Si desde los años sesenta del siglo XX muchos niños en Cuba se llamaban Alain debido a la admiración de sus padres por el actor francés Alain Delon, la existencia en las inscripciones de nacimiento de la isla de algunos Jean-Paul o Juan Pablo evidencian la popularidad de su compatriota: Jean-Paul Belmondo. Bébel, como le decían cariñosamente sus compatriotas ya en esa década prodigiosa, con su rostro tosco, labios gruesos, nariz reveladora de los golpes recibidos en el ring y sin la belleza apolínea del intérprete de El tulipán negro, devino su rival en las pantallas y en la preferencia del público, no solo cubano.

Como «El número uno de esa nueva raza cinematográfica que se ha dado por llamar “los bellos feos”» lo califica el reportaje fotográfico «Bébel, el feo», publicado en 1967 por la Revista Cine Cubano[1]. El estreno entre 1965 y 1966 de tres de sus películas: Cartouche, El hombre de Río y Las tribulaciones de un chino en China, lo convirtieron en un ídolo de nuestros espectadores. Una reseña en Bohemia de su trayecto reproduce una descripción de la prensa gala: «Es sensual, impertérrito, hermosamente feo, heroicamente antiheroico, irreprimiblemente espontáneo y el actor de cine más popular de Francia»[2].
Entre el ring y el escenario
Hijo de Paul Belmondo, un reputado escultor nacido en Argelia, pero de origen siciliano, Jean-Paul nació el 9 de abril de 1933 en Neully-sur-Seine[3]. Su temprano amor por el mundo del circo (en especial hacia los clowns), compartido con su madre, Sarah Madeleine Rainaud-Richard, le condujo a asistir con ella frecuentemente a las funciones circenses. Su padre prefería llevarlo al Louvre o la Comedia Francesa, convencido de que, por su carácter rebelde, que provocó frecuentes expulsiones de las escuelas, nunca llegaría a ser alguien, más allá del prototipo del enfant terrible. Era aficionado al fútbol, pero el boxeo impuso su primacía, al extremo de que acudía a todas las peleas del célebre Marcel Cerdan en el Palacio de los Deportes.
Sorprende a sus padres cuando a los dieciséis años les anuncia su decisión de convertirse en actor. De nada vale la desastrosa audición a la cual se somete en la Comedia Francesa, donde le comentaron a su padre: «No tiene talento ni voz y, además, es feo». Con su innata obstinación matricula en el Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático para recibir clases de Raymond Girard. El entrenamiento le permite, apenas un año más tarde, el 3 de julio de 1950, debutar en los escenarios en una gira por los hospitales parisinos, nada menos que en el papel del príncipe encantado en una puesta de La bella durmiente del bosque.
Durante intensos meses encarna pequeños personajes, pero nunca olvida el revés que representó uno de estos, junto a otros dieciséis actores, mientras a la sala solo asistían siete espectadores. Quién sabe si esa frustración le animó a refugiarse en un cuadrilátero en el cual enfrentó el 26 de septiembre de 1950 a Ben Yaya. Al año siguiente retorna al Conservatorio, consciente de la importancia de completar una sólida formación como actor, al lado de intérpretes noveles como Jean Rochefort, Jean-Pierre Marielle y Bruno Cremer. Ellos son sus compañeros de correrías en cafés, teatros, combates de boxeo y sobre todo en los cines. Siempre los contagiaba con su entusiasmo para no perderse ninguna película protagonizada por sus actores favoritos, algunos, figuras míticas del cine galo: Jules Berry, Louis Jouvet, Michel Simon, Fernandel, Raimu y Jean Gabin, entre otros. Mientras transmitía a todos su fervor por esos modelos, interviene en una escenificación de la Medea de Jean Anouilh, estrenada en el Théâtre de l’Atelier. Luego transcurren doce meses y reaparece en las tablas en La reina blanca, con el Théâtre Michel, a la que siguen otras breves interpretaciones hasta 1953. Ese año resulta notorio en su vida por contraer matrimonio con Élodie Constantin, la mejor bailarina de Saint-Germain-des-Prés, con quien tendrá tres hijos: Patricia, Florence y Paul.

El teatro ejerce cada vez mayor influjo en Belmondo, que en su tiempo libre acostumbra a leer obras, además de pasear a pie por París o escuchar música clásica y jazz. Disfruta la oportunidad de actuar en una gira por la región de Ruan, dentro de un elenco integrado además por Michel Galabru, Annie Girardot y Paul Crauchet, en tres clásicos de Molière. Fue Mascarille en Las preciosas ridículas, el rol titular en Georges Dandin y La Flèche en El avaro. Ese año, 1954, le asignan personajes en montajes de piezas originales de Musset y Claudel, que preceden a su primera aparición en el cine en el corto Molière (1956), del director Norbert Tildian.
La seducción de la escena no declina en él y secunda en 1955 a Annie Girardot en puestas de La posadera, de Goldoni, y El enfermo imaginario, de Molière, antes de caracterizar en el Théâtre Marigny al Bello Ernesto en Hotel de libre cambio, original de Feydeau. Belmondo no duda en compartir el escenario del Théâtre Sarah Bernhardt con el consagrado Jean Marais en César y Cleopatra, de George Bernard Shaw. Corresponde al primero de julio la gran victoria de Belmondo en el Conservatorio, cuando un exigente jurado le concede dos codiciados papeles. Queda atrás el boxeo, «juego de músculos y espíritu» que aprendió a amar, con nueve combates, y una retirada honorable luego de cuatro victorias, otras tantas derrotas, un empate y una nariz rota.
El encanto (nada indiscreto) del cine
Un antes y un después marca 1957 en la trayectoria artística de Belmondo. Tras actuar junto a Pierre Brasseur, Galabru y Suzanne Flon en una escenificación enriquecedora de su currículo, es contratado para el pequeño papel de Venin en el título que se considera su verdadero debut en el cine: A pie, a caballo y en coche (À pied, à cheval et en voiture), dirigido por Maurice Delbez. Cuál no sería su decepcionante sorpresa cuando al asistir con sus padres y un grupo de amigos al estreno de esta comedia, en la cual iban a acreditarlo como J. P. Belmondo, las secuencias en las cuales participó desaparecieron en la edición. Recibió indiferente una prueba desalentadora para cualquiera, menos para alguien como él, en la que le sugirieron dedicarse a otro oficio por ser antifotogénico.
Rápidamente es promovido como protagónico con Trébois, un muchacho que junto a otros coetáneos que laboran en una fábrica tratan de reparar un avión los fines de semana en Les copains du dimanche (1958), realizado por Henri Aisner[4]. Le sigue enseguida el Pierrot de Sé bonita y cállate (Sois belle et tais-toi, 1958), comedia policíaca de Marc Allégret que posibilita el primer encuentro en la pantalla con otro promisorio actor: Alain Delon. A partir de ese momento, la suerte está echada: Belmondo encadena una película tras otra por el interés que suscita en cineastas veteranos como Marcel Carné, que le ofrece el rol de Lou, uno de los estudiantes apáticos, soñadores e indiferentes a cuanto les rodea en Los tramposos (Les tricheurs, 1958). Este título y Sé bonita y cállate, estrenados en La Habana de 1959, fueron los contactos iniciales del público cubano con Belmondo.

Un Drôle de dimanche (1958)[5], también de Allégret, lo une en los créditos de una comedia dramática en un pequeño papel a los célebres Bourvil y Arletty, una pareja separada en la que él no sabe si matar a su exmujer o recuperarla. Mademoiselle Ange (1959), del húngaro Géza von Radványi, coloca su nombre entre Henri Vidal y la novel actriz austriaca Romy Schneider como el ángel guardián que trata de impedir el suicidio de un piloto de carreras por un desengaño amoroso.
Belmondo acepta enseguida el ofrecimiento del casi debutante Jean-Luc Godard —crítico conocido de sus visitas a la redacción de la revista Cahiers du Cinéma— para actuar en su cuarto cortometraje de ficción, como el Jules que intenta reconquistar a su exnovia cuando ella lo visita. Charlotte et son Jules (1958) señala su primer trabajo con el cineasta, al lado de Anne Collette y Gérard Blain. Corresponde a Godard doblar la voz de Belmondo, llamado por el Servicio Militar antes de la grabación. Al licenciarse, la pasión por el teatro le alienta a intervenir en Trésor Party, de Bernard Régnier, que permanece durante un mes en la cartelera del Théâtre des Bruyère. «El teatro es mi droga —declaró en una entrevista a Paris Match—. Me propusieron una obra de Tennessee Williams, pero la rechacé porque no se prestaba para Francia. Me gustaría interpretar Shakespeare, pero, en realidad, prefiero las obras contemporáneas»[6].

En 1959 continúa la temprana resonancia en la carrera fílmica de Belmondo: los productores que financiaban el largometraje A doble vuelta (À double tour, Claude Chabrol)[7], entusiasmados con el descubrimiento, lo imponen poco antes de iniciar el rodaje, luego de sustituir a Jean-Claude Brialy, el actor previsto en un principio. Este filme dibuja el corrosivo retrato de una familia de la alta sociedad que prefiere inculpar del asesinato del patriarca a una persona inocente. Belmondo solo volverá a actuar para Chabrol como un médico enamorado de su cuñada en una de las películas menos apreciadas e insulsas de ambos, Docteur Popaul (1972), por mucho que la condimentaran con Mia Farrow y Laura Antonelli. «Jean-Paul tiene un secreto: realmente es lo que parece ser —afirmó el realizador—. No tienes que jugar en la vida, convertirte en un personaje, ponerte una máscara en la cara, fingir que no lo eres. Es realmente “agradable”, realmente “deportivo”, realmente “inteligente”»[8].
La televisión no ignora su carisma. Le permite establecer un inmediato nexo con el receptor, y lo enrola con el papel de D’Artagnan en Los tres mosqueteros (1959), versión realizada por Claude Barma de la novela de Dumas. Es una de sus escasas incursiones en este medio, que por esta época no le entusiasma demasiado. Tras alejarse de la escena, profesa un creciente ardor por el cine.

Para entonces, ya una periodista identifica como nouvelle vague (nueva ola) a la generación impetuosa que emerge con sus obras irreverentes y en audaz desafío a los realizadores y guionistas anquilosados. Truffaut triunfa en Cannes con su primer largometraje, Los 400 golpes, que adquiere connotación de manifiesto, mientras termina de escribir un argumento dispuesto a ser filmado por Godard: Sin aliento (À bout de souffle, 1959), encumbrado por el crítico Roger Ebert como el comienzo del cine moderno. «Ningún debut desde Citizen Kane en 1942 ha sido tan influyente», afirmó[9]. Sin aliento deviene la otra obra seminal y clave del movimiento transgresor, consagratoria para Jean-Paul Belmondo. Su Michel Poiccard, alias Laszlo Kovacs, es un delincuente de poca monta que establece una singular relación con Patricia, una estudiante norteamericana (Jean Seberg) que vende periódicos en las calles parisinas. No precisa deslizar un dedo por sus labios mientras fuma con el sobrero puesto para que la crítica lo eleve como «el heredero directo de Bogart», capaz de representarlo todo. Al mismo tiempo, le advierte que si conduce su carrera prudentemente «tiene delante de sí el más hermoso futuro del cine francés, del cual es uno de los únicos héroes que sean a la vez que verdaderos, profundamente modernos»[10]. Belmondo, bautizado como «una de las mascotas de la nueva ola», dijo en un momento que À Bout de Souffle era su premio Goncourt. «Lo vi como una especie de bloque que había que filmar para saber lo que contenía», expresó Godard sobre su elección[11].
En una batalla entre los productores y el realizador Claude Sautet, el vencedor es Belmondo, al incorporarse como Erick al equipo de realización de Contra todo riesgo (Classe tous risques, 1960), cinta de cine negro basada en una novela de José Giovanni, en la cual figura en los créditos junto a Lino Ventura y Sandra Milo. Sin embargo, el verdadero desafío interpretativo lo asume Belmondo al proponerse para el papel protagónico de Moderato Cantábile (1960), a las órdenes del riguroso teatrista británico Peter Brook, afamado director de actores, y junto a la inconmensurable Jeanne Moreau, musa de la nueva ola que todos los cineastas se disputan. Belmondo sale airoso del lance como Chauvin, el joven delineado por la novelista Marguerite Duras que sostiene un vínculo sentimental con una mujer obsesionada con el asesinato de una muchacha.

El actor, que puede darse el lujo de rechazar guiones sin interés, presta su concurso a dos divertimentos: Les Distractions (1960), de Jacques Dupont, en el papel del reportero de un diario que ayuda a escapar a un amigo acusado de un delito, y el cuento «L’Adultère»de La Française et l’Amour (1960), largometraje colectivo de sketches, moda imperante liderada por el cine italiano. Henri Verneuil dirige ese segmento sin imaginar —como tampoco Belmondo— cuánto trabajarán juntos en los próximos años.
La península itálica le propicia en el curso de 1960 tres filmes descollantes en esta primera etapa. Dos mujeres (La ciociara), versión realizada por Vittorio de Sica sobre una novela de Alberto Moravia, es la oportunidad de trabajar con una actriz cimera, Sophia Loren, formada sobre la marcha, en el papel de Michele Di Libero, joven antifascista oculto en el campo que se enamora de la mujer que será víctima junto con su hija de una violación por un grupo de soldados. Lettere di una novizia, de Alberto Lattuada, es otro título coproducido por Italia y Francia que aporta a Pascale Petit como la joven novicia que duda entre entregarse a sus deberes espirituales o a sus deseos carnales por Giuliano Verdi (Belmondo), un joven aristócrata imaginado por el escritor Guido Piovene en su novela homónima. Es Mauro Bolognini el que le ofrece mayor posibilidad de lucimiento con La viaccia (1961), adaptación de una novela de Mario Pratesi, como Amérigo, el primogénito de un granjero, encandilado en la ciudad por una prostituta (Claudia Cardinale) que le rechaza. Sin proponérselo, el actor personifica caracteres de tres obras literarias filmadas.

En una fecha tan temprana como 1960, en medio del despegue de la carrera de Belmondo, el sociólogo Edgar Morin, al analizar en su ensayo «Les Stars» a los ídolos cinematográficos, se anticipó a los intentos por definirlo al establecer dos Belmondos: «El primero era “un poco nihilista, un poco indiferente al mundo y, en este sentido, el símbolo del estado de ánimo de una parte de la juventud de hoy día”. El segundo era “el hombre que seduce, irresistible para las mujeres”». Aventuraba que se acabaría imponiendo el segundo[12].
Jean-Pierre Melville interrumpe esta cronología
El autor del clásico El silencio del mar, que confesó poner ambición en cuanto filmaba, amén de considerarse el de mayor dominio de la técnica entre sus colegas franceses, pretendía que en los primeros cinco minutos de sus películas el público advirtiera la cualidad primordial exigida a un héroe de sus historias: ser un personaje trágico. Considerar la interpretación como un don imposible de aprender, y buscar que los actores se sintieran bien al filmar, le afianzó en su concepción. Si bien advirtió que las estrellas no tenían cabida en sus largometrajes, lo que cumplió en sus cinco primeras películas, le bastó dirigir a Jean-Paul Belmondo en León Morin, prêtre (1961)[13] como el joven sacerdote de un pequeño pueblo, confesor de una viuda que le tienta y le hace dudar de su fe (Emmanuelle Riva), para contraer «la enfermedad de trabajar con estrellas, y fue agravándose, hasta el punto de que debo reconocer que a partir de entonces las estrellas son los cocreadores de mis películas»[14]. Melville halló a un intérprete moldeable que —al igual que Alain Delon más tarde— manifestaba enseguida estar de acuerdo con algo que le proponía, aunque no lo estuviera absolutamente. Hacer suyo el complejo y atormentado personaje del sacerdote le aportó a Belmondo su primera nominación para el premio BAFTA al mejor actor extranjero.

Belmondo le demostró a Melville ese rasgo extraordinario que justifica la elección de un actor para un personaje protagónico, pues le gustaba mucho conversar acerca de su personaje antes de la primera orden de «¡acción!». Entonces, apenas tenían que hablar, era suficiente con entrecruzar sus miradas. Los productores Georges de Beauregard y Carlo Ponti quedaron muy satisfechos con la experiencia, como también el realizador, quien solo pensó en Belmondo para que asumiera a Silien, sospechoso de ser confidente de la policía y traicionar a los maleantes que cometen un robo en Le Doulos (1962), adaptación de la novela homónima escrita por Pierre Lesou. Este «wésternnocturno en la gran ciudad», como lo delimitó su director, le unió con el avezado Serge Reggiani en el reparto.
L’Ainé des Ferchaux (1962) es la transcripción en términos de guion hecha por Melville de una novela de Georges Simenon, portadora de otro carácter vulnerable, a la medida de Belmondo: el de Michel Maudet, un exboxeador que labora como secretario y guardaespaldas de un anciano banquero (Charles Vanel), en un relato sobre la amistad viril, tema que tanto gustaba al joven intérprete, contrapunteado por la música de Georges Delerue. Este título cierra la trilogía belmondiana en la celebérrima obra de Jean-Pierre Melville[15]. El connotado director siempre expresó el inmenso placer que significaba para él rodar con una estrella de tal relevancia: «Son especiales. Seguridad, certeza en el gesto. Gestos exactos, precisión para sostener un vaso, para empuñar un revólver. Y, sobre todo, saber andar. Y esto no se aprende. Sin la cámara delante, sin que nadie los mire, se mueven igual que cuando los filmas»[16].
(Primera de tres partes)
[1] Reportaje sin firma. «Bébel, el feo». Revista Cine Cubano, año 7, núm. 45-46, pp. 83-87, 1967.
[2] Nicolás Cossío: «Este es Belmondo»: Bohemia, 1 de diciembre de 1967.
[3] Situada en el departamento Altos del Sena, en la Isla de Francia.
[4] Según el reportaje de la Revista Cine Cubano, este filme no fue exhibido.
[5] En el caso de los filmes no estrenados en Cuba, el autor prefiere conservar su título original.
[6] «Bébel, el feo». Ob. cit., p. 84.
[7] Estrenado por la Cinemateca de Cuba en la retrospectiva «Iconos del cine francés: Jean-Paul Belmondo» (octubre y noviembre, 2012).
[8] Fragmento de entrevista al cineasta. Sin referencia.
[9] www.rogerebert.com
[10] Reseña anónima sin fecha ni referencia. Expediente Belmondo (Archivo de la Cinemateca de Cuba).
[11] Jean Collet, Michel Delahay, Bertrand Tavernier, André S. Labarthe y Jean-André Fieschi: «Conversación con Jean-Luc Godard», Cahiers du Cinéma, núm. 138 (diciembre, 1962), pp. 21-22.
[12] Ian Langston: «Jean-Paul Belmondo: El arte de ser francés», agencia EFE, 7 de septiembre de 2021.
[13] Estrenado por la Cinemateca de Cuba con el título León Morin, clérigo.
[14] Carlos Aguilar: «Jean-Pierre Melville por Jean-Pierre Melville»: Jean-Pierre Melville, Ed. 23 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, 2008, p. 82.
[15] Tras el paréntesis de Le deuxième souffle (1966) y L’Armée des ombres (1969), ambos con Lino Ventura, Melville emprende su tríptico gansteril en función de Delon: El samurái (Le samouraï, 1967), El círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) y Un policía (Un flic, 1972).
[16] Carlos Aguilar: Ibidem, p., 83.