Jacqueline Arenal es una actriz que disfruta por igual cada escenario por donde desplaza su arte. Convencida de que no podría elegir entre géneros ni formatos, aprovecha las singularidades de cada uno para sacar distintas experiencias de creación que le ratifican que eligió el camino correcto cuando colgó las zapatillas de punta para dedicarse definitivamente a la actuación. Por eso le provoca tanto regocijo su regreso al cine, y además, hacerlo de la mano de uno de los cineastas que más ha admirado en su carrera. Bienvenida entonces Jacqueline al universo de Fernando Pérez, bienvenida otra vez a la gran pantalla.
«Volver al cine en Cuba y con un director tan maravilloso como Fernando Pérez significa mucho para mí. Era un viejo sueño, pues siempre he querido trabajar con él. Admiro profundamente su cine y lo admiro a él como realizador y director de actores, porque no todos tienen esa doble capacidad, y también como ser humano. Antes de la pandemia, en el Festival de Cine de Gibara de 2019, varias actrices planteamos el deseo de actuar para el cine cubano, de crear nuevas historias. Fernando estaba allí, y no sé si esto influyó en que pensara en mí para esta película, pero creo que me vio en el personaje de Vivian, que es el que interpreto. Me llamó un día para ofrecerme leer el guion y me encantó. Ahora estamos a punto de empezar a rodar. El trabajo de mesa, el diseño del personaje por fuera y por dentro me ha hecho sentir muy cómoda. Estoy muy feliz de participar y de reactivar mi relación con el público y los directores cubanos», confiesa.
Pero la relación de Jacqueline con el cine se remonta a su juventud, cuando siendo estudiante del ISA emprendió el reto de trabajar en Plaff o demasiado miedo a la vida (1988), y luego otro mayor, un protagónico en El siglo de las luces (1992), una película que recuerda como un punto de giro en su carrera.

«Fue una inmensa oportunidad, un privilegio trabajar con Humberto Solás, uno de los directores que más he admirado por su confianza y apoyo al talento joven, sin experiencia. Para entonces tenía la misma edad que el personaje. La historia de Sofía me enamoró por completo, por su intensidad romántica y política, y a la vez me aterraba. Lo que aprendí ahí me dio claves para toda mi vida profesional. Es una película a la que siempre vuelvo», rememora.
A esta se sumaron filmes como el corto La fidelidad (1992), de Rebeca Chávez, y Un paraíso bajo las estrellas (1999), de Gerardo Chijona, y varias producciones internacionales como El misterio de Galíndez (2002), del español Gerardo Herrero, y Las cinco obstrucciones (2003), documental dirigido por los daneses Jøren Leth y Lars von Trier.
Paralelamente, su trabajo en televisión cubana por aquellos años acrecentó el reconocimiento del público a su desempeño actoral. De La Cenicienta en el espacio «Había una vez» a las teleseries La botija (1990) y De tu sueño a mi sueño (1991), Arenal vivió la cúspide de su popularidad como actriz con la telenovela Tierra brava (1988). Su papel en este dramatizado le ganó el nombre de Verena para su vida futura, delante o detrás cámaras. «El personaje tuvo una conexión con el público extraordinaria, fue mi primera experiencia en el género, una escuela. Que te recuerden por un personaje es un lujo».

Tras este éxito en la televisión, la vida sorprendió a aquella muchacha de ojos verdes y cabello azabache con una propuesta de trabajo fuera de Cuba. Lo que empezó por algo en lo que no puso demasiadas exceptivas terminó convirtiéndose en más de tres lustros de éxitos como actriz en Colombia. En ese país sudamericano participó en la serie Los reyes (2005), que le abrió las puertas a producciones como Verano en Venecia (2009), Primera dama (2010-2011), Escobar, el patrón del mal (2012), Las santísimas (2012-2013), Chica vampiro (2013), La suegra (2014), Sinú, río de pasiones (2016), Contra el tiempo (2016), Tarde lo conocí (2017), María Magdalena (2018-2019) y La Nocturna 2 (2020). Pero quince años de ausencia de los medios nacionales, del país natal, de la familia, no resultaron nada fáciles.
«La gente me demostró mucho cariño, algunos siguieron mi trabajo en Colombia desde acá. El público cubano es de una fidelidad tremenda. Recibí muchos mensajes de nostalgia, que me pedían que volviera. Pero en el plano profesional, Colombia aportó mucho a mi crecimiento como actriz, porque me permitió contrastar con otras maneras de producir y crear, conocer de cerca el talento tan grande que hay en la televisión de ese país, tanto a nivel actoral como de dirección. Creo que la experiencia internacional para un actor es muy rica y necesaria no por el hecho de salir en las pantallas de otros países, sino por el conocimiento».
«Colombia me enseñó a trabajar con mucha inmediatez, casi contra emisión, cosa que no suele suceder en Cuba. A veces grababa algo que debía salir en dos días. Esas dinámicas respondían al rating de un personaje o de una historia, de cuánto conectara con las audiencias, su popularidad. Para ser extranjera, en ese sentido me fue muy bien, tuve mucha aceptación por el público, y aunque se trabajaba de una manera técnicamente diferente, mi formación en Cuba se respetaba mucho, notaban la preparación de los actores cubanos».

Esa nostalgia del público en la isla también se evidenció en el interés de directores y productores por volver a trabajar con ella, cuando apenas anunciaba su regreso. «Antes de regresar completamente a Cuba ya recibí ofertas de trabajo, algunas que por varios motivos no se concretaron, pero no por falta de interés. En cine tengo un proyecto llamado Lapsus, que será la ópera prima de Maritza Ceballo, con un personaje muy interesante, y una coproducción cubano francesa que tiene un elenco maravilloso y una historia muy especial, de la que aún no puedo dar detalles. También Eduardo del Llano me invitó a su próxima película, El regreso de Nicanor».
«El cine es un medio que adoro y fue del que más alejada estuve durante mi estancia en Colombia. Por eso son tantas mis ganas de retomarlo. El cine es una escuela de lo minimalista, de hacer más con menos en lo emocional y lo gestual, y eso es un reto que me gusta mucho. Es un lugar en el que me siento como en casa. Me encanta el tiempo que dedica a fraguar los personajes, las escenas, además de que su perdurabilidad es mayor que la de otros formatos. El cine me recuerda a mi madre. Cada vez que necesito sentirla a mi lado vuelvo al cine, a ver sus películas. Es una sensación mágica, como si el tiempo no pasara. Además de que te permite seguirte evaluando y aprendiendo de lo que se hizo».

«En la televisión tuve la oportunidad de trabajar recientemente en la segunda temporada de Rompiendo el silencio, serie dirigida por Rolando El Chino Chiong. Una experiencia dura, que puso todas las emociones a flor de piel ante temas tan desgarradores como la violencia de género, el maltrato y acoso».
El retorno ha supuesto también para esta actriz el reencuentro con una de sus más grandes pasiones: el teatro, que conoció incluso antes de dedicar casi diez años de su vida al ballet. Sus padres, la actriz Marta Farré y el director de teatro Humberto Arenal, la inclinaron desde muy temprano por el arte. Jacqueline Arenal creció entre ensayos en casa y funciones de teatro, escuchando la sinfónica a la que tantas veces la llevó su padre, y que derivó en el empeño de ir tras las zapatillas de punta.

«Desde entonces me emocionaba el movimiento, la música, aunque creo que en el fondo ya tenía claro que mi camino era la actuación. El ballet fue muy útil, primero por la disciplina y el sacrificio que luego como actriz me han beneficiado mucho, porque son cualidades imprescindibles. Creo que un actor para ser completo necesita de todo lo que me brindó el ballet», opina.
Pero fue el teatro el principio de todo. A los siete años cambió el rol de espectadora para subirse al escenario. En el grupo de teatro Okantomí dio sus primeros pasos, simultáneamente con la danza, y desde entonces ese ha sido su hogar, testigo de sus crecimientos hasta hoy, que la recibe como directora de actores. Allí, Arenal trabaja en la preparación de niños y jóvenes, una labor que considera tan necesaria como retribución a la confianza y el apoyo depositados en ella por sus maestros cuando apenas iniciaba.

«Estoy preparando mi primer monólogo, bajo la dirección de Abel González Melo, que se estrenará el próximo año. Es una experiencia a la que me enfrento con temores, pues siempre he sentido mucho respeto por un actor que está solo en el escenario. Pero estoy muy ansiosa de volver a sentir ese intercambio directo con la gente, sus reacciones, la emoción y el nervio del momento».
«Esta vuelta a los medios nacionales es la oportunidad que tanto necesitábamos el público y yo de reencontrarnos. No hay nada como volver a casa, a trabajar para un público al que respeto tanto. Por eso trataré de ofrecerles lo mejor de mi crecimiento y disfrutar de esa sensación de patria que solo este transmite».