Pero la creencia en la percepción subliminal tiene también su precio. Quizás el aspecto más deplorable de ese tema del influjo subliminal es que aparta nuestra atención de cosas de mayor enjundia. Mientras nos concentramos en el influjo subliminal se nos pasan por alto estrategias más poderosas y flagrantes empleadas por los publicitarios y vendedores.
«La era de la propaganda». Anthony Pratkanis y Elliot Aronson
En la teoría de la comunicación, y específicamente en teorías y prácticas sobre la persuasión, algunos de los errores más tenaces que se cometen se relacionan con las imágenes subliminales, y quizá el más espinoso tenga que ver con el poder de la «seducción» subliminal.
Algún psicólogo (o consumado embustero) dijo una vez que la mejor forma de mentir (o engañar) es utilizando «verdades a medias»: dosis de verdades en juego con una mentira convencen (engañan) más que una mentira tajante. Ello ha venido sucediendo, a lo mejor involuntaria y no intencionalmente, con los postulados sobre las imágenes y la seducción subliminal, cuyas verdades (mínimas y relativas) han servido a menudo para sostener la ilusión de una validez mucho mayor y más generalizada.
Los equívocos sobre la imagen subliminal no dejan de asociarse a menudo a otro postulado, también comúnmente exagerado o malentendido, emparentado por su sobrevaloración del poder de las imágenes con la subvaloración del concepto y la razón, ese de que «una imagen vale por mil palabras», que merece reflexión, aunque no debe desviar ahora la mirada del tema de la seducción subliminal. Ambos poseen sus razones y verdades (circunstanciales), así como también sus sinrazones y falsedades.
Se llama «imagen subliminal» a esa imagen tan sutil y generalmente fugaz que no es percibida consciente, sino inconscientemente en el estado de vigilia, y permanece por debajo del umbral de la conciencia. Se habla de ella fundamentalmente en medios y procesos cotidianos de comunicación, por lo cual se contrapone cuando no se diferencia tajantemente de las sugestiones producidas en los procesos específicos de hipnosis, o sea, las llamadas «sugestiones posthipnóticas». También se diferencia de las «ilusiones ópticas» propiamente dichas, aunque estas suelen ser a veces confundidas y a menudo manipuladas hábilmente en las experiencias de seducción subliminal.
Muy diversas clases de mentalidades han dado pábulo a la idea de que la imagen subliminal posee poderes casi mágicos. En ocasiones, los simplemente ingenuos o confundidos; a veces, los diletantes apegados a temas que deslumbren; pero, en otras peores, los francamente embaucadores o amantes de burlas, desde que uno de estos, James Vicary, propulsara en la década de 1950 las teorías y algunos experimentos (como los de la película Picnicy la venta de palomitas de maíz y Coca-Cola) sobre la seducción subliminal y sus poderes casi mágicos. Él mismo no tardó mucho en reconocer la plena insuficiencia científica de todo ello. Ni hablar, por supuesto, de Wilson Bryan Key, tan popular a partir de su libro Seducción subliminal, muy subjetivo y bastante imaginativo, pero poco científico.

Nadie duda de la existencia de procesos y pulsiones inconscientes en nuestra vida diaria. Bastante ha aportado el psicoanálisis al respeto, y no solo los propiamente psicoanalistas; otros psicólogos han dedicado serios estudios a los procesos y modelos de la mente, concediendo diversos grados de potenciales al inconsciente, desde los más fuertes a los de menor vigor.
Daniel Goleman, por ejemplo, al analizar diversos modelos de la mente en su libro La psicología del autoengaño (Vital Lies, Simples Truths) —Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1998—, observa en el capítulo «La conciencia no es una parada necesaria»:
«Los datos demostraron que lo familiar se convierte en lo preferido, aun cuando esa familiaridad sea inconsciente.
[…]
»La mente es consciente del significado de un hecho antes de que este y su significado ingresen en la conciencia. En términos esquemáticos, esa preconciencia significa que los esquemas que están activados, pero se encuentran fuera de la conciencia, organizan la experiencia y la filtran antes de que accedan a la conciencia. Una vez que los esquemas más relevantes han sido activados, aparecen en el consciente».
Por supuesto, el mismo Goleman ha asentado ya en el capítulo anterior —«Los envoltorios que contienen al conocimiento»— cómo un estímulo, consciente o no, rivaliza con otros, y todos son luego procesados según experiencias, tipo de personalidad y otros factores:
«La percepción es interactiva, se está construyendo permanentemente. No basta con que la información fluya a través de nuestros sentidos; para interpretar lo que los sentidos perciben, se necesita de un contexto que organice la información que los mismos suministran, un contexto que les confiera su significado adecuado.
»Los paquetes que organizan la información e interpretan la experiencia son los esquemas, los bloques constructivos de la cognición. Los esquemas encarnan las normas y las categorías que ordenan la experiencia en bruto y la convierten en significado coherente».

Quien en sus quehaceres como comunicólogo, ensayista y profesor haya tenido la suerte de relacionarse con verdaderos especialistas (también el desagrado de conocer a algunos farsantes) de la mente y del ser humano, tanto a psicólogos, psiquiatras y sociólogos como a cirujanos y estomatólogos capaces incluso de valerse de la hipnosis para complejas intervenciones médicas, escuchará una y otra vez lo que se sabe desde antaño: ni la más profunda hipnosis —ni la capaz de propiciar operaciones internas sin anestésicos— puede obligarlo a usted a hacer lo que real y profundamente no quiere; así como que siempre están presentes el sistema de valores, creencias firmes y las propias condiciones de percepción y respuestas ante las mismas:
Vale remitir de inmediato a buena bibliografía circulante en bibliotecas cercanas. Digamos Hipnosis. Teoría, métodos y técnicas (Editorial Científico-Técnica, La Habana, 1989), de los doctores Braulio Martínez Perigod y Moisés Asís, y Enseñanza de la hipnosis. Curso teórico-práctico (Ediciones Holguín, Holguín, 1995), del doctor Diego García Benítez.
Para incitar reflexiones precisamente sobre el tema de la seducción subliminal desde el ángulo de la comunicología y la teoría de la imagen no puede dejar de recomendarse La era de la propaganda. Uso y abuso de la persuasión (Editorial Paidós, Barcelona, 1994), de Anthony Pratkanis y Elliot Aronson, en cuyo capítulo dedicado a un esclarecedor análisis del tema aparecen datos y referencias sobre el propio Vicary desmintiéndose a sí mismo, y casi burlándose, como exagerado bromista, de los que creen en su teoría.
Vale también revisar la bibliografía general de Timothy E. Moore, quien ha dedicado buena parte de su vida a investigar el tema.

A su vez, Ana Muñoz, siendo directora del Centro de Psicología y Terapia Virtual, radicado en España, afirmó en «Influencia social y persuasión»:
«Lo más que la persuasión subliminal puede hacer es conseguir que una cosa nos guste más, debido a que nos han presentado su imagen repetidas veces y al hecho de que lo familiar suele gustarnos más que lo desconocido. […] Además, se ha visto que, aunque la imagen subliminal de un paquete de palomitas en la pantalla de un cine puede aumentar las ventas, un anuncio normal las aumenta mucho más»[1].
Uno de los principales investigadores del tema de las manipulaciones e influencias generales sobre la conducta humana, Alex Mucchielli, analiza y reitera en una de sus obras más maduras —El arte de influir. Análisis de las técnicas de manipulación— la importancia de los múltiples contextos y de los posicionamientos sistémicos en las acciones de todo sujeto y grupo, más allá no solo de lo subconsciente, sino de toda la psiquis, sin negar la permanencia y funciones de lo inconsciente en dichos procesos:
«Este tipo de explicación no toma del todo en cuenta la situación en la que tiene lugar el fenómeno de la comunicación. Todas las investigaciones modernas muestran la importancia de la situación, del contexto, del entorno, para la aparición del sentido de las conductas humanas. Resulta obvio, a la luz de estos estudios, que el sentido de la conducta de un actor no viene dado en exclusiva por los factores psicológicos internos de dicho actor.
[…]
»El sentido no lo puede tener un elemento aislado, pues este tiene que estar relacionado con otros elementos que constituyen con él un conjunto llamado “forma” o “sistema”». (Cátedra, Madrid, 2002, pp. 23-24 y 25, correspondientemente).
¿Qué es posible afirmar, entonces, a partir de lo dicho por estos y otros muchos investigadores sobre la problemática de las sugestiones (subliminales y de cualquier clase)?
- Existe el subconsciente, existe lo subliminal, existen las sugestiones que influyen sobre la psiquis e incluso sobre todo el organismo, y no dejan de tener sus valores y potencialidad reconocibles.
- Pero los experimentos y análisis más a fondo suelen demostrar la falsedad de lo habitualmente creído o asociado al sensacionalismo y al carácter determinante de lo subliminal e incluso del «poder de las imágenes y de las palabras» por sí mismas, donde las llamadas «seducciones subliminales» quedan siempre menos vigorosas que las «sugestiones posthipnóticas» propiamente dichas, además de permanecer considerablemente débiles sin el auxilio de los demás factores sistémico-contextuales.
- No se conoce con toda exactitud el modo de funcionar y el justo peso de cada factor «inconsciente» (desde las imágenes visuales, lo sonoro, los gestos y posiciones corporales hasta las condiciones climáticas que no se hacen del todo conscientes) en el amplio universo de todas las motivaciones y las conductas asociadas, es decir, en la rica estructura o sistema en que se inscriben la conducta y la psiquis interactuantes.
- Entre los factores sistémicos contextuales de toda comunicación y, por ende, de toda sugestión y todo influjo, figuran como siempre actuantes la estructura de la personalidad y el «posicionamiento» de cada sujeto, las normas sociales y culturales, el «lugar» (geográfico y social) de la comunicación, incluso otros contextos como el climático.
Quede subrayado, de paso, este tema como cabal ejemplo de una perspectiva y actitud frecuentemente errática en las ciencias sociales (y en toda ciencia): las explicaciones monocausales. En efecto, la adscripción a una causa única o casi determinante por sí sola constituye uno de los mayores errores en ciertos estudios o proposiciones sociológicas, psicológicas y culturológicas; por ejemplo, cuando se reflexiona sobre las imágenes o representaciones de la violencia y el erotismo en los medios de comunicación y las artes.

Si usted «bombardea» con imágenes subliminales invitando a beber una marca de refresco frío en un día caluroso, en un lugar apto para beber y donde se vende ese refresco, no debe extrañarse de que la gente lo beba. O si bombardea a cualquiera con imágenes subliminales sobre lo bueno que es estar reunido con amigos, festejando en un pícnic con transporte, comida, y todo gratuito, y luego invita a esa persona a ir en su día de descanso a ese pícnic… lo más probable es que vaya, sobre todo si no tiene otros planes.
Para utilizar referencias sexuales —pues figuran entre las más socorridas por quienes hablan de la seducción subliminal—, no hay por qué extrañarse de que, si a alguien le gustan las mujeres trigueñas y bien curvadas, entonces se sienta incitado cuando se halle entre mujeres trigueñas y de sensuales curvas. Pero eso ocurre, le hayan o no mostrado imágenes con tales bellezas escondidas entre palmeras y hielo. ¿Y si su preferencia sexual no son tales mujeres?
Beber un refresco frío en un merendero que alguien sudoroso encuentre de momento en un día muy cálido, o ir de pícnic con amigos en un día de vacaciones con todos los gastos pagados… no necesita tales bombardeos. Atribuir estas conductas monocasualmente o incluso como causa principal, a dichos bombardeos subliminales puede hacernos parecer no solo poco científicos, sino incluso ingenuos.
Los ejemplos acabados de exponer han sido esquematizados o concebidos de forma muy simple para hacerlos más visibles, pero los experimentos que suelen aducirse a favor del poderío de lo subliminal no se diferencian tanto cuando se miran a fondo, sobre todo cuando parecen deducir que logran las conductas deseadas en contra de las más firmes motivaciones del sujeto, o que lo logran como únicas causas y no como reafirmaciones de tendencias ya existentes.
Uno de los mayores o más comunes defectos de tales teorías ha consistido también con frecuencia en la falta de grupos de control y otras mediciones. Les ha faltado mostrar, siguiendo con los ejemplos anteriores, un buen número de otros amigos (o, incluso a veces mejor, a las mismas personas anteriores) con idénticas condiciones (de personalidad, sociales, etcétera), que no hayan sido bombardeados con las mismas imágenes subliminales en las mismas circunstancias (época, temperaturas, etcétera) y hayan rechazado los refrescos y los pícnics. Eso, y otras condiciones más de la experimentación.
Por otra parte, para lograr efectos contrarios de los que se han manifestado hasta ese momento (cambios de actitudes o sentimientos), aunque sí vale lo inconsciente o, con mayor exactitud, lo que el «sujeto influido» no advierte con toda conciencia, se ha constatado que funciona mucho más y mejor cambiar la estructura o sistema general del proceso comunicativo (su contexto, su posicionamiento como persona y otras condiciones) que afecta en ese momento a dicho sujeto.
Otra cuestión, desde la perspectiva ética. Los mitos en torno a la seducción subliminal no invalidan las consideraciones propiamente éticas. El intento fallido de asesinar o de robar no deja de ser punible ni rechazable porque no logre su cometido. Los mismos principios valen para los intentos de motivar y seducir aviesamente, de modo oscuro, como ocurre con tanta propaganda y comunicación subliminal, atentando contra la conciencia o la conducta clara y otros valores del ser humano.
Ahora bien, existen zonas y modalidades no solo válidas, sino incluso altamente deseables de lo subliminal y todo lo inconsciente, lo mismo en el arte que en la vida. Valga como ejemplo nuestra herencia desde los planos más primitivos de la especie de ciertos modos de comunicarnos y de asumir el mundo que permanecen por debajo del umbral de la conciencia y establecen lazos, vínculos profundos hasta en el amor. Con esto tiene algo que ver el «no sé qué» de los enamoramientos, las empatías (simpatías y antipatías), entre otros fenómenos emocionales, sentimentales y conductuales, incluyendo reflejos de supervivencia.
El arte se ha valido y podrá valerse siempre de ciertos niveles y modos de «sugestiones», «insinuaciones», «ambivalencias» o «polisemias», según se prefiera especificar en cada caso. No han faltado experiencias artísticamente válidas con los colores y los sonidos, en especial desde Verlaine y Mallarmé, desde el simbolismo y el impresionismo, o las magníficas metáforas de los montajes de Eisenstein, o para seguir con la misma escuela de inicios del cine, las eficaces sucesiones de imágenes propuestas por Vértov para suscitar distintos significados con el reordenamiento de las mismas tomas. En fin, ¿acaso el poder metafórico de lo poético no se relaciona también con lo subliminal o, en general, lo inconsciente: Góngora, Rimbaud, Martí, Éluard, Lorca, Lezama…?
Trayendo a colación un corto que circula en los días actuales, piénsense y disfrútense las insinuaciones múltiples posibilitadas, incluso subliminalmente, por el rico devenir de las imágenes (su propia visualidad y el montaje) dadas en Stump the Guesser (2020), de Guy Maddin, Evan Johnson y Galen Johnson, en un creativo aprovechamiento de la herencia de los cineastas recién nombrados, del simbolismo y el expresionismo.
Mas, desde tales usos creativos y aceptaciones constructivas hasta difundir como buen esnob y diletante tanta cáscara científicamente infundada sobre la seducción y las imágenes subliminales, ¿no va un larguísimo trecho?
[1] www.cepvi.com/articulos/persuasion.htm