Les inconnu dans la maison (1992), protagonizada por un abogado alcohólico que debe, tras el suicidio de su esposa, ejercer su profesión en defensa de su yerno, sospechoso del asesinato de un traficante. Muriel Belmondo, hermana del actor, interpreta un pequeño papel.

Philippe Labro, periodista y laureado escritor[18] con esporádicas escapadas como director de cine, contribuyó a la reputación de Belmondo con dos thrillers filmados a partir de sus guiones: L’Héritier (1973) y El cazador (L’Alpagueur, 1976)[19]. Si en el primero es el heredero de un magnate, víctima de un trágico accidente aéreo, que sospecha que pudo ser un crimen, en el segundo caracteriza a un cazarrecompensas de métodos brutales, conocido con el apodo del título, en busca de un peligroso criminal. Labro reconoció en una entrevista no haber pensado nunca en otro actor que no fuese Belmondo para el papel del heredero, y al explicar las causas de su elección y describir el personaje parece referirse al actor:
«Hay en él algo de animal. Es el hombre de acción impulsivo, a veces imprevisible, que asombra y que fascina, que atrae el peligro y que sabe afrontarlo. Todas estas características tienen que aplicarse al actor de excepción que es Jean-Paul Belmondo. Hay, en su cara y en su comportamiento, todos los rasgos de lo que llamo el héroe contemporáneo. […] Jean-Paul Belmondo puede hacer todo en la pantalla. Puede ser cómico y trágico. […] A nivel de su carrera, el papel de Bart Cordell debe permitirle todas sus proezas anteriores para crear un personaje que nunca había abordado hasta ahora»[20].
Seguramente uno de los papeles que más disfrutó es el de El animal (L’Animal, 1977), que le propuso Claude Zidi, un cineasta que se jactaba de realizar un cine totalmente diferente a las tradicionales comedias francesas. «El público experimenta un cierto placer viendo este género de cine —afirmó—, este universo burlesco, con sus hallazgos más o menos buenos, a veces, pero hallazgos a pesar de todo, con gags rápidos, con ritmo»[21]. No es difícil imaginar que el exitoso director de Se me subió la mostaza (con Pierre Richard) y El ala o la pata (con Louis de Funès), concibió El animal expresamente para Belmondo. En esta fecha, acumulaba en su filmografía como doble (no acreditado), iniciada con Cartouche, ocho de sus películas, a las que sumaría otras cinco hasta 1985, en que decidió renunciar a estas funciones tan de su gusto. En ese juego del cine dentro del cine fue una gozada asumir dos personajes diametralmente opuestos, sobre todo el de Mike, un temerario doble de estrellas que en la mañana de su boda con una actriz norteamericana (Raquel Welch) nada sucede según lo previsto en los ensayos en la peligrosa escena que ambos deben interpretar.

Su pasión por la profesión de los dobles le llevó a desempeñarse como stunt coordinator en el equipo de Hold Up, coproducción franco-canadiense rodada por Alexandre Arcady en 1985. Belmondo caracteriza a Grimm, un ladrón de «buen corazón» que planifica el atraco al banco más seguro del mundo. «La dificultad, el riesgo de no salir con vida de esta misión casi imposible, es precisamente lo que más le atrae», precisa la sinopsis[22]. Un accidente ocurrido durante la filmación en Montreal, que estuvo a punto de costarle la vida, le obligó a adoptar la decisión de renunciar a ser doble. Con más de medio siglo a cuestas, no por gusto habían transcurrido más de veinte años desde el espectacular bautismo de fuego como tal en Cartouche, El hombre de Río y Las tribulaciones de un chino en China.
(Segunda de tres partes)
[1] Estrenado por la Cinemateca de Cuba con el título Un tal La Rocca.
[2] Geoff Andrew: Time Out.
[3] Como actores contratados figuran Peter Sellers, David Niven, Woody Allen, Orson Welles, George Raft, Deborah Kerr, Ursula Andress y John Huston, uno de los seis realizadores a quienes se atribuye este engendro, junto a Ken Hughes, Val Guest, Robert Parrish, Joseph McGrath y Richard Talmadge.
[4] «Philipe de Broca»: Boletín Informativo de UniFrance, núm. 460, 1973, p. 102.
[5] «Philipe de Broca»: Boletín Informativo de UniFrance, núm. 460, 1973, p. 102.
[6] «L’incorrigible»: Boletín informativo de UniFrance, núm. 511, 1975, p. 213.
[7] Shelly P. Mayán: «Belmondo fugaz»: Tribuna de La Habana, domingo 3 de octubre de 1999, p. 7.
[8] Idem.
[9] La Cinemateca de Cuba lo estrenó con la traducción literal: Cien mil dólares al sol.
[10] Estrenado por la Cinemateca de Cuba en la citada retrospectiva de 2012.
[11] «Les noveaux Films: Le casse»: Boletín informativo de UniFrance, sin número, 1971, p. 2 445.
[12] Idem.
[13] El nombre rinde homenaje a su abuela materna.
[14] Alejandro G. Alonso: «Belmondo, ¿para qué?»: Juventud Rebelde, recorte sin fecha (1985).
[15] Reproducido por Clarín, Buenos Aires, sábado 14 de febrero de 1987.
[16] Premio de cine anual creado en Alemania en 1979. Es el galardón del público más importante de ese país para el cine y la televisión, y es otorgado por la revista Cinema y TV Spielfilm en once categorías.
[17] La Cinemateca de Cuba lo exhibió con el título El rey del timo.
[18] De sus seis largometrajes solo se estrenó en las salas cubanas la excelente película Sin móvil aparente (Sans mobile apparent, 1971), con Jean-Louis Trintignant.
[19] Exhibido por la Cinemateca de Cuba en la retrospectiva «Iconos del cine francés: Jean-Paul Belmondo» (octubre-noviembre, 2012).
[20] Gilles Durieux: «Jean-Paul Belmondo. Entretien a propos de L’Héritier, de Philippe Labro». Boletín informativo de UniFrance, núm. 471, noviembre, 1972.
[21] «Claude Zidi. Entrevista»: Boletín informativo UniFrance, núm. 471, noviembre, 1972.
[22] La actriz británica Kim Cattrall es su partenaire.